En las migraciones convergen las más diversas posibilidades: derribaron imperios y los consolidaron, aumentaron las ganancias del capital y mejoraron la vida de los trabajadores, son una ventana para la libertad o para la opresión. La historiadora Avi Chomsky enfoca su análisis en los sujetos de las migraciones. «La economía depende de la mano de […]
En las migraciones convergen las más diversas posibilidades: derribaron imperios y los consolidaron, aumentaron las ganancias del capital y mejoraron la vida de los trabajadores, son una ventana para la libertad o para la opresión. La historiadora Avi Chomsky enfoca su análisis en los sujetos de las migraciones.
«La economía depende de la mano de obra mexicana barata», explica la historiadora Avi Chomsky, quien estos días imparte un curso sobre inmigración en Montevideo. «Sin esa mano de obra los bienes y servicios baratos que disfrutan los ciudadanos estadounidenses, desaparecerían». En su opinión, los «ilegales» o «indocumentados» forman parte de una construcción social que justifica los malos tratos y beneficia a las grandes empresas.
La hija mayor del célebre lingüista es profesora de historia en la Universidad estatal de Salem, en el estado de Massachusetts. Publicó una decena de libros, el último dedicado a la historia de la revolución cubana. A mediados de la década de 1970 se relacionó con la Unión de Trabajadores Agrícolas (UFW por sus siglas en inglés) integrada en gran medida por inmigrantes mexicanos, lo que supuso un parteaguas en su vida: aprendió español y se comprometió con el mundo de los inmigrantes latinos, con sus movimientos y organizaciones, pero también se especializó en analizar a las multinacionales que los contratan.
En 2010 acudió como voluntaria del grupo de derechos humanos No Más Muertes, a Nogales, en la frontera mexicano-estadounidense, donde pudo comprender «los muros invisibles» que funcionan en su país y que afectan a toda la población no blanca. «Cerca de Boston, mi ciudad natal, viven miles de inmigrantes indocumentados que lograron cruzar la frontera y el desierto violentos, para vivir detrás de una nueva serie de muros en Massachusetts». En su opinión los barrotes de la opresión han sido reforzados por el gobierno de Barack Obama, quien ha contribuido como pocos a hacerlos aún más invisibles.
Toda su producción teórica y su práctica como activista está dedicada a comprender y acompañar a los más perjudicados por el sistema, los marginados o los habitantes del «subsuelo» como llaman los zapatistas a los que no tienen nada que perder. Cuando aborda el movimiento Occupy Wall Street destaca la ausencia de «la gente de color» y la necesidad que han tenido las «minorías» (que ya aportan la mayoría de los nacimientos) de organizarse en paralelo para no volver a quedar marginados.
– Usted sostiene que los inmigrantes son necesarios para el buen funcionamiento de la economía de su país.
– No me gusta hablar de la economía sino de cosas más concretas como el trabajo. Muchos empresarios están a favor de la inmigración porque les pagan salarios más bajos y trabajan en sectores en los que nadie quiere trabajar. Hay todo un discurso de que los inmigrantes les quitan el trabajo a los que tienen empleo. Es evidente que hubo cambios muy importantes en torno al trabajo. A lo largo del siglo XX la clase trabajadora se convirtió en clase media a través del acceso al sueño americano, por la participación política, buenos salarios, acceso a la educación y la salud. O sea bienes de consumo y bienes sociales. Con la desaparición del empleo industrial por el cierre de industrias y su traslado a los países de la periferia, está desapareciendo ese estilo de vida y las clases medias también. En la agricultura, en la industria avícola y en la construcción, predomina el trabajo mal pagado con empleo intensivo de inmigrantes. También sucede en los servicios ya que las familias demandas cuidados que antes podía cubrir el ama de casa pero ahora contratan inmigrantes para cuidar a los niños, cortar el césped y una infinidad de empleos que hace unas décadas no existían porque la familia perdió su tiempo libre porque deben trabajar muchas más horas al punto que el ocio fue colonizado por el trabajo.
– ¿Cómo afecta la crisis a los inmigrantes?
– Es curioso que en Estados Unidos hay altos niveles de desempleo pero entre los inmigrantes, y sobre todo entre los indocumentados, no hay desempleo porque hacen un trabajo necesario. Un presidente mexicano dijo que los inmigrantes hacen los trabajos que «ni los negros quieren hacer». Cuando yo era niña los que repartían los diarios eran los chicos del barrio porque recibían propinas. Ahora ese trabajo lo hacen los inmigrantes, empiezan a las cuatro de la madrugada, tienen que tener coche, pagan sus gastos de salud y de la seguridad social, y trabajan 365 días al año incluso cuando la nieve bloquea los caminos. Ganan apenas 500 dólares mensuales y no tienen derechos porque son autónomos. Ese es un tipo de trabajo típico de los inmigrantes sin documentos y la derecha económica es feliz con esta inmigración ya que permite aumentar los niveles de explotación que garantizan ciertos niveles de bienestar a los ciudadanos blancos.
– Desde el punto de vista cultural y político, ¿qué han aportado los inmigrantes latinos en las últimas décadas?
– Los movimientos de los latinos son la mayor esperanza para quienes queremos ver un cambio en el país. La izquierda está muy diezmada. El movimiento contra la guerra ya no existe, los sindicatos están muy golpeados y ya no luchan por cambiar la sociedad.
– Desde lejos parecería que el movimiento de los inmigrantes se ha diluido.
– No existen grandes manifestaciones de inmigrantes, pero en lo local hay mucha actividad. No tenemos movimiento estudiantil y predomina una gran despolitización, pero hay movimientos de los estudiantes latinos. Ellos comprenden cómo funciona el sistema en su conjunto. Sin embargo, entre mis estudiantes blancos predomina la idea de que no hay ninguna posibilidad de cambiar nada y no hacen nada. Nunca escuché a un inmigrante decir que no vale la pena luchar, y tampoco lo escucho en Colombia aunque las cosas están mucho peor que en Estados Unidos. Entre los trabajadores inmigrantes hay organizaciones sindicales, son los más explotados y son los que más se están movilizando.
– ¿Qué piensa del movimiento Occupy Wall Street?
– Es un movimiento muy importante pese a algunas limitaciones. En primer lugar ha despertado entre muchos jóvenes la idea de que existe derecho a protestar, a imaginar otro mundo y a movilizarnos para conseguir un cambio, algo que había sido imposible de lograr en los últimos años. Además ha sido capaz de movilizar mucha gente con el objetivo de que no sean otros los que decidan tu futuro. Y ha puesto en un lugar destacado la injusticia económica haciendo visible que la economía funciona de manera inmoral y favorece a unos pocos. Hasta que nació OWS esas cosas no estaban en discusión.
– ¿Cuáles serían los problemas que observa?
– Las comunidades de color se han sentido aisladas y hay una lucha de los afrodescendientes y los latinos para crear su propio movimiento, para participar desde su propia identidad. Ellos dicen Occupy the Hood (Ocupemos el Barrio), para darle visibilidad a sus problemas que no son contemplados por los activistas blancos porque no ven el racismo. En Estados Unidos se considera que el racismo es cuestión del pasado, se dice que el color de piel ya no importa (colorblindness). Aún los blancos de izquierda son incapaces de ver el racismo estructural y esa es una forma de excluir nuevamente. Estamos ante un nuevo racismo, un racismo que niega la existencia del racismo. La gente de color formalmente tiene derechos pero están profundamente afectados por la segregación residencial, por las leyes anti-inmigrantes, por el sistema judicial que penaliza a los varones jóvenes negros.
– ¿Es posible que estas dos culturas puedan coincidir en un mismo movimiento? Se lo pregunto porque en América Latina vivimos una permanente criminalización de los pobres, al punto que si usted pone la palabra pobre en el lugar de negro o latino, la situación no es muy diferente a la que describe.
– El problema que observo es la dificultad de ver el sistema en su conjunto y no sólo lo que sucede en un país. Los que están más marginados son los que pueden ver el sistema en su totalidad, porque los que están dentro del sistema, aunque sean oprimidos, pueden ver sólo aspectos parciales.
– ¿Cree que el impacto de Occupy Wall Street será similar al que tuvo el movimiento por los derechos civiles en la década de 1960?
– El movimiento de los derechos civiles consiguió muchas de sus demandas, pero los cambios en la sociedad nos llevaron a una nueva época de discriminación y racismo. La marginación de la comunidad negra ha empeorado y además aparece otro grupo más discriminado. A los negros se les otorgaron derechos legales pero la discriminación se trasladó a los latinos para que sigan haciendo los trabajos más duros y peor pagados. A los negros ahora se los discrimina de otra manera, ya no mediante leyes sino de una manera no explícita contra la raza, a través de la creación de nuevos delitos para criminalizar así a una gran proporción de la comunidad negra.
Michelle Alexander estudió la encarcelación masiva de los jóvenes negros. Cuatro generaciones no pudieron votar. La de los bisabuelos por la esclavitud, la de los abuelos por las presiones de Ku Kux Klan, la de los padres por los límites legales, las leyes de Jim Crowd, y ahora por estar acusados de delitos. El impulso de aquel movimiento era para la igualdad pero fue desarmado a partir de logros legales pero no sociales. El movimiento fue muy fuerte, muy potente, pero fue cooptado a partir del reconocimiento de la igualdad legal. Occupy Wall Street no tiene objetivos, ni un programa ni una estrategia y eso que puede atraer a muchas personas pero es también una debilidad porque sin objetivos claros no sabe hacia dónde va.
– Como activista comprometida, ¿cómo siente el mundo viviendo en Estados Unidos?
– Soy optimista por naturaleza. Pero cuando me pongo a analizar llego a la conclusión de que no voy a ver los cambios por los que venimos luchando. A eso se suma el problema ambiental porque podemos conquistar la justicia social pero en un mundo en el que yo podremos vivir. Lo que es importante es seguir haciendo lo posible por cambiar las cosas. Trabajo con comunidades negras colombianas desplazadas por las minas de carbón, gente que vivió toda su vida en sus tierras y de golpe los empresarios, gente como Goldman Sachs, los desplazan por la fuerza y terminan viviendo en basurales en las periferias urbanas. Saben que nunca van a recuperar sus tierras, tienen muy claro cómo funciona el sistema y saben que no tienen fuerza para modificar las cosas, pero siguen construyendo una trinchera desde la que resisten algo que los supera, algo que parece imposible cambiar.
Capital migrante
«Nos quitan nuestros trabajos y 20 mitos más sobre la inmigración», es el libro con el que Avi Chomsky intenta desarticular los argumentos de quienes encabezan campañas en contra de los inmigrante (1). Cuestiona el concepto de inmigrante «ilegal» porque contradice la Declaración Universal de Derechos Humanos y porque lo que es legal cambia con el tiempo. En todo caso, hay doce millones de personas sin documentos sólo en Estados Unidos, que están sobre representados en la agricultura, la construcción y los servicios peor remunerados. Seis de cada diez indocumentados provienen de México y casi todos los demás de otros países de América Latina.
Detrás y debajo de la inmigración, Chomsky detecta la eterna movilidad del capital: a comienzos del siglo XX los empresarios textiles comenzaron a invertir en el sur de Estados Unidos donde pagaban impuestos y salarios más bajos, los sindicatos eran perseguidos y había subsidios al capital. Luego argumentaban a los trabajadores de sus empresas en el norte del país que «la competencia del sur» socavaba sus empresas por lo que debían reducir salarios y aumentar los ritmos de trabajo (2) Dejaron de invertir en sus fábricas en el norte para cerrarlas definitivamente cuando estuvieron obsoletas.
Con los años, esa lógica interna se comenzó a aplicar fuera del país. Primero abrieron plantas en Puerto Rico, México, países centroamericanos y asiáticos. El tercer paso, luego de «modificar las relaciones de trabajo en las fábricas norteamericanas para hacerlas competitivas respecto al tercer Mundo», fue importar trabajadores latinoamericanos con el argumento de que «los estadounidenses no querían esos empleos». En realidad los gerentes de las grandes multinacionales comenzaron a reproducir en la metrópoli las condiciones de empleo que existen en los países en desarrollo que pasan, como sucedió en la industria frigorífica, por eliminar a los sindicatos.
Esta migración del capital revela que el imperio suele ensayar en su propio territorio y con su propia población, las recetas que luego exporta a sus periferias. Y viceversa. Así sucedió con los pueblos originarios y más recientemente con la «guerra contra las drogas» que se utilizó para derrotar los movimientos negros (ver recuadro).
La nueva segregación racial
Los muros invisibles
Con el 5 por ciento de la población mundial Estados Unidos tiene el 25 por ciento de los presos del mundo. En la ciudad de Washington tres de cada cuatro jóvenes varones afroamericanos van a pasar parte de sus vidas en la cárcel. Casi 2,4 millones de personas están en las cárceles y otros 5 millones se encuentran bajo sentencia probatoria o libertad condicional. De ellos, 40 por ciento son afroamericanos y 20 por ciento latino, cuando estos grupos constituyen 12 y el 16 por cinto de la población respectivamente.
La abogada y activista negra Michelle Alexander, autora de un célebre libro sobre la nueva segregación (3), sostiene que la mayoría de los jóvenes negros en las grandes ciudades de Estados Unidos son «almacenados en las cárceles» porque su trabajo ya no es necesario en la economía globalizada. Luego de haber sido etiquetados como «delincuentes» por pequeños delitos por los cuales no son condenados los blancos, quedan permanentemente atrapados en un estatus de segunda. Habitualmente se sostiene que la discriminación finalizó con las reformas promovidas por el movimiento de los derechos civiles de la década de 1960. Sin embargo, el sistema de justicia utiliza la «guerra contra las drogas» como su principal herramienta para mantener en pie la discriminación. En 2005, de cada cinco detenciones por drogas, cuatro eran por posesión. Sólo una de cada cinco se debía a la venta de drogas. Ocho de cada diez son negros.
Alexander defiende la tesis de que las formas de control racial han evolucionado y que el sistema penal y penitenciario juega ahora el mismo papel que la esclavitud. La «guerra contra las drogas» tuvo un impacto devastador en las comunidades afroamericanas, en una escala desproporcionada respecto a las dimensiones de la delincuencia: en menos de tres décadas la población carcelaria se multiplicó por ocho, en su inmensa mayoría por el incremento en las condenas en relación con las drogas, resultando en la tasa más alta de encarcelamiento del mundo.
Mientras los estudios muestran que los estadounidenses de diferentes razas consumen drogas ilegales en una proporción similar, la tasa de negros encarcelados por delitos de drogas es hasta cincuenta veces mayor que la de los blancos. En las grandes ciudades hasta el 80 por ciento de los varones afroamericanos tienen antecedentes penales, por lo que forman parte de una nueva casta de marginados que pierden sus derechos.
Notas:
(1) Haymarket, Chicago, 2011.
(2) «Mito 8», pp. 59-63.
(3) «The new Jim Crow: Mass Incarceration in the Age of Colorblindness», The New Press, 2010.
Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios colectivos sociales.
Fuente: http://alainet.org/active/5783