Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Los que tienen éxito en política, como en la mayor parte de la cultura, son los que crean las fantasías más convincentes
(Chris Hedges, Empire of Illusion)
Una vez establecidas las dos candidaturas, la farsa democrática que es la elección presidencial en EE.UU. se arrastra hacia su espectáculo final. Y para una campaña que ya está plena de todas las trivialidades e intrigas de las celebridades, más adecuadas para un reality de la televisión, no es sorprendente que ambos partidos políticos se propongan utilizar sus próximas convenciones políticas para presentar espectáculos coreografiados que no sirven para mucho más que para la transmisión en el horario central.
Según el New York Times, un «escenario teatral de 2,5 millones de dólares inspirado por Frank Lloyd Wright» con 13 pantallas diferentes de video, recibirá al televidente de la convención nacional republicana en Tampa. Todo como parte de un esfuerzo, señala el Times, de camuflar al frío «capitalista buitre», Romney tras un velo de «calor, accesibilidad y apertura». Como alardeó un importante consejero de Romney en el periódico, «hasta los marcos [de madera de las pantallas de video] fueron diseñados para dar un sentido de que no se está mirando un escenario, sino la sala de estar de una persona». (Presumiblemente una copia directa de una de las salas de estar de Romney).
Para proteger la recién creada aura de «accesibilidad y apertura» de Mitt de cualquier vagabundo perdido, la ciudad de Tampa gastará 24,85 millones solo en personal de mantenimiento del orden durante los cuatro días de la convención. Esto incluirá un masivo despliegue de entre 3.500 y 4.000 «agentes de contingencia» de hasta 63 departamentos de policía externos. Es evidente que la hospitalidad tiene sus límites.
Todo será muy parecido en la convención demócrata fijada para principios de septiembre en Charlotte. La galardonada marca Obama es demasiado valiosa como para ser empañada por la mancha de la agitación social.
La amenazadora represión del disenso al estilo Charlotte será facilitada nada menos que por una ley orwelliana de la ciudad que permite que cualquier gran evento público sea declarado «acontecimiento extraordinario». Cualquier cacheo y arresto arbitrario de un individuo que realice la policía será entonces ipso facto legal. (Tal como semejantes prácticas policiales son en todo caso «extraordinarias»).
Por supuesto, todas esas desventuradas almas que serán recibidas por el vaivén de las porras policiales en las calles de Tampa y Charlotte apenas merecerán una mención de la jauría de planificación mediática que será incluida con toda seguridad en las salas de convención. En su lugar, las legiones de atontados expertos y presentadores de los medios se apresurarán a ocupar el tiempo de transmisión deshaciéndose en elogios sobre el verdadero esplendor de la democracia estadounidense manifestado en la lluvia de confeti que caerá desde las vigas.
La impecable presentación mediática de todo el espectáculo como parte obligada del inevitable docudrama titulado «Decisión 2012» hará poco sin duda por ocultar al observador atento la verdadera naturaleza de la charada. A pesar de todo, la política como orgía de entretención seguirá adelante, con los medios presentes para celebrarla y participar en todo el asunto. Lo que solo agregará más verosimilitud al comentario sarcástico de Neil Postman de que «en EE.UU., los menos divertidos son los animadores profesionales».
El tema fundamental de si verdaderamente se tomará una decisión en 2012, sobra decir, es bastante dudoso.
Como dice el New York Times sobre las perspectivas internacionales de Obama y Romney: «Las verdaderas diferencias en política exterior entre los dos parecen ser más un asunto de grado y tono que de articulación de un profundo debate sobre el curso a seguir por EE.UU. en el mundo». Dicho de otro modo, las amenazas de bombardear Irán, «contener» a China y humillarse ante Israel simplemente están fuera de discusión.
Por cierto, incluso algunos seguidores izquierdistas de Obama admiten que no existe una diferencia discernible entre los dos candidatos. Como argumentan por su parte los partidarios de Obama Bill Fletcher y Carl Davidson: «Noviembre de 2012 no se convierte en una declaración sobre la presidencia de Obama, sino en una acción defensiva de las fuerzas progresistas para contener a los ‘Calígulas’ de la derecha política». Semejantes argumentos de bancarrota inevitablemente resurgen cada cuatro años en el ya trillado intento de hacer correr a toda prisa a la dividida izquierda estadounidense hacia el abrazo mortal del «Partido del pueblo».
Ante esta lamentable situación, la campaña presidencial deberá ser forzosamente poco más que una campaña nacional de mercadeo, completa con la variedad de artilugios, trucos y engaños inherentes a ese vil arte llamado «relaciones públicas». Por lo tanto, la «decisión» que tendrá lugar en 2012 se limita a lo que ocurra entre la marca Obama y la marca Romney. Poco diferente, en realidad, de la elección entre Pepsi y Coke o Nike y Adidas. Porque exactamente como en el caso de las marcas, la decisión de 2012 no tiene que ver con la diferenciación entre dos productos o candidatos diferentes -ya que ambos prometen proveer la misma agenda de neoliberalismo en el interior e imperialismo en el extranjero- sino más bien con la elección entre dos conjuntos de promesas (realmente ficticias). En términos de 2012, es la débil esperanza y el vago eslogan de «Adelante» proferido por el campo Obama, contra la promesa de desahogo del equipo de Romney mediante la restauración del poder de EE.UU.
En otras palabras, por lo tanto, el hombre que sea más capaz de vender la fantasía más convincente al consumidor estadounidense en este otoño, será el que finalmente prevalecerá en noviembre.
Todo adecuado para un imperio de ilusiones.
Ben Schreiner es escritor independiente que vive en Wisconsin. Contacto: [email protected] o a través de su sitio en la web.
© Copyright Ben Schreiner, Global Research, 2012
Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=32453
rCR