Uganda y Nigeria han adoptado a comienzos de 2014 nuevas leyes que penalizan la homosexualidad, confirmando así una tendencia general en África. Este rechazo a la homosexualidad provoca vivas tensiones en los debates Norte-Sur, tanto sobre su significación como sobre las estrategias para hacerle frente. Frente a las críticas y las presiones de la «comunidad» […]
Uganda y Nigeria han adoptado a comienzos de 2014 nuevas leyes que penalizan la homosexualidad, confirmando así una tendencia general en África. Este rechazo a la homosexualidad provoca vivas tensiones en los debates Norte-Sur, tanto sobre su significación como sobre las estrategias para hacerle frente.
Frente a las críticas y las presiones de la «comunidad» internacional, el presidente ugandés, Yoweri Museveni, ha sido firme, a finales de febrero de 2014, afirmando que era su país el que tenía que decidir y que no dejaría dictar su conducta a los occidentales. Esta muestra de independencia, que resonaba con fuerza en un paisaje africano demasiado a menudo subordinado a los intereses del Norte, servía, sin embargo, para legitimar y confirmar la promulgación de una ley que condenaba la homosexualidad. Esta ley puede significar la condena a cadena perpetua, y todo ciudadano debe denunciar a la policía a cualquier sospechoso de ser homosexual. Esta nueva legislación forma parte de una tendencia más general de criminalización de la homosexualidad en África.
¿Un África homófoba?
La homosexualidad es ilegal en 38 de los 54 países africanos. África no tiene sin embargo el monopolio de dicha ilegalidad puesto que también está presente en una cuarentena de otros países (principalmente en Asia, Medio Oriente y Caribes) /1. Si de los textos legales a la práctica hay una gran distancia, ello no impide que la existencia de tales leyes en un país, incluso si son poco aplicadas, cree un clima opresivo.
En un informe de Amnistía Internacional de 2013, se señalaba el crecimiento peligroso de la homofobia en el África subsahariana: «En el curso de estos diez últimos años, algunos países del África subsahariana han intentado reforzar la criminalización de las personas LGBTI (lesbianas, gais y personas bisexuales, trans o intersexuales) tomando abiertamente por objetivo sus comportamientos para aumentar las penas y ampliar las leyes existentes» /2. Hay que subrayar que el fenómeno no se limita a los países musulmanes y que la homofobia es tanto o más manifiesta también en estados como Uganda, Liberia o Camerún.
Aunque es siempre peligroso generalizar exageradamente, parece claro que el rechazo de la homosexualidad es una dimensión ampliamente compartida por las poblaciones africanas. Así, a finales de 2013, el Pew Research Centre desvelaba un estudio sobre la aceptación de la homosexualidad a nivel mundial, en el que a la pregunta «¿debe la sociedad aceptar la homosexualidad?», la respuesta era más del 95% negativa en Senegal, Nigeria, Ghana y en Uganda, comparada por ejemplo al 78% en Turquía, el 57% en China, el 49% de Bolivia y el 22% en Francia /3.
Sin embargo, si se mira más de cerca, el panorama africano es más contrastado. En 2004, por ejemplo, Cabo Verde despenalizó las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Sobre todo, África del Sur, no solo en el continente, sino también a nivel mundial, representa un caso emblemático… y contradictorio. La violencia sexual se produce allí de forma masiva, en aparente contradicción con una legislación muy libre y el papel faro que juega el estado a nivel de la diplomacia mundial. Así, la Constitución sudafricana de 1996 prohibía explícitamente y por primera vez en el mundo, la discriminación fundada en la orientación sexual. En junio de 2011, bajo su impulso y el de Brasil, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU adoptaba la primera resolución sobre las violaciones de los derechos humanos fundadas en la identidad de género y la orientación sexual.
Voces individuales divergentes se han hecho también oír recientemente en el continente africano. Publicadas en la red, apenas unos días después de la promulgación por Nigeria de una nueva ley que criminaliza la homosexualidad, una carta abierta a los dirigentes africanos y una novela literaria respondían implícitamente a la misma. La carta estaba firmada por el antiguo presidente mozambiqueño, Joaquim Chissano, y llamaba a poner por delante tres prioridades en el corazón del desarrollo sostenible: el refuerzo [empowerment] de las mujeres y la igualdad de género; los derechos y refuerzo de los adolescentes y los jóvenes; los derechos sexuales y de salud reproductiva para todos /4. La novela titulada «Soy homosexual, mamá» era obra del escritor kenyano Binyavanga Wainaina, que hacía así su «salida del armario», afirmando que su declaración era un «acto político» /5.
¿Un revelador de las relaciones Norte-Sur?
Tratados como «prostitutos» y «mercenarios» por el presidente ugandés -en el poder desde 1986 y que espera ser reelegido en 2016-, los homosexuales son, en el continente, representados con mucha frecuencia como personas afectadas por una «enfermedad de blancos», exportados por los occidentales a África, y por tanto extraños a la cultura, los valores y las raíces africanas. A partir de ahí, las críticas que provienen del Norte serían automáticamente descalificadas como injerencia, cuando no imperialismo cultural. Y es cierto que el extraño coro de jefes de estado occidentales e instituciones internacionales que se ha formado para defender los derechos de los homosexuales africanos -a la vez que prosiguen la sobreexplotación del continente despreciando los derechos sociales, políticos y económicos de esos pueblos-, no puede más que provocar desconfianza.
De forma general, el apoyo internacional a los homosexuales en África ha sido a veces percibido como una nueva forma de universalismo, impuesto por una «internacional gay» en nombre de la civilización y/o del progreso sexual, despreciando la cultura africana, y que sería de todas formas contraproducente pues acentuaría la homofobia /6. Este tipo de lectura tiende a dar una imagen demasiado unilateral y falseada entre un Norte defensor de los derechos de los homosexuales y un Sur homofobo. La homofobia está presente tanto en el Sur como en el Norte, bajo formas y niveles diferentes. En este sentido, manteniendo las proporciones, las mismas contradicciones aparecen en los países del Norte que en África del Sur, entre, por una parte, la diplomacia y la legislación y, por otra, la realidad sobre el terreno. Si se quiere hablar a partir de ahí de «internacional gay», es forzoso constatar que está en una correlación de fuerzas muy desigual frente a los poderosos lobbies conservadores occidentales (religiosos o no).
Por otra parte, y con razón, numerosos especialistas y comentaristas ponen por delante el giro paradójico que se ha producido: más que la homosexualidad, es la normalización heterosexual y la condena explícita de la homosexualidad las que fueron impuestas en África en y por el colonialismo. Estudios antropológicos demuestran así la mayor tolerancia de varias de las sociedades africanas antes de que el colonizador impusiera sus normas y categorías a fin de sacar a esos «bárbaros» del «salvajismo sexual» /7.
Una instrumentalización a todos los niveles
El rechazo de la homosexualidad es un hecho masivo en el seno de las sociedades civiles africanas. Sin embargo, este hecho está en gran medida alimentado, catalizado e instrumentalizado por los gobiernos de esos países /8. En efecto, constituye una forma cómoda de desviar la atención del pueblo de las desigualdades sociales y de la dependencia, de la ausencia o de la carencia de políticas públicas y de servicios sociales, así como de recobrar una cierta legitimidad nacional re-movilizando a la población. La religión es regularmente utilizada de forma oportunista en esta desviación /9. Teniendo esto en cuenta, es aún más chocante que la independencia reivindicada por el presidente ugandés y por otros jefes de estado africanos frente a la «comunidad» internacional cuando se trata de dictar leyes que condenan la homosexualidad, desparezca o se convierta en simple retórica cuando se trata sobre la explotación de los recursos naturales, que es sin embargo el principal marcador del neocolonialismo de hoy.
Pero la instrumentalización de esta cuestión no es sólo cosa de los gobiernos africanos. La hipocresía de los estados del Norte es igual o más flagrante. Doble hipocresía en realidad. Museveni no ha comenzado de repente a violar los derechos humanos en 2014; sin embargo, los crímenes cometidos precedentemente por el ejército y el gobierno ugandeses no han provocado condenas (tan) visibles. Además, «hay también una hipocresía potencial de ciertos gobiernos occidentales, especialmente de los Estados Unidos, de criticar las legislaciones de los derechos de las personas LGBT dadas las propias leyes de ciertos estados norteamericanos igualmente hostiles a los individuos LGBT» Gibson Ncube, «Hypocrisies and contradictions : western aid and LGBT rights in Africa» /10.
En Think africa press, James Schneider condena conjuntamente la «grotesca inconsecuencia» de la postura antiimperialista de Museveni y el apoyo occidental a los derechos humanos en Uganda. En los dos casos, eso traduciría ante todo cuestiones de política interna y la voluntad de ganar un apoyo popular: el presidente ugandés, apareciendo como un líder, nacionalista y africano, que aguanta ante el Norte; Obama y Cía, presentándose, sin que les cueste mucho, como defensores de todas las minorías /11.
Como escribe Mathieu Olivier en Jeune Afrique, «a lo largo de los años, la cuestión de la homosexualidad se ha convertido en un arma política» /12. Y un «arma política» manejada por actores antagonistas -africanos o no- con intereses y objetivos antagonistas: desde las iglesias evangelistas que luchan contra la «inmoralidad sexual» hasta las instancias internacionales y ONGs del Norte que defienden los derechos de LGTBI en el Sur, pasando por los gobiernos africanos y organizaciones locales que toman posición sobre el tema.
Aunque los derechos de las personas LGTBI en África sean un asunto «secundario» respecto a las principales reivindicaciones de los movimientos sociales y de otros derechos puestos en entredicho para la mayoría de esas poblaciones, no dejan de ser una cuestión política legítima. Conviene a partir de ahí responder a ella, teniendo en cuenta a la vez su carácter localizado -en contextos muy diversos- y su instrumentalización contradictoria. Pero, primero y sobre todo, hay que deshacerse de la imagen del pueblo africano como una masa amorfa, víctima, incansablemente manipulada e instrumentalizada, incapaz de actuar y de reaccionar. La cuestión no puede ser resuelta para los africanos sino claramente por ellos.