Recomiendo:
0

Testimonio de una inmigrante indocumentada

Post frontera (IX)

Fuentes: Rebelión

País de llegada: La convivencia – Segunda parte Mi hermana mayor y yo crecimos siendo totalmente independientes, con que cumpliéramos con el trabajo, la escuela y el oficio de la casa mi mamá nos dejaba decidir qué hacer con el resto del tiempo libre, muy escaso por cierto. Siempre nos dijo desde niñas que lo […]

País de llegada: La convivencia – Segunda parte

Mi hermana mayor y yo crecimos siendo totalmente independientes, con que cumpliéramos con el trabajo, la escuela y el oficio de la casa mi mamá nos dejaba decidir qué hacer con el resto del tiempo libre, muy escaso por cierto. Siempre nos dijo desde niñas que lo único que nos podía dar de herencia y que nadie nos podía quitar era la independencia y la educación. Crecí entonces bajo mi propia ley.

Nunca he podido verla como mamá porque crecimos prácticamente juntas, mis padres fueron dos adolescente que se juntaron y parieron, en el camino se dieron cuenta que nunca vivieron su infancia, por cosas de la economía familiar les tocó trabajar como adultos desde temprana edad y cuando quisieron ya no pudieron porque eran padres, por alguna razón que entiendo a la perfección porque me sucede también, mentalmente decidieron vivir en la adolescencia, a mí me pasa que quiero vivir mi infancia y no salir de ahí, no irme de esta vida sin haberla disfrutado, la edad realmente me tiene sin cuidado sigo siendo una niña a la que el cabello se le comienza a poblar de pinceladas cenizas y ellos dos eternos adolescentes que ya son abuelos.

La que tomó las riendas de la casa en todo sentido fue mi hermana mayor, desde niña maduró de golpe y se hizo cargo de hermanos y de Tatas, es a ella a quien veo como mamá, por eso la llamo hermana-mamá. Las cosas que una habla normalmente con una hermana no las puedo conversar con ella porque me ve como una hija, es una mamá estricta, exigente, muy cariñosa y dulce y sobre todo conservadora. Nada que ver con lo desatada con la mujer que me parió. Las cosas que una habla con una hermana las converso con mi mamá de sangre. Curiosa familia la nuestra.

Con Evelyn, mi hermana mayor nunca llevamos vida de hermanas porque la urgencia siempre fue el trabajo, la escuela, el oficio de la casa y los dos niños cumes. La relación de hermanas la lleva con mi mamá, la distancia de tierra y fronteras no es impedimento para que se llamen por teléfono dos veces al día y se cuenten todo, lo mismo sucedía cuando estábamos en Guatemala, cuando regresaba de la escuela o de algún mandado siempre las encontraba conversando y cuando me veían llegar se callaban y seguían con sus labores, nunca fui parte de esa armonía entre ellas porque desde niña actué y pensé distinto al clan, no significa que lo que yo hacía o pensaba fuera lo correcto, ni lo que ellas hacían o pensaban estuviera mal, simplemente fui distinta, es todo.

Mi madre siempre nos puso una barrera como hermanas, su rezo cuando me quería corregir era: » aprendé a tu hermana que hace caso, deberías ser obediente como Evelyn, que te dé vergüenza ella se sabe comportar, si por lo menos tuvieras los modales de tu hermana, si hubieras salido inteligente como ella, mirá esa elegancia de mujer y vos parecés pordiosera.» Palabras que junto a actitudes de mi madre me fueron dejando un vacío en el corazón, una soledad acre que hasta hoy en día sigue ahí y ahí estará hasta que me muera porque nadie llega a la vida de uno a llenar espacios vacíos ni a pegar pedazos rotos de un jarrón que no quebraron.

En Guatemala nunca le reclamé a mi hermana no manifestarse ante lo injusto de mi madre al poner una en las alturas y otra en el averno, siempre guardó silencio, cuando me agredía física y verbalmente se limitó a ver, cuando le compraba ropa o zapatos y a mí no, nunca exigió equidad. Cuando me dejó varaba a inicios del ciclo escolar y me dijo que no me ayudaría a estudiar diversificado, ella no pronunció palabra. Eso creó un abismo entre ambas, porque por el contrario yo siempre me opuse al abuso y por exigir claridad terminaba malmatada por mi mamá o tachada de loca y bruta. Una simple pregunta salida de mi boca: ¿por qué? Hacía que mi mamá explotara en rabia y sin ninguna explicación me diera la tunda de todos los días. Nunca ni hasta el día de hoy me he atrevido a levantarle la voz , siempre cuestioné y exigí una razón para su actuar, nunca las tuve, pero a pesar de tener el corazón hecho añicos y la rabia a flor de piel jamás le levanté la voz y mucho menos insultarla. Soy su hija más efervescente y atrabancada pero también la que no pasa de encararla sin faltarle el respeto. Eso la asombra porque a pesar de ser su vergüenza soy quien le deshila los recuerdos de infancia y el reflejo vivo de la niña montuna que fue. Pesar de mi madre que tiene hija idéntica en carácter y personalidad.

Mi hermana sin embargo trató de compensar su silencio cuando mi mamá me maltrataba, o cuando me agredía físicamente, se encargó de tomar el lugar de mamá y se olvidó que éramos hermanas, una seriedad y sobriedad venidas de no sé dónde la pueblan hasta el día de hoy, es racional, sumamente inteligente, entera, siempre está serena, siempre tiene la respuesta correcta, nada la perturba, siempre sabe qué hacer o qué decir. Siempre fui la única alterada emocionalmente de los hijos del Guayo y de la Lila, por esa razón mi hermana-mamá siempre estuvo cerca, vigilando mis pasos, al tanto de mis tareas, de mis actividades escolares, siempre fue ella la que estuvo en la sesiones de padres de familia, y cuando se graduó la que me ayudó económicamente para terminar el diversificado. Quiso compensar a su manera el silencio y la falta de acción cuando mi madre enfurecía o me hacía a un lado de la familia. Pasados muchos años y ambas ya en el extranjero me dijo una tarde en la que conversábamos de nostalgias, que nunca se manifestó porque le tenía miedo a mi mamá, de ver cómo me pagaba pensaba que ella si se levantaba en insurrección no iba a soportar una malmatada de esas y prefería no arriesgarse porque con mi mamá nadie podía.

Nunca hemos sido amigas íntimas de contarnos travesuras o aventuras sexuales, pero hay un código de niñas heladeras que cada vez que una necesita de la otra el amparo está ahí, inquebrantable, y no hace falta mencionar palabra alguna, es instinto, es una lealtad que aprendimos en las calles vendiendo helados bajo al abrasador sol del medio día y vendiendo atoles en las frías tardes de fin de año. No nos lo dio la familia, ni la guía de una mamá, mucho menos el calor de hogar, la entereza de tenernos una a la otra cuando más nos necesitamos nos la dio ser niñas invisibles trabajando en la venta ambulante. Nadie nos miraba, nunca existimos, pero entre nosotras sí nos podíamos ver y percibir y eso nos ha mantenido hasta ahora inseparables, distintas pero insolubles ante la adversidad. Mi hermana mayor apenas me lleva dos años de edad pero parece que me llevara 20.

Recién llegada y totalmente independiente me tocó comer del dinero que ganaba mi hermana, dejar que ella me comprara la ropa y el calzado, que fuera ella la que me mantuviera los 6 meses en que no encontré trabajo. Para mí fue como estar atada de manos, porque estar siendo mantenida me quitaba la libertad de opinar y de hacer, además a donde ella iba tenía que ir yo, cosa que nunca sucedió en Guatemala porque raras veces compartimos con los amigos de la otra, nuestras actividades eran abismalmente distintas, yo siempre fui de calle y mi vicio siempre fue el baile, me desparecía las tardes de los fines de semana y volvía en la madrugada, borracha después de haber bailado toda la noche en los toques de las cuadras del arrabal. Ella siempre se quedó en casa cuidando a los niños y si salía se los llevaba a misa. Sus amigos fueron del grupo juvenil de la iglesia y cuando no era rezo, era ensayo en el coro de la iglesia.

En Estados Unidos tuve que acatar al pie de la letra sus palabras, los horarios, la comida, todo porque no tenía un centavo. Eso me enojó más porque estaba bajo la sombra y la tutela de quien mi madre siempre ha dicho que es la mejor de las dos, estaba ahí de mantenida y no podía demostrarle que era independiente porque ni trabajo, ni el idioma, ni nada.

Siempre anduve sola, no me gustan las manadas, he vivido bajo mi propia ley y fue insoportable decir sí todo el tiempo a lo que mi hermana propusiera porque además ella estaba haciendo un sobre esfuerzo al tratar de organizar actividades que me incluyeran aunque fueran muy distintas a las que ella realizaba. Sus rutinas cambiaron por mí, y también le incomodó eso pero nunca me lo dijo ni lo conversamos en el país de llegada, eso sucedió en el de residencia, muchos años después.

Por mi carácter cuestionador siempre obtuve sus rezos de: «debes dar gracias a Dios que estás bien, mucha gente se muere en la frontera y sos mal agradecida porque no te das cuenta que tenés una hermana que está velando por tu bienestar, otra gente llega sola y duerme debajo de los puentes, la propia familia los rechaza y los utiliza, vos me tenés a mí que soy tu Nana desde que naciste, ¿con quién más vas a estar mejor sino conmigo?»

«Lo que sucede es que sos soberbia y no tenés humildad, hay días en los que hay que agachar la cara y en otros hay que ponerle el pecho a las cosas, aprendé esa lección para evitarte tanto dolor, uno necesita hasta de las piedras.»

Yo estaba enojada con ella porque me mintió, muy dulcemente pero lo hizo. Me pintó la historia de una país totalmente distinto al que llegué y eso me hizo rechazarla tanto.

(Continúa)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.