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Crónicas desde el corazón de la bestia

Omar Thornton, un trabajador afroamericano, abre fuego contra sus compañeros

Fuentes: Rebelión

Si no fuera tan triste podría ser una de las «noticias» inventadas este verano por Santiago Alba Rico para el diario Público, pero ya se sabe que a veces, muchas veces, la realidad supera a la ficción. El pasado 3 de agosto Omar Thornton un camionero afroamericano salió de su casa, como todas las mañanas […]

Si no fuera tan triste podría ser una de las «noticias» inventadas este verano por Santiago Alba Rico para el diario Público, pero ya se sabe que a veces, muchas veces, la realidad supera a la ficción. El pasado 3 de agosto Omar Thornton un camionero afroamericano salió de su casa, como todas las mañanas para dirigirse a la distribuidora de cervezas de Manchester, Conneticut, en la que trabajaba desde hacía dos años. Su novia, Kristi Hannah, lo notó más distraido de la cuenta y sintió que el abrazo que le dio al despedirse fue diferente al de otras veces. Nada para preocuparse, todos tenemos nuestros momentos, pensó Kristi.

Esa mañana Thorthom tenía una reunión con sus jefes de la distribuidora de bebidas y con su representante sindical. En la reunión el capataz de la distribuidora le iba a enseñar a Thornthon un video grabado por una de las cámaras de seguridad. En el video Thornton aparecía supuestamente robando algunas cervezas y vendiéndoselas a un tercero. La conversación muy probablemente iba a desembocar en su despido, pero nada de esto llegó a suceder porque al llegar a la planta, Thornton abrió fuego contra sus compañeros de trabajo. Los disparos hirieron a varios trabajadores y acabaron con la vida de nueve de ellos. Tras disparar contra sus compañeros de trabajo, Thornton se refugió en un rincón de la nave e hizo varias llamadas: primero a su madre y después al servicio de emergencias 911. El operador del servicio de emergencias trató de calmar a Omar, pero sus palabras no pudieron impedir que éste acabará con su vida de un disparo en la sien.

La transcripción de los cuatro minutos de conversación de Omar con el operador del servicio de emergencias son sobrecogedores [1]. En ellos explica que le tratan mal en el trabajo, que tratan mal a todos los empleados negros y que, por eso ha decidido tomarse la justicia por su cuenta y cargarse a todos los racistas que le estaban haciendo la vida imposible. Ante los reclamos de calma del operador, Omar reacciona tranquilo, explicando que no va a disparar a nadie más aunque sí lamenta no haberse podido cargar a más racistas. Tras unos breves momentos de confusión Omar pregunta si la policía le va a matar; el operador le asegura que no. Momentos antes de dispararse en la sien, por la mente de Omar debieron de pasar todas las imágenes de brutalidad policial contra la población negra vistas, oídas o sufridas directamente. Antes de acabar con su vida Omar le pide al operador que se despida de su madre y de sus seres queridos. No confía en la policía, ni en los jueces ni en la sociedad.

Antes de conseguir el trabajo en la planta de distribución de Manchester, Thornton trabajó como conductor durante 10 meses para una compañía de productos químicos en South Windsor, el dueño el señor Lefevbre, dijo que Thornton era un buen chico, siempre tenía una sonrisa en la boca. Sin embargo, Lefevbre tuvo que despedirlo porque no podía resolver los problemas mecánicos del camión. Una de antigua pareja de Thornton, Jessica Anne Brocuglio, declaró después que Omar estaba cansado de ir de trabajo en trabajo porque no lo aceptaban por ser negro [2]. Brocuglio, que sólo tiene palabras elogiosas para Thornton porque éste la ayudó a salir de la bancarrota financiera y conseguir su diploma de enfermera, añadió que Omar estaba quemado porque siempre lo discriminaban por motivos raciales: no recibía aumentos salariales cuando le correspondía y no lo aceptaban nunca como una persona trabajadora y seria.

Cuando lo contrataron en la planta de distribución de bebidas de Manchester, Omar estaba radiante. Por fin había encontrado un buen trabajo: el sueldo era más que aceptable –60,000 dólares anuales- y además contaba con seguro medico y con la protección sindical de los Teamsters , uno de los sindicatos más fuertes del país. Sin embargo, Omar no acababa de estar a gusto en su trabajo. Según su actual pareja, Kristi Hannah, Omar volvía a casa cansado y de mal humor, porque sus compañeros le procuraban insultos racistas. En varias ocasiones Omar mostró a su novia grafittis racistas en el baño; una vez incluso apareció una soga con el gancho para ahorcar, un recordatorio siniestro de los linchamientos y del terror racial que los supremacistas blancos han inflingido a la población negra no hace tanto tiempo. A Thornton también le molestaban los comentarios insultantes y las miradas reprobadoras que recibía en la calle cuando paseaba con su novia blanca; no entendía porque la sociedad no aceptaba las parejas interraciales, no comprendía por qué su vida despertaba tanto odio en los blancos.

El estado de Conneticut está lógicamente consternado ante la tragedia, los medios de comunicación locales no dejan de hablar del tiroteo de la distribuidora de bebidas. La gobernadora del Estado, la señora Rell se ha preguntado incrédulamente: «¿Cómo puede alguien hacer esto? ¿Por qué hacen esto? Es un acto de violencia sin sentido que nos ha dejado a todos temblando y que nos ha recordado lo preciosa y frágil que es la vida». Debe ser, claro, la vida de los blancos y debe ser también que la gobernadora desconoce el significado de las palabras explotación, odio, racismo, supremacía blanca, etc. Por su parte, el señor Hollander, el empresario judío dueño de la planta de distribución, ha salido al paso de las acusaciones de racismo en su empresa explicando que alguien como él jamás toleraría que algo así sucediera. Los representantes sindicales de los Teamsters – la mayoría blancos– han añadido que no hubo nunca denuncias de actos racistas en la empresa, un periodista del Harfort Couran t ha llegado incluso a escribir una columna quejándose de que un empresario como Hollander que participa en todas las actividades caritativas de la ciudad y sus ejemplares trabajadores tengan que defenderse de unas acusaciones de racismo, sin fundamento, hechas además por un asesino [4].

¿Estamos diciendo que Omar Thornton era un santo o un mártir? No. Estamos diciendo que Omar Thornton era como todos nosotros, incluso llegó a creerse -como atestigua su página de Facebook -que Obama podría cambiar las cosas para que hubiera justicia racial. Thornton era uno de nosotros, seguramente amaba, reía y lloraba como todos nostros, es sólo que a veces -como explica Martina la protagonista de una novela de Belén Gopegui-la gente se rompe y nadie hace nada, los abandonamos como juguetes rotos, ya no nos mueve el dolor ajeno. Omar Thornton estaba roto, se cansó de sonreir para agradar al patrono blanco, no pudo aguantar más las miradas inquisitivas de la gente, no pudo contener tanto odio dentro de sí. Y estalló, ya sabemos todos cómo estalló, pero ¿a dónde van todas las preguntas que dejó su estallido? ¿Quién se hace cargo de todas las preguntas que deja su muerte y la de los otros nueve trabajadores?

En 1945 el escritor afroamericano Chester Himes escribió una novela brutal y desoladora – If He Hollers Let him Go (Si grita déjalo ir )– sobre las condiciones laborales de los estibadores negros en el puerto de Long Beach, California. El protagonista de la novela, Bob Jones, no consigue adaptarse nunca a la sociedad californiana, a pesar de ser capataz y de tener un buen trabajo, porque el racismo y las fantasías de venganza no le dejan vivir. En un momento de la novela Jones y un socialista blanco mantienen el siguiente intercambio:

– Hasta donde yo puedo ver el problema del trabajador industrial negro, no es tanto un problema racial como un problema de las masas. Tan pronto como las masas, incluidas todas nuestras minorías, hayan conseguido seguridad económica, los problemas raciales se resolverán solos, ¿No esta usted de acuerdo Jones?

– No, [cotestó Jones]. Es un estado mental. Mientras la gente blanca me odie y yo les odie, podemos ganar la misma cantidad de dinero, vivir juntos, tener la misma casa y pelear todos los días. […]

– Entonces, ¿cómo sugiere que encontremos una solución para el problema de las minorías?

– Yo no sé cuál es la solución para las otras minorías, pero la única solución para los negros es una revolución. [5]

Si Omar Thornton pudiera hablar seguramente pensaría que las cosas no han cambiado mucho desde 1945 y tal vez también estaría de acuerdo con el dictamen de Bob Jones.

[1] http://www.courant.com/news/nation-world/sns-ap-us-beer-distributor-911-transcript,0,5931920.story?page=1

[2]http://www.salon.com/wires/allwires/2010/08/07/D9HEON300_us_beer_distributor_shootings

[3] http://www.wtnh.com/dpp/news/rell-statement-on-manchester-shootings

[4] http://www.courant.com/business/hc-haar-0806-20100805,0,2269245.column

[5] Chester Himes. If He Holler Let Him Go. New York: Thunder Mouth Press, 1945. Traducción mía.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.