La apertura de una investigación del FBI sobre los presuntos vínculos de Rusia en la campaña electoral de Donald Trump ha dado alas a la idea de la destitución del presidente de EEUU. ¿Puede ser realmente depuesto o eso tan sólo forma parte de una fantasía promovida por los sectores más radicales del Partido Demócrata? […]
La apertura de una investigación del FBI sobre los presuntos vínculos de Rusia en la campaña electoral de Donald Trump ha dado alas a la idea de la destitución del presidente de EEUU. ¿Puede ser realmente depuesto o eso tan sólo forma parte de una fantasía promovida por los sectores más radicales del Partido Demócrata?
Los rumores sobre el ‘impeachment’ -el procedimiento constitucional más familiar para sustituir a un presidente estadounidense- empezaron a surgir incluso antes de que Trump jurara su cargo en enero pasado, pero ahora la noticia vinculada a la Oficina Federal de Investigación (FBI) ha desatado las lenguas, convirtiendo los murmullos en conversaciones y grupos de presión. La intriga Trump-Rusia ha provocado una ola de elucubraciones que incluso ya apuntan a un escándalo del tipo del Watergate, es decir, aquel que supuso la dimisión del presidente republicano Richard Nixon en 1974. Aquella crisis comenzó dos años antes cuando se descubrió que varias personas habían irrumpido en unas oficinas del Partido Demócrata en Washington.
El ‘impeachment’ es algo muy serio como para bromear con ello. Sólo dos presidentes han pasado por ese mal trago en los 241 años de historia de Estados Unidos. El primero fue Andrew Johnson, en 1868, cuando fue acusado de violar la ley al destituir al secretario (ministro) de Guerra sin contar con la entonces preceptiva aprobación del Congreso. El segundo caso lo protagonizó Bill Clinton, en 1998, tras ser acusado de obstrucción de la justicia y perjurio, por presuntamente haber mentido bajo juramento ante un tribunal federal que le interrogó sobre sus relaciones sexuales con Monica Lewinsky. Ambos fueron condenados en la Cámara de Representantes pero absueltos en el Senado, donde la acusación no superó los dos tercios de mayoría necesarios. El procedimiento de destitución también se activó contra Nixon, pero éste dimitió antes de que la Cámara de Representantes votara el asunto que ya había sido debatido y aceptado en el oportuno comité parlamentario. Lea más: Demócratas desarrollan un plan para destituir a Trump
El ‘impeachment’ no significa la expulsión del cargo, sino la acusación y posterior sentencia, lo que conlleva a la destitución. Se fundamenta en actos punibles como la «traición, el soborno u otros graves crímenes y delitos», según recoge el propio texto constitucional.
Algunos medios de comunicación occidentales, como el periódico The Guardian, se han lanzado a especular sin ningún rubor si Trump podría rechazar la destitución, aunque fuera encontrado culpable, o si podría negarse a cumplir los requisitos que estipula la ley. En un artículo firmado en Nueva York, el diario británico llega a publicar lo siguiente: «Hay muchas oportunidades para nuevas crisis constitucionales durante los años de Trump, y un rechazo de Trump a seguir los futuros procedimientos de ‘impeachment’ es ciertamente fácil de imaginar. En ese caso: ¿quién controla a los militares?». ¿Qué quiere decir con eso el periodista? ¿Acaso insinúa que Trump, que es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas estadounidenses, estaría dispuesto a comprometer al Ejército para protegerse de la decisión del Congreso? Aunque resulta una teoría absurda, puede resultar muy alarmante para aquellos que de verdad se la crean y la acepten como algo real. Las furibundas antipatías que sienten ciertos sectores sociales norteamericanos por el actual inquilino del Despacho Oval han quedado bien patentes en una página de internet que, bajo el nombre de ‘Impeach Trump Now’, ha recogido ya más de 900.000 firmas en solo un mes. Le acusan de corrupción y aceptar regalos, lo que representaría una violación de la Constitución federal. Se basan en un supuesto conflicto de intereses pues Trump sigue siendo el propietario de un vasto imperio inmobiliario. Al llegar a la Casa Blanca, él renunció públicamente a dirigir las operaciones de sus negocios y las delegó en su familia, pero no se desprendió de sus empresas.
Pero, teniendo en cuenta que el Poder Legislativo está actualmente controlado por los republicanos, resulta bastante improbable e incluso inverosímil que ahora se pueda iniciar un procedimiento de destitución, por mucho que lo busquen ciertos congresistas demócratas, como la experimentada representante de California, Maxine Waters, quien lleva desde 1991 en el Parlamento bicameral. La rebuscada tesis de The Guardian conjetura que la mayoría parlamentaria republicana consentiría la destitución de Trump porque entonces se quedaría al frente del país quien ellos prefieren: el vicepresidente Mike Pence, exgobernador de Indiana y miembro dócil del ‘establishment’ conservador.
Además del tradicional método de ‘impeachment’, existe otra alternativa mucho más truculenta de apartar a Trump del poder. Está reflejada en la vigésimo quinta enmienda a la Constitución de EEUU. Este artículo, aprobado en 1967 tras el asesinato de John F. Kennedy, regula el escenario en el que el presidente es declarado incapaz de seguir cumpliendo sus funciones y deberes. Los protagonistas de este hipotético proceso serían el vicepresidente Pence y los 15 miembros del Ejecutivo o cualquier «organismo que el Congreso haya autorizado por ley» para esta circunstancia. Si Pence y una mayoría de los últimos decidieran que Trump no está en plenas facultades físicas y/o mentales para asumir sus responsabilidades, sólo les haría falta enviar esa información por escrito al líder de la Cámara de Representantes -actualmente el republicano Paul Ryan- y al presidente pro tempore del Senado -actualmente el senador republicano por Utah, Orrin Hatch- y desde ese momento el vicepresidente se convertiría en presidente en funciones.
En ese supuesto, el Congreso tendría que refrendar por mayoría de dos tercios de ambas cámaras la incapacidad presidencial.
El debate sobre el estado psicológico de Trump se está volviendo muy cáustico. Incluso un grupo de 35 psiquiatras, psicólogos y trabajadores escribe que el jefe del Estado ha mostrado signos de «grave inestabilidad emocional» y que ese hecho le incapacita como presidente; otros profesionales mentales son mucho más agresivos y le tachan de narcisista, sádico y antisocial…
Es evidente que la elección de Trump no ha sido digerida por la psique de muchos votantes y representantes demócratas, que empiezan a sufrir una especie de síndrome paranoico, como el que sufrieron los republicanos con Obama durante ocho años.
Fuente: http://mundo.sputniknews.com/firmas/201703231067813270-politica-eeuu-trump-aprobacion-impeachment/