Para muchos analistas, observadores y simples seguidores de la actualidad política, George W. Bush, a 17 meses de concluir su segundo mandato, es ya el peor de los presidentes en la historia de Estados Unidos. Cuando se aborda el tema todo gira en torno a la invasión a Irak, a pesar de que esa decisión, […]
Para muchos analistas, observadores y simples seguidores de la actualidad política, George W. Bush, a 17 meses de concluir su segundo mandato, es ya el peor de los presidentes en la historia de Estados Unidos.
Cuando se aborda el tema todo gira en torno a la invasión a Irak, a pesar de que esa decisión, en el momento de ser adoptada, contó con un amplio respaldo popular.
Solo después serían conocidas las burdas mentiras utilizadas para justificar una acción tan costosa en términos económicos y, especialmente, en vidas estadounidenses e iraquíes.
No obstante lo anterior, en realidad lo que más erosiona el respaldo al Presidente no es el origen del problema, sino la creciente incertidumbre de cómo van a salir del pantano al que ha conducido a sus ‘muchachos’.
Con el número de bajas fatales en el orden de los tres mil 700 han comenzado los cuestionamientos del ciudadano común, con tres preguntas sin respuestas: ¿Por qué fuimos?, ¿Qué hemos logrado? y ¿cómo saldremos?
Parejo en importancia con estas interrogantes avanzan las preocupaciones provocadas por la autorizada invasión de la intimidad del ciudadano común, a quien a lo largo de su vida le hicieron creer que vivía en el país líder mundial de los derechos individuales.
Y ahora resulta que en nombre de una amenaza terrorista, cuya percepción, seis años después del derribo del World Trade Center, deviene cada vez débil, le mutilan de un plumazo el derecho a la privacidad de sus comunicaciones telefónicas y su correo electrónico.
Con la autorización del Congreso, la Casa Blanca puede interceptar las llamadas por teléfono y los mensajes digitales y hacerlo sin atenerse a reglas, cuya aplicación depende de la voluntad y el criterio de funcionarios y empleados gubernamentales.
No resulta difícil suponer cuan vulnerable puede ser el individuo, situado a expensas de una administración arrogante, facultada para hacer cuanto desee, sin tener que explicar ni rendir cuentas a nadie.
De este modo cualquier persona queda a merced de venganzas, chantajes y extorsiones de terceros con los más diversos pretextos.
Esta autorización, aprobada recientemente por un Congreso con mayoría demócrata, acusados hasta ahora de ser blandos con el terrorismo, constituye una clara confirmación de que en la Unión, a partir de la llamada Ley Patriota, con definido tufo fascista, la seguridad se va imponiendo claramente a la libertad.
El ciudadano más observador no tendrá ninguna dificultad para confirmar que esto es solo una manifestación de la misma tendencia que condujo a oficializar las torturas en Abu Ghraib y Guantánamo, los secuestros y el traslado de los prisioneros a cárceles secretas en varios países europeos, en una palabra: la quiebra moral y ética de un gobierno engrampado en su lucha por alcanzar y mantener la hegemonía mundial.
A esos problemas, a los que se suman no pocos escándalos protagonizados por personajes cercanos al mandatario, se deben los resultados de las últimas encuestas, reveladoras de que el 70 por ciento de los estadounidenses no quieren a Bush.