Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Hace dos días pasamos tres horas de ansiosa espera en un área exterior de la sección de «Visados para No Inmigrantes» del consulado de EEUU aquí en Kabul, Afganistán, esperando que nuestros jóvenes amigos Ali y Abdulhai regresaran de su peregrinaje por los despachos internos donde les estaban entrevistando tras solicitar un visado para poder ir a EEUU a hablar con la gente.
Los dos son miembros de Voluntarios Afganos por la Paz y habían recibido una invitación de la «Caravana por la Paz» mexicana/estadounidense que hará una gira por EEUU a finales de este verano. No queríamos que sus esperanzas se esfumaran y no queríamos perder esta oportunidad de conectar las experiencias de los pueblos infortunados que por todo el mundo están sufriendo a causa de la guerra. Los organizadores de la Caravana prevén y exigen alternativas a los fracasados sistemas de políticas militarizadas de la aterradoramente violenta y al parecer interminable guerra de la droga mexicano/estadounidense. Quieren conectar con las víctimas de la guerra en Afganistán sobre todo porque como primer productor de opio y marihuana en el mundo, Afganistán padece también una fallida guerra contra la droga.
Es una invitación sin precedentes en un momento desesperadamente crucial a nivel humano.
Una amable afgana que trabaja en la embajada como guardia de seguridad nos sugirió que la larga duración de la espera podría ser buena señal, quizá podría significar que uno de sus entrevistadores había tomado un especial interés por el caso de nuestros jóvenes amigos. Confiábamos en que así sucediera con Ali y Abdulhai, cada uno con sendos paquetes de cartas de apoyo de cuatro senadores y tres representantes del Congreso de EEUU, además de una petición firmada por 4.775 personas. Quizá alguno de los entrevistadores estaba dedicando tiempo a leer la carta de la Nobel de la Paz Mairead Maguire, y quizá Ali y Abdulhai tendrían posibilidad de mencionar que Mairead se les iba a unir en Kabul con motivo de la celebración del Día de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre próximo, para llevar a cabo una campaña por la que pediría a dos millones de amigos de todo el mundo que apoyaran un alto el fuego que con la mediación de las Naciones Unidas silenciara las armas de todas las partes que actualmente combaten en Afganistán.
Al menos la amable guardia se interesaba por saber algo más acerca de los muchachos que estaban dentro. En fragmentos de conversación a lo largo de la mañana, teniendo en realidad poco que hacer en la fortaleza que es la embajada de EEUU, parecía bien dispuesta a entretener un poco el aburrimiento.
Los soldados estadounidenses que había dentro de una cerrada oficina adyacente con ventanas opacas parecían mucho más ocupados supervisando las llegadas y salidas de equipamiento y máquinas de construcción. El proyecto de edificación parece formar parte de una expansión inmensa de la embajada de EEUU en Kabul, con el objetivo de superar a la embajada que hay en la capital iraquí, Bagdad, y así constituirse en la mayor de las embajadas estadounidenses por el mundo.
Esperando lo mejor para nuestros jóvenes amigos, estábamos ya trazando planes a partir del valor de la amistad -de los vínculos de solidaridad y cooperación construidos a través de las fronteras-, empezando por nuestra carta de agradecimiento a los miles de personas que habían firmado online nuestra petición solicitando visados para Ali y Abdulhai.
Después de tres horas de espera, sentíamos gran curiosidad por saber cómo estarían yendo las entrevistas. Por cómo estarían Ali y Abdulhai trasmitiendo su vida diaria en el distrito de clases trabajadoras de «Karte Seh» en Kabul, donde tutelaban a niños ex vendedores de la calle a los que habían ayudado a inscribirse en el colegio. En cómo estarían trasmitiendo las circunstancias de la vida de las costureras adultas afganas a las que están ahora proporcionando maquinaria, un lugar de trabajo y una oportunidad de ganarse el sustento libres de la explotación de los intermediarios. Las mujeres conversan unas con otras mientras trabajan, con sus suaves y animadas voces. Por la mañana, en sus momentos libres, entran y salen, algunas con el burka cubriendo sus rostros pero firmes en su decisión de trabajar y salir adelante porque, de entre todos los desafíos a que se enfrentan, con muchas de ellas soportando graves abusos en el hogar, ninguno es tan importante como la tarea de alimentar a sus familias en el caos e insoslayable pobreza de una sociedad machacada por la guerra.
En esos momentos, ¿a quién estarían Ali y Abdulhai describiendo su trabajo, un trabajo tan lleno de principios y dignidad? ¿Estaría escuchando el entrevistador la escena de cada día laborable por la tarde tras el colegio, cuando alrededor de dos docenas de niños pequeños se derramaban por el patio de los Voluntarios, llenos de vida y alegría, ansiosos de aprender de sus tutores voluntarios, aunque necesitando la guía de Ali y Abdulhai cuando ponían de manifiesto los terribles prejuicios que adquieren de los adultos. ¿Estaba comprendiendo el entrevistador la importancia vital de la misión de los Voluntarios, que luchan por buscar y encontrar vías creativas para persuadir a una nación despavorida a encontrar la fortaleza en la fraternidad entre las diversas etnias hazaras, pastunes, tayicos, uzbecos y muchas otras más?
¿Quieren acaso los entrevistadores -o la agencia que les supervisa- que los afganos lleguen a esa fraternidad? ¿Quieren añadir la autoridad y prestigio que da cuando uno se encuentra con ideas como las de los Voluntarios, resueltos a que la gente normal pueda superar los temores y odios tradicionales, a que puedan vivir juntos sin necesidad alguna de venganza, sin necesidad de armas y sin necesidad de la vigilancia de los extranjeros empeñados en una ocupación militar?
Nuestra nueva amiga en la oficina les vio llegar primero. «Ahí vienen vuestros amigos», dijo. «Rechazados», añadió mirando sus rostros. Ella y otro guardia afgano escuchaban compasivamente mientras Ali y Abdulhai describían sus absurdamente breves entrevistas, no habían durado más que diez minutos en las tres horas que habían pasado esperando. Durante esos diez minutos, el entrevistador no tocó nunca los documentos que llevaban en sus paquetes.
A Abdulhai le dijeron que él no trabajaba para el gobierno [afgano], que la gente en Afganistán no le conocía y que Afganistán «está en muy mala situación».
Ali nos mostró la carta de rechazo y comentó secamente que sentían mucho haber gastado 160 dólares USA, que tan necesarios eran para su trabajo con sus comunidades, en la compra de aquel souvenir. Simplemente les dijeron que no tenían derecho a recibir visado porque no habían demostrado pruebas suficientes, en caso de que se les permitiera salir de Afganistán, de que iban a volver aquí a su entregado trabajo.
El metódico trabajo de la embajada de EEUU -reforzar y apuntalar los intereses estadounidenses (siempre favorables a su dominio)-, proseguirá tras sus muros siempre en expansión empleando las herramientas del militarismo, explotando y recompensando el escabroso trabajo de los especuladores de la guerra, echando una fría mirada sobre cualquier cosa que consideren una amenaza, por extravagante que resulte, a la seguridad y al confort de EEUU, como por ejemplo la movilización independiente por la paz que escapa a su control entre los afganos normales y corrientes.
Mientras tanto, aunque sea por vías pequeñas, se va consolidando la fortaleza verdadera en el pequeño trabajo, repetido mil veces, de gente como los Voluntarios Afganos por la Paz, dando clases a un montón de niños, ayudando a una madre desesperada a conseguir el derecho de alimentar a su familia, apelando a la solidaridad mundial para un alto el fuego impuesto por las Naciones Unidas a EEUU y a los talibanes, en actos pequeños que unidos dan significado a la vida, con los que construimos una alternativa a la mentira del excepcionalismo, a la mentira de la seguridad, a la mentira de la violencia.
Justo ahora, quienes están deseosos de colaborar con la visión de un Afganistán en paz están invitados a repetir nuestra victoria del pasado mes cuando le dimos la vuelta a la negativa de visado para Hakim. La pasada semana estuvimos dudando en si inundar la embajada con las cartas que apoyan a Ali y Abdulhai, pero todas esas dudas ya no son necesarias. Instamos a los miles de personas que creen en la visión y en las prácticas de Voluntarios Afganos por la Paz a que nos apoyen escribiendo cartas como las que podemos encontrar en: http://act.rootsaction.org/p/dia/action/public/?action_KEY=6447
a las direcciones que aparecen en la lista.
Nuestros pequeños pasos, unidos, nos ayudan a dejar atrás la mentira de que no podemos hacer nada. En el interior de la Embajada de EEUUU, detrás de muros blindados y cámaras distorsionadas, quizá los funcionarios no puedan ver lo que estamos haciendo -en realidad no parecen ver ni lo que ellos están haciendo-, pero podemos manifestarnos los unos junto a los otros. Tenemos imaginación y esperanza para construir pequeñas cosas que se irán haciendo grandes en el momento adecuado. Construyamos cosas buenas, cosas positivas. Y veremos cómo los vínculos que creamos entre nosotros van haciéndose cada vez más fuertes.
Habíamos empezado a escribir esta nota pensando en una pronta victoria para Ali y Abdulhai. No hemos conseguida aún el visado para que estos jóvenes puedan ponerse al frente de la Caravana por la Paz. Es posible que no lo consigamos. Pero, sin embargo, queremos darles las gracias, extender nuestras más humildes gracias a quienes ya nos han ayudado, abarcando a todos los que hacen cuanto pueden en la forma que pueden para intentar construir el mundo que está por llegar. Gracias. Aún no hemos triunfado, y sin embargo «llegaremos más allá de nuestros más alocados sueños», los sueños de quienes están constreñidos por los muros de una embajada y por los muros del gobierno que representa. Estamos aún afuera, aquí, con el mundo que está llegando.
No podemos esperar para construir un mundo mejor, un mundo de amigos sin fronteras y Ali y Abdulhai nos dan otra razón más digna aún para explicar por qué Afganistán no puede esperar.
Kathy Kelly ([email protected]) coordina Voices for Creative Nonviolence (www.vcnv.org)
Dr. Hakim ([email protected]) es el mentor de Afghan Peace Volunteers (www.ourjourneytosmile.com)
Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/08/08/why-afghanistan-cant-wait/