En el año 1956 Mohamed V regresó a Marruecos tras ser exiliado y enviado junto a toda la familia real a la isla de Madagascar. Ese mismo año Marruecos logró su independencia de España y Francia tras años de lucha y resistencia. Las mujeres marroquíes formaron parte de esta lucha junto a los hombres pero, […]
En el año 1956 Mohamed V regresó a Marruecos tras ser exiliado y enviado junto a toda la familia real a la isla de Madagascar. Ese mismo año Marruecos logró su independencia de España y Francia tras años de lucha y resistencia. Las mujeres marroquíes formaron parte de esta lucha junto a los hombres pero, como viene siendo habitual, fueron olvidadas intencionadamente por la historia. En este caso, como en casi todos, la memoria selectiva se traduce en injusticia.
Se trata de mujeres que se encuentran en un estado de indefensión y que, tras años de penalidades, se sienten abandonadas por el mismo país por el que sacrificaron su juventud. El silencio administrativo es la respuesta que reciben estas mujeres, que sienten que en su vejez la lucha debe continuar, aunque por motivos bien distintos. Son mujeres oficialmente sin historia a las que el Estado ha convertido en invisibles. Esto es especialmente grave, si se tiene en cuenta que de esta generación de mujeres es heredero el movimiento feminista marroquí.
Ahora, más de 50 años después, otra generación de mujeres busca su imagen en el espejo del tiempo, rescatando del olvido la lucha de sus madres y abuelas. A través de un arduo trabajo de investigación, que conlleva localizar a las mujeres resistentes, recuperar y preservar en la medida de lo posible sus testimonios, intentan hacer visibles unas vidas de incuestionable valor histórico, revindicando que el Gobierno marroquí les reconozca un estatus que a diferencia de sus compañeros del sexo masculino les ha sido negado.
Recorren el país recogiendo testimonios, elaborando listas y entrevistando a mujeres. Presionan para que el Estado las reconozca y albergan la esperanza de que algún día las calles y plazas de Marruecos lleven sus nombres y apellidos. De esta manera no sólo quieren acabar con la injusticia de este silencio concreto. Saben que los relatos que recogen ahora son la forma de revindicar los de otras muchas mujeres que en otros lugares y otros tiempos protagonizaron historias que todavía permanecen ocultas. Es una forma también de conquistar el papel que les corresponde a las mujeres en la historia y en el futuro del país.
En palabras de Hakima Naji, representante de Assaida Al Horra, una de las asociaciones que trabaja este tema en Marruecos, «el primer paso para sacar a las mujeres del Harem en el que las ha encerrado la historia es nombrarlas, mencionar sus nombres y apellidos». En este sentido me parece necesario relatar una historia particular, como un ejemplo entre tantos, y también porque, al fin y al cabo, es de mujeres concretas y no otra la materia de la que se compone la Historia, en mayúsculas.
El primer recuerdo que tiene Batoul El Aouami de la lucha data probablemente de 1947 cuando Mohamed V leyó su famoso discurso en la ciudad de Tánger. Ella recuerda que agitaba una banderita y vitoreaba contenta las palabras del rey. No debía tener más de 6 ó 7 años y la bandera que sostenía no significaba nada para ella todavía. El siguiente recuerdo de Batoul es en la escuela, donde empezó a establecer relaciones con miembros de la resistencia. Su voz, que encierra la experiencia de sus casi 70 años y atrapa al oyente de la misma manera que debía hacerlo desde Radio África, donde trabajó como locutora tras la independencia, va desgranando cada uno de los recuerdos de aquella epc.
Años de resistencia
Su relación con la resistencia empezó con acciones de baja intensidad, pasando información entre los resistentes. Conjugaba las clases con la venta de pan en el zoco. Batoul entregaba hogazas de pan con mensajes y vendía otras a inocentes compradores. Sus compañeras de clase la despreciaban porque vender el pan en el zoco no se correspondía con el estatus que se suponía a una señorita con estudios. Ella no se enfadaba, se sentía importante, portadora de un gran secreto que debía guardar celosamente.
Batoul llegó a implicarse tanto en la resistencia, que su lucha le impidió seguir estudiando. Eso es una de las cosas que más lamenta de aquella época. Sus compañeros iban a buscarla a casa para escribir consignas en las paredes y repartir propaganda. Mientras ellos vigilaban, ella hacía el trabajo. Y es que ¿quién iba a sospechar de una niña de 12 ó 13 años?
Batoul, que creció sin padre, vivía con su madre en el barrio de la Alcazaba. La madre, aunque simpatizaba con la causa, veía desesperada cómo Batoul iba implicándose peligrosamente en las actividades de la resistencia. Le prohibió salir de casa y hasta le escondió la ropa, pero Batoul siempre escapaba de una forma u otra. Algunas veces le robaba la gabardina a su hermano y así, vestida de hombre, salía a la noche de Tánger para seguir escribiendo consignas en los muros.
Pronto empezó a acompañar a sus compañeros a recoger armas. Amparados por la oscuridad bajaban peligrosos acantilados y recogían los sacos que el mar había depositado en la playa. Eran sacos que debían contener menta pero que en realidad contenían armas. Batoul los recogía, cruzaba Tánger con ellos y los entregaba a otros resistentes. Eran armas que desde Tánger viajaban a Rabat y Casablanca y se usaban contra los franceses.
Mientras tanto, las manifestaciones se sucedían en Tánger y ella asistía a todas. Un día frente al Hotel Rembrandt, en el famoso Boulevard Pasteur, Batoul encaramada sobre los hombros de uno de sus compañeros gritaba consignas contra el gobernador francés, que leía un discurso desde uno de los balcones del hotel. La policía empezó a disparar y Batoul cayó herida en el muslo. Es una de las cicatrices que le recuerdan esa época, las otras están en el alma y duelen mucho más.
Falta de reconocimiento institucional
Finalmente Mohamed V volvió del exilio y se consiguió la independencia. Batoul muestra contenta una foto en la que, con 15 años, está junto al rey. Es el único reconocimiento que tiene de todo este tiempo. Batoul ha visto cómo en los últimos años todos sus compañeros han conseguido el estatus de resistente. Ella se pregunta qué la diferencia de ellos. El extenso dossier que ha ido recopilando demuestra su participación en la resistencia, hay declaraciones juradas de otros resistentes reconocidos, fotografías y nombres. Toda una vida encerrada en una vieja carpeta, convertida en un puñado de papeles que duermen en el fondo de los cajones de varios despachos: la delegación de antiguos combatientes, la wilaya y el ayuntamiento. Papeles que, a diferencia de las armas que transportó, no viajan ni a Rabat ni a Casablanca.
Todas las puertas se cierran para Batoul, a pesar de que su gran dignidad hace que los guardias de la wilaya se cuadren a su paso cuando visita al gobernador para entregar su dossier. La respuesta siempre es la misma: «tienes que esperar, los papeles tienen que enviarse a su majestad». Y es que parece que su majestad, que decide en esto como en casi todo, tiene mucho trabajo como para ocuparse de estas menudencias.
Batoul lleva años esperando, pero su lucha no desfallece. Ahora el silencio, la desidia y el tiempo que se le acaba se han convertido en sus enemigos. Ella sigue teniendo fe en su rey y sigue entregando su dossier, una y otra vez. Cree firmemente que cuando el rey conozca su historia, se hará justicia.
Batoul no tiene miedo, a pesar de que recientemente la policía la retuvo en comisaría varias horas. Su delito: esperar a Mohamed VI con su vieja carpeta a pie de carretera. Quería entregarle su dossier personalmente. En sus propias palabras «el miedo se fue con los que daban miedo, ahora es la época de Mohamed VI y él ha abierto las puertas para que podamos revindicar nuestros derechos y aquel que es dueño de sus derechos no debe dejar de perseguirlos hasta que los consiga».
Leonor Miró es miembro de Entrepobles. Este artículo fue publicado originalmente en la versión escrita de la Revista Pueblos en su número 34, de Septiembre de 2008.