Aunque ahora los policías se sumen a las manifestaciones, aunque se proclamen hijos del pueblo o se digan proletarios, son mayoría los que en Túnez no se fían de este cambio de actitud. A los muchos años de abusos y extorsiones, se han venido a sumar los días de asaltos, saqueos y disparos que, desde […]
Aunque ahora los policías se sumen a las manifestaciones, aunque se proclamen hijos del pueblo o se digan proletarios, son mayoría los que en Túnez no se fían de este cambio de actitud. A los muchos años de abusos y extorsiones, se han venido a sumar los días de asaltos, saqueos y disparos que, desde la huída de Ben Ali, han protagonizado policías de paisano y las milicias presidenciales del dictador.
Pensaron que no estaba todo perdido. Que volverían a atemorizar a los sencillos, a los trabajadores y a los jóvenes desempleados. Como habían hecho siempre. Pero se equivocaron, pues en esta ocasión la organización popular puso en marcha a los «guardianes de la ciudad». En todos los barrios de cada ciudad, en todos los pueblos, los vecinos se agruparon con la voluntad de estar ayudando a sostener la Revolución que les hará libres. Para ellos esa frase de Marco Aurelio que decía: «quien huye de las obligaciones sociales es un desertor». Aquí no los hay.
En El Menzah, estos guardianes se presentan con camisetas blancas, remedo de los superhéroes que llevan la ropa interior por fuera. Lo hacen para diferenciarse de las bandas armadas, siempre de negro. Cuerpos alegres, cansados o jóvenes, pero siempre valientes, que se pertrechan con hachas, cuchillos y palos, muchos palos. Los hay recios y firmes, como el astil de una azada; los hay delgados y flexibles, más propios para varear la aceituna. Todos valen. Se acerca la hora del toque de queda y la determinación y la camaradería ultiman los detalles para la larga noche. No son superhombres pero como ellos consiguen mantener a los malos a raya.
Desde hace más de una semana, cada noche, los habitantes de todo Túnez controlan los accesos a su barrios y detienen a cuantos van armados. «No estamos aquí sólo para defender nuestro barrio, protegemos Túnez. La libertad que hemos conseguido, tenemos que protegerla», aseguran los guardianes del barrio de El Bardo. Pasan la noche alrededor del fuego, mientras sus convecinos les avituallan con café, té y dulces. «No dejamos pasar a nadie salvo la gente del barrio. Ni a los policías», dice uno de ellos, detrás de la barricada.
La desconfianza hacia la Policía, que reprimió violentamente las protestas, es generalizada, no así respecto al Ejército, en el que la población confía hasta el momento. «La Policía siempre ha tenido mano dura bajo el régimen de Ben Ali, no confiamos en ella. El régimen ha caído, pero con nuestro esfuerzo queremos asegurarnos de que no habrá vuelta atrás. Ahora es el pueblo el que decide», sostiene Moncef, funcionario de 50 años.
En Kasserine y en otras ciudades del interior del país (donde se inició el movimiento de protesta), las «guardias ciudadanas» han conseguido hacerse cargo de la seguridad de sus vecinos y hasta el ejército se ha replegado a sus cuarteles a la vista del buen resultado.
¿De qué están hechos los sueños? De la sucesión febril de imágenes y deseos.
En estos días, las calles de Túnez están plagadas de imágenes. Los deseos los llevan los tunecinos en su corazones.
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