Los países fronterizos con Kenia, tierra natal del padre de Obama, guardan esperanzas de paz en la nueva administración de la Casa Blanca, en una de las regiones más conflictivas del planeta. Al noroccidente de Kenia, la tierra del padre de Obama, está Sudán, país que desde 2003 sufre una guerra en tres de sus […]
Los países fronterizos con Kenia, tierra natal del padre de Obama, guardan esperanzas de paz en la nueva administración de la Casa Blanca, en una de las regiones más conflictivas del planeta.
Al noroccidente de Kenia, la tierra del padre de Obama, está Sudán, país que desde 2003 sufre una guerra en tres de sus Estados, llamados Darfur, la tierra de los Fur. Esta guerra es causada, entre otras cosas, por la histórica y sistemática discriminación del gobierno central contra esta región, guerra en la que los grupos paramilitares janjawees y el ejército de Sudán son responsables del incendio de pueblos enteros, saqueos, masacres y todo tipo de violaciones y abusos a los derechos humanos, al punto que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas autorizó a la Corte Penal Internacional para investigar los crímenes de guerra del, llamado por muchos, entre ellos por Barack Obama, genocidio del siglo XXI.
Al norte de Kenia está Etiopía, tristemente célebre por sus hambrunas eternas. De hecho, hoy en día nueve millones de personas en ese país dependen de la ayuda alimentaria. Etiopia tiene su guerra concentrada en la región de Ogaden, también llamada región somalí, donde el hambre aumenta cada día, no sólo por el clima sino, principalmente, por la política de usar el hambre como arma de guerra, como castigo colectivo para el clan ogaden.
Al oriente de Kenia está Somalia, hundida en la guerra desde 1991 y más aún, si cabe, desde 2006, cuando tropas de Etiopía apoyadas por Estados Unidos cruzaron la frontera para combatir los grupos islamistas somalíes que crecían en influencia, poder y hasta en respaldo de una población que hastiada de la guerra empezó a optar por los radicales islamistas antes que por los señores de la guerra. Total, no había muchas opciones para escoger. Etiopía dijo apoyar al Gobierno Federal de Transición para justificar su presencia, gobierno en el que los señores de la guerra somalíes han buscado posicionarse gracias a un solo elemento: su oposición a los islamistas, argumento «suficiente» para ser aliados de Washington, según algunos, explotando al máximo la paranoia de los Estados Unidos que ve a Al-Qaeda detrás de todo musulmán.
Con relación a Darfur, Obama dijo, en la introducción del libro «Not on Our Watch», que «Darfur es el hogar del primer genocidio del siglo XXI… prevenir, detener y castigar el genocidio es un imperativo moral…». Una vez presidente debería refrendar el compromiso de la comunidad internacional para con la Corte Penal Internacional, enviando así un claro mensaje contra la impunidad de los perpetradores de crímenes de guerra.
En el caso de Etiopía, uno de los principales aliados de Estados Unidos en la región, proponer una negociación entre el gobierno y el Frente Nacional de Liberación de Ogaden (ONLF, por sus siglas en inglés) sería una alternativa; aprovechando la poca radicalización de este grupo, un proceso de paz evitaría que el ONLF se acerque a sus amigos del lado somalí o peor aún a los radicales de Al-Qaeda, a los que ya el ONLF ha rechazado en principio.
En el caso de Somalia, la presencia armada de Etiopía, respaldada por Estados Unidos, es un elemento negativo. Su retirada contribuirá a la disminución del número de víctimas civiles. Un proceso de paz real, no como los casi veinte fracasados de las últimas dos décadas, sería posible siempre y cuando incluya la Alianza por la Reliberación de Somalia (ARS, por sus siglas en inglés.) La única arma eficaz, hoy por hoy, contra los radicales de A-Shabab («la juventud»), grupo extremista, es la formación de un gobierno que respete las dinámicas regionales, como son los casos de Somalilandia y Puntlandia, pero que excluya las redes de señores de la guerra que buscan ganar así en la guerra como en la paz.
Reducir la respuesta a la crisis somalí a la protección de barcos turistas o de petroleros en el Golfo de Adén es incomprensible y de muy poca ayuda a las víctimas. Pero Obama no irá a mayores, como enviar tropas, tanto porque las tiene ocupadas en otros dos frentes (Irak y Afganistán-Pakistán), como porque temería repetir la derrota de 1993, inmortalizada en la película «Black Hawk Down». Habrá que esperar a ver qué propone luego del apoyo norteamericano a la funesta entrada de tropas etíopes en Somalia. Cabe resaltar que las tropas han servido, paradójicamente, para incrementar el poder de los rebeldes extremistas a expensas de los moderados. Es también ilusorio pensar que Obama ratificará el tratado de la Corte Penal Internacional, pero deberá promover la acción de la Corte en el caso de Darfur o por lo menos no bloquearla, lo que sería útil, aunque no suficiente.
Otro punto de la agenda es la guerra latente entre Etiopía y Eritrea, países que ya tuvieron una confrontación armada abierta entre 1998 y 2000. Luego de la firma de un cese al fuego no ha habido avances. De hecho la comisión para la redefinición de la frontera fracasó, la misión de la ONU en la frontera se retiró en julio de 2008, y los dos países apoyan fuerzas enfrentadas en Somalia, es decir, pasaron sus disputas al suelo somalí y continúan su guerra a través de terceros. Recientemente, el presidente de Eritrea, Isaias Afeworki, en carta a Obama, expresaba su esperanza de unas mejores relaciones con Estados Unidos, que serían importantes no sólo para prevenir una nueva guerra con Etiopía sino también para disminuir al apoyo de Eritrea a los rebeldes somalíes.
Obama podría hacer mucho con pocas decisiones, y esto no es una frase ingenua sino realista. Así, impulsar la reorientación del papel de terceros actores en los conflictos de la región sería un paso importante: es el caso de Libia y de Egipto, que de una u otra manera han jugado históricos papeles importantes en tales conflictos, tanto en la guerra como en la paz.
Una estrategia así enviaría mensajes en favor de la justicia (especialmente en el caso de Darfur), por la negociación de conflictos armados (caso de Etiopía y de Somalia) y por la construcción de modelos de Estados realmente democráticos, basados no en los acuerdos entre guerreros sino en el clamor de los civiles y en sus derechos, víctimas de tales conflictos. Este clamor democrático es parte de la propia agenda de Kenia luego de unas muy discutidas elecciones.
No obstante, la política interna norteamericana, en el marco de la crisis económica, desplaza la agenda internacional. Y los detalles de la política (y es en la letra pequeña donde está el diablo) no serán decididos por el propio Obama sino por sus diseñadores de política exterior, donde Hillary Clinton jugará un papel central, a riesgo de repetir la política estadounidense de los años noventa; pero donde también aparecen nombres de personas comprometidas con la causa de Darfur.
Algunos países ya se están moviendo porque saben que las cosas cambiarán, a eso en parte se debe el anuncio de la retirada de las tropas etíopes de Somalia. Pero la cuestión es ¿quien llenará el vacío que deje Etiopía? No parece ser la Unión Africana, ni mucho menos el Gobierno de Transición ahora más dividido, sino Al-Shabab, las Cortes Islámicas o los grupos de señores de la guerra que pululan por allí. Por eso no bastarían actos aislados sino estrategias globales de paz que incluyan, de verdad, la democracia y el respeto por los derechos humanos como meta.
Democratización significa: Estado de derecho, respeto a los derechos de la oposición, diálogos de paz. En el Cuerno de África, Obama tiene el espacio para experimentar un modelo de resolución de conflictos que sea diferente al que ya probó George Bush en Irak y en Afganistán. Pero una cosa es ser candidato y otra muy distinta es ser presidente; una ser presidente de Estados Unidos y otra ser presidente de un país africano. En todo caso, esperemos que Obama no sea inferior a los sueños de los vecinos de su padre.