Con ‘The Post’, el peso de la involución te cae encima de golpe. Hoy no parece posible la suma necesaria de tantos actores para defender el derecho a la información frente al poder.
Portada del Washington Post del 1 de julio de 1971.
Hay ocasiones, quizá demasiadas, en las que revisar la Historia conduce directamente a la zozobra y la melancolía. Momentos en los que asumes que algunos tiempos pasados estuvieron mejor y que lo que hoy parece una hazaña solo fue una suma de compromisos cívicos. Con The Post -Los archivos del Pentágono- ocurre eso. El peso de la involución te cae encima de golpe y la comparación con el presente no se aguanta. La película, sublime, es el retrato del director Steven Spielberg de aquel junio de 1971, cuando el New York Times, el Washington Post y hasta 18 diarios más se enfrentaron al presidente Nixon y ganaron. Hizo falta que una fuente, decenas de periodistas, directores de periódicos, sus dueños y seis jueces del Supremo coincidieran en que el derecho a la información estaba por encima del poder. Hoy, en España, no parece posible la suma necesaria de tantos actores. Pero tampoco en Estados Unidos, ni siquiera con Trump. Jeff Bezos no es Katherine Graham. Y Silicon Valley, con su dominio absoluto de internet, tampoco ayuda a la independencia de los medios.
El relato es conocido: un analista filtra a la prensa siete mil páginas de un archivo secreto del departamento de Defensa -encargado por su secretario, Robert McNamara- que contiene las mentiras de todos los Gobiernos de Estados Unidos sobre Vietnam, una guerra que prolongó a sabiendas de que estaba perdida. Varios diarios publican parte de este material, el gabinete Nixon intenta pararlo, y el Supremo da la razón a los periódicos: «La prensa está al servicio de los gobernados, no de los gobernantes».
Todo empieza cuando Daniel Ellsberg, el investigador de la Rand Corporation -un think tank de Defensa-, difunde los documentos confidenciales. Desde que copió aquellos miles de papeles hasta que el Times los publicó por primera vez pasaron 22 meses. Casi dos años en los que intentó que vieran la luz, primero a través de senadores antibelicistas, y después en la prensa. Ellsberg, que permaneció dos años en Vietnam como analista del Gobierno y aún sigue vivo, hablaba así en 2007:
«Había 7.000 páginas de documentos ultrasecretos que demostraban un comportamiento inconstitucional por parte de una sucesión de presidentes, la violación de su juramento y la violación del juramento de cada uno de sus subordinados -yo, por ejemplo- que habían participado en ese terrible, indecente fraude, que se prolongó durante años en Vietnam, sumiéndonos en una guerra sin esperanza -una guerra injusta-, que, por supuesto, se ha reproducido y se está reproduciendo».
Spielberg ha explicado en varias entrevistas que leyó el guión hace apenas un año -un presidente republicano en guerra con la prensa- y que decidió hacer la película inmediatamente. Trump tuvo la culpa. La historia podía haberse contado con el New York Times como protagonista -la exclusiva fue de ellos- pero entonces no estarían Katharine Graham [Meryl Streep], periodista y dueña del grupo editor del Post, ni Benjamin (Ben) Bradlee [Tom Hanks], su director.
Graham y Bradlee representan en The Post la épica del periodismo. Conforman el equipo que desde una posición inferior -su diario, ahora el tercero en importancia en Estados Unidos, era entonces una publicación local, circunscrita a Washington- pelea por sacar adelante el periódico. Con dos visiones distintas, la empresa y el oficio; con una idea común: para eso hay que tener buenos periodistas y dar noticias.
Ella es una mujer en un mundo de hombres. A pesar de ser la heredera natural de la compañía, su padre, un banquero que había comprado el periódico en quiebra en una subasta, decidió dejarlo en manos de su yerno, un hombre enfermo que terminó suicidándose joven. Con 45 años y viuda, Katharine Graham se convirtió en la dueña de una empresa de medios, sin apenas experiencia y obligada a tomar decisiones importantes. Una de ellas fue colocar a Bradlee como director del periódico. Otra, fundamental, fue publicar los papeles del Pentágono. Lo hizo durante su fiesta de cumpleaños, con McNamara, íntimo amigo, entre los invitados. Y dos días antes de que el grupo saliera a Bolsa, en una operación que los bancos supeditaron a que no se produjera ningún escándalo.
The Post también es una película feminista, que expone el machismo en los detalles. La soledad de Graham/Streep, sus inseguridades, sus balbuceos…y su empoderamiento final. Siempre entre hombres, frente a su condescendencia. Entre las pocas mujeres de esta crónica está la esposa de Bradlee, que solo ejerce de eso, hasta que en el momento clave le explica a su marido la trascendencia de la decisión que tiene que tomar su jefa, enfrentada a sus amigos, incomprendida por su consejo de administración, y expuesta a la amenaza de perderlo todo.
Ben Bradlee fue un director periodista. No hay tantos. Su trabajo era contar noticias. Empezó como repartidor de diarios, pasó por el frente del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, fue corresponsal de la revista Newsweek en Europa y terminó como director del Post. En sus memorias, dedica cuatro veces más espacio a los papeles del Pentágono que al Watergate, a pesar de que el segundo escándalo fue primicia de su periódico. Cuenta la película -y confirman fuentes del Washington Post– que los archivos llegaron directamente a casa de Bradlee, que fue allí donde los periodistas, en apenas horas, cribaron y escribieron las primeras noticias. Y que mientras eso pasaba la hija del director les vendía vasos de limonada. Bradlee siempre lo tuvo claro: «La única forma de proteger tu derecho a publicar es publicar».
El 30 de junio de 1971, la editora y el director esperaban en la redacción del periódico el dictamen de la Corte Suprema. Finalmente, seis de los nueve jueces avalaron la publicación de los documentos secretos en lo que se consideró una de las grandes victorias de la Primera Enmienda -libertad de expresión, libertad de prensa. El magistrado Hugo Black declaró tras el fallo del Tribunal: «El poder del Gobierno para censurar a la prensa se abolió para que la prensa se mantuviera siempre libre para censurar al Gobierno. Se protegió a la prensa para que pudiera destapar los secretos del gobierno e informar al pueblo. Solo una prensa libre y sin restricciones puede sacar a la luz de manera eficaz los engaños del gobierno».
Los 116 minutos que dura la cinta son un ejercicio de maestría, belleza y talento, también de amor al periodismo y a lo que significa. El milagro de componer un periódico cada noche con tipos móviles, titular a titular, frase a frase, página a página… La imponente rotativa elevándose hasta el techo de una nave interminable. Los símbolos de un oficio tan importante a veces como insignificante otras.
Sin empeño, sin libertad, sin valentía, no queda nada. Bueno, sí. Queda el USofA Today, el diario que lee Hommer Simpson: «Hey, this is the only paper that’s willing to tell the truth: that everything is just fine». [«Oye, este es el único periódico que está dispuesto a decir la verdad: que todo va bien»].
* No todos los periódicos tienen la rotativa en sus instalaciones. El País la tuvo, hasta hace poco más de un mes. Era un sitio mágico al que íbamos a esperar el diario los días importantes. Ese lugar ya no está. Ni sus trabajadores tampoco.
Fuente: http://ctxt.es/es/20180131/Politica/17500/the-post-archivos-pentagono-Katherine-Graham-Ben-Bradlee.htm