En septiembre y octubre de 2025 se
conmemora el 12º aniversario de la presentación oficial de la
Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés).
Este ambicioso proyecto, lanzado por el presidente chino Xi Jinping
durante sus visitas a Kazajistán e Indonesia en 2013, se ha
consolidado como una de las plataformas de cooperación internacional
más extensas y dinámicas de nuestro tiempo. Lo que comenzó como
dos propuestas complementarias —la “Franja Económica de la Ruta
de la Seda” y la “Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI”—
se ha transformado en una red de conectividad física y digital que
abarca Asia, Europa, África y alcanza América Latina.
Hasta
la fecha, China ha firmado más de 200 acuerdos de cooperación con
más de 150 países y más de 30 organizaciones internacionales. La
BRI se ha incorporado a los documentos finales de importantes
mecanismos multilaterales como la ONU y la APEC, reforzando su
legitimidad y alcance. En Eurasia, su impacto es particularmente
visible: corredores ferroviarios, puertos, parques industriales y
plataformas logísticas han acortado distancias, reducido costos y
abierto oportunidades para un desarrollo más equilibrado entre
regiones centrales y periféricas.
Más
allá de la infraestructura: un marco para la integración
Uno de los mayores aciertos de la
BRI ha sido entender la infraestructura no solo como una inversión
física, sino como un catalizador para la integración económica y
cultural. Las nuevas rutas ferroviarias que conectan Chongqing con
Duisburgo (Alemania), o Yiwu con Madrid (España), han reducido
drásticamente los tiempos de transporte entre China y Europa. Esto
no solo favorece el comercio de bienes manufacturados, sino también
el de productos agrícolas, bienes de consumo y artículos de alto
valor añadido que antes no podían competir con el transporte
marítimo por la velocidad.
En Asia Central, países como
Kazajistán y Uzbekistán han encontrado en la BRI una herramienta
para diversificar sus economías, tradicionalmente dependientes de
materias primas, hacia manufacturas ligeras, logística y servicios.
La construcción de parques logísticos en Khorgos o Aktau no solo ha
generado empleo, sino que ha estimulado cadenas de suministro
regionales más resilientes.
En el sur del Cáucaso,
proyectos como el ferrocarril Bakú–Tbilisi–Kars, integrados en
la BRI, han dado a países como Azerbaiyán y Georgia una nueva
relevancia geoeconómica, conectándolos con Europa, Asia Central y
el Mediterráneo oriental.
Contraste con el proteccionismo estadounidense
Este impulso a la conectividad y la cooperación contrasta fuertemente con el enfoque actual de la administración estadounidense, que ha intensificado el uso del llamado “garrote arancelario” como instrumento de política exterior y económica. Bajo este esquema, Washington ha recurrido a aumentos unilaterales de aranceles y a la imposición de sanciones comerciales para presionar a otros países y así maximizar sus propios intereses económicos, incluso a costa de generar distorsiones en el comercio internacional y desestabilizar cadenas de valor tanto globales como regionales.
Las cifras son elocuentes: Estados Unidos ha incrementado los aranceles sobre cientos de miles de millones de dólares en importaciones procedentes de China, la Unión Europea y otros socios estratégicos. Estas medidas están teniendo un doble efecto negativo: por un lado, para los consumidores estadounidenses, suponen un encarecimiento de bienes que va desde productos electrónicos hasta alimentos procesados; y, por otro lado, para las empresas globales, representan una mayor incertidumbre regulatoria y el riesgo de que las inversiones en cadenas de suministro internacionales pierdan viabilidad.
El proteccionismo no es un fenómeno nuevo en la historia económica de Estados Unidos —ya tuvo expresiones similares y no precisamente satisfactorias, en los años treinta con la Ley Smoot-Hawley—, pero en un mundo tan interconectado, las consecuencias actuales se amplifican de manera exponencial. La fragmentación de las cadenas de suministro está provocando interrupciones en la entrega de componentes críticos, el encarecimiento de materias primas y una menor previsibilidad para las inversiones transnacionales, lo que desalienta la planificación a largo plazo.
A diferencia de esta estrategia norteamericana defensiva y excluyente, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) se presenta como un marco de cooperación de “ganar-ganar”. En lugar de imponer barreras, busca reducir obstáculos físicos y técnicos al comercio mediante inversiones en infraestructura, integración logística y armonización normativa. Así, los países socios pueden aprovechar mejor sus ventajas comparativas, diversificar sus mercados de exportación e incrementar su conectividad con múltiples polos económicos, sin depender de un solo socio dominante.
Un catalizador para el libre comercio y el desarrollo equilibrado
La BRI, al integrarse con organizaciones regionales como la ASEAN, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), la Unión Económica Euroasiática, la Unión Africana, el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) y la CELAC, ha favorecido la coordinación de políticas comerciales y de inversión. Esta sinergia ayuda a reducir costes regulatorios, armonizar estándares y fomentar un comercio más fluido.
En Eurasia, la ampliación de las rutas marítimas abiertas al Sur Global ofrece a los países del interior —desde Mongolia hasta Bielorrusia— nuevas opciones estratégicas para exportar e importar sin cuellos de botella. Esto no solo aumenta su resiliencia, sino que estimula la competencia en transporte y logística, reduciendo precios y mejorando la eficiencia.
Por ejemplo, los corredores ferroviarios euroasiáticos han permitido que los envíos entre China y Europa se realicen en menos de 15 días, frente a las seis semanas del transporte marítimo tradicional. Esto es clave para industrias como la automotriz, la electrónica y la moda rápida, donde el tiempo de llegada al mercado es crítico.
Promoción del diálogo intercultural y de la estabilidad regional
Más allá de lo económico, la BRI ha promovido un flujo constante de intercambios culturales, académicos y turísticos. Los programas de becas, centros culturales y hermanamientos entre ciudades fomentan la comprensión mutua y reducen el riesgo de tensiones derivadas de la desconfianza o la falta de contacto.
En regiones con históricos conflictos o rivalidades, la cooperación en proyectos de infraestructura y comercio crea incentivos para mantener la estabilidad. Es más difícil romper relaciones diplomáticas cuando existe una línea ferroviaria, un oleoducto o un puerto compartido que genera beneficios tangibles para ambas partes.
En este contexto, la continuidad de la política arancelaria de Trump, basada en medidas punitivas y negociaciones bilaterales de presión, podría estar acelerando un reordenamiento del comercio internacional. Muchos países afectados por los aranceles buscarán diversificar socios y rutas para reducir su dependencia de EE. UU., y la BRI aparece como una plataforma idónea para ello. Su énfasis en la conectividad y la apertura ofrece a los participantes acceso a nuevos mercados, financiación e infraestructura, contrarrestando las restricciones impuestas por el proteccionismo estadounidense. Si estas tendencias persisten, la BRI podría consolidar su papel como eje alternativo de integración económica global.
Pedro Barragán es economista. Asesor de la Fundación Cátedra China. Autor de libro “Por qué China está ganando”.
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