Traducido para Rebelión por Enrique Prudencio
Libia apareció de repente al final de la campaña presidencial como una cuestión importante y con declaraciones inexactas por aparte de la Casa Blanca y de Romney. Permítanme hacer un c orto viaje hasta una línea factual de la memoria. Si ustedes han vivido al igual que yo la Segunda Guerra Mundial, recordarán Libia como la etapa anterior a El Cairo, un territorio desértico en el que se rodaron incontables películas antiguas con personajes como los generales Montgomery y Rommel. Nos resultan familiares nombres como Trípoli, Tobruk o Bengasi. Reatas de camellos e inmensos arenales.
Por supuesto, allí vivían personas de carne y hueso entre las batallas de tanques. Los ejércitos nazi y el al iado dejaron detrás millones de minas enterradas a flor del suelo, que continúan explotando cuando los labriegos las golpean accidentalmente con sus aperos de labranza. Libia logró muy pronto la independencia de Italia, que había ejercido una brutal colonización. Y poco después, un joven coronel llamado Gadaffi se hizo con el poder, dando comienzo a un complejo sistema de «Socialismo Verde», arrojó a la fuerza aérea norteamericana de su base, les dio a los poderes imperiales el aviso de despido y Libia se convirtió en el rompecabezas de Occidente.
Gadafi llevó a cabo la que se puede calificar como una política exterior excéntrica, enviando su apoyo a los rebeldes musulmanes de Filipinas y al IRA irlandés. En su momento envió tropas al Chad. Proporcionó asilo a Idi Amin (aquí podríamos apuntar que EE.UU. proporcionó refugio al desacreditado Shah de Persia, el actual Irán). El presidente Reagan acusó a Libia de un atentado con bomba a un club nocturno del Berlín Occidental, que costó la vida a varios soldados norteamericanos. En represalia, Reagan envió a la aviación a bombardear Trípoli en 1986, incluyendo en el bombardeo el hogar de Gaddafi. La BBC informó que el ataque había matado a más de cien libios. Todo sea por el terrorismo imperialista.
Un acto terrorista mucho más trágico derribó el avión de Pam Am del vuelo 103 sobre Lockerbie, Escocia, matando a todos los que iban en el avión y a algunos civiles en tierra. La hija única de unos íntimos amigos míos se encontraba entre las víctimas. Siempre ha existido una grave duda sobre si Libia era la parte responsable de la bomba de Lockerbie, aunque admitió su responsabilidad, indemnizó a los familiares de las víctimas y arrestó a un libio que envió a Escocia para ser juzgado. La bomba que explotó en el avión de Lockerbie continúa siendo una profunda tragedia y un caso envuelto en cierto misterio.
En los últimos años Libia buscó una reconciliación con Occidente, desmanteló cualquier posible programa de fabricación de armas de destrucción masiva que tuviese y el propio Gadafi fue abrazado por Tony Blair y otros líderes occidentales.
Pero en 2011, con el surgimiento de la Primavera Árabe en Oriente Medio, estalló la violencia en Libia. Los medios de información occidentales lo presentaron como un levantamiento revolucionario, similar al de Egipto.
Aquí me permitirán que retroceda veinticinco años, cuando realicé una visita a Libia en el año 1989 como parte del equipo de la Fraternidad de Reconciliación con el fin de rebajar tensiones. Nuestro equipo se entrevistó con grupo de líderes de alto nivel (aunque no estaba Gadafi), anduvimos por encima de los escombros del hogar de Gadafi, que había sido alcanzado de lleno por los cazabombarderos que envió Reagan y pudimos ver los daños sufridos por la embajada francesa a cuenta de las bombas de esos mismos aviones, al igual que viviendas civiles alejadas del hogar de Gadafi que habían sido totalmente destruidas. Permanecimos allí una semana, viajamos fuera de Trípoli, visitamos la universidad y paseamos por los alrededores de Trípoli.
Yo sería el primero en admitir que un tour así puede ser «guiado» y que está diseñado para causar una buena impresión. Pero había claros signos de que aquello no era un temible y monolítico Estado totalitario. Por ejemplo, aunque Gadafi se había pronunciado públicamente en contra de que las mujeres utilizaran el velo islámico, vimos a muchas jóvenes que lo llevaban, lo que indicaba que la palabra de Gadafi no era precisamente ley. Me resultó divertido ver que el parque que había anejo a nuestro hotel de primera clase era el lugar de paso de los homosexuales libios. En nuestras extensas y cordiales discusiones con nuestros anfitriones no tuvimos nunca una sensación de miedo o de duda para hablar con franqueza. Uno de los entrañables aspectos de la visita era oír decir a muchos libios de querían volver a visitar los EE. UU., donde habían recibido su educación. Querían volver a ver a los viejos compañeros de clase, visitar los viejos campus… ( nuestra visita tuvo lugar en la época en que los viajes aéreos a Libia eran ilegales y los libios tenían prohibido viajar a EE.UU.)
Además, yo tenía una vieja amiga, Sheila Cooper, inglesa, que era secretaria y había ido a Libia por que el sueldo de secretaria era bueno y pensaba jubilarse con él. Las cartas que me enviaba eran divertidas, francas y no parecían en absoluto estar escritas desde «el corazón de la bestia».
Así que cuando llegaron las noticias del estallido de la revolución tuve algunas dudas. Lo admito, pueden cambiar muchas cosas en los 25 año s transcurridos desde que visité Libia, pero normalmente esos cambios son en dirección a relajar las restricciones. A mí me parece que estuvimos viendo el comienzo de conflictos regionales y tribales, no una revolución unificada y coherente, como ha sido el caso de Túnez y Egipto.
Me alarmé mucho más por la rapidez (y la ilegalidad) con la que se movió la OTAN. No había ninguna cuestión que involucrara a la OTAN, no había amenazas para Europa. Pero primero la OTAN declaró el cierre del espacio aéreo y después, tras el claro compromiso público de que no iba buscando un cambio de régimen, OTAN (con los EE.UU. extremadamente involucrados) trató de asesinar a Gadafi con bombardeos aéreos y armó hasta los dientes a los rebeldes. Al principio hubo dudas sobre la naturaleza de los rebeldes y el grado en que los extremistas islámicos estaban tomando el control. Los medios, amordazados, no hablaban de estas cuestiones pero yo puede tener acceso a todo a través de informaciones que captaba de otros medios.
Ahora demos un salto hasta el asesinato de Gadafi y el establecimiento de una Libia «libre» y después al trágico asesinato del embajador estadounidense y otros tres ciudadanos de la misma nacionalidad. El deber de un observador honesto es señalar que los ataques de la OTAN han causado la muerte de muchos libios inocentes, así que la muerte del embajador norteamericano se convierte una tragedia entre muchas.
¿Por qué el Departamento de Estado no dijo claramente lo que había pasado? ¿Por qué las primeras informaciones daban a entender que los sucesos de Bengasi los causó la misma película norteamericana que prendió la llama en Egipto? Resulta fácil para aquellos que nunca hemos viajado a una zona caótica asumir «que todo el mundo sabía lo que estaba pasando». De hecho nadie en EE.UU. lo sabía, incluyendo a los más altos niveles de los círculos del espionaje norteamericano. Estos círculos no esperaban el ataque ni sabía al principio qué había pasado o quién estaba involucrado en ello. En medio del caos, fue el reportero de la CNN, arriesgando su vida, quien visitó todo el recinto del consulado y encontró archivos personales del embajador.
Si leemos el New York Times de las dos semanas que siguieron al ataque, se ve claro que no hay gobierno, que no hay fuerzas policiales, que no hay un ejército real libio. Nadie controla realmente nada. El resultado es que la entrada masiva de armas de la OTAN ha servido para crear una docena o más de policías privadas que representan los intereses de los jefes y camarillas locales y tribales. No existe un gobierno central de de Libia capaz de desarmar a esos grupos armados privados, que terminarán sirviendo a los señores de la guerra. No existe una policía libia organizada ni una fuerza militar que pudiera haber sido enviada a Bengasi. Todavía no la hay. Estados Unidos ha confiado en contratistas privados (y lo sigue haciendo) para proporcionar algún tipo de protección. Así que cuando Romney habla como si EE.UU. debiera haber sabido de inmediato lo que estaba pasando, la realidad es que no lo sabe nadie.
Sobre este tema Obama se equivocó claramente al no admitir mucho antes que el asesinato del embajador no fue producto del ataque de una turba indefinida, sino más bien de un golpe contundente ejecutado por militantes islamistas. No ha qu erido admitir esto porque socava su versión de la historia de que él ha sido capaz de mantener bajo control a los militantes islamistas.
Y Romney, que apenas tiene experiencia en política exterior y ha decidido confiar en un equipo de halcones sobrante de l gobierno de Bush, ha vuelto a caer en la acusación de que Obama ha estado pidiendo disculpas (¿?) en nombre de EE.UU. y ha insinuado que fue un error «permitir» las elecciones libres en Egipto que llevaron a un líder islámico al poder (este es el peligro de las elecciones libres: ¿quién sabe? en EE.UU. podrían llevar a Romney al poder).
Mirando hacia delante más allá del tremendo embrollo en que se ha convertido a Libia, uno tiene que darse cuenta de que el fracaso de la política norteamericana en Orient e Medio (porque efectivamente ha sido un fracaso) tiene su núcleo en el hecho de que EE.UU. no haya tomado en serio la cuestión palestina y de que la dejara correr por miedo a alejarse de los votantes judío-norteamericanos. Pero en algún momento habrá que atender la prioridad de la cuestión palestina y enfrentarse a Israel, que no es un aliado de EE.UU., sino más bien un grave problema para EE.UU.
Mientras tanto la tragedia de Libia fue el resultado directo del desastre provocado por los países occidentale s ansiosos por apropiarse de su petróleo y felices de ver en conflictos tribales una revolución que nunca existió.
David McReynolds fue candidato a la presidencia por el Partido Socialista en 1980 y 2000, ha trabajado durante casi cuarenta años para War Resisters League (Liga de Resistentes Contra la Guerra), está jubilado y vive en el Lower East Side de Manhattan.
Se puede entrar en contacto con él en: [email protected] y su página web es EdgeLeft.org.
Fuente: http://www.zcommunications.org/contents/189276/print
rBMB