Desde que en 2006 se puso en marcha la Alianza para una Revolución Verde en África (AGRA, en inglés), los rendimientos agrícolas apenas han aumentado, mientras que la pobreza rural sigue siendo endémica, y habría aumentado más si no fuera por la emigración.
La alianza se lanzó, con el financiamiento de la Fundación Bill y Melinda Gates y la Fundación Rockefeller, con el objetivo explícito de duplicar los rendimientos y los ingresos de 30 millones de hogares de pequeños agricultores y reducir a la mitad la inseguridad alimentaria para 2020.
No hay indicios de que las semillas comerciales y los productos agroquímicos promovidos en los 13 países en los que se centra AGRA hayan aumentado significativamente la productividad y los ingresos. Mientras tanto, el número de personas desnutridas en estos países aumentó 30 %.
¿Cuándo aprenderemos?
¿Qué ha fallado? Las continuas protestas de los agricultores indios, que se mantienen a pesar del grave resurgimiento de los contagios de covid-19 en ese país, ponen de manifiesto el problemático legado de su Revolución Verde y su frustrante papel en el progreso hacia una seguridad alimentaria sostenible.
Numerosos estudios han desmontado ya algunos mitos de la Revolución Verde india. En retrospectiva, sus defectos y sus nefastas consecuencias deberían haber advertido a los responsables políticos de los probables resultados decepcionantes de la Revolución Verde en África.
Los relatos hagiográficos de la Revolución Verde aseguran que el trigo y el arroz enanos de “alto rendimiento” y “rápido crecimiento” se extendieron por Asia, en particular por India, salvando vidas, modernizando la agricultura y “liberando” mano de obra para un mejor empleo no agrícola.
Muchos estudios históricos recientes cuestionan afirmaciones claves de ese supuesto éxito, incluidas las alegadas mejoras generalizadas en el rendimiento agropecuario e incluso el número de vidas que realmente se salvaron gracias al aumento de la producción de alimentos.
La degradación del ambiente y otras amenazas para la salud pública debidas a los productos químicos tóxicos utilizados son ahora ampliamente reconocidas. Mientras tanto, la gestión del agua se ha vuelto cada vez más difícil y poco fiable debido al calentamiento global y otros factores.
La Revolución Verde 2.0 para África
edio siglo después, la Alianza, que fetichiza la tecnología e incluso la deifica, parece ignorar las lecciones asiáticas, como si no hubiera nada que aprender de las experiencias, investigaciones y análisis reales.
Y lo que es peor, AGRA ha ignorado muchas características cruciales de la revolución verde de India. Es importante destacar que el gobierno indio poscolonial había alcanzado rápidamente capacidades para promover el desarrollo económico.
Pocos países africanos disponen de tales capacidades de desarrollo, y mucho menos de capacidades comparables. Sus ya modestas capacidades gubernamentales fueron diezmadas a partir de la década de los años 80 por los programas de ajuste estructural exigidos por las instituciones financieras internacionales y los donantes bilaterales.
Ignorar las lecciones de la historia
El Programa de Desarrollo Agrícola Intensivo de India, de 10 puntos, era algo más que semillas, fertilizantes y pesticidas.
Su programa de desarrollo agrícola intensivo no se limitaba a esos tres elementos, sino que también ofrecía créditos, precios mínimos garantizados, mejora de la comercialización, servicios de extensión, planificación, análisis y evaluación en las aldeas.
Estos y otros elementos cruciales faltan o no se han desarrollado adecuadamente en las iniciativas de AGRA. Los patrocinadores del sucedáneo de la revolución verde en África han ignorado en gran medida estos requisitos.
En su lugar, la tecnófila iniciativa AGRA se ha entusiasmado con las innovaciones técnicas novedosas, mientras que no ha valorado suficientemente los conocimientos autóctonos y otros ancestrales, la ciencia y la tecnología, o incluso la infraestructura básica.
La revolución verde asiática se basó fundamentalmente en la mejora de las condiciones de cultivo, incluida una mejor gestión del agua. La inversión de AGRA u otros ha sido escasa en este campo, incluso cuando el cultivo promovido requiere tales mejoras.
De la tragedia a la farsa
No es de extrañar que la Revolución Verde de África haya reproducido muchos de los problemas que tuvo la de India:
– Al igual que en India, la productividad general de los cultivos básicos no ha crecido de forma significativa a pesar de las costosas inversiones en tecnologías de la RV. Estas pobres tasas de crecimiento de la productividad se han mantenido muy por debajo de las tasas de crecimiento de la población.
– El éxito moderado de un cultivo prioritario (por ejemplo, el trigo en el estado de Punjab, en India, o el maíz en África) se ha producido generalmente a expensas del crecimiento sostenido de la productividad de otros cultivos.
– Se ha reducido la diversidad de los cultivos y de la dieta, lo que ha afectado negativamente a la sostenibilidad de los cultivos, así como la nutrición, la salud y el bienestar de la población.
– Las subvenciones y otros incentivos han hecho que se dedique más tierra a los cultivos prioritarios, y no solo a la intensificación productiva, con repercusiones negativas sobre el uso de la tierra y la nutrición.
– La salud y la fertilidad del suelo se han visto afectadas por la extracción de nutrientes debido al monocultivo de cultivos prioritarios, lo que ha hecho necesario comprar más fertilizantes inorgánicos.
– El aumento de los costes de los insumos suele ser superior a las ganancias adicionales derivadas de los modestos aumentos de rendimiento con nuevas semillas y productos agroquímicos, lo que aumenta el endeudamiento de los agricultores.
Los caminos no seguidos
La Alianza y otros defensores de la Revolución Verde africana han tenido 14 años, además de miles de millones de dólares, para demostrar que la agricultura intensiva en insumos puede aumentar la productividad, los ingresos netos y la seguridad alimentaria. Es evidente que han fracasado en hacerlo.
Los africanos -agricultores, consumidores y gobiernos- tienen muchas razones para desconfiar, sobre todo teniendo en cuenta el historial de la AGRA después de una década y media de que esa iniciativa fuera lanzada. La experiencia de India y las actuales protestas de los agricultores de ese país deberían hacer que esa desconfianza crezca todavía más.
Vender la Revolución Verde de África como una innovación que requiere de manera inevitable una “creativa destrucción” es un planteamiento sumamente engañoso.
Alternativamente, muchas iniciativas de agroecología, que los tecnófilos tachan condenan como atrasadas, están aportando ciencia y tecnología de vanguardia a los agricultores, con resultados impresionantes.
Un estudio realizado en 2006 por la británica Universidad de Esexx, sobre casi 300 grandes proyectos de agricultura ecológica en 50 países en situación de pobreza, documento un aumento de productividad de 79 %, con costos decrecientes y mayores ingresos.
Publicado el mismo año que se lanzó AGRA, los resultados que revela superan con creces los de las revoluciones verdes implantadas hasta ahora. Lamentablemente nos recuerdan los altos costos de oportunidad por los caminos seguidos por culpa de un dogma tecnófilo muy bien financiado.
Timothy A. Wise, asesor principal del Instituto de Política Agrícola y Comercial y autor de “Comer mañana: agroindustria, agricultores familiares y la batalla por el futuro de la alimentación”.
Jomo Kwame Sundaram, exprofesor de Economía y antiguo subsecretario general de Desarrollo Económico de las Naciones Unidas.
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