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¿Podemos aprender algo de Botswana, el milagro africano?

Luces y sombras del desarrollo

Fuentes: www.elcorresponsal.com

Con apenas 1,6 millones de habitantes, suelos pobres y prolongadas sequías, Botswana posee el récord mundial de crecimiento económico de los últimos 45 años, por encima incluso de China. Desde 1961 ha duplicado su Producto Interno Bruto cada siete años. Como es sabido, Africa subsahariana es la zona más pobre del globo y, para muchos, […]

Con apenas 1,6 millones de habitantes, suelos pobres y prolongadas sequías, Botswana posee el récord mundial de crecimiento económico de los últimos 45 años, por encima incluso de China. Desde 1961 ha duplicado su Producto Interno Bruto cada siete años.

Como es sabido, Africa subsahariana es la zona más pobre del globo y, para muchos, ya no tendría esperanza alguna para remontar su condición de subsubdesarrollo. Recientemente, sin embargo, prestigiosos economistas han publicado una miríada de textos sobre un caso paradigmático, que parece escapar a la norma que estaría condenando para siempre a ese desesperanzado rincón del mundo. Todos ellos afirman haber encontrado la excepción que confirmaría la regla en ese agreste país llamado Botswana, que abarca 600.000 kilómetros cuadrados (equivalente a Francia o Tejas), que alberga una población de apenas 1,6 millones y que para colmo no tiene acceso al mar, enclaustrado como está entre Namibia, Zimbabwe y Sudáfrica. Los suelos son pobres para la agricultura y prolongadas sequías la plagan permanentemente, como la que se extendió entre 1980 y 1987 y la que se inició en 1991. A pesar de todo, aunque parezca mentira, posee el récord mundial de crecimiento económico de los últimos 45 años, por encima incluso de China, habiendo alcanzado una tasa anual promedio del ¡10% anual! Lo que significa que desde 1961 ha duplicado su Producto Interno Bruto (PIB) cada siete años.

¿Cómo explicar semejante éxito según los textos en boga?

En primer lugar, porque los británicos no destruyeron las instituciones locales relativamente participativas durante la colonización, que duró de 1885 a 1966, cuando era el Protectorado de Bechuanalandia, y porque configuraron una burocracia meritocrática y medianamente honrada. Segundo: porque tuvieron la fortuna de contar con líderes presidenciales notables (como sir Seretse Khama y el Dr. Quett Masire), quienes lograron ampliar sostenidamente el gasto público en educación (el 80% de la población adulta sabe leer y escribir), aseguraron los derechos de propiedad y construyeron una democracia relativamente estable, aunque aún muy endeble. Tercero: gracias a la relativa independencia de los grandes grupos tribales, a diferencia de otros países de la región, no hubo conflictos étnicos, en presencia de una ‘cultura homogénea’. Cuarto: según los economistas serios, se debería también a la aplicación de políticas económicas ‘prudentes’, porque, en efecto, Botswana logró mantener equilibradas sus cuentas fiscales y externas, con lo que su deuda externa es nimia. Finalmente, aparte de que antes de 1990 era el país que más ‘ayuda externa’ recibió (133 dólares por habitante/año) en el mundo (después de Israel), su vecindad con la República Sudafricana y las condiciones económico-políticas señaladas atrajeron elevadas inversiones, que eran tan necesarias para explotar su principal recurso natural.

En ese análisis, nadie olvida tampoco el factor que es absolutamente fundamental: se trata de una economía que vende diamantes, vive de ellos y es el principal alimento de su gobierno, aunque no necesariamente de su población. El año pasado, la producción de diamantes representó el 40% del PIB, que ascendió a 9.400 millones de dólares en términos corrientes (y 16.600 a precios de paridad de compra, ppc.), con lo que producto por habitante fue de 5.900 dólares. Está de más decir que entre el 70 y 80 por ciento del total de exportaciones de bienes del país, que ascienden a 3.680 millones de dólares (39% del PIB), corresponde a ese precioso mineral (al que acompañan otros: cobre, níquel, oro y carbón). Finalmente, el 95% de los ingresos del sector público proviene de la exportación de diamantes.

A comienzos de los años setenta, cuando se descubrieron masivas reservas de diamantes y otros minerales en la capa del desierto de Kalahari, la minería apenas representaba el 10% del PIB y que hoy alcanza el 36%. Desde 1999 Botswana es el primer productor mundial de diamantes. Las deslumbrantes piedras preciosas son producidas por la empresa Debswana, una empresa conjunta (joint venture) entre el grupo sudafricano DeBeers y el gobierno botswanés, cada cual con el 50% de participación en la propiedad. Entre 70 y 85% de las ganancias fluyen al Estado en forma de impuestos, derechos de explotación y dividendos. Y, aunque usted no lo crea, hasta donde llegan mis datos, desde 1987 Debswana posee el 5,3% de las acciones de DeBeers, de manera que el gobierno botswanés ocupa dos asientos en el directorio del gigante monopolista internacional de diamantes que controla el 65% de la producción mundial. Por lo demás, desde 1992 existen dos empresas para la transformación (corte y pulido) de los diamantes y la empresa dominante se la reparten en proporciones iguales, el estado (Debswana) y la empresa estadounidense Lazare Kaplan International (Molepolole). El éxito radica, en este caso, y ese sí es un milagro, en la capacidad que tuvieron los líderes del país en el manejo de su riqueza minera y en sus dones de negociación frente a las empresas transnacionales, de los que muchos países del ‘tercer mundo’ solo pueden soñar. En efecto, a diferencia de la gran mayoría de economías minero-exportadores, la propiedad está casi exclusivamente en manos del Estado, sin que se hayan dado mayores conflictos con el sector privado. Las fantásticas ganancias de la industria de los diamantes se han venido invirtiendo en infraestructura social y económica, así como para acumular divisas.

A ello deben añadirse, sin embargo, las amenazadoras sombras del milagro, que generalmente ignoran los optimistas analistas del caso. En primer lugar, como es evidente, se trata de una economía que depende crucialmente de un solo producto de exportación, sujeto por tanto a las peripecias de la economía mundial en relación a la volatilidad de los precios. Segundo: a pesar de los enormes excedentes alcanzados gracias a ello, no se ha logrado diversificar la economía, con lo que el agotamiento del recurso llevaría a un acogotamiento de su desarrollo futuro. Más grave aún es la extrema inequidad en la distribución de ingresos, a tal punto que el último dato del Gini que poseemos llega al astronómico nivel de 0,63 (1993); agravada por la extrema desigualdad en la posesión de activos, en especial del ganado, que por lo demás explica parte del extremo deterioro ecológico, que no solo deviene del sobrepastoreo. Cuarto: La tasa de desempleo abierto asciende a la escalofriante cifra de 23,8% (2004) de la fuerza laboral. Quinto: A pesar de los esforzados programas de Mediano Plazo I (1989-1997) y II (1997-2002) contra el SIDA, resultaron ser un fracaso rotundo, hasta el punto de que el 37% de la población adulta está contagiada, ocupando así el segundo lugar a nivel mundial (después de Suazilandia). ¿Qué pasó con las ‘instituciones’ que para todos los economistas explicarían el tal prodigio botsuanés? Sexto y seguramente ligado a lo anterior: la esperanza de vida al nacer ha caído a la mitad en los últimos diez años, al increíble dato de 34 años en el presente; teniendo en cuenta que 67 años es la media mundial (2005) y 55 años la del promedio africano. Finalmente, tampoco se pueden negar, sobre todo a partir de la década pasada, los escándalos de corrupción que se han venido denunciando. Por lo que parecería que, a diferencia del Perú, que sigue siendo ‘un mendigo sentado en un banco de oro’, Botswana parece ser uno sentado en un sillón de brillantes.

Aspectos todos estos que curiosamente son cuidadosamente ignorados por esos economistas deslumbrados por este espejismo milagros. No digamos que ello sea necesariamente una lección para el Perú, pero sí para los que creen ciegamente en lo que dicen los grandes economistas, muchos de los que solo resaltan ciertos aspectos convenientes que contribuyen al crecimiento económico -aunque no haya desarrollo- para poder hacer creer que la compleja realidad se ajusta a sus simplistas modelos. El triunfalista cacareo sobre este caso es un ejemplo especialmente patético al respecto y en que todo se explica a partir de las ‘instituciones correctas’, un cajón de sastre útil para salvarlos del desprestigio que los empañó luego del fracaso sucesivo de cada una de las mágicas recetas anteriores: ‘precios correctos’ primero, liberalización comercial después, seguida por la privatización, luego por la apertura de la cuenta de capitales, ahora por la ‘flexibilización laboral’, etc. Con lo que la economía se ha venido convirtiendo -a semejanza de la química o la biología- en ciencia experimental, en que los conejillos de Indias somos los países del sur tropical y en que -dicho sea de paso- nuestros economistas se han convertido en los perros de Pavlov que babean cada vez que les tocan las campanitas desde el norte.

Por lo demás, aunque este caso pueda ser informativo e ilustrativo, es poco lo que podemos aprender de una realidad tan distinta a la nuestra. Sin embargo, quedan tres lecciones evidentes. En primer lugar, una vez más, conviene recordar que el crecimiento económico -por elevado que sea- no necesariamente basta para desarrollar económica y socialmente un país. Segundo: que es extremamente peligroso fomentar una modalidad de acumulación primario-exportadora, especialmente cuando se basa en uno o unos pocos minerales; lo que quiere decir que es necesario diversificar la economía a través de políticas sectoriales, en parte financiadas precisamente con las ganancias de las boyantes exportaciones (dicho sea de paso, seguimos sin entender porqué no todas las mineras peruanas pagan regalías, dado que son contraprestaciones y no impuestos). Finalmente, Botswana es un buen ejemplo del papel crucial que puede y debe desempeñar el Estado, especialmente en sus negociaciones con las empresas transnacionales que explotan nuestros recursos naturales, sin descartar la posibilidad de conformar alianzas estratégicas y hasta de provechosos esquemas de copropiedad con ellas.

La fuente: El autor es doctor en Economía por la Universidad de Saint Gallen (Suiza) y profesor principal del Departamento Académico de Economía de la Universidad del Pacífico (Lima, Perú). Su obra más reciente es Bonanza macroeconómica y malestar microeconómico. Apuntes para el estudio del caso peruano, 1988-2004, publicado por la Universidad del Pacífico. Este trabajo fue publicado previamente por La Insignia.