Estoy sentado en la barbería de Eric Heimel en el centro de Mechanic Falls, Maine. Russ Day, que fue el propietario durante 52 años antes de vendérsela a Eric, me cortaba el pelo cuando yo era niño. La peluquería no ha cambiado. Una trucha mecánica en la pared. El suelo de linóleo desgastado. El sillón de barbero Emil J. Paidar de 1956. Las dos banderas americanas de la pared que flanquean el espejo ovalado. La placa que reza: «Si un hombre está solo en el bosque, sin una mujer que le oiga, ¿sigue estando equivocado?». Otra placa que dice: «Los hombres tienen 3 peinados con raya… sin raya… ¡y sin raya!». Casi puedo ver a mi abuelo, con su grueso anillo masónico de oro en el dedo meñique fumando un cigarrillo Camel sin filtro, esperando a que Russ termine.
Eric cobra 15 dólares por corte. Quería ser soldador, pero las clases de soldadura estaban llenas. “Cortar el pelo. Soldar. La misma mierda», dice, con una camiseta negra en la que se lee «Toad Suck» y tiene el dibujo de un sapo montado en una moto Harley-Davidson. En el sombrero de Eric hay una mosca casera de pelo de ciervo, conocida como ratón, que utiliza para pescar con mosca.
“Cebo grande, pesca grande”, dice.
“Cada día cruzan ese semáforo 17.000 coches y camiones”, dice mirando al semáforo situado frente a su negocio. Solo necesito que 10 o 20 se detengan cada día para un corte de pelo”.
La pandemia afectó seriamente a su barbería. Los clientes desaparecieron durante meses. Eric no se vacunó del Covid. No confía en las compañías farmacéuticas y no le convencieron las afirmaciones del gobierno de que es segura y eficaz. Luego, además del Covid, hubo un asunto con el cartel que preside la tienda que decía: “Barbería de Russ Day”.
Russ quería recuperarlo.
“Cuando compré el negocio lo compré con el cartel”, dice Eric. Una noche lo robaron.
“No fue Russ”, dice. “Él ya ha cumplido los ochenta. Debe de haber sido su yerno”.
“¿Avisaste a la policía?, le pregunto.
¿Cómo vas a ganar un juicio a un tipo de 82 años?, responde. “Además, nunca he denunciado a nadie a la policía”.
Russ dijo a Eric que quería llevarse su trucha mecánica. “Ya le di el salmón”, dice Eric. “La trucha no le pertenece. Ahora es de Eric”.
Hablamos de noticias locales, incluyendo la del tipo que metió su tarjeta de crédito en la bomba de combustible de Citgo, se echó gasolina por la cabeza y se prendió fuego. Murió. En mayo un borracho disparó varios tiros a otro hombre en True Street. No le dio. También hubo un apuñalamiento en una pelea entre vecinos. Pero los delitos graves son raros, aunque muchas personas guardan pequeños arsenales en sus casas.
La antigua ciudad fabril de 3.107 habitantes, como los pueblos rurales de todo Estados Unidos, se esfuerza por sobrevivir. No hay mucho trabajo desde que la fábrica de papel Marcal –que funcionaba con tres turnos diarios y se situaba a orillas del río Little Androscoggin que atraviesa el centro de Mechanic Falls– cerró en 1981. Mi tío trabajaba en el departamento de contabilidad. En aquel entonces los días de gloria de la ciudad habían pasado a la historia. La fábrica de rifles Evans, que producía rifles de repetición y las fábricas de ladrillos y conservas, las zapaterías, la fábrica de máquinas de vapor, W. Penney and Sons, uno de los mayores talleres mecánicos del estado, eran ya recuerdos lejanos.
Los cimientos llenos de maleza de las antiguas fábricas yacen en las afueras de la ciudad, olvidados y descuidados. La antigua fábrica de papel fue destruida por un incendio en 2018. Hay escaparates vacíos en el centro y el omnipresente problema de la inseguridad alimentaria –la escuela secundaria regional tiene un programa de desayuno y almuerzo gratuitos durante todo el año– de los opiáceos y el alcoholismo. En un radio pequeño hay tres o cuatro dispensarios de marihuana. La casa donde vivían mis abuelos, a dos manzanas del centro del pueblo, se quemó. También lo hizo la iglesia de enfrente. Sus restos carbonizados nunca han sido demolidos. Los domingos por la mañana oía a los fieles cantar himnos. El banco del centro del pueblo cerró. Ahora es un estudio de fotografía y una peluquería. En la ciudad de Oxford hay un casino que, al igual que los billetes de lotería, funciona como un impuesto encubierto a los pobres. El día de mi visita se celebra en una heladería una recaudación de fondos para un niño de ocho años que necesita un trasplante de riñón.
La ciudad es blanca en un 97%. La edad media de la población es de 40 años. El ingreso medio por vivienda es de 34.864 dólares. Trump ganó la última elección en el condado de Androscoggin, donde se ubica Mechanic Falls, con el 49,9% de los votos. Biden se llevó el 47%. Los republicanos como Trump nunca tuvieron mucho apoyo en el pasado. Franklin D. Roosevelt ganó las elecciones de 1932. En 1972, el condado votó por George McGovern. Jimmy Carter ganó el condado en sus dos elecciones presidenciales. Pero, como en decenas de miles de enclaves rurales de todo el país, una vez que se fueron los empleos y los demócratas abandonaron a los trabajadores y trabajadoras, la gente se desesperó. Ronald Reagan y George H. W. Bush, tras el cierre de la fábrica con la pérdida de más de 200 empleos, ganaron el condado, al igual que el estado. Pero las cosas no han mejorado.
Frente a la barbería se encuentra el Bamboo Garden, un restaurante regentado por la única familia china de la localidad. Eric dice que los propietarios se la ganaron a otra pareja china jugando al póker. ¿Cómo era su experiencia? ¿Cómo se las apañaba su hija siendo la única muchacha china de la escuela? ¿Eran bien aceptados y estaban integrados en la comunidad? Hablo con la propietaria, Layla Wang. Le pregunto si experimentan racismo. “Gente muy simpática”, dice. Pregunto si su hija –que ahora tiene 26 años y vive en Boston– tuvo dificultades en la escuela. “Gente muy simpática”. Le pregunto por sus vecinos. “Gente muy simpática”, repite.
Debe de haber sido un infierno.
A mi abuelo no le gustaban los negros, los judíos, los católicos, los homosexuales, los comunistas, los extranjeros ni nadie de Boston. Si no eras blanco, protestante y de Mechanic Falls, estabas muy abajo en la escala racial y social. No me lo imagino invitando a los Wang a cenar.
En las afueras del pueblo está Top Gun of Maine, que vende armas de fuego y tiene un campo de tiro. Hay una bandera roja con las barras y estrellas en la pared que dice: «Nación Trump». El dueño pone periódicamente mensajes en una pizarra frente a la tienda, del tipo «Biden va a quitarte las armas» y «Adelante Brandon».
Me reúno con Nancy Peterson, la bibliotecaria, y su marido, Eriks, que dirige la sociedad de historia del pueblo en la biblioteca municipal. La biblioteca se encuentra en lo que era el aula de economía doméstica del antiguo instituto. Mi madre y mi tía tomaron clases de economía doméstica aquí. Los alumnos de secundaria van ahora a una escuela especializada en la ciudad vecina de Polonia. El edificio que albergaba la biblioteca municipal cuando yo era niño se vendió.
En una de las paredes del primer piso, donde se encuentra la oficina municipal, hay una fotografía en sepia del Regimiento de Infantería 103 de Maine. Mi abuelo, que era sargento, está sentado a la derecha, al final de la primera hilera. Mi tío Maurice está de pie en la fila de atrás. Mi abuelo fue destinado a Texas durante la Segunda Guerra Mundial para entrenar a los reclutas. Maurice fue con el regimiento al Pacífico Sur y luchó en Guadalcanal, en las islas Salomón, las islas Russell, las islas de Nueva Georgia, Nueva Guinea y Luzón, en Filipinas. Fue herido y regresó a Mechanic Falls destruido física y psicológicamente. Trabajaba en el aserradero de mi tío, pero a menudo desaparecía durante días. Nunca hablaba de la guerra. Vivía en una caravana y bebió hasta caerse muerto.
Al desaparecer la fábrica, la gente tuvo que buscar trabajo fuera de la ciudad. Bath Iron Works, el mayor constructor de buques militares de Maine, solía enviar furgonetas para recoger a los trabajadores por la mañana temprano y traerlos de vuelta por la noche. Bath está a 90 minutos en coche.
Maine cría personas excéntricas. Nancy y Eriks me hablan de Mesannie Wilkins, enterrada en el cementerio del pueblo, a quien en 1955, cinco semanas antes de cumplir 63 años, le dijeron que le quedaban entre dos y cuatro años de vida. El banco estaba a punto de embargar su casa. Decidió que, si la vida iba a ser tan corta y se quedaba sin hogar, iría a caballo de Maine a California. Salió de la ciudad con 32 dólares en el bolsillo montada en un caballo llamado King. Depeche Toi, su perro, montaba un caballo negro orín llamado Tarzán. Mesannie, que hizo el viaje de diez mil kilómetros en 16 meses vestida con una gorra de caza con orejeras y botas de fieltro de leñador, vivió otros 25 años. Jackass Annie Road, en Minot, lleva su nombre. Y también tenemos a Bill Dunlop, veterano de la Marina y camionero, que cruzó el Océano Atlántico en un barco de fibra de vidrio de tres metros llamado Wind’s Will (A capricho del viento). Utilizó un sextante de 16 dólares para orientarse. Entró a formar parte del Libro Guinness de los Records por cruzar el Atlántico con el barco más pequeño. A continuación se embarcó en su diminuta nave para circunnavegar el globo, un viaje que se preveía duraría entre dos años y medio y tres años. Atravesó el Canal de Panamá y cruzó la mitad del Océano Pacífico, pero en 1984 desapareció entre la vasta extensión de agua que separa las Islas Cook de Australia.
Es por la tarde y estoy sentado a una mesa en la [Asociación de Veteranos de Guerra] American Legion Post 150, en Elm Street, con Rogene LaBelle, que fue camarera durante 50 años y su amiga Linda Record. Es la noche de las hamburguesas. Los miembros pueden comer una hamburguesa con patatas fritas por 5 dólares. La sala está abarrotada. El bar no para. Hay banderas de Estados Unidos en la pared y una fotografía del Monumento Nacional de la Segunda Guerra Mundial.
Las mujeres recuerdan cómo era el pueblo antes del cierre de la fábrica.
“Aquí trabajaban familias enteras, maridos y mujeres”, dice Rogene. “Y cuando la fábrica se marchó, desaparecieron también los negocios locales. Ahora casi todo el mundo trabaja fuera del pueblo”. Enumera los muchos restaurantes en los que trabajó a lo largo de los años y que han cerrado o ardieron.
“Este lugar era una sala de cine”, dice. «Cuando estaba en 8º recorrí el pasillo del cine y subí al escenario para recibir mi diploma».
Colleen Starbird, vestida con una camiseta de tirantes gris y vaqueros, estaba sentada en el porche con un amigo, Richard Tibbets, que realizó dos misiones en el cuerpo de Marines en Vietnam. El marido de Colleen, Charles, hizo tres misiones como artillero del Cuerpo de Marines en helicópteros Huey en Vietnam. Murió hace 17 años de cáncer de pulmón y huesos, que Colleen cree que fue causado por el Agente Naranja. La pareja era propietaria de la antigua fábrica de papel, que estaban convirtiendo en apartamentos, cuando se incendió. No tenían seguro.
«Presenció cosas terribles», dice. «Interrogaban al Vietcong y luego los arrojaban vivos desde los helicópteros. Le venían recuerdos recurrentes en los que recreaba los hechos. Una noche me obligó a arrastrarme bajo el jeep gritando ‘¡Están aquí! ¡Están aquí! Realmente creía en este país. No quería aceptar que había ido a la guerra por nada».
Colleen tiene las uñas de los pies color rosa, las uñas largas y brillantes de color ámbar y los brazos muy tatuados. El tatuaje que se hizo cuando se casó dice: «He encontrado al dueño de mi alma». Se hizo otro cuando murió su marido: «Para siempre en mi corazón».
No podemos despreciar y demonizar a los estadounidenses blancos de las zonas rurales. La guerra de clases emprendida por las empresas y los oligarcas gobernantes ha devastado sus vidas y sus comunidades. Han sido traicionados. Tienen todo el derecho a estar enfadados. Esa ira puede expresarse a veces de forma inapropiada, pero no son el enemigo. Ellos también son víctimas. En mi caso, son mi familia. Soy de aquí. Nuestra lucha por la justicia económica debe incluirlos. Juntos recuperaremos el control de nuestra nación o no podremos hacerlo.
Chris Hedges es un periodista estadounidense ganador del Premio Pulitzer. Fue durante 15 años corresponsal en el extranjero para The New York Times, ejerciendo como jefe para la oficina de Oriente Próximo y la de los Balcanes.