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Los presos de Katrina

Fuentes: BBC

En los días posteriores al paso del Huracán Katrina, mientras miles huían de Nueva Orleans, los presos de esta sureña ciudad de Estados Unidos seguían atrapados.

En septiembre del 2005, cuando la mayoría de la gente ya había abandonado la devastada ciudad, los presos de la cárcel de Nueva Orleans todavía esperaban ser rescatados del calor sofocante y de las fétidas inundaciones.

«Simplemente abandonaron la cárcel», dice Vincent Norman, un chef que había sido arrestado por no pagar una multa y que terminó varios días encerrados en una celda.

Norman no debería haber estado allí más de una semana. En vez, pasó 103 días en la cárcel sin agua ni cómida y en condiciones insalubres, mientras el agua subía.

«Nos abandonaron a nuestra suerte», sostiene Cardell Williams, quien estuvo dos meses encarcelado sin jamás haber sido acusado de nada.

Días antes de que llegara el huracán, mientras otros ciudadanos huían de Nueva Orleans, se les preguntó a los jefes de la ciudad «¿qué hacemos con los presos?»

«Los presos se quedan donde están», contestó Marlin Gusman, el encargado de la cárcel.

Fue una decisión que luego lamentaría.

Escape

Algunos de los presos habían sido arrestados por delitos menores, por ejemplo por no pagar una multa o cruzar la calle de manera imprudente. Y algunos de ellos jamás habían sido acusados.

Un tercio de los presos estaba esperando juicio, es decir que era inocente hasta probado lo contrario.

En la noche del domingo 29 de agosto, mientras Katrina azotaba las costas del golfo, estos presos se encontraron repentinamente junto a delicuentes peligrosos, que habían sido trasladados desde otras cárceles ubicadas en tierras bajas.

El agua y la comida se acabaron. Muchos estaban en celdas sin ventanas y soportando temperaturas muy altas. Pronto comenzaron los disturbios.

Los funcionarios de la cárcel, que habían llevado allí a sus familias para protegerlas del huracán, se vieron atrapados por el agua e incomunicados.

La ayudante Rhonda Ducre estaba sola en un ala de la cárcel. Una linterna casi sin pilas era todo lo que tenía para mantener el orden en medio de la oscuridad, mientras los presos intentaban escapar en estado de pánico.

«Agitaban las barras, prendían fuego las cosas, gritaban y trataban de salir de sus celdas. Era peligroso», señaló Ducre.

Bolsas mortuorias

El lunes por la noche, el sheriff Gusman, jefe de la cárcel, se vio obligado a cambiar de opinión.

Pero para entonces era mucho más difícil evacuar a 7.000 presos. Tuvieron que ser sacados con botes, que sólo podían trasladar un máximo de seis a la vez.

En medio del caos, algunos presos fueron dejados atrás y olvidados, y hay quienes dicen que otros se ahogaron.

Andrew Joseph dice haber visto un cuerpo flotando en el agua con una rata sentada en el pecho.

Un funcionario de la cárcel hizo una declaración jurada donde decía que él había traladado dos bolsas mortuorias con los cuerpos de dos ayudantes, que habían muerto asfixiadas por el humo de colchones quemados.

Pero como ya había cientos de cuerpos en la morgue y mucha gente seguía desaparecida, estas denuncias nunca fueron verificadas.

Derechos

Según el sheriff de la cárcel, no murió ni escapó ningún preso, si bien más tarde salió a la luz que se emitieron 14 órdenes de arresto de fugitivos.

Todos los fugitivos fueron capturados, pero no antes que uno de ellos cometiera un asesinato.

Meses después del paso del huracán, muchos todavía padecían las consecuencias de un sistema particular del estado de Louisiana, que estipula que el servicio que prestan los abogados defensores públicos se financia, en parte, con las infracciones de tránsito.

Con las inundaciones se paró el tráfico y no hubo más dinero. Así, la gente pobre se quedó sin el derecho a una legítima defensa.

En determinado momento había apenas cuatro abogados defensores, cada uno con una pila enorme de casos sobre su escritorio.

Los presos fueron distribuidos en centros de detención a lo largo del estado, y sus juicios se vieron demorados por meses.

Pruebas destruidas

Aquellos que habían sido acusados de crímenes graves y esperaban una conmutación de la pena, tuvieron peor suerte.

Las pruebas forenses que estaban guardadas en los sotanos de los juzgados fueron destruidas, y quienes habían sido erróneamente acusados de un crimen se quedaron sin esperanzas.

«Hay gente -y tengo en mente un caso en particular- que podría haber sido exonerada gracias a las pruebas de DNA, si estas pruebas hubieran sido guardadas en un lugar seguro», señaló el abogado Dwight Doskey, que representa a presos condenados a muerte.

Nueva Orleans es famosa tanto por las condenas equivocadas como por su bajo índice de esclarecimiento de asesinatos.

Para aquellos en el fondo de la escala social -es decir, los prisioneros de bajos recursos en uno de los estados más pobres del país-, Katrina hizo que un sistema judicial que ya estaba cerca del colapso, se paralizara del todo.