Tras la toma de posesión el 20 de enero de su nuevo cargo como presidente de los Estados Unidos (EEUU), Joe Biden se va a enfrentar a unos desafíos abrumadores que servirán para sentar las bases de una nueva era en las futuras relaciones entre Estados Unidos, China y las naciones amigas y, en última instancia, para China y la comunidad mundial.
En su discurso inaugural ha afirmado que “Este es nuestro momento histórico de crisis y desafíos” y ha enfatizado que “la unidad es el camino a seguir”. La arquitectura de un futuro deseable dependerá de que Biden lidere y negocie con urgencia primero en su propia casa, para reestablecer el orden y la confianza y suturar las heridas de la fractura social, y después con los gobiernos aliados y con Beijing.
A lo largo de este último año, las relaciones bilaterales entre EEUU y China se deterioraron drásticamente después de tres años de declive constante bajo la administración de Donald J. Trump. Desde 2017, la política estadounidense de China se ha alejado del multilateralismo paciente y la integración, derivando hacia el unilateralismo impaciente y el desacoplamiento. Beijing y Washington intercambiaron culpas por la pandemia de coronavirus, permanecieron atrapados en una guerra comercial, compitieron por redes 5G, inteligencia artificial y otras tecnologías y se enfrentaron, entre otros problemas, por los abusos de los derechos humanos. El nuevo presidente de los EEUU, un pragmático, moderado y conciliador en tiempos revueltos, tendrá que lidiar con todos estos desafíos y muchos otros, tanto a nivel internacional como transnacional desde el primer día en el cargo.
El conflicto existente entre ambos países puede explicarse desde la visión del paradigma realista de las Relaciones Internacionales (RRII), en el cual el conflicto es la característica principal del sistema internacional. El constante enfrentamiento se convierte en instrumento de presión y la estabilidad surge de la competición entre los actores, del “equilibrio de poder” que actúa como mecanismo regulador del sistema internacional. Podría ser considerada como una racionalidad estatocéntrica en que el Estado está preparado para defenderse en todo momento para sobrevivir en un medio hostil en el que la amenaza es constante, estando su visión centrada en la seguridad nacional, sin importar el perjuicio que pueda generarse.
Sin embargo, las relaciones entre EEUU y China son mucho más complejas y no pueden ser reducidas a una confrontación plana, ya que nos daría como resultado una visión simplista del problema. En este tema es necesario observar que no sólo se están dando colisiones frontales entre los dos estados, sino que existen multiplicidad de actores y, justo en el centro, se encuentra un mundo globalizado e hiperconectado. Es un problema multidimensional para el cual es necesario un análisis multiparadigmático o ecléctico que permita buscar las conexiones entre distintos niveles en los que no sólo están enfrentados los estados en un juego de suma cero, sino también hay elementos materiales, políticos y económicos y, además, entran en juego las identidades, percepciones mutuas, la historia común, intereses o normas de cada actor que explican su comportamiento, ya sea conflictivo o cooperativo.
Algunos creen que la nueva administración de Biden tendrá poco margen de maniobra, dada la evidente rivalidad estratégica, pero también se piensa que tiene una mayor oportunidad para la innovación en las políticas hacia China. La competencia con Beijing no es simplemente una contienda cruda por el poder, sino entre sistemas económicos y políticos y visiones del orden internacional fundamentalmente diferentes. Asimismo, y a diferencia del enfoque nacionalista de Trump, la administración entrante ha enfatizado que buscará una mayor colaboración con aliados y países de ideas afines en todo el mundo y, aunque no esté satisfecho con el statu quo dentro de muchas instituciones internacionales, buscará construir y reformar, y no congelar, desmantelar o abandonar.
Este cambio se basa en la creencia de que es necesario un liderazgo y un multilateralismo más proactivos de los EEUU. La escala de China y sus ambiciones cada vez más globales son hechos geopolíticos, si bien la competencia entre ambos países es principalmente económica y tecnológica y no necesita de un enfrentamiento total o de una segunda guerra fría. El exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger advirtió a Biden que podría presidir una “catástrofe comparable a la Primera Guerra Mundial” si no toma las medidas necesarias para evitar que Estados Unidos y China caminen hacia una confrontación masiva. La nueva administración de Joe Biden deberá llevar a cabo una política constructiva hacia China, enviar las señales correctas a Beijing desde el principio y transmitir su determinación de encontrarse en un punto para detener la caída de la relación bilateral y converger en un nuevo modus vivendi. Biden sabe que, en muchos problemas mundiales urgentes, desde el comercio hasta la salud pública y el medio ambiente, China se ha convertido en un actor indispensable y no puede ser ignorado. Por lo tanto, es importante que su administración adopte un enfoque de múltiples niveles hacia la potencia asiática, empleando una disuasión tenaz cuando sea necesario, pero buscando la cooperación en temas de interés mundial.
Desde la perspectiva de Beijing, una relación de cooperación a través de un nuevo marco de competencia estratégica ayudará a calmar la tensión entre ambos países. Será necesario reiniciar la relación a través del trabajo conjunto a nivel de problemas transnacionales, aunque la relación general siga siendo difícil. De hecho, el cambio climático puede ser un área clave para la cooperación, el tema que proteja contra la narrativa del “desacoplamiento” en todos los ámbitos, y que construya un puente entre Beijing y EEUU y el Occidente en general.
Ciertamente, el cambio climático tiene efectos conjuntos con otros problemas internacionales importantes. De hecho, algunas de sus implicaciones más importantes provienen de las interacciones con otros desafíos para la gobernanza global. Cuando se tienen en cuenta otras macrotendencias globales, se respalda la conclusión de que el cambio climático puede actuar como un multiplicador de amenazas que está exacerbando los conflictos existentes y tiene el potencial de causar nuevos conflictos en todo el mundo, con graves implicaciones geopolíticas. Los problemas clave de nuestro tiempo, incluida la migración transfronteriza, los conflictos por el agua y la competencia por los territorios debido al derretimiento del hielo, por ejemplo, están profundamente entrelazados con el cambio climático. Las sequías inducidas por el cambio climático están contribuyendo a la inseguridad hídrica y conduciendo a una escalada de rivalidades regionales que compiten por el control de los flujos de agua que a menudo pueden ser un factor decisivo para determinar si una región florecerá o declinará. El clima cambiante también está alimentando la competencia interestatal entre las principales potencias por las nuevas vías marítimas y las masas de tierra que van quedando al descubierto por el derretimiento del hielo en los polos. Si bien la geopolítica solía estar impulsada principalmente por preocupaciones económicas y de seguridad, el creciente impacto del cambio climático está dejando cada vez más claro que también se está convirtiendo rápidamente en una consideración geopolítica crítica.
El cambio climático no mitigado puede crear condiciones económicas, políticas y sociales potencialmente inmanejables en los últimos años del siglo XXI. Aunque tales procesos son complejos y se encuentran en el futuro, debemos ser conscientes de ellos, ya que nuestro compromiso con el cambio climático sin duda será a muy largo plazo. Por lo tanto, se deben realizar esfuerzos continuos y conjuntos para establecer y mantener el cambio climático como una empresa que exige cooperación internacional, entre otras cosas, debido a las ramificaciones políticas de seguridad que de otro modo podría traer.
El mundo todavía necesita una buena dosis de cooperación y regulación para abordar el cambio climático. Pero la nueva geopolítica que ahora da forma a la política climática ofrece una esperanza renovada de que esta vez, las principales economías podrían finalmente producir un plan duradero para abordar la crisis climática. Estas nuevas dinámicas son especialmente importantes dados los impactos acelerados del cambio climático, que dejan cada vez más claro que el mundo no solo tendrá que reducir sus emisiones de carbono, sino que eventualmente eliminará más dióxido de carbono de la atmósfera del que ingresa.
En una ruptura clave con el pasado, ahora es China, no Estados Unidos, quien se encuentra en el centro de la nueva geopolítica del cambio climático. Si bien la política interna voluble de Estados Unidos ha sido históricamente el punto de apoyo sobre el que se tambalearon los planes climáticos internacionales, ahora gira en torno a la reacción del mundo ante el ascenso de China.
Para los activistas climáticos del mundo, el año 2020 ha sorprendido con diversas decisiones de calado. En marzo de 2020, se acordó la propuesta de la Comisión Europea de una primera Ley Europea del Clima que tiene por objeto convertir en legislación el objetivo establecido en el Pacto Verde Europeo de diciembre de 2019, convertir a Europa en el primer continente climáticamente neutro para 2050. Incluso en plena pandemia de COVID-19, en la reunión de septiembre de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el líder chino Xi Jinping prometió inesperadamente hacer que la segunda economía más grande del mundo, el principal emisor de CO2 actual, sea neutral en carbono para 2060. Semanas más tarde, Japón, la tercera economía más grande del mundo y quinto emisor de CO2, prometió hacer lo mismo, pero 10 años antes, compromiso que también adquirió Corea del Sur a continuación. A principios de noviembre, el pueblo estadounidense eligió a Joe Biden como presidente con un programa ambicioso y de amplio alcance para abordar el cambio climático tanto en el país como en el extranjero. En el primer día, horas después de tomar posesión de su cargo, firmó ya 17 decretos y directivas para poner en marcha su promesa de revertir con urgencia los cuatro años de políticas de Donald Trump, entre las que se encuentra el regreso al Acuerdo de París contra el cambio climático.
Esta ambiciosa acción climática puede estar impulsada no sólo por una visión de cooperación, sino por una de competencia geopolítica. Es un cambio conceptual que va acompañado de uno táctico: en lugar de hacer hincapié en las regulaciones nacionales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, el enfoque se mueve hacia uno más centrado en promover la innovación y el desarrollo tecnológicos, lo cual mejora la capacidad para competir con los posibles rivales.
Ante la rápida acumulación de pruebas de una inminente catástrofe climática, las principales economías del mundo, impulsadas por el cambio político en Estados Unidos, parecen estar listas para finalmente tomar medidas serias para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. China ha mostrado una firme determinación de demostrar sus propias credenciales climáticas y se ha posicionado en el escenario mundial. Por primera vez, China ha señalado que no solo está dispuesta a participar en la lucha internacional contra el cambio climático, sino que el liderazgo climático se ha convertido en una prioridad central, independientemente de las medidas adoptadas por otros países, incluido Estados Unidos. Esto marca una nueva era importante para la geopolítica del liderazgo climático de China, pero también una en la que Beijing debe entender que será juzgado con más severidad que nunca por los demás países.
A medida que las manifestaciones del cambio climático aumenten y se vuelvan más extremas, sus efectos jugarán un papel cada vez más importante en las discusiones sobre seguridad y geopolítica. Dos factores en particular diferencian los conflictos geopolíticos relacionados con el clima de los tradicionales. En primer lugar, la naturaleza ubicua del cambio climático amenaza directamente con expandir el alcance geográfico de los conflictos geopolíticos. En segundo lugar, el cambio climático está infundiendo nuevos factores de conflicto en el entorno geopolítico global, elevando así las contiendas geopolíticas de los escenarios tradicionales y haciéndolas mucho más complicadas de resolver.
El Acuerdo de París fue un buen primer paso para impulsar al mundo a comprometerse a frenar las emisiones y redactar planes de acción de adaptación climática. Sin embargo, incluso si todos los signatarios cumplieran sus compromisos mañana, no sería suficiente. Es necesario, pues, desarrollar estrategias integrales para responder a las amenazas de seguridad existentes inducidas por el clima y la inestabilidad geopolítica tanto a nivel nacional como global. Esto supondría un esfuerzo concertado en el que es necesario la participación de los dos países con mayores emisiones de CO2, China y EEUU y de la comunidad internacional para formalizar la cooperación, tal vez en forma de un tratado y / o participación diplomática y política activa, a fin de gestionar eficazmente los riesgos geopolíticos relacionados con el clima y reaccionar de manera constructiva ante nuevos escenarios.
En Washington, cualquier retorno a un mundo de “compromiso estratégico” anterior a 2017 con Beijing parece no ser ya políticamente sostenible ya que los sentimientos anti-China están enraizados en ambos partidos. El propio Biden ha dejado en claro que ya no busca asumir una postura de “empatía estratégica” hacia China, posición que adoptó durante su período anterior como vicepresidente de Obama y argumenta que “Estados Unidos tiene que ponerse duro con China” en una amplia gama de cuestiones. El mundo necesita desesperadamente cooperación y liderazgo global, especialmente en este momento de pandemia devastadora. La rivalidad estratégica entre China y los EEUU es evidente, pero, aunque la relación entre ambos países siga siendo difícil, pensamos que el desarrollo de un nuevo marco estratégico para la cooperación climática podría convertirse en uno de los puentes que ayuden a reiniciar las deterioradas relaciones entre Beijing y Washington.
Rosa María Rodrigo Calvo es Licenciada en Estudios de Asia oriental y Máster en China Contemporánea y Relaciones Internacionales