Sin duda Mandela fue una de las figuras clave de la lucha por la liberación del último siglo. Es más, fue seguramente el personaje más importante de la historia de Sudáfrica durante este período; no es poco teniendo en cuenta que hablamos de un hombre negro en lo que fue, primero, una colonia racista de […]
Sin duda Mandela fue una de las figuras clave de la lucha por la liberación del último siglo. Es más, fue seguramente el personaje más importante de la historia de Sudáfrica durante este período; no es poco teniendo en cuenta que hablamos de un hombre negro en lo que fue, primero, una colonia racista de Gran Bretaña, y luego el régimen de apartheid, símbolo mundial de la discriminación sistemática.
Millones de personas, yo incluido, lloramos su muerte, y no nos faltan razones. Pero también la lloran (o fingen hacerlo) los representantes del mismo establishment que comerció con el régimen racista de Sudáfrica, ignorando el boicot exigido por el movimiento popular, o incluso tildó a Mandela de «terrorista». Como suele pasar en estos momentos, las memorias son cortas y selectivas, mientras que la hipocresía lo inunda todo. Le debemos a Mandela ir más allá de los mitos y las mentiras y recordarle por lo que realmente era.
Mandela nació en 1918 en una familia real tribal; sufrió el racismo, pero tuvo una mejor posición que la mayoría de jóvenes negros. Fue a la universidad y logró convertirse en abogado. Mientras tanto, se integró en el Congreso Nacional Africano (ANC por sus siglas en inglés), llegando a partir de los años 40 a cargos cada vez más destacados en esta organización.
La ANC se oponía al apartheid, pero entonces seguía los principios de no violencia de uno de sus fundadores, Gandhi. Mientras, su creciente alianza con el Partido Comunista de Sudáfrica, rabiosamente estalinista, no fue obstáculo alguno para que la ANC tuviera como objetivo final eliminar la discriminación racial dentro de una sociedad capitalista.
Mandela no discrepó de este objetivo, pero sí empezó a cuestionar la estrategia no violenta. Diferentes factores llevaron a Mandela a fundar, en 1961, el brazo armado de la ANC, Umkhonto we Sizwe (MK, lanza de la nación). Poco después fue detenido y empezó su largo calvario en la cárcel.
Townships Como ya se ha comentado, entonces la derecha institucional lo tachó de terrorista y los gobiernos europeos, tanto conservadores como socialdemócratas, mantuvieron su comercio con el régimen de apartheid. Con el tiempo, surgió un fuerte movimiento a favor de su liberación, y paralelamente por el boicot a Sudáfrica; al final, cada vez más partidos institucionales se sintieron obligados a apoyar sus demandas.
Mientras tanto, a finales de los 70 y principios de los años 80, crecieron las luchas en Sudáfrica. Por un lado y bajo la influencia de la ANC se formaron nuevos movimientos de base en las poblaciones negras, los «townships». Aún más importante, un nuevo movimiento sindical creció en los lugares de trabajo, en general fuera del control de la ANC e inspirado en los principios del control obrero y la democracia de base.
El choque de visiones entre este nuevo sindicalismo y la ANC quedó plasmado en las reacciones opuestas ante la lucha obrera en Polonia, liderada por Solidarnosc. Más tarde, y como ocurre por todas partes, algunos de sus dirigentes pasarían a la derecha, pero en 1980, Solidarnosc fue un auténtico movimiento de masas, basado en la autogestión y la democracia desde abajo. Gran parte del nuevo movimiento sindical sudafricano, para ser exactos su ala mayoritaria «obrerista», se identificó con la lucha obrera polaca. La ANC quedó identificada con los regímenes estalinistas; me acuerdo que en aquella época vi que la revista de su brazo armado, MK, se editaba desde, y por tanto con el apoyo de, Alemania del Este, del bloque soviético.
El ala obrerista entendía que la ANC quería acabar con el apartheid, con la desigualdad racial, pero no con la desigualdad de clase. Se preguntaron: si gran parte de la lucha y del sacrificio iban a cargo de la clase trabajadora negra, ¿por qué los beneficiarios principales de una futura victoria debían ser la pequeña minoría de negros de la clase media o la burguesía? Era una buena pregunta; el problema era que su respuesta se limitaba a seguir con la lucha sindical, sin dar forma organizada a lo que claramente era una visión política diferente a la de la ANC. Pero la lucha contra el apartheid era una lucha política, no sólo sindical, y hacían falta respuestas políticas globales, no sólo agitación en el lugar de trabajo. A falta de una opción política propia, el sector obrerista acabó disolviéndose en la ANC, aceptando su liderazgo en el marco de una nueva confederación sindical unificada, COSATU, formada en 1985.
Dos dinámicas Durante los siguientes años, hubo dos dinámicas en Sudáfrica, relacionadas pero parcialmente contradictorias. Por un lado, hubo un ascenso de lucha social, así como de represión estatal. Por el otro se abrió un proceso de negociaciones, en el cual Mandela se reunió en secreto con representantes del régimen. Los dirigentes más perspicaces del apartheid sabían que el régimen no podía continuar como era, por toda una serie de motivos. Lo más importante fue la lucha social y el crecimiento del movimiento obrero.
Esto iba ligado a los retos planteados por la globalización económica, con la necesidad de modernizar una economía demasiado centrada en la extracción de minerales y la agricultura. Pero una economía moderna no podía funcionar con una mano de obra poco cualificada que vivía bajo condiciones parecidas a la esclavitud; aún menos cuando estaba en rebelión abierta contra estas condiciones. Finalmente, la campaña de boicot y el aislamiento internacional del régimen también tuvieron su efecto.
Así que para dirigentes como F W de Klerk, elegido presidente de Sudáfrica en 1989, el reto era, como se dice, «cambiarlo todo para que nada cambie». En esto, los dirigentes de la ANC, Mandela incluido, se convirtieron en socios imprescindibles. Aceptaron una transición en la cual los verdugos de las largas décadas del apartheid no serían castigados; una transición que no pondría en cuestión el capitalismo sudafricano.
Con todo, el cambio fue una liberación. Para las personas que habíamos apoyado desde lejos la lucha contra el apartheid, ver como Mandela salió libre en febrero de 1990, tras 27 años en la cárcel, fue una inspiración; sólo podemos imaginar cómo debía sentirse la gente que luchaba dentro de Sudáfrica. En 1994, Mandela fue elegido Presidente; otra vez, fue un enorme paso simbólico.
Pero… como había advertido la parte obrerista años antes, los principales beneficiarios fueron unas pocas personas negras acomodadas. En la nueva Sudáfrica, las grandes empresas necesitaban caras negras en sus juntas directivas. Una de las personas que asumió esta «responsabilidad» fue Cyril Ramaphosa. En los años 80 fue dirigente del muy combativo sindicato minero; ahora es vicepresidente de la ANC pero, más importante, un hombre de negocios. Los muchos intereses empresariales de Ramaphosa, ahora quizá el hombre más rico del país, incluyen la empresa Lonmin; donde decenas de mineros fueron masacrados durante la huelga en Marikana en agosto de 2012, y a Ramaphosa se le atribuye parte de la culpa.
En otro ámbito, tenemos la terrible situación en Sudáfrica respecto al VIH y el SIDA. La persona que Mandela preparó como su sustituto, Thabo Mbeki, se convirtió en presidente en 1999. Mbeki (en parte gracias a la intervención de una extraña secta basada en Barcelona que niega la existencia del VIH), quitó los medicamentos a las mujeres embarazadas seropositivas; como resultado éstas pasaron el virus a sus bebés. Se ha estimado que las prohibiciones de Mbeki al tratamiento de VIH han provocado, en total, más de 300.000 muertos en Sudáfrica. A éstos, hay que sumar la injusticia social, pobreza y sufrimiento provocados por su programa económico neoliberal; recortes sociales y privatizaciones que se justifican en el nombre del «empoderamiento negro».
Todo esto es fruto de la «nueva Sudáfrica» producida por la estrategia de la ANC y del propio Mandela. Aún así, Mandela intentó hacer enmiendas. Sin romper públicamente con sus herederos políticos, dedicó sus últimos años a campañas para combatir el SIDA y el VIH, así como a la lucha contra la pobreza. Esto no compensa las políticas que la ANC sigue aplicando, pero sí confirma su compromiso personal.
No debemos ignorar los aspectos cuestionables de su política, pero con todo, Mandela fue una gran figura. El mundo es más pobre con su muerte.
David Karvala es miembro de En lluita y de Unidad Contra el Racismo y el Fascismo en Catalunya.