Había una vez un Rey que quiso utilizar su poder para ayudar a un lejano y pobre país tapizado de selvas de palmeras, elefantes y chimpancés. Prometió transformar aquella tierra adormecida por la enfermedad del sueño en un próspero paraíso. Lo llamó Estado Libre del Congo y lo regaló a los humildes nativos que, hasta […]
Había una vez un Rey que quiso utilizar su poder para ayudar a un lejano y pobre país tapizado de selvas de palmeras, elefantes y chimpancés. Prometió transformar aquella tierra adormecida por la enfermedad del sueño en un próspero paraíso. Lo llamó Estado Libre del Congo y lo regaló a los humildes nativos que, hasta entonces, dormían en el suelo, pasaban semanas sin lavarse, vestían hojas de garcinia y devoraban la carne de hipopótamo.
El relato anterior parece un cuento. Y lo fue: una farsa terrorífica orquestada por Leopoldo II, a quien el trono de Bélgica se le quedó pequeño al poco de ocuparlo, en 1865. Se propuso expandirlo por el hemisferio sur, hacerse fuerte a costa de los más débiles. Oficialmente, su misión era contribuir al desarrollo del Congo, «explorar esas tierras y construir estaciones que serían centros de civilización con casas de descanso para los viajeros». Y auspiciado por tales fines de noble apariencia humanitaria, constituyó en 1876 la Asociación Africana Internacional y logró el beneplácito de la comunidad internacional. Sin embargo, su corona se reveló pronto de espinas y escribió uno de los finales más infelices, sangrantes y sangrientos, de la Edad Contemporánea. En apenas veinticinco años, la población del Congo se redujo a la mitad como consecuencia de los desmanes tolerados, cuando no impulsados, por el monarca europeo. Diez millones de personas perdieron la vida y el resto, la dignidad: trascendieron directamente al infierno de la esclavitud, la tortura, la humillación, el despotismo, el pánico y la privación de cualquier derecho. Horrores que perviven en la mirada y el futuro perdidos de un país en el que más de la mitad de sus habitantes sobrevive hoy con menos de 1,25 dólares al día y las estadísticas no dan esperanzas de cumplir más de 53 años.
Las heridas permanecen infectas. Y la gangrena avanza. Apenas un siglo después, el porvenir del Congo sigue castrado por la violencia, la desnutrición, el subdesarrollo, los abusos de poder. Sufre la peor hecatombe desde la Segunda Guerra Mundial. El viejo continente, sin embargo, ha preferido olvidar sus vergüenzas y las atrocidades cometidas por su avaricia imperialista en el corazón de África. «Aquellos años trágicos dieron lugar a mucha literatura, pero se echaba de menos la publicación de los escritos oficiales que se manejaban en aquel momento, además de las denuncias realizadas por los personajes más conocidos y carismáticos de la época».
Dicho por Eduardo Riestra. Y hecho. También por él. El director de Ediciones del Viento acaba de publicar ‘La tragedia del Congo’, un extenso libro de 418 páginas en el que «se reúnen y traducen por vez primera al castellano los cuatro documentos más importantes» del exterminio cometido en el hasta entonces reino africano.
Importación de mujeres
Encabeza la compilación, jalonada de duras fotografías, la carta abierta que George Washington Williams escribió a Leopoldo de Bélgica en 1890. Desde el respeto al soberano, pero con una claridad demoledora, quien fue el primer gran historiador americano de raza negra acusa al «Gobierno de Vuestra Majestad» de «carecer de moral militar y solidez financiera», de «violar los contratos firmados con sus soldados, mecánicos y trabajadores», de sostener tribunales «injustos, parciales y delincuentes», de ser «excesivamente cruel con sus prisioneros, a los que condena a la cadena de presos, algo que no ocurre con ningún otro Gobierno del mundo civilizado o sin civilizar», de «importar mujeres con fines inmorales», de «disparar sobre las canoas de los nativos», de «librar guerras injustas y crueles contra ellos», de «dedicarse al tráfico de esclavos» y de «distorsionar el Congo como país y su red de ferrocarriles».
En definitiva, «no hay forma de tortura inventada por el ingenio humano, por salvaje, obscena o grotesca que sea, que no se haya empleado contra ese pueblo inofensivo e indefenso». Es la conclusión a la que llega Arthur Conan Doyle en ‘El Crimen del Congo’, el segundo documento recopilado por Ediciones del Viento. Pese a ser el creador del personaje de Sherlock Holmes y de sus a veces bien escabrosos casos, el célebre novelista británico no pudo permanecer impasible frente al crimen «más grande conocido en los anales de la humanidad». Lo que sucedía en la colonia belga no era elemental. Sino bestial.
«Nunca antes -denuncia en el prefacio de su relato- ha habido semejante mezcla de expropiación y masacre absolutas realizadas con el odioso disfraz de la filantropía y teniendo por motivo el más vil de los intereses comerciales. Es este sórdido motivo y esa afecta hipocresía lo que hace que este crimen sea único en su horror». Su denuncia abrió los ojos a gran número de europeos y americanos que seguían sin querer enterarse de que la selva había sido invadida por alimañas y salvajes indignos del reino animal.
Crucificar o despellejar Como uno de estos peligrosos e irracionales seres viene a describir al monarca belga ‘El Soliloquio del Rey Leopoldo’. Firmado por el escritor norteamericano Mark Twin, el tercero de los cuatro informes incluidos en ‘La tragedia del Congo’ ofrece una caricatura del soberano dibujada con la misma desafección que él demuestra, deforme, despreciable, desaprensivo, preso de sus propios fantasmas. Así, ante los informes que ya en su época le acusaban de obligar a una viuda a vender a su hija para hacer frente a los pagos exigidos por la metrópoli, el trasunto del tirano y cruel dominador exclama en el soliloquio: «¿Qué quiere que le haga yo? ¿Dejar en paz a una viuda sólo por ser viuda? Apenas queda otra cosa que no sean viudas. No tengo nada contra las viudas en general, pero los negocios son los negocios, y tengo que vivir. ¿No?».
Parecida provocación y deformación moral se adivina en su respuesta frente a quienes le reprochan haber matado a sesenta damas. «Estuvo mal crucificar a esas mujeres, claramente mal, manifiestamente mal. Ahora me doy cuenta, lamento que haya pasado, lo lamento de verdad. Habría obtenido el mismo resultado despellejándolas. Pero no se nos ocurrió; no se puede pensar todo. Al final, errar es humano». Y, en este caso, es también un crimen de lesa humanidad.
Blanco sobre negro. El gran tesoro que saca a la luz la publicación del editor gallego Eduardo Riestra es el ‘Informe Roger Casement’: un testimonio «histórico espeluznante», firmado por el que, tras ser nombrado caballero británico, acabó en la horca. Su contradictoria y controvertida biografía ha fascinado a Mario Vargas Llosa hasta inspirarle la que será su próxima novela, ‘El sueño del Celta’. Nacionalista irlandés militante, diplomático, imperialista de formación, antiimperialista de convicción, conoció el Congo cuando, a los 19 años, empezó a trabajar para la Asociación Internacional Africana de Leopoldo II. De regreso 17 años después como primer cónsul británico en el país negro, no pudo más que sorprenderse y alarmarse por la «gran reducción de la vida nativa tras una década de una intervención europea muy enérgica».
En contra de lo prometido por el rey belga, los poblados no se habían convertido en ciudades, sino en acuartelamientos; aldeas enteras habían quedado desiertas. Era la emigración del terror, la huida de millones de personas sometidas a los abusos de un Gobierno ajeno que imponía tasas imposibles de satisfacer, que se servía de trabajos forzosos y denigrantes, cuando no de castigos y mutilaciones; que sacrificaba vidas humanas con la misma indulgencia que cabezas de ganado, que utilizaba a las mujeres y niños como moneda de cambio y de presión y que cortaba orejas, manos y penes a destajo.
La dureza y a la vez rigor con que Casement retrata el escenario encontrado convierte su informe en un sobresaliente documento histórico pero también, probablemente sin quererlo, en una novela de terror aderezada con notas morbosas, suspense y encomiable técnica descriptiva. O acaso pueda leerse igualmente como un manual psicológico sobre el envilecimiento de la ambición humana. O incluso como un delicioso libro de viajes en el que la perversión de la condición humana contrasta con la nobleza y belleza natural de unos entornos paradisíacos, aún vírgenes, sensibles reservas de la madre tierra.
De cualquiera de las maneras, desde la Historia, la Sociología, la Narrativa, la Psicología o el relato de aventuras, cabe enfrentarse a ‘La tragedia del Congo’. Sufrirla y disfrutarla. Y contemplarla a través de las duras fotografías que tomaron hace un siglo las entonces incipientes Kodak y que, por fin, desmontaron la infalible palabra de rey. Aquellos objetivos siguen siendo los del libro de Ediciones del Viento: hacer presente un episodio del pasado y dar un futuro a un continente de raza negra y, ojalá, verde esperanza.
Fuente: http://www.eldiariomontanes.es/v/20100523/sociedad/destacados/papeles-verguenza-20100522.html