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Nómadas

Fuentes: Zeit & magazin

Traducido para Rebelión por Mikel Arizaleta

Karim Khan tras dos días de camino vino para esta entrevista, tuvo que atravesar 7 checkpoints, 7 controles. Por siete veces se le examinó si llevaba material explosivo. Viene impulsado por la rabia, por la ira contra USA, que tanto daño le ha causado. Y para hablar de eso está aquí. Porta larga barba negra y turbante negro uncido de modo tirante. Chasquea la lengua, se sienta en la silla y mira al periodista sentado enfrente, el hombre de occidente, el cristiano que dice ser periodista pero vaya usted a saber, bien pudiera tratarse de un agente de América. Para él soy más enemigo que amigo.

El lugar de encuentro un local semivacío de paredes desnudas, un escritorio reluciente, un cuarto frío. Nos encontramos aquí, sitio seguro para ambos, en una oficina de abogado de Islamabad, la capital de Pakistán, una región a la que el presidente de US Barack Obama ha calificado como «la zona más peligrosa del mundo». Cuando Khan pronuncia el nombre de su pueblo suena a desgarro de piel en una alambrada: *Wasisristán.

Es un país accidentado, emergido del choque y encontronazo de dos placas tectónicas: la índica y la eurásica, alcanzando hasta los 3000 metros de altura, al norte el lomo de Koh-e-Sufaid y en el sur el de Sulaiman, cubierto de nieve en invierno y de polvo en verano. Se halla en la frontera con Afganistán y en el que hay pocas carreteras pero una vasta red de caminos de cabras. Tres docenas de tribus pueblan el país. Todos son pastunes pero a menudo enfrentados entre sí. Desde los valles emergen sus casas como castillos medievales, con imponentes torreones y con muros hasta de seis metros de altura. Wasiristán nunca ha dejado que el imperio británico lograra dominarla por entero. Y también en Pakistán goza de un estatus especial, es parte del FATA, de la Federally Administered Tribal Areas, de los territorios tribales regidos centralmente por Islamabad. En realidad no gobierna nadie. Tras la invasión de USA en Afganistán los combatientes talibanes y de Al-Kaida huyeron a esta región. Wasiristán se convirtió en la zona de repliegue de todos aquellos que luchan contra las tropas Isaf dirigidas por la OTAN.

Con la protesta pública del gobierno paquistaní pero con su beneplácito secreto America lleva a cabo desde años una guerra sañuda en Wasiristán. Por primera vez en la historia militar USA no necesitan aquí ejército alguno, en su lugar Washington ha enviado una flota de robots dirigidos a distancia, la mayoría de ellos vuela a una altura de 7´5 km. Desde el 2004 han muerto en Wasiristan más de 3500 personas mediante los drones o abejorros. Objetivo oficial sólo terroristas de alto rango, catalogados como amenaza para USA. A juicio del hoy jefe de la CIA, John Brenan, y antes consejero del presidente: «los ataques son tan precisos gracias a las nuevas técnicas que hasta la fecha no ha muerto ningún civil». La CIA con su cuartel principal en Langley, Virginia, planifica y realiza este modo de matar. Contemplan la guerra como algo secreto. No se responsabilizan de ningún ataque concreto ni de ninguna posible víctima. Los éxitos los dan a conocer a través de fuentes anónimas. Al mismo tiempo los militares pakistaníes cierran el acceso a Wasiristán a todos los pakistaníes, que no viven en estas regiones tribales, y también a todos los periodistas. Wasiristán está más aislada que cualquier otra región del mundo. Muy a cuentagotas se sabe lo sangrienta que está resultando en esta zona del mundo esta guerra de drones.

Khan, uno de los más ancianos de su pueblo, que ocasionalmente trabaja también como periodista, perdió a su hermano Asif Iqbal y a su hijo mayor Zainullah en un ataque del 31 de diciembre del 2009. E hizo algo muy extraño entre los pastunes: Khan fue a Islamabad y se buscó un abogado. Le costó su tiempo, la mayoría rechazó, pero al fin encontró a Mirza Ahahzad Akbar. Y ambos determinaron acusar judicialmente de las muertes a los responsables en USA. Organizaron manifestaciones y protestas en Islamabad y viajaron a Londres para denunciar ante la prensa del mundo. Otras muchas familias, que también habían perdido a familiares mediante los drones, acompañaron a Khan a la oficina del abogado. Akbar redactó las acusaciones y las presentaron en distintos juzgados pakistaníes, tanto nacionales como regionales. Estos dos hombres, a los que no les une mucho más que la lucha contra los drones, no se imaginaban lo que iban a provocar.

«Me llamo Karim Khan y vivo en Machi Khel, un pueblo con pocas casas. Fui a la escuela y estudié árabe. Suministro noticias de mi región a las emisoras Al-Dschasira y Al-Arabia. El 31 de diciembre del 2009 me encontraba es Islamabad y hacia la una de la noche recibí una llamada de mi primo. Estaba en mi casa y había ocurrido algo grave, por teléfono no me dijo que habían sido asesinados mi hermano y mi hijo mayor. Cuando a la mañana siguiente llegué a mi pueblo vi los cadáveres, a mi hijo Zainullah le habían volado la nuca. La tarde anterior todo transcurrió como siempre, la familia acababa de cenar y estaba sentada en la hudschra, en la sala. Durante el día todos habían estado trabajando en la nueva mezquita que yo quería construir junto a casa. El ataque derribó también uno de los muros. Mi hermano no era terrorista, estudió inglés y trabajaba en el pueblo de maestro. Tampoco mi hijo era terrorista, acababa de cumplir 18 años y trabajaba de vigilante en la escuela de muchachas de un pueblo vecino. Sabía el Koran de memoria y era el alumno más brillante de su curso. La gustaba el cricket, yo lo odio porque en todas partes se juega a cricket. ¡Las dichosas bolas no te dejan en paz ni en tu propia casa! ¡Te juro, si una de esas bolas golpeara a mi mujer sería capaz de matar al jugador! Sí, le dejé a mi Zainullah que jugara al cricket. Al día siguiente me contuve en el entierro, no me mesé los cabellos ni rasgué mis vestiduras. Allah no quiere que pierdas el control. La gente me felicitó porque mi hijo había sido asesinado y había ingresado en el paraíso como mártir. Fueron miles los que asistieron al entierro. Cuando asistes al entierro de un mártir, créanme, una parte de la gracia divina se desparrama sobre uno.

Quisiera que los asesinos fueran castigados. Exijo de USA que me entreguen a los responsables: al director de la CIA y al piloto del centro de operaciones en Virginia que apretó el botón. Los trataremos en el pueblo como nosotros sabemos tratar a los asesinos. Ojo por ojo. Quisiera que los asesinos de mi hijo fueran colgados de un poste en la calle. Y que permanezcan allí hasta que sus cadáveres se pudran».

El tratar con la gente de Wasiristán no sólo resulta difícil a los periodistas occidentales sino también al abogado Mirza Shahzad Akbar. Tan distintos son entre sí. Él forma parte de la élite liberal de Pakistán, ambicioso, zorro con los medios, estudió derecho internacional en Londres, donde conoció a su mujer alemana. Con regularidad la pareja pasa las vacaciones con los padres de su mujer en Rostok. En su oficina ocupa a dos abogadas jóvenes, sin velo, autoconscientes y ante cuya mirada sus clientes avergonzados giran la cabeza. A donde vienen las familias demandantes las mujeres portan el burka. Hasta el mostrar la punta de los dedos desnuda se considera pecaminoso en las mujeres. Akbar, que antes trabajó como fiscal para las autoridades anticorrupción, es el primero que actúa jurídicamente en contra de los guerreros de drones de América. Juntamente con Khan ha acusado al otrora ministro de defensa de US, Robert Gates, además de al ex director de la CIA, Leon Panetta, y al anterior director de la CIA en Islamabad, Jonathan Banks. Khan exige 500 millones de dólares de indemnización. Todos los colegas le desaconsejaron a Akbar de 35 años de defender a los pastunes. Le advirtieron que los enemigos eran demasiado potentes. Y los clientes con sus barbas y burkas no resultaban precisamente gente simpática. Le advirtieron que en el futuro nadie va a querer trabajar con él. ¿Por qué te sacrificas por una causa perdida?

Fahim Qureshi, 18, tiene dos ojos diferentes, con el derecho ríe, desconfía, se cierra y se abre. El ojo izquierdo es negro y fijo. También él ha venido a la oficina de Akbar a contar su historia. Qureshi es el único superviviente de un ataque de drones del 23 de enero del 2009, en el que fueron asesinadas 8 personas. El primer ataque ordenado personalmente por el presidente Barack Obama ocurrió tres días después de su toma del cargo. Qureshi viene de Ziraki, un pueblo a pocos kilómetros del de Karim Khan. La imagen por satélite una especie de grano grueso, a través de Google Earth se observa un poblado en una lengua de tierra entre el río Tochi y uno de sus afluentes. Al final del terreno que da a Tochi se alza un peñasco potente.

«Fue un viernes, un día gélido, las charcas estaban heladas. Serví el té en el mirador, donde a las 5 de la tarde se habían reunido los mayores. Yo me quedé aparte porque no está bien que un joven se siente con los mayores. En el grupo había dos tíos míos, maestros los dos, y mi primo. Poco antes se había añadido Laij, deficiente mental. Siempre bromeaban con él, sentía miedo de los espíritus; y con frecuencia mis tíos, en plan divertido, se tapaban la cabeza con los pañuelos tratándole de espantar. Y al tratar de recoger los vasos vacíos oí un silbido durante dos segundos y todos se lanzaron hacia los lados. Y golpeó el cohete lanzado por el dron. Y me quedé ciego ese día y los 25 siguientes.

Con el ímpetu de la explosión yo fui arrojado al suelo, cayeron cascotes sobre mí, y cuando recuperé el sentido ardían mis manos, mis vestidos y mi pecho. Ciego corrí hacia fuera para apagar el fuego en una acequia. Me tumbé en ella pero no había agua. Luego la gente me llevó en un coche y estuve durante cuatro semanas en el hospital. Fui el único superviviente. En el hospital me dijo el médico que había perdido el ojo izquierdo, me sustituyeron por un ojo de cristal. En el derecho tenía entre 5 y 10 trocitos de metralla, muy pequeños y negros, y mediante cuatro operaciones los médicos los han extraído. En pocos segundos cambió mi vida.

¿Por qué nos bombardean? No lo sé. Creen que somos terroristas, pero en mi vecindario no hay terroristas. Desde hace años los drones vuelan sobre mi pueblo, son como sombras en el cielo. La gente aquí los denomina beengana, moscardones preñados, porque el ruido de sus motores se asemeja al zumbido de los abejorros. La mayoría de las veces se mueven en formaciones de tres o cuatros puntos pequeños en el cielo, a veces llegan a diez, entonces te das cuenta de que te hallas ante un ataque. Hay dos tipos de drones, los unos son negros y plateados los otros. Unos sólo portan cámaras, nos vigilan durante las 24 horas y vuelan más bajos que los drones asesinos. Cuando los drones armados comienzan a descender es señal de ataque. A diario oigo su silbido permanentemente, siempre están ahí, sólo desaparecen con la lluvia o en tiempos nublados. Por la noche el silbido aumenta porque se acercan a los pueblos. Y son muchos los que en verano no duermen sobre los tejados de las casas sino que los esquivan en las casas a pesar del calor. Y es que de noche los drones son muy sonoros.

Me he quedado solo y tengo que alimentar a la familia, todos los mayores han muerto en el ataque. Mi padre murió cuando yo era un niño. Es tradición entre nosotros que a las mujeres y a los niños no se les puede dejar solos, siempre tiene que haber un hombre en casa que les acompañe en las tareas fuera de la vivienda. Ahora ése soy yo. Soy el responsable de 19 mujeres y niños. Asisto a los entierros en representación de la familia, riego los campos y me siento entre los mayores, si bien no me siento maduro para ello. Acabo de cumplir los 18. No puedo concentrarme en los estudios. Quiero estudiar medicina y quiero vengarme de los americanos valiéndome de la ciencia, mostrándoles que soy mejor que ellos. Antes el estudiar me resultaba fácil pero ahora me encuentro desorientado. No sé si voy a poder seguir yendo al instituto. Los pequeños crecen y tienen que ir también a la escuela y eso cuesta dinero. Antes vivíamos del salario de maestro de nuestros dos tíos, pero eso se acabó. Me encuentro perplejo. No sé qué va a pasar. Los americanos han destruido nuestro país al igual que una granizada de verano asola los campos».

La guerra aérea sobre Wasiristán ha aumentado en los últimos años; comenzó en el 2004 con la liquidación de un comandante talibán. Le siguió otro ataque en el 2005. Pero cuando creció la resistencia contra las tropas internacionales en Afganistán, en Wasiristán creció el número de ataques con drones. Luego la CIA mataba semanalmente a varios. En el 2011, el más activo hasta hoy, se registraron 177 ataques, que en total hacen 368. USA no publica estadística alguna sobre sus campañas de robots. Lo que originariamente se denominó misión del servicio secreto contra unos pocos jefes terroristas se ha convertido en una guerra convencional con el dron como arma básica.

En la mayoría de los casos la CIA no sabe con seguridad contra quién dispara. Un estudio de la prestigiosa Stanford Law School llega a la conclusión que únicamente el 2% de todos los ataques asesinaron a jefes de alto rango de Al-Kaida y a comandantes talibanes. Sólo se conoce los nombres de estos. La mayoría de las víctimas son ejecutadas en el marco de signature Stripes. Este principio fue elevado a categoría bajo la presidencia de Obama: El gobierno de US decidió en el 2009 que en adelante no era necesario conocer la identidad de las personas objetivo. Desde entonces pueden ser atacados también grupos de personas que «posean determinadas características que pueden estar en contacto con actividades terroristas». La orden de disparo se emite en base a «análisis de modelos de comportamiento». Parlamentarios del congreso de US han exigido repetidamente al gobierno de Obama que exponga abiertamente los criterios exactos. Nunca han recibido contestación.

El maestro Siddique ur Rehman ha venido para la entrevista con su hermano gemelo y sus cinco hijos, dos niños y tres niñas pequeñas. El 24 de octubre de 2012 cuatro cohetes Hellfire de un dron mataron a las madres de los dos hombres e hirieron a 8 niños. En la oficina de Mirza Shahzad Akbar las niñas miran con curiosidad al extranjero llegado de occidente, jamás en sus vidas vieron un tipo así.

En las imágenes del satélite su pueblo natal, Tappi, parece una fortaleza en forma de coche, ubicado a pocos kilómetros al oeste de Ziraki, el pueblo de Fahim Qureshi, ese medio ciego de 18 años. Tappi ha sido atacado por drones cinco veces desde 2008. Desde el aire se ve una aglomeración circular de casas de barro. Como alvéolos de panal se muestran las estructuras de los patios internos, profundos y huecos. Los campos que rodean al pueblo están troceados mediante hileras de árboles y atravesados por acequias. Tappi está encajonado entre el lomo de una montaña y el cauce pedregoso de un kilómetro de ancho del río Tochi, que a veces es tan sólo un diminuto arroyuelo y otras tan caudaloso como el Rin alemán. La familia de Rehman habita una de las casas del borde del pueblo.

El hijo de Rehman, Zubair ur Rehman, tiene 13 años, pelusilla en el labio superior, es alumno de la escuela y tímido. Cuenta:

«Mi abuela Momima Bibi salió a primera hora de la mañana al campo a recoger vainas, yo me quedé atando heno. Era la víspera de la fiesta del sacrificio, acababa de llegar de la escuela, comí alguna tontería y salí fuera a ayudar a mi abuela. Me di prisa porque por la tarde quería ir al mercado anual de Miranshah con un par de amigos. Se celebra una vez al año, un gran acontecimiento. Quería comprar regalos para los pequeños. Mi hermana me ayudó en el trabajo, tiene cinco años. Sé también que mi hermano de dos años se encontraba en el tejado de nuestra casa. Al inclinarme sobre el heno algo silbó sobre mí. Fui lanzado lejos y caí al suelo. Y todavía yacía en el suelo cuando a dos o tres metros del primer cohete cayó un segundo. Un proyectil me destrozó la rodilla. No entendía lo que ocurría, grité. Las muchachas que en mi entorno traveseaban fueron lanzadas por la honda a varios metros de distancia. Mi hermano de dos años, que estaba en el tejado de la casa, cayó de la casa al suelo rompiéndose varias costillas. Sólo bastantes días más tarde supe del asesinato de mi abuela, me comunicaron cuando tras varias semanas de estancia en el hospital de Peschawar regresé a casa».

Siddique ur Rehman, 38 años, bigote retocado, grandes ojos azules y maestro como sus antepasados. Llora durante la conversación mientras sus hijos dirigen sus miradas a otra parte.

«Ese mediodía me encontraba sentado en la mezquita, en la hudschra, en la sala en la que se reúnen los hombres, fue allí donde escuché el jadear en el cielo. Todos pensamos que apuntaban a la mezquita y salimos corriendo. Cuando vi que los cohetes habían caído en el campo sentí al principio cierto alivio. Casi todos los mayores se mantenían distantes porque tras el primero vienen con frecuencia otros. Mi mujer salió corriendo de casa: ‘¿Dónde está tu madre? ¡Tu madre se encontraba en el campo!’. Yo también corrí en su busca y vi a tres jóvenes heridos, que llegaban de la escuela, vi a nuestras hijas, pálidas, manando sangre de pequeñas heridas. Y en el campo vi una sandalia de plástico, que calzaba mi madre. Me agarraron los vecinos. Vi brevemente a mi madre convertida en trozos de carne en sangre viva colgando de jirones de piel. Los cubrieron con una sábana y a mí me llevaron a casa donde se encontraban todos los hijos heridos y sangrando. Ellos lloraban, gritaban de espanto y dolor.

Ya nada es como antes. Nuestra madre era nuestra buena estrella, el espíritu amable de nuestra familia. Tenía 65 años. Mientras vive tu madre tú sigues siendo su hijo, da igual que tengas 2 que 50 años. Fue la partera de nuestro pueblo, ha traído a todos al mundo. El campo donde fue asesinada lo habíamos arrendado a los vecinos. Tenemos muchas deudas, sólo las operaciones de mi hijo Zubair nos han costado 9500 dólares. Hemos vendido casi toda la tierra a mitad del precio normal. La gente se aprovecha de tu desgracia, saben que no tienes elección».

En los últimos años se han marchado de Tappi la mitad de sus habitantes. Siempre que se golpea al ejército pakistaní ellos ametrallan nuestro pueblo, nos castigan colectivamente. Hace unas semanas murió un vecino cuando una granada entró en su casa. Los helicópteros acribillaron las calles. Hace tres semanas hubo un atentado suicida contra el puesto militar a pocos kilómetros de aquí. Un camionero voló por los aires con su camión, matando a 24 soldados. Fueron asesinados cuatro de nuestros vecinos porque casualmente se encontraban con su coche en el puesto de control. La violencia fue tanta que pensé que nuestra casa había sido atacada de nuevo por un dron. El ejército impuso como castigo un toque de queda, una prohibición de abandono de casa en toda la región. Nadie podía pisar la calle principal, ni los campos a su derecha e izquierda, convirtiéndose en zonas de peligro y muerte. Estos toques de queda los sufrimos a menudo. Entonces los comerciantes traen los víveres a través de los montes, a lomos de mulos, y todo se vuelve más caro. El precio de 80 kilos de harina en los últimos días ha subido de 28 dólares a 50. Las escuelas están cerradas. ¿Cómo se van a formar así adecuadamente nuestros hijos?

Lo peor es la desconfianza entre nosotros. Corren rumores de que los espías colocan microchips delante de las casas de los terroristas, como señalización para los drones. A veces vienen furgonetas con cristales tintados de negro y se llevan a gente cuyos cadáveres son encontrados semanas después. No sé si siempre son espías. Cerca nuestra hay un monte que se llama Spayra Ghar, el «monte maldito». Allá arriba, en lo alto, a menudo aparecen cadáveres de espías. Así se ha convertido la vida en nuestro pueblo».

El mismo día del ataque medios pakistaníes citaban fuentes anónimas del servicio secreto según las cuales en Tappi habían sido asesinadas 5 personas, 4 supuestos militantes y una mujer. La identidad de los muertos no se conocía, ni tampoco el objetivo del ataque.

La muerte venida del aire produce histeria en el suelo de Wasiristán. La caza de espías de US siembra de cizaña la región. A cientos de supuestos espías han matado los talibanes en los últimos años. Les ciñen ante la cámara un cinturón de explosivos y los lanzan por los aires. Portan a sus víctimas al campo de fútbol de Miranshah, el lugar céntrico de Wasiristán norte, y allí son ejecutados ante cientos de espectadores. Pero a la mayoría se les asesina en silencio. Se arrancan confesiones mediante tortura, siendo a menudo la inculpación sólo pretexto, un modo de deshacerse de gente indeseada. También los verdaderos informadores utilizan los drones como arma para eliminar a enemigos personales. Puede ser que los drones técnicamente sean más precisos que un caza, ¿pero en qué medida son exactas y verdaderas las informaciones que sirven de base a la actuación a la CIA?

En el bufete del abogado, tranquilo hasta el momento, reina de pronto laboriosidad. Desde los valles remotos de Wasiristán suben destacamentos enteros, allí se ha decretado toque de queda en toda la región y las salas se llenan de grupos de ancianos tribales. Rostros y voces descompuestas, un panorama tan negro como las avalanchas de guijos en el monte. No creen que van a tener éxito en los tribunales de Pakistán. Pero no quieren permanecer callados por más tiempo, quieren al contrario airear su dolor. Mirza Shahzad Akbar está nervioso, mira por la ventana hacia fuera, corre a la calle, quiere estar seguro de que en su bufete no hay gente reunida, es mejor que no se reúnan allí. En Wasiristán hay muchas pendencias privadas. Uno de los principios fundamentales del código de honor de los Pastunes es la venganza. «Al menos no se acerquen con los fusiles», dice sonriendo. Recibe a los parientes de 23 hombres, que en el 2007 perdieron la vida cuando un dron golpeó el lugar de trabajo en una mina de cromo. Los padres y tíos de los asesinados vienen con documentos que deben probar que se trataba de meros mineros y no de terroristas. En otra sala aguardan los supervivientes y deudos o herederos del ataque contra una Dschirga, una asamblea de dos pueblos, que el 17 de marzo del 2011 fueron golpeados por dos cohetes. La Dschirga o asamblea debía resolver las disputas entre propietarios de terrenos. El ataque asesinó a 45 ancianos del pueblo y a funcionarios del gobierno, por lo visto entre ellos se encontraban 4 representantes de los talibanes. Entre otros hirió a Ahmed Jan, al más anciano del pueblo de pelo blanco, las explosiones le destrozaron las piernas. No quiere dar la mano al periodista, por él y por los demás habla Malik Jelal Khan de 54 años, jefe de la administración del pueblo de Manzar Khel puesto por el gobierno y que ha sobrevivido al ataque contra la Dschirga:

«Para los americanos nosotros somos insectos. Vivimos 24 horas con drones sobre nuestras cabezas, nos sentimos observados como en una gran cárcel. La gente tiene miedo de asistir a entierros. En los últimos meses por tres veces han ametrallado funerales, una vez incluso en mi pueblo vecino. No existe ningún pueblo del entorno que no haya sido atacado al menos una vez. Los chavales no se atreven a ir a la escuela.

Recientemente me despertó a medianoche mi hijo de tres años. Se llama Hillal: ¿Papá, me dijo, tantos drones vuelan en el cielo? En esa noche los drones volaban muy bajos y producían un ruido ensordecedor. Agarré al hijo de la mano y salimos fuera, hacia un gran árbol en las afueras del pueblo. Nos apoyamos en su tronco y mi hijo mirando al cielo dijo: ¡Mira, papá, los drones! Yo no quiero que le maten. Luego, en un momento dado, se durmió en mi regazo y yo le introduje de nuevo en casa».

El 80% de los ataques con drones de Pakistán ocurre en el territorio de Wasiristán norte, en el que viven 361000 personas. La región tiene 4707 kilómetros cuadrados. Existe allí algo así como un pacto de no agresión entre el ejército pakistaní y los talibanes. El ejército raramente abandona sus puntos de apoyo. Los auténticos detentadores del poder de la región son los talibán Tahrik-i, el esqueje pakistaní de los talibanes y su jefe local es Hafiz Gul Bahadur. Ellos tienen sus tribunales propios, sus oficinas de impuestos, sus escuelas y clínicas. Muchos habitantes están en sus listas de sueldos, tierra de muy pocos puestos de trabajo. Y muchos ven en los talibanes a los libertadores de funcionarios corruptos y de consejos de ancianos sobornables. Los talibanes en Wasiristán norte cooperan estrechamente con la red Haqqani, que en Afganistán son considerados como los grupos de terror de peor fama. Como creen los servicios secretos de US los Haqqani fueron los que trajeron a Osama bin Laden a Afganistán. Contra ellos se dirige la caza con drones y supuestamente los americanos habrían asesinado a algunos de sus líderes importantes. ¿Y a qué precio? ¿A cuántos civiles mata la CIA por un terrorista?

¿Y cuántos niños sacrifican los talibanes para defenderse de los drones? «No drones, no polio», este grito lanzaban hace unos meses y pararon las vacunas estatales contra la polio. Sus comandantes tomaron como rehenes a los 240000 niños de Wasiristán. Permitirán de nuevo las vacunas cuando se depongan los ataques con drones. Sobre los talibanes y sus represiones hablan sólo las víctimas de los ataques con drones con cierto medio y cierta prudencia. Hablar claro resultaría demasiado arriesgado.

Sadam Hussein, 17 años, realizó la víspera de su viaje a Islamabad el examen final de año de la escuela superior en Minranshah. En la imagen del satélite su ciudad aparece dispersa. Un barrio delineado de forma reticular alternado con superficies sin orden alguno. En la capital de Wasiristán norte viven muchas tribus diferentes. Los representantes de Pakistán se parapetan en un fortín sólido, que hace un siglo construyeron los señores coloniales británicos. El 10 de marzo de 2010 murieron por un ataque con drones contra la casa de Hussein su sobrina de 8 meses y su madre, la mujer de su hermano mayor. En el bolsillo de la chaqueta porta él una foto del niño asesinado.

«Fracasé en el examen de ayer. De los 525 puntos posibles sólo he alcanzado 380. Ante el ejercicio me quedé en blanco. Cuando salí del examen volaba un drón sobre la ciudad; son bichos que se ven continuamente pero éste de ayer volaba muy bajo. Toda la gente corrió a sus casas. Pude reconocer en el sustentador del dron cuatro cohetes. No sé el color que tenía, porque dependiendo de cómo les pega el sol cambia. Quiero marcharme de Wasiristán, quiero ser médico allí donde no hay guerra pero para ello tengo que ser bastante mejor en la escuela.

Me acuerdo perfectamente del día en que los cohetes golpearon nuestra casa. Era la época en la que las larvas de mosquito salían de la tierra y florecían las primeras rosas. Había pasado inquieto la noche y estaba despierto a las 5 rezando las primeras oraciones. Y salí con el tiragomas a cazar pájaros. Lo hacen entre nosotros todos los chavales. Los atraes imitando su trino y apuntas a su cabeza. Luego los cazados los arrojamos al fuego vivo, son muy pequeños y saben fantásticamente. Mis amigos y yo nos filmamos mutuamente. Uno elabora los videoclips en el ordenador. Ese día un poco más tarde jugamos al fútbol. Me gusta. Soy el único de la vecindad que tiene auténticas botas de fútbol, me las envió mi hermano desde Karatschi. Son blancas con franjas rojas, son Adidas.

Me fui pronto a la cama, estaba cansado. Mi hermano mayor me riñó por no haber ido ese día a la escuela. Sencillamente no me apetecía, y es que el tiempo era fantástico. Mi hermano es el cabeza de familia desde que mi padre fue asesinado por un tío en nuestra casa. Yo era entonces muy pequeño.

Antes de dormir oí en el cuarto contiguo el lloriqueo de mi sobrina, Jawarya. Mi tía había conectado el ventilador para que la niña durmiera mejor. Al momento el cohete golpeó nuestra casa, destruyó la hudschra y el cuarto de mi tía. Y no sé exactamente lo que me ocurrió. Desperté de pronto. Todo estaba obscuro. No oía nada. Luego vi humo, claro y oscuro. Comencé a toser. Me había tumbado en un cuarto con mi madre y tres hermanas. Corrimos a fuera. La gente no se atrevía a correr hacia nuestra casa por miedo a que otros drones la golpearan de nuevo. Un par de personas comenzaron a escarbar, a buscas entre los cascotes. Vecinos encontraron al nene y a su madre entre los escombros en el huerto.

Su muerte ocurrió hace tres años y mi hermano sigue sin recuperarse del todo, y es que su mujer y su hija murieron. Él trabaja en la oficina de un jefe administrativo. En las primeras semanas tras la muerte de su familia vagaba por el campo, alquiló la casa y sentado en la mezquitaba se pasaba las horas rezando. Algunos ancianos le preguntaban: ¿Por qué no sales fuera y miras un poco el horizonte? Pero él no quería. Alguien le dio alguna pastilla para que durmiera mejor. Las pastillas eran rojas. Mi hermano era antes muy pacífico pero ahora se ha vuelto muy huraño. Y cuando está muy enrabietado hay que temerle. Procuramos que no se entere de las noticias malas. Hace poco me pegó porque llegué tarde de jugar al fútbol. Me dio una buena tunda. Hay que respetar a los mayores, pero yo nunca pegaré a mis hijos como me pega mi hermano».

En el proceso de las familias no ha habido sentencia. Mirza Shahzad Akbar ha presentado a lo largo de los dos últimos años demandas judiciales en el tribunal supremo de la capital provincial Peschwar y ante el tribunal comarcal de Islamabad. Islamabad es la sede de la embajada de US y también del director de **la CIA** del país, que acepta los disparos de cohetes. Akbar no contaba al principio con sentencias rápidas, le parecía muy grande el miedo de los jueces pakistaníes ante las consecuencias internacionales. Pero a inicios de mayo las familias obtuvieron su primera victoria. El tribunal provincial de Peschawar condenó el bombardeo contra **la Dschirga**del año 2011 en el que murieron 45 personas. Los jueces exigían al gobierno pakistaní que no permitiera disparar cohetes y que el procedimiento judicial lo presentara también ante el tribunal penal internacional de la Haya.

La CIA hasta ahora no ha reaccionado ante el procedimiento judicial, pero tiene que destituir al jefe de la CIA para Pakistán para el inicio de la campaña antidrones. Akbar le ha acusado de cientos de asesinatos, su nombre se ha hecho público y pancartas con su foto cuelgan en Islamabad. La CIA ha acusado a Akbar de poner en peligro la vida del espía jefe.

126 familias han demandado hasta ahora ante los tribunales con ayuda del abogado Akbar. Él mismo sólo puede examinar y, por tanto, responder parcialmente de la verdad de las acusaciones porque también a él se le prohíbe viajar a Wasiristán. Tampoco puede apoyarse en una policía que busca e indaga en el lugar de los hechos e interroga a los testigos porque allí no hay policía. Las fuerzas de seguridad de Pakistán raramente se atreven a salir de sus fortalezas en Wasiristán. En las zonas tribales además no hay ni jueces ni fiscales. Ha rechazado a muchas supuestas víctimas, comenta Akbar, a posibles arribistas cuyas historias las encuentra discrepantes, erróneas. A Karim Khan, la primera víctima de los drones que se acercó a él, y a otros dos confidentes más les ha encargado Akbar que presenten investigaciones independientes en la medida en que tal cosa es posible en el país de los talibanes.

Al abogado le gustaría tener fotos de los lugares golpeados por los cohetes; todavía hoy siguen pasando semanas hasta conseguir y lograr mandar a medios de comunicación de fuera información sobre los muertos civiles ocurridos. Hace un tiempo Akbar tuvo la idea de dotar a las familias de los demandantes de distintos pueblos con 50 cámaras, debían documentar de esa manera las destrucciones y daños ocasionados. La mayoría las rechazaron por miedo a que los talibanes los consideraran chivatos. A pesar de todo uno se arriesgó, fue Tariq Aziz de 16 años; hacía poco que había perdido en un ataque con drones a un primo. El joven acudió al abogado en Islamabad y le manifestó su disposición a participar en el proyecto de documentación. Pero se truncó el plan.

De regreso a Wasiristán fue asesinado juntamente con su primo de 12 años por un dron.