Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
El objetivo de la visita del recién elegido presidente tunecino Kais Saied a Francia el pasado 22 de junio era discutir acerca de las relaciones bilaterales, el comercio, etc. Pero también fue una oportunidad perdida de que Túnez pidiera formalmente a Francia disculpas por las décadas de colonialismo francés que desde finales del siglo XIX ha destrozado el tejido social y político de esta nación árabe norteafricana.
Un acalorado debate en el parlamento tunecino antes del viaje de Saied puso de relieve la importancia que tiene esta cuestión para las y los tunecinos, que todavía no se han recuperado del proceso de transiciones políticas y socioeconómicas tras el levantamiento popular en 2011.
Por desgracia, a pesar del largo debate de quince horas el parlamento tunecino rechazó una moción presentada por la coalición de centro Karama a favor de exigir disculpas a Francia. “No nos anima ni la amargura ni el odio, pero esas disculpas curarán las heridas del pasado”, afirmó durante el debate Seifeddine Makhlouf, presidente de Al-Karama. Makhlouf no tiene la obligación moral de explicar las razones de su postura. Hace mucho tiempo que Francia debería haber presentado disculpas a Túnez y a muchos otros países africanos que durante cientos de años han soportado el colonialismo francés.
Túnez, al que asola una implacable crisis económica y que todavía depende en gran medida de Francia como principal socio comercial, teme las consecuencias de esa justa demanda que, en caso de que se formule oficialmente, incluirá también una petición de indemnización por los casi 75 años de explotación y el consiguiente trauma colectivo sufrido por varias generaciones.
Una declaración particular de Osama Khelifi, del partido Qalb Tounes, refleja la desafortunada realidad que sigue rigiendo el pensamiento de las élites políticas de Túnez: “No vamos a alimentar a los tunecinos con esas ideas”, afirmó.
Para Khelifi y otros miembros de los partidos que rechazaron la moción carece de importancia el hecho de que llegar a un acuerdo con el pasado sea un requisito fundamental para cualquier nación que desee comenzar de nuevo. ¿Qué sentido tendrían las revoluciones y los discursos revolucionarios si los políticos tunecinos insisten en limitarse a tratar de llevarse bien con un statu quo que les imponen fuerzas externas?
Mientras Saied cumplía con sus obligaciones diplomáticas en París se derribaban estatuas por todo el mundo occidental, algunas de antiguos propietarios de esclavos, otras de ideólogos del racismo y pioneros de colonialismo. El 7 de junio se derribó en la ciudad inglesa de Bristol la estatua de Edward Colston, un comerciante de esclavos del siglo XVII. No fue sino uno de los muchos monumentos destruidos o manchados con pintura en Estados Unidos y Europa.
Con todo, al otro lado del Canal de la Mancha el gobierno francés mantenía obstinadamente su negativa a retirar cualquier estatua similar, como si insistiera en su negativa a revisar su siniestro pasado (y, menos aún, a asumir responsabilidades por él), especialmente los sangrientos y trágicos acontecimientos que destrozaron al continente africano.
Las estatuas se crean para honrar a determinados individuos debido a su gran contribución a cualquier sociedad. También se erigen como recordatorio para las generaciones futuras de que deben emular a esos individuos supuestamente grandes. Francia, sin embargo, sigue siendo la excepción.
No es de extrañar que los funcionarios del gobierno francés entren en discusiones sin sentido acerca de por qué deben permanecer intactas estas estatuas, como la de Jean-Baptiste Colbert, un aristócrata blanco que durante el reinado del rey Luis XIV en el siglo XVII estableció el atroz “Código Negro”, las reglas según las cuales se debía tratar a los esclavos negros en las colonias. El propio Macron ha dejado claro que “la República […] no retirará ninguna estatua”.
El brutal asesinato de George Floyd a manos de agentes de policía de Minneapolis desencadenó la reflexión colectiva que están llevando a cabo varias sociedades occidentales, que se han beneficiado enormemente de la explotación de África.
Movimientos populares espontáneos, en su mayoría encabezados por jóvenes, establecieron la relación entre el racismo, la esclavitud y el colonialismo, y tomaron las calles por millones para exigir una revisión completa del statu quo.
No obstante, las élites políticas de Francia siguen defendiendo el excepcionalismo francés argumentando que, a diferencia de la experiencia estadounidense con la raza y la esclavitud, la legislación francesa nunca fue, en ningún momento del pasado, intencionadamente racista.
A decir verdad, la arrogancia de antaño (la “mission civilisatrice” [misión civilizadora, en francés]) sigue definiendo la actitud de Francia respecto al presente, razón por la cual la experiencia colonial francesa tenía un interés especial en elaborar un discurso inteligente para justificar su explotación de África y de otras regiones del mundo. Según este razonamiento sesgado, la invasión de Argelia por parte de Francia en 1830 era algo totalmente distinto. Argumentaban que entonces Argelia una parte integral de Francia. Otros países, como Túnez y Marruecos, fueron convertidos en protectorados dirigidos indirectamente por medio de unas autoridades locales corruptas. El resto de las colonias africanas de Francia fueron devastadas sin piedad por codiciosos administradores franceses.
A diferencia de otras experiencias europeas, la relación colonial de Francia con África no desapareció en las décadas recientes, sino que adoptó formas diferentes que ahora se conocen con el término despectivo de “Françafrique”, una expresión que se introdujo en 1955 para describir las “relaciones especiales” entre Francia y los recién independizados países africanos, que en ese momento se encontraban atados con lo que Francia denominaba los “acuerdos de cooperación”. Se entendía con razón que Francia entraba en una nueva fase del colonialismo, el neocolonialismo.
Aunque el expresidente francés François Hollande prometió a erradicar el término “Françafrique” y su significado práctico, poco ha cambiado entre Francia y sus antiguas colonias africanas. En efecto, en muchos países africanos se puede encontrar a Francia en cada aspecto de la vida, ya sea político, militar, económico o incluso cultural. En los casos de Malí y Libia la intervención francesa adopta una manifestación aún más cruda: dominante y violenta.
Consideren lo siguiente para entender el neocolonialismo francés en África: catorce países africanos continúan vinculados económicamente a Francia mediante el uso de una moneda especial, el franco CFA, diseñada específicamente por Francia para gestionar el comercio y las economías de sus antiguas colonias. Este ejemplo palmario del neocolonialismo francés en África concuerda con el pasado colonial y racista de Francia.
La decisión de enfrentarse o no con su pasado es algo que atañe solo a Francia. Con todo, es responsabilidad de Túnez (y de toda África) enfrentarse a Francia y a otros regímenes coloniales y neocoloniales, no solo exigiendo disculpas e indemnizaciones, sino también insistiendo en cambiar completamente las relaciones actuales, unas relaciones que son desiguales.
“En el contexto colonial el colono solo se detiene en su labor de crítica violenta del colonizado cuando este ha admitido en voz alta e inteligible la supremacía de los valores del hombre blanco”, escribió Frantz Fanon en Los condenados de la tierra. Lo contrario también debe ser cierto. Túnez, y muchos países africanos, deben exigir disculpas a Francia. Al hacerlo, declaran “en voz alta e inteligible” que finalmente están libres de los “valores (egoístas y racistas) del hombre blanco” y que realmente se consideran a sí mismos iguales.
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