José Herrera Plaza [1], nadie mejor que él para dar cuenta de lo sucedido, ha explicado el accidente atómico-militar de 1966 en los siguientes términos: A inicios de los 60 se utilizaba la zona por su fácil reconocimiento en vuelo visual, para repostar combustible aquellos aviones que regresaban de patrullar las fronteras con la URSS. […]
José Herrera Plaza [1], nadie mejor que él para dar cuenta de lo sucedido, ha explicado el accidente atómico-militar de 1966 en los siguientes términos:
A inicios de los 60 se utilizaba la zona por su fácil reconocimiento en vuelo visual, para repostar combustible aquellos aviones que regresaban de patrullar las fronteras con la URSS. Ese lunes, 17 de enero de 1966, dos bombarderos norteamericanos con armamento nuclear que regresaban del Mar Adriático, repostaron encima de la barriada de Palomares con sendas aeronaves nodrizas. En las maniobras de aproximación uno de los B-52 colisionó con su avión cisterna. Este último explotó mientras el bombardero se desintegró al caer. Fallecieron 7 aviadores y salvaron la vida 4, todos del B-52. En la caída se desprendieron las 4 bombas termonucleares MK-28FI de 1,1 megatones, unas 60-70 veces más potentes que la de Hiroshima. Tres cayeron en tierra y una en el mar. Dos de las que impactaron en tierra liberaron entre 9-12 kg. de plutonio al medio ambiente, El viento ocasionó que se dispersara la contaminación. Este es el inicio de una historia interminable que, en principio, va a prolongarse más de medio siglo.
Joan Faus ha explicado una derivada reciente del accidente que conviene recordar. «Un atisbo de justicia 51 años después del accidente nuclear de Palomares» [2]. Tomo pie en su artículo. Victor Skaar, un veterano de la Fuerza Aérea estadounidense, que ahora tiene 81 años, es el protagonista.
El accidente lo recuerda así el señor Skaar (Nixa, Misuri) que entonces tenía 29 años: «Recibimos una notificación de que había habido un accidente y de que estuviéramos preparados para salir». El trabajaba en el servicio médico y de emergencias en la base militar americana de Morón. Todos habían sido bien entrenados, tenían experiencia «pero rezábamos para que nunca llegara a haber una circunstancia real».
Skaar llegó de noche a Palomares, junto a 60 compañeros, acompañados por una ambulancia. Él conocía muy bien su trabajo: hacer pruebas de medición. Otros compañeros suyos no sabían qué buscaban y la orden era difusa: «Agarra cualquier cosa que no sea de aquí». La sensibilidad era máxima, eran tiempos de una guerra fría muy caliente. La prioridad de Washington era retirar rápido los restos del accidente, la salud pasó a un segundo plano. Más aún, de nuevo Skaar: «Los altos mandos decidieron que no podíamos ser muy efectivos llevando protecciones de respiración y que si no respirábamos ese material íbamos a estar bien. Dicho eso, nos dimos cuenta de que era imposible no respirar algo».
Skaar comenta que entonces no estaban preocupados por los posibles efectos de la radiactividad en su salud. No cree, sigue siendo su posición actual, que la cúpula militar fuera malintencionada. Durante los 62 duros días que estuvo en Palomares, «en que los alimentos eran escasos y los miembros del ejército norteamericano dormían en tiendas de campaña, hizo mediciones y ayudó a colocar en bidones la tierra contaminada». Seguían órdenes. Pero la realidad adquirió tintes muy oscuros poco después.
Al volver a EE.UU. (finales de 1966, un año después del accidente) el ejército le comunicó que le harían pruebas de orina el resto de su vida para medir la radiactividad. A los dos años le informaron de que ya no eran necesarias. En 1982 empezaron los problemas. Fue diagnosticado «de leucopenia, un desorden sanguíneo que reduce las células blancas. Su médico lo atribuyó a la exposición a plutonio en Palomares». Más adelante, sufrió un cáncer de próstata y otro de piel (que tiene bajo control). Los médicos volvieron a apuntar a la radiactividad como causa.
Tras el primer diagnóstico, Skaar solicitó al Departamento de Asuntos Veteranos una compensación por discapacidad. Es habitual entre los militares retirados que sufren alguna dolencia relacionada con la actividad castrense. Se le denegó. ¡Para el ejército born in the USA, él y los otros casi de 1.600 uniformados que estuvieron en Palomares a lo largo del tiempo nunca estuvieron expuestos a riesgos radioactivos! Como han leído, negro sobre blanco.
Skaar lo desmiente por supuesto. Pudo comprobarlo en persona hace medio siglo. Los informes médicos sobre ellos habían desaparecido. Su sospecha: alguna «alta autoridad» los había enterrado. Skaar no es, desde luego, un luchador contra el sistema. Inició entonces, eso sí, una lucha prolongada que tal como él mismo señala «está mucho más guiada por el honor que por el dinero, para conseguir toda la documentación sobre el accidente y reclamar una compensación para los militares que descontaminaron Palomares».
Tras décadas de lucha, el pasado 11 de diciembre de 2017 consiguió un gran éxito: ¡se interpuso la primera acción judicial en EE.UU. para pedir al Gobierno norteamericano una indemnización a los afectados por el accidente nuclear! ¡La primera en más de 50 años!
Los afectados han tenido ayudas. Tras leer sobre su caso en la prensa, un grupo de estudiantes de Derecho de la Universidad de Yale se puso en contacto con Skaar en 2016. Los alumnos de Derecho de esta prestigiosa universidad «le representan en la demanda en un juzgado de Washington contra el Departamento de Asuntos Veteranos». Alegaron que la Administración USA hizo un análisis «fundamentalmente defectuoso» sobre el riesgo sanitario del accidente. El informe les sirvió para justificar la decisión de no conceder ayudas. Tampoco se les proporcionó protección adecuada y no se midió en muchos de ellos su exposición a radiación.
Joan Faus comenta que preguntado por esa demanda un portavoz del Departamento de Veteranos ha declinado hacer comentarios. Más aún: «Skaar tiene una lista de 40 veteranos que estaban con él y que aspira a incluir en su litigio. Dos conocidos suyos murieron de cáncer a los cinco años de volver a EE.UU. «Esto no es sobre mí», repite constantemente. «Me preocupa la gente que ha sido ignorada, que ha tenido cáncer de más joven».
Skaar se deshace en elogios hacia los habitantes de Palomares. Volvió a visitar la pedanía en 2000. Allí permanecen, sin embargo, señala Faus, unos 50.000 m3 de tierra contaminada con plutonio. En 2015, durante el segundo mandato de Obama, se llegó a un compromiso de retirada que por ahora no se ha materializado. Tras el accidente, EE.UU. retiró 1,6 millones de toneladas de tierra. Aseguró, además, que no dejaba restos tóxicos. Pero la sombra de la radiactividad de Palomares no parece que vaya a desaparecer de inmediato. Skaar es un ejemplo para todos de cómo hay que actuar. Los estudiantes de Derecho de Yale también lo son.
Notas:
1) Véase su libro imprescindible, magníficamente editado, José Herrera Plaza, Accidente nuclear de Palomares. Consecuencias (1966-2016), Almería, Arráez Editores, 2016.
2) https://politica.elpais.com/politica/2017/12/30/actualidad/1514588621_283427.html
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