Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Los ataques terroristas paralelos del martes contra creyentes chiíes en la capital afgana Kabul y en la ciudad norteña de Mazar-i-Shairf, que mataron a 58 personas, son un evento extraordinario. Incluso en los más tenebrosos días de violencia de la década pasada, Afganistán nunca cayó en la violencia sectaria.
Lo más fácil es culpar a los talibanes. Pero el portavoz talibán Zabiullah Mujahid condenó rápidamente el «salvaje e inhumano ataque realizado por nuestros enemigos, que tratan de culparnos y de dividir a los afganos al realizar ataques semejantes contra los musulmanes». Los talibanes culparon al «ejército invasor» de los ataques, refiriéndose a las tropas extranjeras en el país.
Hay que deconstruir este acto espantoso para llegar a alguna parte que se le aproxime. Las grandes rpreguntas son ¿por qué? y ¿por qué ahora? En el día de Ashura en marzo de 2004 un ataque similar tuvo lugar en Karbala y Bagdad matando a 170 personas y se atribuyó a al Qaida. (El día de Ashura es un día de duelo en Islam chií.)
¿Quién sale perdiendo?
Por lo tanto el misterio se profundiza. En el tablero de ajedrez afgano actual, es imposible aceptar que algo suceda por simple coincidencia.
Es probable que los que más pierdan sean los talibanes. En los últimos años han trabajado cuidadosamente por convencer a otros grupos afganos de que están dispuestos a trabajar con ellos en un marco de reconciliación.
En su mensaje de el Eid el líder talibán Mullah Omar hizo la oferta de que todos los grupos étnicos de Afganistán tendrán el sitio que les corresponde en una futura estructura del poder. Los talibanes se mantendrán lejos de llegar a mezclarse con cualquier cosa con sabor a wahabismo, que demuela su auto-imagen de flexibilidad y moderación.
Irán y Pakistán también son grandes «perdedores». Para ambos una lucha sectaria en Afganistán no solo distrae de la agenda principal, sino que además complica su incipiente entendimiento mutuo.
Para Irán, el enfoque principal es actualmente la retirada de la ocupación estadounidense en 2014 y está dispuesto a cooperar incluso con grupos talibanes. Como potencia regional, Irán tampoco tiene interés en aparecer como un campeón de intereses sectarios chiíes. La lucha sectaria en Afganistán también podría plantear problemas de seguridad a Irán.
Irán no tiene acceso directo a las regiones chiíes de Afganistán si no es a través de «territorio suní». La lucha sectaria afectaría el acceso de Irán a las regiones chiíes.
Para Pakistán, la lucha sectaria conlleva el gran peligro de aislar a los talibanes, mientras que su objetivo es conseguir una aceptación más amplia de sus «recursos estratégicos» en la partida final en Afganistán.
De nuevo, las tensiones sectarias en Afganistán se podrían propagar fácilmente hacia Pakistán, que tiene una sangrienta historia de violencia sectaria. Pakistán ya tiene suficientes problemas con el combate contra el terrorismo. La unidad nacional sigue siendo la máxima baza de Pakistán en el rechazo de las presiones de EE.UU.
Curiosamente, una persona que pretendía hablar por Lashkar-e-Jhangvi, un grupo militante suní paquistaní, hizo un llamado por la Radio Europa Libre financiada por el gobierno de EE.UU. y al parecer reivindicó la responsabilidad por el ataque contra los chiíes. La afirmación no se puede verificar pero el daño está hecho, ya que la atención se vuelca hacia la interferencia paquistaní en Afganistán.
Cualquier lucha sectaria en Afganistán sería un retorno a los años noventa. Los chiíes afganos, sobre todo de la etnia hazara, que forman cerca de un 20% de la población afgana, fueron perseguidos por el régimen talibán y durante las campañas de los talibanes por capturar la ciudad norteña de Mazar-i-Sharif en 1997 y 1998, murieron por miles hazaras y talibanes pastunes, alimentando una amarga rivalidad entre Irán y Pakistán.
Es interesante señalar que durante la pasada década, las regiones chiíes han permanecido en gran parte sin que las afectara la insurgencia de los talibanes y eso ayudó a Teherán e Islamabad a armonizar sus políticas afganas a pesar de fuertes intentos estadounidenses por crear tensiones en la relación entre Irán y Pakistán.
Un Pakistán amigo es una necesidad imperativa para Irán a fin de salir de su aislamiento, mientras que un Irán amigo posibilita que Pakistán concentre su atención en la peligrosa situación de sus vínculos con EE.UU.
Otro grupo de «perdedores» incluye a los grupos no pastunes que se oponen al presidente Hamid Karzai y que están cada vez más dispuestos a reconciliarse con los talibanes. Incluyen a elementos «nacionalistas» que recientemente formaron el Frente Nacional, pesos pesados como Ahmed Wali Massoud de Panjshir (hermano del asesinado ex líder de la Alianza del Norte, Ahmad Shah Massoud), el líder uzbeco Rashid Dostum y el líder de los chiíes hazara, Haji Mohammed Mohaqiq. Cualquier polarización siguiendo líneas sectarias significaría el entierro de su agenda pan-afgana.
Mohaqiq, cercano a Teherán, llamó a los afganos a reaccionar «cuidadosa e inteligentemente». Dijo que los perpetradores «quieren provocar una guerra sectaria en Afganistán. Mi mensaje a la nación afgana es que reconozca las verdaderas caras de los enemigos de Afganistán y que mantenga el orden civil.»
Sus observaciones se hicieron eco de la declaración del ministro de Exteriores iraní, Ali Akbar Salehi, quien describió los incidentes el martes como un intento de alimentar tensiones tribales y religiosas y de crear inestabilidad e inseguridad en los países de la región. Salehi afirmó que países extranjeros tratan de afectar la paz y la estabilidad en la región provocando conflictos sectarios y tribales.
¿Quién sale ganando?
Considerando lo anterior, la flecha parece apuntar hacia la red Haqqani o al Qaida como responsables de la violencia. Pero ninguno de los dos parecen parecen posibles. Los haqqanis parte clave de la insurgencia dirigida por los talibanes en Afganistán aunque están basados en las áreas fronterizas de Pakistán- no tienen motivos para dañar los intereses paquistaníes, mientras la capacidad de al Qaida está seriamente en duda.
Ahora bien, apartándonos un poco, también es posible colocar el ataque terrorista ante el trasfondo amplio afgano y regional.
Ha llegado la oportunidad de que se concluya el pacto estratégico entre Karzai y EE.UU. que allane el camino para el establecimiento de bases militares estadounidenses después de la retirada formal de las tropas. Hay una considerable oposición a la actitud de Karzai en el pueblo afgano, que lo ve como su quid pro quo para que EE.UU. le apoye en un tercer período como presidente más allá de 2014.
Si aparecen líneas de falla sectarias, sería mucho más difícil que cristalizase una oposición nacional unida contra el pacto estratégico de EE.UU. con Kabul.
Segundo, cualquier aumento de la violencia solo crearía la justificación para la continuación de la presencia militar de EE.UU. en Afganistán ya que las fuerzas armadas y la policía afganas tendrían dificultades para enfrentar la situación.
Un tercer aspecto es el impasse EE.UU.-Irán, que podría llevar a una confrontación en el futuro cercano. Afganistán sería un punto de apoyo vital para emprender cualquier acto hostil contra Irán. No importan las afirmaciones de Karzai de que no permitiría que se utilizase territorio afgano contra vecinos, la verdad es que su opinión no cuenta.
El derrribamiento de Irán de un avión drone de vigilancia que operaba sobre Irán desde bases de EE.UU. en Afganistán muestra que Irán oriental es un «frente activo» en el impasse. Una lucha sectaria que debilite la influencia de Teherán dentro de Afganistán occidental trabaja a favor de EE.UU. si Washington decide atacar Irán.
Finalmente, Pakistán sería un gran perdedor si Afganistán cae en la lucha sectaria y se debilita la posición paquistaní en el juego final afgano, lo que ayudaría a EE.UU.
Resumiendo, los intereses estadounidenses, paradójicamente, salen ganando en el actual escenario si las tensiones sectarias aumentan en Afganistán y las tropas occidentales se convierten en la única garantía de seguridad. Es decir, numerosas fuerzas estarían interesadas en reforzar indirectamente las estrategias regionales de EE.UU.
Irónicamente el martes, en el lejano Londres, el ministro afgano de minas Wahidullah Shahrani anunció que el gobierno afgano ha solicitado por primera vez propuestas para el desarrollo de minas de oro y cobre. El London Times señaló que «los invasores desde Alejandro Magno han soñado con explotar su riqueza mineral. Ahora Afganistán busca inversionistas extranjeros que le ayuden a explotar sus ricos yacimientos de oro y cobre».
Es concebible que Afganistán pueda seguir el camino ensangrentado de África donde la demencial rebatiña por los recursos introdujo fuerzas mercenarias extranjeras de todas las calañas.
La comunidad internacional solo puede lanzar un gran suspiro de alivio porque solo el día antes de los ataques terroristas en Afganistán, los aliados de Karzai se comprometieron resueltamente en la congregación en Bonn a apoyarlo en el largo camino de proteger a su país contra las fuerzas malignas que lo acechan.
El embajador M. K. Bhadrakumar fue diplomático de carrera del Servicio Exterior de la India. Ejerció sus funciones en la extinta Unión Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/
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