Cuando un gobierno logra establecerse en el poder por décadas en cualquier parte del mundo, los apóstoles y paladines de la democracia no chistan en condenar las prácticas dictatoriales de dichos regímenes. Saddam Hussein era un temible dictador, el pueblo de Cuba se encuentra bajo la represión sistemática encabezada por los hermanos Castro, el régimen […]
Cuando un gobierno logra establecerse en el poder por décadas en cualquier parte del mundo, los apóstoles y paladines de la democracia no chistan en condenar las prácticas dictatoriales de dichos regímenes. Saddam Hussein era un temible dictador, el pueblo de Cuba se encuentra bajo la represión sistemática encabezada por los hermanos Castro, el régimen talibán era una amenaza para las democracias alrededor del mundo, Chávez se acerca peligrosamente a convertirse en un tirano y así sucesivamente.
Curiosamente, los mismos que condenan determinados gobiernos por sus políticas supuestamente antidemocráticas, son los primeros en hacerse de la vista gorda cuando así conviene: El gobierno de Pinochet no era un gobierno opresos y violador de los derechos humanos más elementales, las dictaduras militares en América Latina no representaban peligro alguno para la democracia en el mundo, y de la misma manera los gobiernos en el norte de África y en el Medio Oriente que enfrentan ahora rebeliones masivas causadas por el descontento popular frente a la situación económica, política y social en sus países no son antidemocráticos, si bien Ben Alí, el depuesto presidente tunecino se había perpetuado en el poder por espacio de 23 años, y el todavía presidente egipcio Mubarak ha conservado su puesto por tres décadas.
¿En dónde se traza la línea entre los gobiernos democráticos y aquellos que suponen un peligro para la misma? La existencia de elecciones periódicas obviamente no es el punto de quiebre. Tampoco lo es la existencia de derechos políticos para sus ciudadanos.
La respuesta tiene que ver más con lo conveniente de dichos regímenes para la expansión de un sistema económico determinado, un sistema económico para el que poco importa la forma de un gobierno de una nación: en las supuestas democracias occidentales encuentra su ambiente natural, libre de la injerencia de gobiernos poderosos, y donde las poderosas leyes de oferta y demanda mantienen las cosas en su lugar. Sin embargo, cuando los dictadores se convierten en marionetas políticas al servicio de los intereses económicos dictados desde Washington e instituciones como el FMI y el Banco Mundial, son igual o más convenientes aún para el «adecuado» funcionamiento del sistema económico que una democracia. Tal es el caso de Egipto, Túnez y Argelia en el presente, tal como lo fueron las dictaduras militares en nuestro continente en el pasado.
Las rebeliones en estos países no comparten idénticas causas, pero si tienen un común denominador: el constante empobrecimiento que, a raíz de la implementación de las políticas económicas «sugeridas» por los Estados Unidos y sus aliados económicos, han sufrido la mayor parte de sus poblaciones. El constante aumento de precio en los productos básicos, las cada vez más escasas y peor remuneradas oportunidades de trabajo para los jóvenes, los constantes recortes en los puestos públicos y la disminución en prestaciones sociales son condiciones que existen en todos y cada uno de estos países.
Mientras la mayor parte de la población sufre de carencias, gobiernos como el egipcio y el depuesto en Túnez son alabados por el FMI como modelos de crecimiento para el resto del mundo, con la receta que nos sabemos de memoria: inflación controlada, índices macroeconómicos limpios, un puñado de millonarios y el resto poco importa.
Las rebeliones en el norte de África se han concentrado en remover estas dirigencias que han hecho de los gobiernos un patrimonio personal. Se trata, sin lugar a dudas, de un primer paso. Sin embargo, la realidad es que las condiciones de vida no van a cambiar de manera radical a menos que el cambio político vaya acompañado de un cambio en la estructura económica, lo que es bastante más complicado.
El régimen actual puede ser fácilmente reemplazado por uno de características similares, mediante la cooptación de partidos políticos y miembros importantes de la sociedad civil, infiltrando y dividiendo a los movimientos de protesta o incluso manipulando futuras elecciones.
El futuro de las revoluciones en proceso en África dependerá de la capacidad de sus actores de develar cuál es la verdadera causa de su situación actual, y no reemplazar una marioneta por otra.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.