Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
«El Reino de Marruecos ha decidido romper sus relaciones diplomáticas con la República Islámica de Irán desde este viernes» dice la declaración emitida por el Ministerio de Exteriores de Marruecos el 6 de marzo.
Parecía anómalo que esa nación norafricana – alejada de los problemas que plagan a Gaza e Israel, Iraq y Afganistán – rompiera vínculos con un país distante como Irán. ¿Por qué, por lo tanto, lo hizo? Según Rabat, fue debido a un funcionario iraquí quien cuestionó la «soberanía» de Bahréin, y la «amenaza» planteada a la estabilidad de Marruecos por los supuestos intentos de Teherán de difundir el Islam chií en ese país.
Esos motivos de queja, aparentemente inconexos, presentados por el gobierno marroquí son indicios de la ansiedad y presión que muchas monarquías de Oriente Próximo sienten cada vez más (especialmente después de la guerra de Gaza). A fin de distraer la atención de la (i)legitimidad de su régimen, vuelven una vez más a emplear el embuste de la interferencia «persa».
Pero comencemos por las acusaciones, y los motivos que se ocultan tras ellas.
En observaciones hechas en un discurso del 11 de febrero, conmemorando el 30 aniversario de la Revolución Islámica, el ex presidente del parlamento y actual asesor de Ayatolá Jamenei, Ali Akbar Nateq-Nouri, afirmó – según se dice – que Bahréin fue la «14ª provincia» de Irán hasta 1970, cuando el Shah renunció a reivindicaciones al respecto.
Aunque Nateq-Nouri aclaró posteriormente que sólo estaba describiendo un evento histórico y no estaba cuestionaba la soberanía o la independencia de Bahréin, no cayó bien en la familia real, los Al-Khalifa, o
los países del Consejo de Cooperación del Golfo.
Para mostrar su enojo, los otros reyes y dictadores no elegidos de la región saltaron rápidamente en defensa de Bahréin: el rey Abdullah de Jordania y el (Rey) Hosni Mubarak de Egipto visitaron Manama mientras que Arabia Saudí no perdía tiempo en condenar los comentarios «hostiles e irresponsables» de Nateq-Nouri. No es sorprendente que los tres países hayan evitado recientemente una conferencia de dos días en Irán intitulada «Palestina: Manifestación de Resistencia; Gaza: Víctima de un Crimen,» que llamaba a levantar el bloqueo de Gaza – un bloqueo que los tres apoyan táctica o abiertamente.
Aunque la explicación de Teherán de las declaraciones de Nateq-Nouri era previsible, es más importante colocar sus comentarios en el contexto de la situación política de Bahréin.
Isla pequeña, represión grande
Bahréin es gobernado por el Rey Hamad bin Isa Al-Khalifa y la familia Al-Khalifa – musulmanes suníes que gobiernan a una población que es predominantemente chií. Sin embargo, el cisma religiosa no es de por sí el problema. Más bien, la base de todos sus problemas es la total marginación política y económica de la población chií de Bahréin y su falta de toda representación significativa dentro del gobierno.
El Centro por los Derechos Humanos de Bahréin (BCHR) ha documentado desde hace tiempo los abusos de derechos humanos y cívicos del país. Recientemente determinó que de 1.000 empleados que trabajan para el Aparato Nacional de Seguridad (NSA) del país, más de dos tercios no son bahreiníes, mientras el porcentaje de ciudadanos chiíes bahreiníes empleados es de menos de un 5% (a pesar de que los chiíes, según un cálculo conservador constituyen más de dos tercios de la población). Además ocupan puestos de bajo nivel o actúan como informantes pagados. Las Fuerzas Especiales de Seguridad (SSF) paramilitares, que actúan bajo la supervisión del NSA, son 20.000 – un 90% de los cuales son no-bahreiníes, y sin un solo miembro es bahreiní chií.
Por Decreto Real, el NSA y las SSF pueden arrestar e interrogar al que quieran, son inmunes contra procesamiento, y no están bajo la supervisión de ningún organismo de control. Según el BCHR, son responsables por el arresto de cientos de activistas, por la tortura de ciudadanos, y por campañas de calumnia que llevan a la detención y encarcelamiento de cualquier sospechoso de oponerse al régimen de la familia Al-Khalifa.
Los chiíes tampoco se encuentran en ningún ministerio importante, y están mal representados en el sector público.
En enero, miles de ellos protestaron pacíficamente contra las leyes de ciudadanía del reino que, en efecto, son el equivalente árabe de la infame Ley de Ciudadanía de Israel. Permiten que suníes de otras partes del mundo musulmán se conviertan por procedimientos simplificados en ciudadanos naturalizados de Bahréin con el único propósito de manipular la composición confesional y de alterar el equilibrio sectario del país a favor de los partidarios naturales de Al-Khalifa. La población chií, y sus demandas, son así debilitadas.
¿»Infiltración cultural» en Marruecos?
En cuanto a la segunda acusación, el ministro de exteriores de Marruecos acusó a Irán de «infiltración cultural» y de intentos de «implantar la ideología musulmana chií» en el país. Suministró pocos datos específicos aparte de afirmaciones de «activismo chií» de los representantes diplomáticos de Irán.
¿Qué subyace a la paranoia de Marruecos y de otros países árabes ante los musulmanes chiíes?
La respuesta está en la historia moderna y antigua del Islam. Fue la Revolución Islámica de Irán de 1979 que depuso al otro monarca, y muchos dirían tirano, Shah Reza Pahlavi. Por lo tanto se percibe que los musulmanes chiíes (siempre confundidos con iraníes), tienen una tendencia inherente a derrocar ‘el orden establecido.»
La historia de esa secta minoritaria está ciertamente repleta de historias de desafío contra califas y gobernantes percibidos como injustos. Esto condujo en gran parte a su persecución histórica por las dinastías
Umayyad y Abbasid.
Pero lo que esos dirigentes no consideran es que los ciudadanos árabes chiíes son leales a su propio país, no Irán. Sin embargo, si no se les reconocen derechos humanos y cívicos, y si están marginados política y socioeconómicamente, no hay modo de demostrarlo. Como resultado, cuando Irán – una nación musulmana chií – se pronuncia a favor de sus correligionarios, se crea una polémica artificial árabe-iraní.
El Reino de Marruecos rompió vínculos diplomáticos con Irán porque fue cuestionada una monarquía afín tanto interior como exterior, que subyuga y controla a sus ciudadanos mediante un aparato de seguridad dirigido por una familia y eso fue considerado inaceptable.
Irán no cuestionó la soberanía de Bahréin pero cuestionó implícitamente la legitimidad de los Al-Khalifa de gobernar sobre la base de políticas que excluyen la participación de una mayoría de sus ciudadanos. Como lo ha hecho el dictador egipcio Hosni Mubarak, el rey Mohamed VI de Marruecos – el auto-nombrado «Comandantes de los Fieles» – utilizó el chivo expiatorio chií para sus propios propósitos interiores.
La guerra de Israel contra Gaza, y la complicidad en ella de los monarcas y dictadores respaldados por EE.UU. en el mundo árabe, sacaron a la luz la grande y tenebrosa brecha entre ellos y los pueblos que gobiernan. Para distraer la atención de los efectos perjudiciales que ha forjado su propio servilismo, creen que la reorientación de su energía hostil hacia Irán, fomentando la animosidad histórica entre árabes y persas, haciendo ostentación de sectarismo y culpando por todo a los musulmanes chiíes les dará algún respiro. Tácticas similares también son evidentes en Egipto y Arabia Saudí.
Pero los muros se cierran rápido.
Todas las acciones mencionadas son características de una autoridad que se evapora. Al tomar medidas tan desesperadas, esos dirigentes de Oriente Próximo nos dicen que se acaban los días de la monarquía y de la dictadura perpetua.
Rannie Amiri es comentarista independiente de Oriente Próximo
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