Cuando el 14 de abril de 2014 se conoció que el grupo fundamentalista nigeriano, Boko Haram había secuestrado a doscientas setenta y seis alumnas de una escuela secundaria en la ciudad de Chibok, del Estado de Borno, al noreste del país, gran parte del mundo comenzó a tomar conciencia de que lo que estaba sucediendo en ese país africano desde el 2009 no era para tomar a la ligera. (Ver: Nigeria: La sonrisa de Michelle).
Aquel secuestro en ese contexto solo era un crimen más en la profusa carrera del grupo, que iba a convertir en uno de los más activos y mediáticos del continente.
Sobre el caso de Chibok poco y nada se ha adelantado desde entonces, ya que la mayoría de las muchachas, doscientas diecinueve, continúan desaparecidas. Aunque el caso solo vuelve a los titulares cuando cada tanto alguna de ellas reaparece, tras conseguir escapar más por un descuido de sus captores que por acción de las autoridades. Justamente por ellas es que se conoce que muchas de esas jóvenes se han convertido o bien en esposas de los terroristas, esclavas sexuales o han sido vendidas a alguna cadena de trata.
Desde entonces han continuado de manera constante las acciones del grupo que, en 2015, sufriría su primer desgajamiento dando lugar al surgimiento del Estado Islámico Provincia del África Occidental (ISWAP), con quien, desde entonces, Boko Haram mantiene una guerra intermitente en la que se han producido mutuamente la muerte de centenares de milicianos, entre las que se incluyen la de sus dos principales emires en 2021, con pocos meses de diferencia. En mayo, se suicidaría al verse rodeado por sus antiguos hermanos Abu Bakr Shekau, quien impulsó a Boko Haram a la espiral de violencia que recién se pudo aplacar tras su desaparición. Mientras que el líder del ISWAP, Abu Musab al-Barnawi, hijo del fundador de Boko Haram, Mohammed Yusuf, murió en combate en el mes de agosto.
El accionar de ambas khatibas se concentra en los estados del noreste del país. Específicamente en Yombe y Borno, aunque desde 2020 han comenzado a extenderse hacia el oeste y también hacia el sur, donde se han localizado campamentos no lejos de la ciudad de Abuya, la capital del país.
Más allá de que el epicentro de su actividad se concentra junto al lago y frontera del Chad donde se asienta, al igual que en todo el norte del país, la comunidad musulmana, aproximadamente el cincuenta por ciento de los doscientos cuarenta millones de habitantes. Donde los terroristas han preferido tercerizar sus operaciones, dejándolas en manos de mafias locales que operan en nombre de los integristas, como ha sido el ataque al tren de la Nigeria Railway Corporation (NRC), Abuya-Kaduna en marzo del 2022, que dejó una docena de muertos y se produjeron ciento cincuenta secuestros extorsivos. (Ver: Nigeria, la perfecta metáfora africana.)
También los rigoristas han encargado a estas bandas locales ataques y secuestros a escuelas en los estados del centro norte (Kaduna, Níger, Benue, Kwara, Zamfara), donde se han multiplicado sin cesar. La mayoría de estos secuestros se resuelven tras el pago y, de no ser así, los jóvenes son incorporados a las filas terroristas. (Ver: Nigeria, el eco infinito)
En los estados cristianos del sur, los terroristas wahabitas han atacado innumerables iglesias, templos, escuelas y comunidades de ese credo, secuestrando a sacerdotes y ministros, como el ataque a la iglesia cristiana de San Francisco Xavier, en la ciudad de Owo, en el estado de Ondo, al sudeste del país, en junio del 2022, dejando unos cincuenta muertos. (Ver: Nigeria, el terror se expande y se confunde)
Esas operaciones han producido, desde el 2020 hasta la fecha, un estimado de entre quince y veinte mil muertes, de las que solo siete mil se han producido en lo que va de este año.
Estas son las razones que han llevado a Donald Trump, en uno de sus habituales cacareos, a amenazar con intervenir el país del golfo de Guinea para terminar con lo que ha llamado un “genocidio cristiano”, aunque también lo sufren las comunidades musulmanas y animistas, de las que nadie se conduele.
Trump, no te tenemos miedo
En este contexto, mientras las operaciones militares continúan fracasando para contener el accionar insurgente, los terroristas junto a las bandas criminales siguen ejecutando al ritmo de sus propias necesidades.
Mientras se espera que Trump vuelva a recordar el “genocidio cristiano” y lance otra advertencia, que no modifica nada, el pueblo nigeriano sufre las consecuencias de ese constante eco de violencia que lejos de apagarse resurge cada día.
Más allá de los diversos ataques contra unidades del ejército, mezquitas chiitas e iglesias cristianas, sumado a los choques eventuales entre militares y terroristas, a lo que se le suma a la “guerra” entre las diferentes facciones en que se han articulado las khatibas del Daesh (Boko Haram, ISWAP y Ansaru (Vanguardia para la protección de musulmanes en las tierras negras)) e incluso, por ahora en menor escala, al-Qaeda bajo la denominación de Grupo de apoyo del Islam y los musulmanes, que se producen prácticamente a diario, la realidad del pueblo nigeriano se hace a cada momento más oscura.
En este contexto se anota el reciente secuestro de al menos trescientos alumnos y una docena de profesores, convirtiéndose en el segundo secuestro más numeroso de esta última semana. Sucedido en la escuela católica de Santa María en Agwara, de la comunidad de Papiri en el estado de Níger, en el centro del país, el más extenso de los treinta y seis en que se divide Nigeria.
Según fuentes policiales, los secuestros se produjeron en la madrugada del viernes 22, tras lo que se han desplegado distintos operativos por parte de fuerzas militares y de seguridad para hallar a los delincuentes, sin especificar a qué tipo de delincuentes se refiere, si son comunes o terroristas.
Más tarde se conocería que unos cincuenta niños del grupo inicial consiguieron escapar de sus secuestradores dispersándose en el bosque y regresando desde distintas direcciones con sus familias. Mientras, el resto finalmente fue conducido por los atacantes hacia las espesuras de esos mismos bosques.
Este incidente es el tercer secuestro masivo de estudiantes producido en el Estado de Níger en los últimos diez años. El último se había producido en mayo de 2021, cuando unos doscientos alumnos fueron sustraídos de una madrassa (escuela islámica) del municipio de Tegida. Durante su cautiverio, al menos seis de los estudiantes murieron a manos de los terroristas.
El lunes 17 al menos veinticinco niñas de un internado femenino del Estado de Kebbi, fronterizo con el de Níger, fueron secuestradas, mientras que la subdirectora fue asesinada en medio de la acción.
En este contexto el presidente Bola Tinubu ordenó a su viceministro de Defensa que viajara para interiorizarse de los hechos y los arreglos para el rescate.
Ningún grupo de los que operan en esta área ni ninguna banda criminal se ha atribuido estas acciones.
Según expertos locales, atribuyen estas operaciones a pastores que mantienen un largo conflicto armado con agricultores por el permiso de paso hacia los campos de pastoreo.
En otro hecho aparte, el ISWAP se atribuyó la muerte de un general en el estado de Borno tras haber fracasado el pedido de rescate. En el estado de Kwaea unos cuarenta feligreses de una iglesia cristina fueron secuestrados en plena misa cuando era trasmitida en vivo para miles de personas. Los secuestradores exigieron unos cien millones de nairas, unos setenta mil dólares americanos.
Los constantes ataques, que se han generalizado en secuestros masivos por ser una de las fuentes para su financiamiento, tanto se han realizado por muyahidines como guerrilleros separatistas o bandas de criminales comunes, que se han extendido a lo largo de toda Nigeria y sea quien sea que los realice, siempre trae un déjà vu a Chibok.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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