Durante la última década, los estudios sobre China y Asia Oriental han experimentado un gran apogeo en Europa y Estados Unidos.
El auge económico del gran gigante asiático y la globalización de su cultura en los medios de comunicación y las redes sociales han despertado un gran interés entre una nueva generación de jóvenes investigadores interesados en campos académicos que se alejan de la tradicional sinología que históricamente se ha preocupado por aspectos puramente históricos y culturales. Si bien es cierto que este fenómeno es una gran noticia para países como España donde los expertos sobre China han brillado por su ausencia –más allá de las grandes figuras académicas y pioneros como Manel Ollé, Xulio Ríos, Dolors Folch, Sean Golden, etc.- debido al desinterés del gobierno central hacia Asia Oriental, también es innegable que esta nueva generación de investigadores está más influenciada por los vaivenes geopolíticos de nuestra época. Esto ha creado una situación en la que nuestros expertos han ampliado sus campos de estudio relacionados con China –su economía política, sus relaciones internacionales, etc.- a la vez que se han convertido en una generación de intelectuales extremadamente polarizados. En la actualidad, China se ha convertido en ese objeto de estudio donde los expertos vierten sus esperanzas y fobias, limitando así la posibilidad de un acercamiento crítico hacia China que considere las tonalidades de grises que predominan en la realidad sociopolítica del país asiático.
La polarización de los nuevos expertos se debe en buena medida a la creciente “americanización” de los estudios sobre China y Asia Oriental [1]. Es decir, a esa orientación académica que se alimenta de fuentes anglosajonas hegemónicas fuertemente conectadas con ciertos círculos de poder y que permean los estudios sobre China en las grandes universidades europeas y anglosajonas [2]. Esta progresiva “americanización” de la disciplina ha desarrollado, en un sentido gramsciano, el “sentido común” de los estudios sinológicos contemporáneos que en las instituciones del mundo liberal promueve una mentalidad de Guerra Fría combinada con una cierta nostalgia colonial y una lectura interesada de lo sucedido en Tiananmen en 1989. Este marco analítico se asemeja mucho a la lógica schmmittiana de “amigo-enemigo” que deja muy pocos espacios para la observación de matices y puntos intermedios. Esta “americanización” de la disciplina ha sido posible gracias a la internacionalización del sector universitario y a la creciente movilidad de los expertos que cada vez más tienen que participar en los circuitos transnacionales de la producción de conocimiento para poder sobrevivir en el precario ámbito académico.
Más allá de este “sentido común” que suscita una cierta hostilidad epistemológica inicial hacia China, una de las características principales de esta “americanización” de los estudios sinológicos es el predominio de análisis que adolecen de un gran internalismo metodológico. Es decir, la asunción de que “los procesos de producción y validación del conocimiento están libres de influencias externas, y su estudio compete únicamente a la historia de las ideas y a la filosofía de la ciencia”. Consecuentemente, esto genera una tendencia a entender los procesos socioculturales y políticos de China como el mero resultado de las dinámicas internas del Estado chino y de las preferencias personales de sus líderes. En este sentido, la recién Ley de Seguridad Nacional de Hong Kong se ha interpretado por un gran número de expertos y periodistas de los grandes medios de comunicación dominantes como el producto de la tiranía interna del Partido Comunista chino y de su cultura profundamente autoritaria, obviando así aspectos “externos” y estructurales como la geopolítica contemporánea y todo el entramado de relaciones internacionales capitalistas que trascienden los elementos internos de China y que indudablemente han contribuido al nacimiento de dicha polémica ley. Si bien es cierto que este internalismo metodológico puede arrojar luz sobre las dinámicas internas y “microhistorias” de la política china, éste no facilita el desarrollo de una interpretación holística del objeto de estudio.
Uno de los efectos negativos de este internalismo metodológico es que suele reproducir, de forma consciente o inconsciente, las mismas lógicas de la propaganda anti-China promovida por los grandes medios de comunicación euroamericanos. La propaganda política también se alimenta del internalismo metodológico con el fin de limitar la comprensión de un hecho político más allá de las fuerzas internas que aparentemente lo constriñen. Por ejemplo, el supuesto “expansionismo” chino contemporáneo se suele interpretar desde esta lógica internalista, concluyendo así que este comportamiento del Estado chino es la consecuencia de una conducta innata de los lideres políticos chinos. A raíz de esta visión, los expertos acaban reproduciendo, voluntaria o involuntariamente, las narrativas dominantes sobre la “amenaza china”, cerrando un nexo entre la producción de un conocimiento que aparentemente es autónomo y los intereses geopolíticos y económicos de determinados círculos de poder.
¿Esto significa que la nueva generación de académicos no puede adoptar un enfoque crítico hacia su objeto de estudio? Por supuesto que no. Hoy más que nunca necesitamos académicos que sean capaces de ofrecer análisis críticos sobre China. En este sentido, es crucial estudiar desde una visión holística las tonalidades de grises que perfilan la realidad china. El auge económico del gran gigante asiático no se puede entender sin el sufrimiento de muchos ciudadanos que emigraron a las grandes urbes tras las grandes privatizaciones de las empresas estatales, ni la integración -selectiva- del país asiático al mundo capitalista liberal. Considero que un análisis exitoso sobre la realidad China tiene que superar ese internalismo metodológico predominante y abrazar métodos de análisis que consideren los factores externos e internos que afectan a China. Esto se puede llevar a cabo a través de diferentes tradiciones de pensamiento marxistas -materialismo histórico y dialéctica- y no-marxistas -enfoques dialógicos-. Del mismo modo, es importante destacar que el estudio de las estructuras y elementos externos que afectan a China no pueden convertirse en una excusa para legitimar y naturalizar ciertas dinámicas internas que existen en el seno del Estado chino y que son muy criticables. En el siglo XXI, los nuevos expertos sobre China y Asia Oriental no pueden permitirse el lujo de contribuir a la siembra de narrativas que puedan conducirnos a otra Gran Guerra. Quizás, la clave para que la paz perdure reside en los análisis que consideran las tonalidades de grises.
Notas
[1] Esta “americanización” también se está viviendo en las universidades chinas, cuyos efectos más inmediatos son la “despolitización” de los jóvenes intelectuales chinos que tienden a divorciarse de posiciones materialistas y marxistas y abrazan teorías culturalistas y liberales que acaban reproduciendo lo que el intelectual marxista sirio Al-Azm Sadiq Jalal describió como “orientalismo inverso”.
[2] Esto no quiere decir que no haya grandes académicos en las universidades anglosajonas. Por suerte, aún existen grandes profesionales que, a pesar de mantener una posición crítica hacia China, promueven un gran rigor académico.
Fuente: https://politica-china.org/areas/sociedad/notas-sobre-la-americanizacion-de-los-estudios-sobre-china