Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Cicatriz dejada por la herida causada con cuchillo por el marido de una mujer que la acusó de conversar, durante su boda, con hombres que no eran de su entorno familiar inmediato. Por este «delito moral», se encuentra encarcelada en la prisión de mujeres de Herat
(Foto: Gabriela Maj/The Almond Garden)
En 2010, la fotógrafa Gabriela Maj estaba trabajando en Afganistán en un proyecto sobre un artista cuando uno de sus editores le sugirió que echara un vistazo a la situación de las mujeres en las cárceles afganas. Maj recuerda: «Me dijo, hay toda una serie de historias borboteando en los medios internacionales acerca de mujeres encarceladas por algo conocido como ‘delitos morales’. Y que las meten con sus niños en la cárcel».
Su editor tenía razón. Cuando llegó a Badam Bagh, una prisión para mujeres en Kabul, su primer pensamiento fue: «Parece más una especie de guardería o una escuela primaria durante el recreo que las instalaciones de una cárcel». Esto se debe a que muchas de las presas son madres que han dado a luz en la prisión o han traído a sus niños a vivir con ellas después de que las encarcelaran.
Maj ha fotografiado a más de 100 mujeres presas en ocho cárceles diferentes y ahora está presentando esos retratos en el libro «Almond Garden» [Jardín de Almendras].
Cuando trabajaba en el proyecto, se enteró de que los «delitos morales» incluyen relaciones sexuales premaritales (una acusación que se aplica incluso a las víctimas de violación) y adulterio. Las sentencias podían llegar hasta los quince años. Según Human Rights Watch, se ha registrado un aumento en ese tipo de encarcelamientos: «La cifra de mujeres y niñas encarceladas por ‘delitos morales’ en Afganistán se ha incrementado en un 50% durante el período de octubre de 2011 a mayo de 2013». Las estadísticas del ministerio del interior afgano indican que la cifra aumentó de 400 presas en el otoño de 2011 a unas 600 en la primavera de 2013.
Las mujeres hicieron muchas peticiones a Maj respecto a cómo querían aparecer en el libro. «Algunas de ellas querían compartir sus historias y no tenían problema en que publicara sus retratos», explicaba Maj en un correo. «Otras sólo querían compartir su historia, en absoluto querían que las fotografiaran, y un tercer grupo quería compartir su historia y que las retrataran pero con el rostro cubierto para preservar el anonimato».
Para proteger a todas las mujeres, decidió no utilizar sus nombres en el libro ni facilitar tampoco la ubicación de las prisiones donde se hallaban encarceladas.
«No pretendía confundir al lector [utilizando nombres reales y algunos alias] y mi prioridad era proteger las identidades de las que querían permanecer en el anonimato», señala. Pero sí anhelaba compartir las historias que escuchó.
Una de las mujeres con las que se entrevistó había sido violada y se había quedado embarazada. Su comunidad organizó una yirga, o asamblea de hombres, que adoptó una decisión en base a las supuestas enseñanzas del Islam, sentenciándola a ser lapidada hasta la muerte por el supuesto «delito moral» de haber tenido relaciones sexuales extramaritales.
Su padre, en una medida rara, intervino y escribió una carta a las autoridades locales pidiendo que la detuvieran en vez de lapidarla. Y así fue, la arrestaron y la enviaron a la cárcel. Esa mujer le contó a Maj que su familia y la familia del presunto violador intentaron arreglar un matrimonio entre ellos para conferir legitimidad al niño. Pero su agresor no accedió a casarse con ella. «Cuando me contaba esta historia», dice Maj, «su bebé jugaba sobre la alfombra entre nosotras».
También se entrevistó con mujeres acusadas de asesinato, incluida una mujer acusada de matar a 27 hombres. Al pedirle que comentara estos casos, Maj dijo que no deseaba clasificar a las mujeres como inocentes o culpables. «La brutal pérdida de poder de estas jóvenes las pone a menudo en situaciones en las que no pudieron soportar la carga que les echaron sobre los hombros», dice. «Y decidí que en este proyecto y hasta cierto punto iba a dejar a un lado esas categorías de culpable o inocente».
En cambio, se dedicó a defenderlas y apoyarlas. Una parte de los ingresos de su libro irá a Women for Afghan Women, una ONG que dirige varios refugios para mujeres en Afganistán.
La esperanza de Maj es que Almond Garden pueda contribuir a conseguir un cambio en la legislación a través del apoyo a la ratificación de la ley para la Eliminación de la Violencia Contra las Mujeres (EVAW, por sus siglas en inglés), una ley redactada en 2009 en Afganistán que criminaliza la violación, el matrimonio forzado, la violencia doméstica y otros aspectos. Pero el parlamento nunca llegó a ratificar esa ley.
Con el paso del tiempo, su misión ha evolucionado desde el reportaje a la campaña por los derechos humanos.
«Sabía que como mujer, aunque fuera extranjera, estaba en condiciones de recoger las historias de estas mujeres individuales y crear un registro de sus experiencias y de las violaciones de los derechos humanos que afectaron a sus vidas», dice. «La motivación en la continuación de este proyecto provino de las mujeres mismas, que en la mayoría de los casos estaban ansiosas por compartir sus historias y en la esperanza de que este documento actuaría, en su nombre, como una instrumento de apoyo.»
Fuente y fotografía: http://www.npr.org/sections/goatsandsoda/2015/09/06/437215649/mother-and-child-behind-bars-the-women-of-afghanistans-prisons