Zhou Xinci dejó su ciudad en el cinturón industrial de China hace cuatro años, llevando consigo casi lo puesto y la ilusión de ahorrar suficiente dinero como para poder comprarse una vivienda algún día. Ese sueño se está desvaneciendo rápidamente al ver cómo sus vecinos, otros trabajadores llegados de distintos puntos del país, están siendo […]
Zhou Xinci dejó su ciudad en el cinturón industrial de China hace cuatro años, llevando consigo casi lo puesto y la ilusión de ahorrar suficiente dinero como para poder comprarse una vivienda algún día.
Ese sueño se está desvaneciendo rápidamente al ver cómo sus vecinos, otros trabajadores llegados de distintos puntos del país, están siendo desalojados de sus casas en las afueras de la capital.
Zhou, quien tiene 35 años y cuyo marido es obrero en una fábrica de Pekín, sabe que pronto le llegará su turno y se pregunta cómo harán para permanecer en la ciudad con su hijo de nueve años.
«Están sacando a la gente de sus departamentos y destruyendo todo. Mi hijo está muy asustado y no puede dormir de noche. Yo misma estoy asustada», dijo la mujer.
La pareja paga un alquiler de 400 yuans (60 dólares) por una habitación lo suficientemente grande como para acomodar una cama, un armario, el televisor y una refrigeradora. Pero Zhou dice que los alquileres cada vez más altos y la creciente discriminación de los trabajadores del interior harán que les resulte imposible conseguir otra habitación.
«Dicen que la gente de Pekín sufre mucho si pierde su perro», comentó Zhou. «Nosotros somos personas. ¿Cómo pueden tratarnos así?».
Familias enteras han sido desalojadas, a menudo con escaso preaviso para organizar el traslado de sus pertenencias en pleno invierno, según varios trabajadores entrevistados por The Associated Press. Muchos tuvieron que apilar sus muebles, bolsas, ropa y otros artículos en sobrecargadas camionetas, abandonando utensilios de cocina y otros objetos que no cabían.
«Nos llamaron a las cinco de la madrugada y para las ocho de la mañana habían llegado con el equipo de demolición», dijo Bi Yan’ao, un trabajador de 54 años que ha vivido 13 años en Pekín, describiendo cómo había tenido que mudarse de su departamento en Daxing en apenas unas horas la semana pasada.
«En una hora allanaron un trecho de 100 metros (300 pies) de terreno. Qué miedo da eso», añadió.
Después del desalojo, Bi fue a trabajar con un familiar en una tienda vendiendo productos cosméticos, pero esta semana les dijeron que tenían un par de días para marcharse. El lunes por la noche, Bi estaba de pie en la tienda mirando las cajas de mercancías a su alrededor, sin saber qué hacer. Se le saltaban las lágrimas.
«Quiero llorar», dijo. «Ya no me queda nada».
La ciudad inició la semana pasada una campaña de 40 días para desalojar a los inquilinos de edificios que se consideran inseguros, después de que un gran incendio matara a 19 personas en unos apartamentos arrendados sobre todo por gente del interior de condición humilde.
La campaña fue muy criticada en las redes sociales, en las que la gente dice que pone de manifiesto la gran desigualdad que hay en China, que impide a los pobres del interior gozar del mismo nivel de vida que los residentes de las ciudades. Un sistema muy cuestionado que rige en la ciudad niega servicios sociales, atención médica y educación a las personas que no tienen residencia fija, o «hukou».
La mayoría de los inquilinos que viven en ese tipo de casas, a las afueras de la ciudad, son personas de zonas más pobres de China que trabajan en fábricas, la construcción, reparto, limpieza o peluquería. Otros gestionan pequeños negocios mayoristas y tiendas que venden artículos baratos. Algunos viven en la ciudad desde hace años con sus hijos.
Un grupo de intelectuales firmó una carta abierta al gobierno central, instando a la ciudad a detener los desalojos y ofrecer alojamiento temporal a los migrantes.
Uno de los firmantes, el analista político independiente Zhang Ligan, dijo que el malestar muestra que el rápido crecimiento económico ha producido una enorme acumulación de riqueza y una creciente desigualdad y sensación de injusticia.
Zhang dijo que mucha gente le tendió una mano a los desplazados porque ellos mismos vivieron experiencias similares antes de acceder a la clase media.
«Cuando vieron todos estos desalojos de gente del interior, comprendieron que es algo que les pudo pasar a ellos», señaló Zhang.
La Administración de Seguridad Laboral de Pekín ha negado que la campaña vaya dirigida contra personas del interior de bajos ingresos y afirma que afecta a todos los edificios inseguros de la ciudad.
El gobierno municipal dijo el año pasado que tenía previsto limitar la población a 23 millones de personas para 2020 y reducir en un 15% el número de habitantes en seis importantes distritos.
Por su parte, el portavoz del China Labor Bulletin Geoffrey Crothall señaló que los desalojos forman parte de los esfuerzos del gobierno por aprovechar los precios al alza de los terrenos. Con los desalojos, el gobierno está expulsando en la práctica al núcleo de la fuerza laboral de la capital, explicó.
«Pekín necesita trabajadores del interior para hacer todos los trabajos de servicios a un bajo costo», dijo Crothall. «Pero si los expulsas por completo de la ciudad, entonces no habrá nadie para hacer esos trabajos».