Con las calles de Katmandú tomadas por manifestantes, una rebelión maoísta ganando terreno en el campo y los siete principales partidos políticos aliados en su contra, el rey Gyanendra parece tener suficientes problemas por los que preocuparse. Pero no es ninguna de esas tres cosas lo que ha puesto su trono en peligro, sino el […]
Con las calles de Katmandú tomadas por manifestantes, una rebelión maoísta ganando terreno en el campo y los siete principales partidos políticos aliados en su contra, el rey Gyanendra parece tener suficientes problemas por los que preocuparse. Pero no es ninguna de esas tres cosas lo que ha puesto su trono en peligro, sino el mensaje que subyace tras ellas: la monarquía ha dejado de ser sagrada en Nepal.
El rey Gyanendra, que vive sus momentos más bajos desde que llegó al poder en 2001, ha perdido el escudo protector que le ofrecía la mezcla de tradición y creencias populares que consideran a los reyes los descendientes directos del Dios hindú Vishnu. Los manifestantes que desde hace dos semanas han desafiado el poder real y los toques de queda para pedir la restauración de la democracia no dudan en denigrar al rey en términos que hace unos pocos años habrían sido impensables. «¡Abajo el rey, muerte a Gyanendra!», claman los numerosos manifestantes, cuatro de los cuales murieron la semana pasada durante los disturbios que han paralizado el país.
La sociedad civil nepalí, desde los universitarios a la Justicia pasando por la prensa o los funcionarios, lleva meses unida en su exigencia de que se celebren elecciones y se restablezca el Parlamento. La negativa del rey a asumir sus demandas les ha empujado a ir más allá en sus objetivos y por primera vez la calle pide abiertamente la cabeza del monarca.
Girija Prasad Koirala, cuatro veces primer ministro del país, es de los que creen que el tiempo se acaba para el rey y su cada vez más débil monarquía. «Nuestra revuelta continuará hasta que la soberanía del pueblo sea restablecida», aseguraba hace unos días el líder del principal partido político del país.
La crisis actual ha comenzado a provocar cortes en los suministros de la capital, Katmandú, que vive su segunda semana de huelga general. Los manifestantes han tomado en las últimas horas las zonas turísticas, hasta ahora fuertemente defendidas por el Ejército, y han ignorado las amenazas de las fuerzas de seguridad de disparar a quienes salgan a la calle durante los prolongados toques de queda.
Gyanendra, que justificó la disolución del Parlamento y la toma del poder absoluto en 2005 en la necesidad de acabar con la guerra civil que enfrenta al Ejército con la guerrilla maoísta desde 1996, se enfrenta por primera vez a una oposición unida que en los últimos meses ha coordinado sus acciones con los líderes de la revuelta comunista. La promesa del líder revolucionario Prachanda El Feroz de ahorcar al rey el día que sus soldados entren en la capital es ahora coreada en unas manifestaciones en las que el pueblo ha demostrado haber perdido el respeto por su monarca. La reiteración del rey de que tiene previsto celebrar elecciones el próximo año no ha logrado, hasta ahora, calmar los ánimos.
El origen de los problemas de Gyanendra nace desde su traumática ascensión al trono después de que su sobrino y príncipe heredero, Dipendra, respondiera en 2001 a la oposición de su familia a contraer matrimonio con su novia asesinando a sus padres y a otros siete miembros de la realeza. El XII rey de la dinastía Shah alcanzó el poder en medio de rumores que lo hacían partícipe de una conspiración contra su hermano y con la mayoría de los nepalíes dispuestos a darle una oportunidad. Cinco años después, el país se encuentra sumido en el caos y la mayoría de los nepalíes culpan a Gyanendra de la situación.
La adoración por el monarca se ha visto reducida a una elite que teme la llegada al poder de los comunistas y al Ejército, tradicionalmente ligado a la monarquía. El portavoz de Gyanendra y ministro de Información, Sumshere Rana, se puso el pasado viernes como ejemplo de la cada vez más minoritaria parte de la sociedad que sigue creyendo en la santidad del monarca al responder a una pregunta sobre posibles errores cometidos por Gyanendra con una escueta frase: «Mi rey jamás comete errores».
La prensa local asegura que el monarca pasa estos días de manifestaciones en su contra encerrado en su palacio de Katmandú, consultando a sus astrólogos y confiando en que los soldados que han jurado defenderle devuelvan el orden a las calles.
Incluso en el supuesto de que eso suceda, lo que parece más improbable es que Gyanendra recobre algún día el respeto que durante siglos mantuvo a los reyes de Nepal a la altura de los dioses.