Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García
Carta a un patriota estadounidense desconocido
Querido patriota estadounidense:
Me gustaría saber tu nombre. He estado pensando en ti, en realidad en todos nosotros y en nuestro país; quiero escribir un poco para explicarme. Déjame empezar de este modo: deberías sentirte libre de llamarme un estadounidense nacionalista. Tal vez suene horrible, pero es lo que yo pienso de mí mismo. De verdad, los estadounidenses solemos reservar para nosotros la palabra más amable de «patriota» y usamos «nacionalista» para criticar a quienes muestran un sentimiento especial en relación con su país. Si vamos al extremo, utilizamos «superpatriota» para nosotros y «ultranacionalista» para los otros.
En todo caso, he aquí mi peculiar forma de manifestar el nacionalismo. Yo me siento responsable de los actos de este país como no me siento por los de otros países o grupos. Por ejemplo, no me siento sorprendido cuando una fiesta de boda vuela por los aires por una bomba de los talibanes o cuando el Estado Islámico decapita a un pobre prisionero, o la fuerza aérea de Bashar el Assad lanza barriles explosivos a los civiles, o los rusos encarcelan a activistas políticos, o algún otro grupo o estado comete crímenes parecidos. La barbarie humana, así como la arbitraria crueldad del poder estatal, son interminables hechos de la historia. Es necesario oponerse a esos actos, pero ¿me siento impresionado por ellos? No.
Sin embargo -y reconozco la irracionalidad de esto- cuando mi país hace volar por los aires fiestas de boda en otros países, u organiza sistemas de tortura y encarcelamiento allí donde va en el extranjero, o trata de poner entre rejas a otro denunciante más; cuando actúa con crueldad, arbitrariedad o barbarie, yo me siento choqueado y me pregunto por qué a más estadounidenses no les pasa lo mismo.
No me malinterpretes. Yo no me culpo por la comisión de semejantes actos, pero como un estadounidense que soy, me siento especialmente responsable de hacer algo al respecto, o al menos expresar mi rechazo; como debería ser también la responsabilidad de otros, cada uno en su sitio, de lidiar con sus propios bárbaros.
Esto es lo que pienso de mis 12 años administrando TomDispatch.com en mi modesta guerra contra el terror, el terror estadounidense. Por supuesto, no nos gusta vernos a nosotros mismo como bárbaros; el terror es -por difinición- un conjunto de acciones anti- estadounidenses que otra gente está ansiando cometer contra nosotros. «Ellos» quieren sacarnos de nuestros centros comerciales, paseos y jardines. Nosotros nunca cometeríamos semejantes barbaridades; al menos, no conciente o premeditadamente. Aquí importa poco que nosotros, tanto las bodas como los funerales, hemos continuado haciéndolos -con las mujeres y los niños- en el jardín trasero de cada casa con toda regularidad.
La mayoría de los estadounidenses admitiría que este país comete errores. A pesar de nuestros mejores esfuerzos, algunas veces producimos eso que nos gusta llamar «daños colaterales» cuando perseguimos a los malos pero ¿régimen terrorista? Nosotros, no. Nunca.
En parte es por esto que te escribo. Yo sigo preguntándome cómo ha sido posible que en estos años nos aferráramos con tanto éxito a semejantes ficciones. Me pregunto por qué, al menos alguna vez, no has salido de ti mismo para observar lo que nosotros hacemos en lugar de lo que ellos nos han hecho o podrían llegar a hacernos.
Empecemos con el incómodo hecho de que nuestro mundo que pocos aquí se toman la molestia de mencionar: de un modo u otro, Washington ha sido cómplice en la creación o el fortalecimiento de todo grupo extremista o terrorista en el Gran Oriente Medio. Si no hemos sido sus progenitores, en algunos casos críticos al menos hemos sido sus parteros o padres adoptivos.
La cuestión empezó en los ochenta con al urgencia que tenían el presidente Ronal Reagan y su jefe de espías, el católico fundamentalista director de la CIA William Casey, de aliarse con unos movimientos islámicos fundamentalistas en un tiempo en que su extrema (y extremista) religiosidad parecía atractivamente anticomunista. En esa década, sobre todo en Afganistán, Reagan y Casey apostaron dinero, armas y adiestramiento donde les decía el corazón y promovieron a los islamistas más extremos, que estaban dispuestos a dar un sangriento castigo a la Unión Soviética; es decir, un Vietnam a la inversa.
Para lograr este objetivo, Washington se alió también con un estado confesional extremo – Arabia Saudí-, al igual que con el corrupto servicio de inteligencia pakistaní. El resultado fue un apoyo importante para unos hombres -Reagan los animó llamándoles «luchadores por la libertad»; en una visita grupal que le hicieron en la Casa Blanca en 1985, dijo: «Estos caballeros son el equivalente moral de los padres fundadores de Estados Unidos»- que, algunos de ellos, están hoy combatiendo contra nosotros en Afganistán; otros, se integraron en lo que ha venido a conocerse como al Qaeda, una organización surgida del invernáculo estadounidense-saudí de la guerra de Afganistán. El resto, como ellos dicen, es historia.
Del mismo modo, la impresión digital de EEUU está en la totalidad del nuevo Estado Islámico (EI) o «califato», en Iraq y Siria. Su predecesor, al Qaeda en Iraq, vio la luz en medio del caos y las luchas civiles que siguieron a la invasión y ocupación estadounidenses de ese país, después de que el ejército de Saddam Hussein fuese disuelto y cientos de miles de sunníes preparados para la guerra quedaran en las calles de las ciudades iraquíes. Buena parte de los líderes del Estado Islámico se conocieron en la prisión militar estadounidense de Camp Bucca; allí crecieron juntos, y reclutaron y formaron a potenciales nuevos miembros de la organización. De hecho, sin la intervención de la administración Bush, el EI habría sido algo impensable. Con el mismo esquema, la intromisión de EEUU (y la OTAN) en Libia, en 2011, incluyendo los siete meses de bombardeos, ayudó a crear las condiciones necesarias para el crecimiento de las milicias extremistas en varias zonas de ese país; así como la campaña de asesinatos mediante drones en Yemen ha reforzado ostensiblemente a al Qaeda en la Península Arábiga.
En otras palabras, cada organización terrorista a la que asombrosamente catalogamos como el bárbaro Otro tiene -curiosamente- una íntima, en general no explorada, relación con nosotros. Además, en estos años ha quedado claro (al menos para aquellos que viven en Gran Oriente Medio) que esos grupos no tienen el monopolio de la barbarie. Las acciones extremas realizadas por Washington en esa región, que van desde las cámaras de tortura de la CIA (ella los llama «sitios negros») hasta Abu Ghraib, desde los secuestros en cualquier lugar del mundo hasta los helicópteros estadounidenses disparando a los civiles en las calles de Bagdad. También ha habido un abanico de muy publicitadas actos de venganza, incluyendo la filmación de soldados de EEUU que ríen mientras orinan sobre unos cadáveres de enemigos, trofeos fotográficos de partes corporales tomados como recuerdo por soldados estadounidenses, fotos de los 12 integrantes de un «equipo de la muerte» dedicado a la caza «deportiva» de afganos y el estremecedor recorrido de un «lobo solitario», un sargento estadounidense, que una noche mató a 16 aldeanos, mayormente mujeres y niños, en Afganistán. Y esto no es más que la entrada.
Este es un asunto del que solo TomDispatch se ha ocupado. Según mi cuenta, la fuerza aérea de Estados Unidos ha hecho saltar por los aires, parcial o totalmente, por lo menos ocho fiestas de boda en tres países (Afganistán, Iraq y Yemen), matando en estos años a varios centenares de personas que estaban divirtiéndose, sin que se produjera la menor alteración ni pesadumbre en EEUU.
Es por eso que te escribo: por la falta de reacción aquí, entre nosotros. ¿Puedes imaginar qué pasaría si unos aviones o drones de otro país hubieran eliminado a los asistentes de ocho fiestas de casamiento en EEUU en, digamos, 12 años?
En una escala mayor, las invasiones, ocupaciones, intervenciones; los bombardeos y ataques desde el 11-S han resultado en un aumento de la muerte de civiles, de desplazamientos y de fragmentación en Oriente Medio. Todo esto, incluyendo esas incursiones de asesinato con drones en el otro lado del planeta, cuadra en un panorama de barbarie y terror que raramente reconocemos como tal. Por supuesto, a los grupos terroristas a los que nos encanta odiar también les encanta odiarnos y a menudo les ha faltado tiempo para emular el extremismo de nuestras acciones, por ejemplo la adopción de los monos color naranja de Guantánamo y el «submarino» de la CIA para sus propósitos simbólicos.
Quizá, después de todo, los estadounidenses no vean los drones, el arma de alta tecnología más sexy que pueda haber, como dispensador de terror. No obstante, nuestros tristemente llamados Predator (predador) y Reaper (la Parca), armados con misiles Hellfire (fuego eterno del infierno), con sus muy seguros pilotos a miles de kilómetros, zumban cada día sobre las poco pobladas zonas tribales de Pakistán y rurales de Yemen sembrando el terror a su paso. Que esto es así debería ser algo irrefutable, al menos por lo que se sabe desde el terreno.
De hecho, los asesinatos con drones de Washington podrían encajar en una categoría que para nosotros generalmente aplica a Ellos; los terroristas tipo «lobo solitario» en búsqueda de objetivos para hacerlos volar por los aires. En nuestro caso, se trata de personas en las que Washington reconoce «rasgos» de comportamiento asociados con los sospechosos de terrorismo. Son eliminados en «ataques con firma». Por eso, te pregunto: ¿Por qué es que en general los estadounidenses no se dan cuenta del impacto que esta nueva forma de guerra aérea produce en el mundo islámico, sobre todo cuando en las películas (como las de la serie Terminator), solemos hacer campaña contra las máquinas y en favor de los seres humanos que corren despavoridos debajo de ellas? La palabra que los operadores de drones utilizan para referirse a sus víctimas letales es muy reveladora: «bugsplat»*. El término evoca los sobrecogedores ataques aéreos con aviones convencionales con los que comenzó la invasión de Iraq en 2003 y refleja un inquietante sentirse Dios, un poder divino que desde las alturas ve a los «insectos» allá abajo.
Por supuesto, una pequeña parte escondida en todo esto es que todos esos actos, más allá de lo extremos que puedan ser, han sido reducidos a un confortable marco único. Tú sabes qué quiero decir: la necesidad de un estado de seguridad nacional que mantenga a los estadounidenses «a salvo» del terror. Creo que estarás de acuerdo en que, hoy día, este es un principio sacrosanto de la época posterior al 11-S, un principio que ha ayudado a expandir el estado de seguridad nacional hasta unas dimensiones ni siquiera inimaginables en tiempos de la Guerra Fría, cuando este país tenía otro enemigo imperial.
En nuestro mundo estadounidense se ha abusado demasiado de los términos «protección» y «seguridad». Los atentados del 11-S crearon lo que podría llamarse una versión nacional del PTSD** del que nunca nos hemos recuperado, aunque los peligros del terrorismo islámico -absolutamente reales- son relativamente menores. Dejemos a un lado las auténticas amenazas a la vida de EEUU y tomemos en cambio un oscuro ejemplo de lo que quiero decir. Hasta el más modesto investigador sugiere que en estos tiempos tan típicos los niños pequeños que encuentran un arma de fuego pueden matar o herir a más estadounidenses que los terroristas. Sin embargo, los medios de información tratan las muertes causadas por niños como historias extrañas y curiosas, no como una crisis de ámbito nacional, ya sea el relato de la muerte de una madre en un Wal-Mart de Idaho o las heridas que un niño infligió a sus padres en un motel de Albuquerque. Tampoco se preocupa mucho el gobierno de los peligros que representan los niños en plan «lobo solitario». A pesar de esas muertes, la legalidad de «transportar» pistolas (para protección personal -por supuesto- contra indeterminados adultos malos) es apenas cuestionada en este país y en lugar de ello esa práctica se extiende rápidamente lo mismo que el tipo de lugares donde se puede portar esas armas.
Ni siquiera pierdas el tiempo pensando en los más de 30.000 muertos cada año en accidentes de tránsito. Los estadounidenses conviven con semejantes niveles -espectaculares, sin duda- de mortandad sin un reclamo significativo; de este modo, la cultura del vehículo automóvil continúa intacta. Pero deja que un lejano grupo terrorista haga conocer un vídeo con una absurda amenaza -muy recientemente, en Somalia, al Shabab advirtiendo de un ataque en el centro comercial América de Minnesota- y las alarmas mediáticas se ponen a sonar, el gobierno publica advertencias, los jefes del departamento de seguridad interior (preocupados por su presupuesto inmovilizado en el Congreso) se presentan en la televisión para advertir a los comerciantes de que sean «particularmente cuidadosos» y los expertos discuten sobre la posible seriedad del peligro. Olvidan que lo único que al Shabab puede esperar de algo así es que algún perturbado habitante de Minnesota coja una de esas armas que abundan tan libremente en nuestra sociedad y vaya al centro comercial para hacer alguna barbaridad.
Y en el pánico constante sobre la seguridad en situaciones en las que en realidad hay muy poco peligro, nuestras propias atrocidades, vistas como acciones defensivas para asegurar nuestra protección, desaparecen en el océano de la alarma.
Entonces, ¿cómo responder a eso? Dudo que sigas estando de acuerdo conmigo, por lo que es probable que mi respuesta no tenga mucho peso para ti. Sin embargo, déjame que te la dé, bien que con algunas advertencias. A pesar de lo que puedas imaginar ni soy pacifista ni creo en un mundo perfecto. Aún más: yo no disolvería las fuerzas armadas de Estados Unidos. Está suficientemente claro que en este mundo es necesario contar con un poderoso poder militar con mentalidad defensiva.
No obstante, después de 13 años debería ser una obviedad que las políticas militaristas de este país en el Gran Oriente Medio y en cada vez más zonas de África han significado un desastroso descalabro. No tengo dudas de que una política exterior mucho menos brutal, menos extrema y menos belicista habría -en términos puramente pragmáticos- sido más eficaz en cualquiera de los aspectos imaginables. A menos, por supuesto, que tú des algún valor a un sistema centrado en la construcción incesante un estado de seguridad nacional y el refuerzo de la «seguridad» de ese sistema o la de un complejo militar-industrial y la «seguridad» de ese complejo. En ese caso, la necesidad de nuestra crueldad y la de sus consecuencias es algo más claro que un relámpago.
Aparte de eso, a pesar de lo mucho que hemos oído en este siglo XXI, mi sospecha es que lo que es recto y moral también es práctico y realista. A partir de esto, déjame que te ofrezca mi versión comentada de los Diez Mandamientos para un mejor mundo estadounidense (y un mundo mejor para todos). Admitámoslo, hoy, en esta época, bien podrían ser Veinte o Treinta Mandamientos, pero siendo la mía una mentalidad clásica, deja que me limite a 10.
1. No torturarás: La tortura, en todas sus horrorosas formas, parece haber sido notablemente ineficaz a la hora de producir información útil al estado. Incluso, si probara alguna eficacia por haber desbaratado atentados de al Qaeda, seguiría siendo tanto una acción absolutamente ilegal (aunque libre de castigo) como una desastrosa política exterior de primer orden.
2. No mandarás drones para asesinar a alguien, sea estadounidense o no: Las incursiones de asesinato mediante drones que están en curso, si bien matan a algunos terroristas, han hecho que un importante número de personas en zonas poco habitadas del planeta se una a grupos terroristas dando lugar así al aumento de sus efectivos y de su poder de atracción. Al mismo tiempo, han convertido al presidente Obama en nuestro asesino en jefe y a nosotros en una nación asesina.
3. No invadirás a otros países: ¡Oh!
4. No ocuparás otros países: A propósito, ¿cómo funcionó eso las dos últimas veces que Estados Unidos lo hizo?
5. No mejorarás tu arsenal nuclear: EEUU acaba de comprometerse a llevar adelante un programa de mejora de su enorme arsenal nuclear que durará 10 años y costará 1.000 billones (con «b») de dólares. Si se usara una parte significativa de ese arsenal, acabaría con la vida humana en la Tierra tal como la conocemos; esa perspectiva solamente debería considerarse como un crimen contra la humanidad. Después de años en los que la atención estadounidense de la cuestión nuclear se centró en un país -Irán- sin armas nucleares, el que esto pasara sin un serio debate es en sí mismo criminal.
6. No intervendrás las comunicaciones de tus ciudadanos ni los de otros países del mundo ni intentarás la construcción de un estado de vigilancia global basado en actos ilegales: Aparentemente, no hay un lugar en el mundo en el que la NSA*** no haya intentado hacerlo para conseguir la vigilancia de todo el planeta. Para obtener una inimaginable cantidad de información que en realidad parece no tener ninguna utilidad. Esencialmente, la NSA y el estado nacional de seguridad han declarado la ilegalidad de la privacidad y hecho trizas varias enmiendas de la Constitución. Ninguna información vale ese precio.
7. No estarás libre de castigo por los crímenes de estado: En estos años de auténtica criminalidad, el Washington oficial se ha convertido en una zona liberada para el crimen. No importa lo serio que sea el acto: ninguno de ellos -si ha sido cometido en nombre del estado en la era posterior al 11-S, no importa lo abyecto que pueda ser- ha sido llevado a los tribunales.
8. No utilizarás un enorme sistema de clasificación de secretos para privar a los estadounidenses del conocimiento real de los actos de gobierno: En 2011, EEUU clasificó 92 millones de documentos; desde entonces, el velo de secretismo sobre los actos del gobierno «del pueblo» no ha hecho más que crecer. Cada vez más, por nuestra propia «seguridad», se supone que solo debemos saber lo que el gobierno quiere que sepamos. Esto, por supuesto, es un crimen contra la democracia.
9. No actuarás penalmente contra quienes quieren que los estadounidenses sepan qué está haciendo en su nombre el estado de seguridad nacional: La feroz y draconiana campaña emprendida por la administración Obama contra quienes filtren información clasificada y contra quienes denuncien actos impropios no tiene precedentes en nuestra historia. Se trata de un desafío cada día mayor a la libertad de prensa y contra el derecho a saber de los ciudadanos.
10. No vulnerarás los derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad del ciudadano: ¿Es necesario explicarlo?
Si quieres resumir estos 10 mandamientos en una orden única, sería algo tan sencillo como: ¡No lo hagas! O, en un momento en el que al parecer nadie lo hace en Washington: ¡Detente y piensa entes de actuar!
Por supuesto, no hay forma de saber cómo sería un sistema nacional de seguridad construido sobre la base de estos 10 mandamientos, al menos mientras Washington insista tan denodadamente en repetir sus fracasos. Ahora está metido hasta el cuello en la tercera guerra de Iraq, intentando ralentizar la «retirada» de Afganistán y continuando la acostumbrada estrategia de asesinatos con drones; al mismo tiempo, desde el sur de Asia hasta Libia, pasando por Iraq y Yemen, las cosas solo empeoran, las organizaciones yihadistas crecen en poderío.
Aun así, la campaña electoral para 2016 ya está tomando la forma de una competencia entre candidatos que representan más de lo mismo, incluso mucho más de lo mismo, e incluso más y más de lo mismo. Es un hecho revelador que uno de ellos haya regresado y que sus asesores formaran parte del elenco de planificadores de la invasión y ocupación de Iraq.
Aunque los mandamientos de más arriba no ayudaran a la formulación de una política exterior (e interna) más práctica y segura continuaría estando convencido de que sería el camino mejor y más saludable para transitar. Como lo muestran regularmente los estadounidenses cuando se trata de cualquier cosa que no sea el terrorismo, la vida es un asunto peligroso y la condición humana es convivir con cierto nivel de inseguridad. El convertir nuestra seguridad en el valor primordial es un error grotesco. Lo único que asegura es un estado futuro sin relación alguna con cualquier sistema político democrático ni con los valores que este país ha defendido. Gran parte de lo que una vez valoraron los estadounidenses, desde la libertad a la privacidad, ya hace tiempo que se ha perdido en el camino.
Mucho de esto debe de saberlo tu corazón; sea como sea la forma en que lo proceses, espero que, dadas las circunstancias, el significado real que hoy tiene en este país la palabra «patriota» te haga pensar un poco.
Sinceramente tuyo,
Tom Engelhardt
TomDispatch.com
P.S. Últimamente, en mi particular guerra contra el terror, he estado pensando algunos «harás». Te doy un ejemplo: Honrarás a los héroes de nuestro mundo estadounidense; no, ¡no estoy hablando de los militares de EEUU! Me refiero a personas como el periodista James Risen, que casi va preso por hacer su trabajo de informador y ahora dedica su vida a «luchar por reparar el daño hecho por Barack Obama y Reric Holder a la libertad de prensa en Estados Unidos»; o la activista Kathy Kelly que hoy está en la prisión federal de Kentucky por haberse manifestado en protesta por los ataque estadounidenses con drones en una base de la fuerza aérea de Missouri.
Notas del traductor:
*. Bugsplat: dícese de los impactos de insectos contra el parabrisas de un vehículo.
**. PTSD (post traumatic stress disorder), acrónimo en inglés que alude al problema mental producido por el impacto de situaciones extremas, el sufrido -por ejemplo- por muchos soldados estadounidenses en la guerra de Vietnam.
***. NSA es el acrónimo de National Security Agency (Agencia Nacional de Seguridad).
Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project y autor de The United States of Fear, como también de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Es integrante del Nation Institute y administrador de TomDispatch.com. Su último libro es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World (Haymarket Books).