1. Las noticias en torno a los Minerales de Conflicto hacen creer al público que el desafío del Congo se encuentra en los grupos rebeldes que violan mujeres salvajemente para hacerse con el control de las lucrativas minas del país. Sin embargo, el verdadero reto al que se enfrenta no es otro que el intento […]
1. Las noticias en torno a los Minerales de Conflicto hacen creer al público que el desafío del Congo se encuentra en los grupos rebeldes que violan mujeres salvajemente para hacerse con el control de las lucrativas minas del país. Sin embargo, el verdadero reto al que se enfrenta no es otro que el intento de Occidente por debilitar esta valiosa nación, de gran importancia a nivel estratégico, a través de guerras, invasiones, asesinatos y apoyo a dictadores.
2. No hacen más que borrar por completo los crímenes perpetrados contra el pueblo congoleño durante 14 años, de los que son cómplices tanto gobiernos extranjeros como empresas multinacionales, a quienes aún no se han pedido responsabilidades.
3. En ningún momento mencionan a las empresas mineras que operan en el Congo (Banro, AngloGold Ashanti, OM Group o Freeport McMoRan, entre otras) y que se han visto implicadas en delitos de explotación ilegal de los recursos del país o involucradas en la realización de contratos denigrantes que no revierten de modo alguno en beneficio del pueblo congoleño.
4. No tienen en cuenta ninguna de las medidas que han propuesto mujeres, jóvenes, políticos y empresarios congoleños a lo largo de los años.
5. No ofrecen ningún tipo de prueba de que la certificación y auditoría de la extracción de minerales del Este de Congo consiga poner fin al conflicto.
Aquí van algunas preguntas sencillas sobre las que reflexionar:
1. Ruanda es el mayor comprador de «minerales de conflicto» según informa Bloomberg News (http://www.bloomberg.com/
2. Según las noticias del Dow Jones, Ruanda espera ganar 200 millones de dólares en 2010 gracias al estaño, tantalio y tungsteno, de los cuales no posee grandes cantidades, pero que seguramente obtendrá del Congo. Y, pese a todo, los defensores de los Minerales de Conflicto guardan un apabullante silencio. ¿Por qué?
3. Si tenemos en cuenta que los aliados de EE.UU., Ruanda y Uganda, alimentaron el conflicto mediante dos invasiones en 1996 y en 1998 respectivamente, que Ruanda tiene dos condenas de arresto internacional contra sus líderes y que sobre Uganda pesa una resolución internacional dictaminada por la Corte Penal Internacional en 2005 por la que debe al Congo 10.000 millones de dólares de indemnización, ¿por qué el Departamento del Estado estadounidense no dice o hace nada sobre este asunto? A este respecto, en el artículo 5 de la ley de Derecho Público 109 – 456 (http://www.govtrack.us/
4. Y, por último, en los últimos 14 años se han perpetrado crímenes atroces, en los que han perdido la vida cerca de 6 millones de personas. Gracias a los datos aportados por cuatro informes (http://www.friendsofthecongo.
A la luz de los hechos anteriormente descritos, los esfuerzos realizados en torno a este asunto dan la impresión de ser un simple y torpe intento con el que encubrir a los aliados de los EE.UU. y a las empresas estadounidenses involucradas (véase el artículo realizado por las juventudes congoleñas publicado en el Huffington Post: http://www.
¿Qué deberíamos hacer para acabar con el conflicto?
1. Los EE.UU. deberían aplicar a raja tabla su propia ley que figura en el Derecho Público 109-456, concretamente el artículo 105.
2. Los EE.UU. deberían presionar a sus países aliados, Ruanda y Uganda, para detener la desestabilización y el saqueo que sufre el Congo.
3. Los EE.UU. deberían exigir responsabilidades a sus empresas, sobre todo a las empresas mineras.
4. Los EE.UU. deberían relacionarse con el Congo de forma diferente, de manera que se favorezca un acercamiento diplomático y político en lugar de un acercamiento militar. Para más información sobre algunas de las medidas propuestas, puede consultar la siguiente página: http://www.
Información tomada del blog ConflictMinerals.org, publicada el 21 de julio de 2010.
Traducido por Ruth Yuste Alonso para Fundación Sur.