Traducido por Gorka Larrabeiti
[Ras Jadir. 4 de marzo]
Frontera entre Libia y Túnez. Fue desde aquí desde donde las Naciones Unidas y el ACNUR, su agencia para los refugiados, lanzaron la alarma de una crisis humanitaria inminente, que sería uno de los» efectos secundarios» del desastre que está destrozando Libia (y que podría ser una de las razones o de las excusas para una próxima intervención militar internacional).
El miércoles ACNUR reveló cifras y situaciones aterradoras. 80.000 esperando en cola en el lado libio de la frontera y 120 000 amontonados en la tunecina sin saber qué hacer. Condiciones horrendas de higiene (noches gélidas haciendo cola para no perder el puesto, un niño muerto víctima del frío …) y condiciones humanas atroces (malos tratos, robos, vejaciones de todo tipo).
Según algunas fuentes, 200.000 refugiados extranjeros han atravesado este puesto fronterizo en el oeste de Libia desde el estallido de la revuelta, 17 de febrero; la ONU rebaja la cifra a poco más de 90.000 desde el 20 de febrero, pero no su dramatismo: más de 7.500 refugiados sólo el miércoles.
Ayer, a eso de las 4 de la tarde al llegar el convoy de vehículos desde Trípoli a Ras Jadir, esperábamos toparnos con escenas dantescas semejantes a las que se ven en el aeropuerto de la capital, donde miles de personas llevan dos semanas acampadas en condiciones infrahumanas. En cambio, el puesto fronterizo del lado libio está prácticamente desierto y los periodistas extranjeros – un centenar – son casi más que las personas que están cruzando al otro lado. En general son bangladesíes, negros vietnamitas, africanos de distintas nacionalidades. Se les ve exhaustos. Algunos hacen la señal de la victoria con los dedos, pero se ve que tienen miedo. La mayoría están cargados de maletas; otros no llevan casi nada. Te cuentan cosas que uno se espera: el calvario que han pasado para llegar hasta aquí; que les han robado todo lo que les podían robar: dinero, teléfonos celulares y muchas veces las ganancias de seis a ocho meses de trabajo esfumadas en una sola noche. Pero no importa: lo importante ahora es estar aquí, a pocos metros de la garita donde ondea la bandera de Túnez, cerca de la liberación de esta pesadilla. Lo importante es escapar de la guerra que les ha tocado vivir y que, de continuar, será aún peor.
Pero ¿dónde están esos «80.000»? ¿O en todo caso, las decenas de miles de personas que, hasta ayer, hacían cola para cruzar? Los compañeros periodistas que cubren la crisis desde el lado tunecino de la frontera nos dicen por teléfono que allí los refugiados procedentes de Ras Jadir están amontonados, que son realmente decenas de miles de personas, que la situación humanitaria es dramática, y que se están organizando puentes aéreos y navales.
Sin embargo, la pregunta sigue ahí: ¿dónde han ido a parar esos desgraciados que estaban aquí hasta ayer? La razón por la que nuestros ángeles guardianes libios nos han traído hasta aquí está clara: demostrar que no hay crisis humanitaria, que quien quiera puede irse sin demasiados problemas, y que también en este caso, Libia -la Libia de Gadafi- es una víctima de una campaña sistemática de desinformación.
Me pregunto cómo lo habrán hecho, pero a esta hora bangladesíes, vietnamitas, y subsaharianos han pasado y deben de estar en Túnez.
Volvemos camino de Trípoli, que está a 170 km. Pero pronto cae la noche, y en uno de los muchos controles de los partidarios del gobierno a la altura de Az-Zaywah, a unos cincuenta kilómetros de la capital, el conductor se equivoca de camino y vamos a parar en un puesto de los rebeldes, que controlan el centro. El que más peligro corre es nuestro guía, pero la palabra mágica -«prensa extranjera»- y la oscuridad obran el milagro y nos dejan pasar. Queríamos hacer una parada en Mellita, donde se encuentran las principales plantas de ENI [Ente Nazionale Idrocarburi] en Libia. Pero la oscuridad y el riesgo corrido nos lo desaconsejan. Así que nos vamos.
Az-Zaywah es, por así decirlo, el símbolo de esta guerra civil, a veces sigilosa, a veces abierta. Nos habíamos detenido por la mañana cuando veníamos de Trípoli.
Nos querían enseñar la refinería más grande del país, con capacidad para refinar 120.000 barriles por día (actualmente está trabajando al 75% de su capacidad). Enfrente, en la bahía, hay tres o cuatro petroleros esperando la carga. Los rebeldes habían informado de que la refinería estaba en sus manos, noticia que recogieron los medios de comunicación los últimos días. En cambio no es así. Los opositores a Gaddafi, que controlan de hecho el centro de la ciudad, están a pocos cientos de metros de aquí. Con un disparo de cañón se podría hacer blanco fácil en la refinería. «Pero no lo harán», dice el director, porque «el petróleo es de todos los libios». De hecho, por paradójico que parezca, la refinería abastece tanto la principal central eléctrica en Trípoli, en manos del gobierno, como a la de Az Zaywah, en manos de los rebeldes. Una situación empantanada, que tal vez haya dado pie a negociaciones secretas, pero que podría estallar en cualquier momento.
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/archivi/fuoripagina/anno/2011/mese/03/articolo/4255/