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Los comunistas chinos recurren al nacionalismo en plena crisis de ideas

Fuentes: Agencias

Último gigante de un mundo comunista desaparecido el siglo pasado, el Partido Comunista Chino (PCC) sobrevive gracias a fuertes dosis de esquizofrenia acrobática, que alterna la mano de hierro en una sociedad que ha abrazado el capitalismo y el culto al nacionalismo oscurantista. El congreso del PCC, que se inicia el jueves, entronizará a un […]

Último gigante de un mundo comunista desaparecido el siglo pasado, el Partido Comunista Chino (PCC) sobrevive gracias a fuertes dosis de esquizofrenia acrobática, que alterna la mano de hierro en una sociedad que ha abrazado el capitalismo y el culto al nacionalismo oscurantista.

El congreso del PCC, que se inicia el jueves, entronizará a un hombre del aparato, Xi Jinping, de 59 años, para sustituir a otro ‘apparatchik’, el presidente Hu Jintao, de 69 años.

En un desafío sin precedentes, el nuevo mandatario tendrá que responder a una opinión pública incipiente pero cada vez más protestona y cada vez menos dispuesta a tolerar el enriquecimiento extravagante de las élites locales o nacionalistas.

Este décimo octavo congreso del PCC se celebrará en una capital donde la densidad de ‘ferraris’, ‘lamborghinis’, ‘maseratis’ y ‘porches Cayenne’ no tiene parangón en ninguna otra parte del mundo.

Verdadera «aristocracia roja», los «hijos de los príncipes» -sus padres fueron los revolucionarios de ayer- surfean en la ola de un capitalismo casi salvaje, donde la opacidad de los mercados públicos y las relaciones con las poderosas empresas estatales permiten amasar rápidas fortunas bursátiles.

Menos espectacular, el fenomenal ‘boom’ económico de los últimos 10 años ha dejado una clase media equipada de automóviles, ordenadores, teléfonos inteligentes y consumidores de publicidad, moda, cine, turismo e incluso de información sin censura.

En lo más bajo de la escala, los obreros cada vez menos dóciles se suman a una ‘población flotante’ de 260 millones de temporeros, ciudadanos de segunda, sin derecho a residencia en las ciudades, procedentes de una masa de 650 millones de campesinos. Todos se han beneficiado de diferentes grados de crecimiento bajo la presidencia de Hu Jintao.

Pero a contracorriente de esta metamorfosis, el Partido y el Estado comunistas y su pragmatismo parecen abocados a un verdadero estancamiento político. En nombre de la «armonía» y de la «estabilidad», las dos palabras clave del régimen, procedentes de Confucio (551-479 AC), el ‘sabio’ nacional, los disidentes siguen detenidos, la prensa amordazada y los sindicatos independientes prohibidos.

Para Jean-Philippe Béja, politólogo especialista en China, «el gobierno por consenso en la cúpula es una de las causas del inmovilismo en el campo de la reforma política».

Sin ideología, pero fortalecida por su nuevo estatus de segunda potencia mundial, China cultiva un patriotismo omnímodo, que esconde mal el resurgimiento del nacionalismo, fuente de preocupación de sus vecinos.

La retórica marxista leninista, prácticamente desaparecida de la prensa, hace sonreír a las nuevas generaciones, dispuestas a levantarse para defender el nuevo orgullo nacional.

«Como la fe en el socialismo es más bien un problema, los dirigentes chinos buscan otras fuentes de legitimidad. Y el nacionalismo es el sustituto ideal», estima Béja, para quien el «PC puede enorgullecerse de haber realizado el sueño de todos los dirigentes del país desde la guerra del opio (1839): devolver a China su lugar en el mundo».

La propaganda oficial recuerda en todo momento la época de las «humillaciones» de China, enfrentada a las potencias extranjeras desde el siglo XIX a 1945.

Sempiterno ‘cabeza de turco’ de los comunistas chinos, Japón se encuentra de nuevo bajo su ira por cinco islotes deshabitados en el mar de China, que tanto Pekín como Tokio reivindican. Pero el PC ha sacado a la gente a las calles y la virulencia del nacionalismo y del populismo ha dejado estupefactos a muchos extranjeros.

La recuperación de Hong Kong en 1997, de Macao en 1999 -la de Taiwán sigue siendo una «causa sagrada»- y la intransigencia absoluta del régimen sobre Tíbet exalta el sentimiento nacional al tiempo que cimienta a la cúpula comunista.

«Pienso que si no llevan a cabo cambios en el sistema económico y político en la próxima década, se podría producir una verdadera inestabilidad, que daría paso a una política exterior más nacionalista y agresiva», estimó la semana pasada Winston Lord, exembajador estadounidense en China y exsecretario de Estado adjunto de Richard Nixon.

El crecimiento del presupuesto del Ejército Popular de Liberación ha superado con creces el del PIB en estos últimos diez años.

Y para distraer la atención creciente de la opinión china sobre los repetidos escándalos sobre el enriquecimiento de las élites, el recurso a la fibra nacionalista podría ser muy útil.

Pero el arma es de doble filo: «muchos dirigentes tienen a sus hijos en el extranjero -incluso en Japón- o trabajan en multinacionales. Son vulnerables a las acusaciones ultranacionalistas de ‘vender el país'» advierte Jean-Philippe Béja.