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Murió el hombre que resucitó al Dragón

Fuentes: El Nuevo Sistema Mundo. Foto: [Un retrato tomado en 1971, cuando en una misión secreta Henry Kissinger viajó a China, para reunirse con Mao Tse Tung, lo que provocó un cambio revolucionario en la política exterior del imperialismo estadounidense y cambió el curso de la historia]

Hace más de medio siglo Henry Kissinger pensó que China, sumido en la pobreza, podía ser absorbido por la ilusión del capitalismo del “Sueño Americano” y convertirse en un Tigre asiático recargado, como la gran fábrica de Occidente y un enorme mercado del futuro. Los chinos, sin embargo, en una brillante estrategia de movimientos tácticos en simultáneo a largo plazo, que la Gran Cábala no entendió en su momento, se convirtieron en la Fábrica-Mundo, lograron la paridad tecnológica, rompieron récords de producción y se embarcaron al comando de la IV Revolución Industrial (Inteligencia Artificial y Computación Cuántica). Ahora son una potencia insuperable y, el nuevo paradigma, al comando de un Nuevo Sistema Mundo.

“Dejen que China duerma, porque cuando despierte, el mundo temblará”.
Napoleón

Los jerarcas de Washington, DC, lo veneraron al límite y lo elevaron al olimpo de los políticos más sobresalientes de los Siglos XX y XXI. Sus detractores lo condenaron al más profundo de los avernos al endosarle millones de muertos por sus estrategias de guerra en la década de 1970’s. Sin embargo, el hombre centenario, que murió el 29 de noviembre de 2023, también será lapidariamente recordado como el estadista que cometió el más grave desatino geopolítico del Siglo XX, al resucitar al Dragón Chino en 1972, una civilización-estado que, medio siglo después, amenaza con enterrar la hegemonía de Occidente en el presente siglo y, quien sabe, comandar el planeta en los siglos por venir.

Desoyó a Napoleón y Mackinder


Henry Kissinger no solo desoyó la advertencia de Napoleón, sino también la que John Halford Mackinder hizo hace más de un siglo, cuando en 1919 dijo: “No estaría fuera de lugar indicar expresamente que la implantación de algún nuevo control del Heartland, en sustitución de Rusia, no tendería a reducir el significado geográfico de la posición del eje. Si los chinos, por ejemplo, organizados como los japoneses, llegaran a vencer al Imperio Ruso y conquistar sus territorios, podrían representar un peligro amarillo para la libertad del mundo, porque simplemente añadirían un frente oceánico a los recursos del gran continente, ventajas de las que no han podido gozar todavía los rusos”.


Lo que Mackinder, sin embargo, no pudo imaginar es que casi un siglo después, China y Rusia —con las lecciones aprendidas a lo largo del Siglo XX e inicios del XXI, cuando el Imperio de la Gran Cábala intentó vencerlos y dominarlos— decidieron tender lazos de cooperación y acordaron una relación simbiótica. China y Rusia unieron —respectivamente— un espectacular desarrollo capitalista industrial, tecnológico y científico nunca visto en la historia de la humanidad; y una hipermoderna capacidad tecnológica—militar. Con ambos argumentos neutralizaron el poderío del Hegemón y resucitaron la pesadilla de Mackinder.

Una aparente audacia geopolítica


Así, en la década de 1970, la política exterior de Nixon —trazada por Kissinger, quien en 1971 visitó secretamente China— buscó con audacia geopolítica aislar a nivel mundial la esfera de influencia estalinista. Estados Unidos era plenamente consciente de la profundización del conflicto chino-soviético, que llegaron a los escarceos militares fronterizos en 1969. Era necesario reacomodar el tablero porque la Gran Cábala sabía que estaba perdiendo la guerra en Vietnam. La distensión entre Nixon y Mao era su estrategia para recuperar la ventaja en la lucha contra la Rusia dirigida por los herederos de José Stalin.


Esta parte de la estrategia geopolítica funcionó en las primeras dos décadas de la aproximación sino-estadounidense. Pero como sucede en una larga partida de ajedrez, conforme transcurre la partida las ubicaciones de las piezas cambian y, cuando se consideran diversos factores —como el cambio de las estructuras, quién posee el control de las casillas claves y cómo se han reubicado las piezas por todo el tablero-mundo— es importante saber cómo rehacer las estrategias.


En este contexto, la Gran Cábala pensó que su estrategia de atraer a China al Capitalismo tendría éxito y llevaría a cabo el Fin de la Historia con una presunta victoria global contra el comunismo, chino y soviético, lo que le permitiría la hegemonía global para relanzar un Nuevo Siglo del Imperialismo Occidental. Sin embargo, no comprendieron que la estrategia de los chinos era más sutil, cambiante y efectiva.

Las estrategias simultáneas de China


En principio, cuando China se aproximó a Estados Unidos en los 1970’s, la Gran Cábala pensó que los orientales, e incluso ellos mismos, estaban aplicando la antigua estrategia militar china de “Aliarse con un estado lejano para atacar el estado vecino”, que en ese momento era la Rusia Soviética. Sin embargo, lo que el Imperio no entendió es que la historia no es lineal, sino circular, pues en algún momento en el futuro todo vuelve al mismo punto y es, en ese preciso momento, cuando los objetivos suelen cambiar.


Tres décadas después, la Gran Cábala recién entendió lo que los chinos estuvieron haciendo en ese periodo, llevar a cabo estrategias en simultáneo. Así, los mandamases del Imperio no captaron que China estaba en camino de “Sitiar el reino Wei (el Imperio anglosajón) para salvar el reino Zhao (Rusia)”, y solo entonces dar el gran salto de forjar una alianza simbiótica con el propietario territorial del Heartland ambicionado por Mackinder. Es decir, en todo ese tiempo, China “Ocultó la daga tras una sonrisa”. Una alianza sino-rusa que se forjó sigilosamente desde principios del presente siglo, justo cuando la Gran Cábala pensó que estaba edificando el Nuevo Siglo Americano, con sus guerras en el Oriente Medio, y creyendo que tenían a los chinos en su bolsillo, sin saber que estaban cavando su propia tumba.


Solo entonces, al finalizar los “Furiosos Años 20’s” de este naciente tercer milenio, ambas superpotencias sentaron las bases de lo que ahora vemos con mayor claridad: lograr una “tarea verdaderamente histórica”, como lo dijo el canciller ruso Sergei Lavrov, y que nosotros —en el sentido que lo planteó Immanuel Wallerstein— lo hemos llamamos la edificación del Nuevo Sistema Mundo Euroasiático, que despojará a Occidente de los privilegios que conquistó hace quinientos años y que disfrutó sin oposición las últimas dos centurias. Eso fue lo que Kissinger no pudo prever hace medio siglo, aunque tuvo la hidalguía de reconocerlo en su libro “China”, publicado en 1917, cuando frisaba los 94 años —tal vez recordando a Gurbaksh Chahal: “He aprendido que las mejores lecciones vinieron de mis mayores errores”.

La arrogancia imperial de Mr. K


Hace medio siglo —cuando la arrogancia imperial estaba en su máximo pináculo, azotando y dirigiendo al mundo con el Garrote del imperialismo militar y la Zanahoria del “Sueño Americano” vía Hollywood— Kissinger visionó a Asia como el mercado del siglo XXI e imaginó a China como la fábrica controlada a distancia, que satisfaría las necesidades de miles de millones de compradores y alimentaría la voracidad de los accionistas de las multinacionales de Occidente. No sería difícil convencer de los “milagros económicos del capitalismo” a una nación que, por aquellos tiempos, era uno de los países más pobres del mundo, bajo el régimen de Mao. Sin embargo, no contaron que “El Diablo sabe más por viejo, que por diablo”.
La Gran Cábala de Occidente —la pequeña superburguesía de Europa y el puñado de megamagnates de Estados Unidos— compró los boletos de esa aventura concebida por Kissinger, debido a su arquitectura impecable, aunque con una ingeniería deplorable. Es más, el precio oculto a pagar, como lo señaló el economista estadunidense Paul Craig Roberts, fue la destrucción de un gran sector de la clase media americana, dedicada a los trabajos de la manufactura industrial de avanzada y de exportación. Y aunque esto era evidente para el sentido común, no hubo problemas porque la “ventaja” era que, a partir de entonces, todo sería más barato para los consumidores —que, sin chistar, también compraron la estafa monumental. Eso sucedió, desde finales de los 1990’s y principios del presente siglo, lo que aceleró el apetito voraz del consumidor estadunidense.


He aquí un ejemplo vivido por uno de los autores del presente ensayo: En 1992, un escáner Apple fabricado en Estados Unidos costaba poco más de US$2,000. A principios de los años 2,000, cuando la fabricación de las computadoras personales y demás accesorios, fue trasladado de Estados Unidos a China, un consumidor estadunidense podía adquirir una PC de escritorio por unos US$1,000 y, “de regalo”, recibir un escáner gratis. Es más, aquí cabe apuntar que el monumental “éxito” comercial de Steve Jobs, el fundador de Apple, recién tuvo lugar cuando sus plantas de producción fueron trasladadas desde Cupertino, en California, a Zhengzhou, en China, logrando que sus precios fueran relativamente más competitivos.


Para la Gran Cábala, no había problemas en sacrificar una pieza —su propia super industrialización— si con ello, pensaron, podían aumentar el poderío de sus piezas más pesadas. Pero ¿Cuál era su verdadero propósito?

Relanzando la Revolución Industrial Militar
En este escenario, es muy importante entender por qué, a principios de la década de los 1990’s, los tahúres decidieron apostar el sacrificio de su propia industrialización. La Gran Cábala se lanzó a la aventura de trasladar el complejo industrial-comercial a China, para reorientar sus recursos tecnológicos y humanos a una fase más que ellos habían emprendido desde la II Guerra Mundial: La Revolución Industrial Militar.


El complejo manufacturero bélico y sus ramificaciones tecnológicas ha sido el núcleo del poderío militar, industrial, económico y financiero de la Gran Cábala —escondidos tras una máscara llamada Estados Unidos— desde el fin de la II Guerra Mundial. Con ese respaldo impuso su “orden basado en las reglas”, dictadas a sus vasallos imperiales bajo el lema: “Hagan lo que yo ordeno, pero no lo que yo hago”. No por nada, hoy en día cuentan con casi mil bases militares diseminadas en los cinco continentes, la mayoría de ellas rodeando a Rusia y China.


Ahí encaja una sucesión de guerras después de 1945, “La Guerra es la Paz” —desde la Guerra Fría, hasta los genocidios en Vietnam y Camboya, de las cuales Kissinger fue un gran artífice, hasta la invasión y guerras por encargo en siete países de Oriente Medio desde el 2001, y hoy en día la guerra en Ucrania, por citar los casos más relevantes— y la imposición de una economía del miedo a través de la venta de armas, producidas por su vasto aparato industrial militar manejado por corporaciones privadas.
Entonces, al derribarse el Muro de Berlín en 1989, la Gran Cábala, en sus sueños más salvajes, vio que se aproximaba la oportunidad de un Nuevo Siglo a su favor.

Retomando a Mackinder


Cuando la Unión Soviética se disolvió en 1991, la Gran Cábala anticipó la oportunidad de renovar la teoría que Mackinder escribió en 1919: “Quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland (el vasto territorio de Rusia) dominará la Isla—Mundo (Europa más Asia y territorios de África y Oceanía); quien gobierne la Isla—Mundo controlará el mundo”.


Para alcanzar este objetivo, desde su propia arrogancia militarista insuflada desde 1945, había que renovar y rearmar el complejo de la industria militar, para cercar a Rusia, primero, y China después, con decenas de bases militares repletas de misiles y ojivas nucleares Made in USA. En este escenario, a lo largo de los 1990’s la Gran Cábala decidió sacrificar el aparato industrial doméstico de Estados Unidos para transferir esos recursos a su industria militar tecnológica e incrementar su letal producción para, según lo planeado, como veremos más adelante, propiciar conflictos en Oriente Medio. La meta final: conquistar sus recursos petroleros y gasíferos —con lo cual no solo podían reforzar la magnánima posición del petrodólar, sino también controlar los recursos energéticos que necesitaba la industrialización de China. Es decir, les ofrecían el auto último modelo del capitalismo, pero tenían que comprarles la gasolina. El Dragón les hizo creer que habían mordido el anzuelo.


Es así como fue concebido El Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (o en inglés Project for the New American Century o PNAC), un laboratorio de estrategias geopolíticas creado por los neoconservadores estadounidenses en 1997 y cuyos fundadores fueron, eventualmente, los controladores de la política exterior del gobierno de George W. Bush (2001—2008). Ellos solo requerían un “nuevo Pearl Harbor”, para impulsar las nuevas guerras de conquista. El 11 de septiembre fue el catalizador… el resto es historia conocida: Nuevas guerras de conquista, sobre la base de su vasto complejo de la industria militar, financiera y económica —el verdadero gobierno detrás de las sombras, como el presidente Ike Eisenhower advirtió en 1960 bajo su autoproclamada condición de rehén.
Entonces, para emprender las nuevas aventuras militaristas había que sacrificar el complejo industrial doméstico de Estados Unidos, transfiriéndolo a una nación que, en el pensamiento arrogante de la Gran Cábala, se podía occidentalizar y dominar: China. Después de todo, ellos creían que, si China estaba de su lado, como una víctima de la industrialización, Rusia quedaría más aislada y, eventualmente, debilitada y conquistable a través de “una revolución de color”.

La sabiduría de una civilización


Así pues, en ese 1972, cuando Henry Kissinger llevó a Richard Nixon al encuentro con Mao Tse Tung, el entonces secretario de Estado tenía unos naipes ya barajados y ases marcados. La apuesta era enorme y las ganancias seguras. Poco después, China y Estados Unidos reestablecieron relaciones en múltiples niveles diplomáticos y de cooperación. Pero no fue hasta la llegada de Deng Xiao Ping —tras la muerte de Mao y la purga del Partido Comunista de China— que los chinos, aparentemente, compraron el engaño, aceptaron los acuerdos con los tahúres y cerraron el trato.


El mensaje de Deng Xiao Ping a Estados Unidos de que estaban abiertos a un trato fue cuando dijo: “No importa de qué color sea el gato, lo que importa es que cace ratones”. Es decir, el gato del maoísmo los había inducido a la pobreza económica, por lo que, pragmáticos como son los orientales, era necesario darle la bienvenida al gato del capitalismo para salir de la pobreza.


¿Pero los chinos cayeron en la trampa? Ni por un segundo. Como lo dijo Chuang Tse, un antiguo sabio chino: “Un pequeño saber no se puede comparar con uno grande, ni una corta vida con una larga existencia”. Los 500 Años de Occidente es un tiempo muy breve ante los 5,000 años de la civilización china —que ya sabe de antemano el juego de los apostadores. Y no porque lo han leído, sino porque lo han visto, aprendido y sufrido a lo largo de su milenaria civilización.


En el corto plazo el negocio con olor de estafa se consumó y funcionó, al menos por dos décadas. La mano de obra barata oriental incrementó las utilidades de las corporaciones occidentales a niveles impensados. La apertura de un mercado de más de mil millones de consumidores rompió récords de producción. Aparentemente Kissinger había dado en el bull porque, para variar, esto también beneficio, temporalmente, a las grandes corporaciones euro—estadounidenses —como el caso de Apple, solo por citar un ejemplo— dispuestas a devorarse la mano de obra barata china y las concesiones que, por un tiempo, les concedió el gobierno chino.

Sacrificando el ciruelo


Pero desde el punto de vista de la sabiduría china, extraída de su propia historia, ellos estaban dispuestos a “Sacrificar el ciruelo por el melocotonero” y así “Aprovechar la oportunidad para llevarse un cordero” —sacrificar el ciruelo de dos generaciones chinas explotadas por el voraz capitalismo occidental, para tomar el melocotonero de la super industrialización y, finalmente, llevar al propio redil el cordero de la IV Revolución Industrial del Siglo XXI.

Y como el pato que no se dio cuenta que lo estaban cocinando, cuando creía que estaba tomando un baño de agua tibia, alrededor del 2008, tres décadas después del viraje ideológico de China, la Gran Cábala recién cayó en la cuenta de que ellos habían sucumbido ante su propia arrogancia y avaricia del “Fin de la Historia” y el presunto Nuevo Siglo Americano.
Una caída del piso más alto del Trump Tower que no solo les restaría ganancias, sino que les quitaría, en primer lugar, la esencia clave de cualquier superpotencia: ser el propietario y administrador de la Nueva Revolución Industrial. Y, en segundo lugar, dejaron en evidencia que el gran casino de las apuestas financieras, era solo una economía de papel —respaldado por el imperialismo militar de los saqueos de recursos materiales a escala global— y centrado en un capitalismo rentista del saqueo, como lo ha descrito el economista estadounidense Michael Hudson.

Del otro lado, desde su ingreso a la Organización Mundial de Comercio en 2001, China aceleró su crecimiento económico a un ritmo nunca visto —fue su “Primavera Kondratieff” — basado en un crecimiento de la economía real —no ficticia como la de los Lobos de Wall Street. La curva ascendente de su producción, los récords de exportación y su omnipresencia en los mercados e inversiones de desarrollo en los cinco continentes, a través de Las Nuevas Rutas de la Seda y los BRICS, elevaron la preocupación de la Gran Cábala.

La III Guerra Mundial en tiempo real


Pero China no podía haber hecho sola la monumental tarea de desplazar al Imperio Occidental de la Gran Cábala del eje del Sistema Mundo —como Wallerstein previó que iba a ocurrir, aunque sin precisar cómo sería— sin una asociación simbiótica con Rusia, el propietario territorial del Heartland ambicionado por Mackinder.


Y, como ya lo señalamos al principio en las palabras de Lavrov, esto se hizo aún más evidente cuando China, en su objetivo estratégico de asegurar su autosuficiencia energética, el 2 de diciembre del 2019 abrió las válvulas del gasoducto Fuerza de Siberia I, que transportaría el fluido desde Rusia. Fue entonces que las alarmas no cesaron de sonar y los esfuerzos de la Gran Cábala para detener esa monstruosa asociación euroasiática los empujó a medidas tan desesperadas como la propagación del Covid-19 a nivel planetario. El gato occidental luchando panza arriba.


Como ya lo hemos escrito antes, hoy podemos afirmar que, al menos desde 2020, vivimos una III Guerra Mundial a escala planetaria. Pero no es una guerra convencional, como esas que Hollywood nos quiere inducir en su colonización mental, sino una guerra híbrida en múltiples niveles —desde las guerras biológicas como la propagación del Covid-19 y la inducción de las vacunas ARNm, hasta las guerras económicas (por el control de los recursos materiales) y financieras para destronar al dólar como la moneda-mundo— sin dejar de lado las confrontaciones militares.


Ahora mismo hay dos conflagraciones internacionales: Rusia tomó la iniciativa para defender su codiciado territorio —el Heartland que Mackinder propuso conquistar para que Occidente dominara el mundo— y atacó Ucrania para mantener abierto el Mar de Azov y el Mar Negro hacia la salida del Mar Mediterráneo; la otra comenzó en octubre pasado cuando Hamas, una facción radical palestina que, irónicamente, fue creada por el gobierno israelí a finales de los años 1980’s, atacó Israel. La reacción militar pecó de excesiva y ahora mismo hay un activo foco de tensión entre Occidente con el mundo árabe. Como lo señaló el analista Pepe Escobar, el mundo está observando en tiempo real la brutalidad genocida de Occidente, cuya reserva moral, de la cual se ufanó, está hecha cenizas bajo las bombas que caen en la Franja de Gaza.

Y todo comenzó como cuando el Lobo pensó que se iba a comer a la Caperucita.

“Matar con el cuchillo prestado”


Así, el Kissinger triunfador de 1972 —también recordado por su sangriento currículo en Vietnam, Camboya, Chile y Argentina, por citar sus episodios sangrientos más mencionados— hoy, por esas ironías del destino, puede verse como el facilitador de una de las estrategias chinas más letales: “Matar con el cuchillo prestado”. Le dio al Dragón el arma del capitalismo con el cual ahora Occidente caerá bajo la versión “con características chinas”. Las proyecciones de Henry fueron erradas y las consecuencias de su iniciativa serán determinantes en la caída de la Gran Cábala.

Ahora está claro que los asiáticos aceptaron ese trato asimétrico, hace más de cuatro décadas, para acelerar la transferencia tecnológica que, recargada gracias a su inventiva —cobrándole a Occidente la factura por la pólvora que ellos inventaron en el Siglo IX y que fue decisiva en la edificación a sangre y fuego del Sistema Mundo Occidental hace cinco siglos, como lo describe Noam Chomsky en su libro “501 la Conquista continúa”— los ha transformado en la primera potencia económica mundial, bajo la perspectiva de paridad cambiaria.


Las otras consecuencias que dejó Henry Kissinger, un refugiado judío de la II Guerra Mundial que había nacido en Alemania, tienen que ver con las teorías del geógrafo inglés John Halford Mackinder y las del sociólogo americano Immanuel Wallerstein, quienes dieron las herramientas para que China y Rusia dibujaran el mapa del Nuevo Sistema Mundo Euroasiático. Esos trazos permiten avizorar un mundo en manos de otras fuerzas. En ningún caso la Gran Cábala retiene el poder. Como se recuerda, los autores de este portal adelantaron estos argumentos desde el 2017.

Una temeridad agradecida por los chinos


Debe reconocerse, en cualquier caso, la osadía de Kissinger para tratar de someter a una civilización de cinco mil años de antigüedad —la única en pie bajo una continuidad histórica que Occidente no pudo destruir— con una casta de banqueros e industriales de apenas dos siglos de existencia. Una temeridad que, irónicamente, los chinos se lo agradecieron cuando, en julio pasado, el presidente chino Xi Jinping, recibió a Kissinger en Pekín, y dijo: “El pueblo chino nunca olvida a sus viejos amigos, y las relaciones chino-estadounidenses siempre estarán vinculadas con el nombre de Henry Kissinger”. Esas palabras resumen lo expuesto en este breve ensayo.

El casino occidental se está desmoronando y será sometido al “Mandato bajo un solo cielo”, un concepto de la filosofía china tradicional referente a que se le quitaba el mando a un mal gobernante y el poder político se transfería a otro individuo que poseyera dotes de mejor gobernante. El centenario Henry Kissinger, irónicamente premio Nobel de la Paz 1973, será recordado en el futuro por darle a China el poder de quitarle a Occidente el mando del Sistema Mundo y transferirlo a su nuevo emperador. Que descanse en su tumba —如果魔鬼不想讓他進入他的王國.

Fuente: https://elnuevosistemamundo.org/murio-el-hombre-que-resucito-al-dragon/