Recomiendo:
0

¿Quién se acuerda ya del Dennis?

Fuentes: Rebelión

Hoy sabemos que el Katrina fue una mega-catástrofe anticipada, casi anunciada. Sabemos que Washington sabía de la vulnerabilidad de Nueva Orleáns, sobre todo de su parte oriental, negra y pobre. Mucho antes de que naciera y tuviera nombre, se sabía que un gran huracán se terminaría produciendo, más pronto que tarde, y que tendría consecuencias […]

Hoy sabemos que el Katrina fue una mega-catástrofe anticipada, casi anunciada. Sabemos que Washington sabía de la vulnerabilidad de Nueva Orleáns, sobre todo de su parte oriental, negra y pobre. Mucho antes de que naciera y tuviera nombre, se sabía que un gran huracán se terminaría produciendo, más pronto que tarde, y que tendría consecuencias devastadoras. Pese a todo Washington decidió recortar drásticamente el presupuesto que debería haber destinado a reforzar el sistema de protección de la ciudad (reforzamiento de los diques, de los sistemas de drenaje y de las barreras naturales). Pese a todo, el gobierno federal fue incapaz de organizar un plan racional y eficaz de evacuación, y dejó abandonados a su suerte, durante días, sin agua ni alimento, a los ciudadanos americanos que no pudieron evacuarse a sí mismos por falta de medios. Hoy todavía se cuentan los muertos y se computan las pérdidas materiales. Y se acumulan las preguntas.

Pero, ¿alguien se acuerda del Dennis? El Dennis fue el terrible huracán que sólo dos meses antes que el Katrina, los días 8 de julio, golpeó de lleno la isla de Cuba. Su intensidad, la misma que la del Katrina, intensidad máxima de 5 en la escala de Saffir-Simpson: los mismos vientos salvajes de 250 km/h, las mismas olas llenas de furia, las mismas lluvias torrenciales. El Dennis afectó directamente a 12 de las 14 provincias del país, en las que residen 8 de sus 11.1 millones de habitantes, lo que significa el 72% del total de la población. El Katrina, por el contrario, afectó sobre todo a dos Estados de los 50 que tiene EE.UU -quedaban otros 48 estados que podrían haber corrido en ayuda de Luisiana y Mississippi-. Cuba tuvo menos suerte y el Dennis se presentó como potencial catástrofe nacional. Sin embargo, no lo fue. Los daños fueron considerables, pero lograron minimizarse; hubo muertos, pero se consiguió reducirlos a 10 personas, no obstante, la cifra más alta de muertos en la isla por el azote de un ciclón en los últimos 42 años. Si el Dennis hubiera pasado por donde pasó el Katrina, las consecuencias habrían sido las mismas. ¿Por qué Cuba -una isla pequeña, con tan pocos recursos, acosada- pudo con el Dennis, y la primera potencia económica y militar del mundo vio parte de su territorio devastado por el Katrina? El gobierno cubano estaba informado de la formación del ciclón; la sociedad cubana lo esperaba. También estaban bien informados la administración Bush, los gobiernos de los Estados afectados, el ayuntamiento de Nueva Orleáns, del acercamiento del Katrina. La información no falló en ninguno de los dos casos: ambas zonas son altamente vulnerables a los huracanas, sobre todo en la temporada de ciclones que va de junio a noviembre. La diferencia estuvo en la respuesta, en la capacidad de respuesta integral frente a las catástrofes, en la organización, en la coordinación. Pero también, como veremos, en la voluntad política -y gubernamental- de hacer frente a un desastre anunciado. Ninguna de estas cosas se improvisa.

En Cuba existe una maquinaria de Defensa civil y Nacional que tiene preparado todo un sistema de medidas para responder a situaciones excepcionales (ciclones, inundaciones, seísmos, sequías, explosiones, incendios, etc.). Esa maquinaria implica a toda la ciudadanía. Cuando el servicio de meteorología informó del previsible paso del Dennis, cada cubano sabía lo que tenía que hacer en cada momento. De hecho, cada cubano es una suerte de experto en ciclones, y sabe que los demás también están preparados. Responden a ellos con inteligente serenidad, y despliegan de forma coordinada -pueblo, gobierno y Estado- el rico y variado arsenal de recursos técnicos y humanos al alcance de toda la sociedad. Durante la fase de Alerta ciclónica, se podían ver por las calles cuadrillas de trabajadores podando árboles, gente limpiando trabantes y desagües. Los servicios comunales, mano a mano con los vecinos, despejaban las calles de escombros, maderas y todo objeto que el huracán pudiera convertir en un peligroso proyectil. La gente hacía colas para proveerse de velas y pilas. En la universidad, profesores, administrativos -todos-, clavaban ventanas y vaciaban los jardines de objetos. Incluso la cabeza de la estatua de Martí fue trasladada. Cuando el Dennis entró en Cuba ya se habían evacuado todas las poblaciones del litoral costero que corrían riesgo, ya se habían desmontado cuidadosamente los secaderos de tabaco, así como los tejados de las industrias que pudieran volarse; ya se había evacuado al ganado, protegido barcos y botes en los puertos; ya se habían habilitado escuelas y hospitales como refugios. La rápida operación de evacuación puso a resguardo a más de 1.400.000 cubanos, así como el año anterior lo había hecho con dos millones cuando se preveía el paso del terrible Iván. El Dennis hizo estragos, qué duda cabe, en sólo doce horas atravesó la isla de norte a sur y de este a oeste, arrancó árboles, inundó campos, destruyó viviendas, y mató. Pero la respuesta de la sociedad cubana -óptima y global- logró que el Dennis, a diferencia del Katrina, no fuera una mega-catástrofe nacional.

La respuesta cubana al Dennis fue una respuesta democrática en el sentido fuerte del término. Involucró a todo un pueblo acostumbrado a autogobernarse, a implicarse en la cosa pública, a solidarizarse con sus conciudadanos, a arrimar el hombro y colaborar. Involucró a todo el aparato público-estatal, que lejos de abandonar a la población civil a su suerte, supo poner todos sus recursos informativos, materiales, organizativos a su disposición. El Dennis, como el Iván, como el Michelle, son fuerzas que la naturaleza desata de forma indiscriminada, pero que permiten juzgar a las sociedades y a los modelos de sociedad.

También al americano. El capitalismo americano -no descubrimos nada nuevo- genera pobres, y no sabe qué hacer con ellos, genera sangrantes desigualdades sociales -de clase, de género, de raza- y no sabe cómo ocultárselas a sus élites, cada día más voraces y privilegiadas; genera ghettos, violencia y marginación y toda la respuesta pública es aumentar la población reclusa y las cárceles, que se han convertido en un lucrativo negocio privado. Solitario hegemon de la globalización grancapitalista, los EE.UU no sólo ejercen un imperialismo hacia fuera -e invaden países y arrasan pueblos so pretexto de liberarlos-; también ejercen un imperialismo hacia dentro, en el interior de sus fronteras, contra buena parte de su propia ciudadanía. La cleptocracia instalada en Washington, y el tejido corporativo financiero-industrial que la arropa, lo aprovechan todo -incluso las catástrofes naturales- para aumentar sus inversiones y sus cuentas de resultados. Y, también, por supuesto, para librarse de sus pobres. El Katrina está poniendo al descubierto precisamente eso: la voracidad despiadada de la oligarquía plutocrática americana, en guerra social y racial contra sus conciudadanos pobres. No parece descabellado hablar de una nueva economía política -capitalista- de las catástrofes.

En un impresionante artículo (The Mysteries of New Orleans, Znet, 28 de septiembre), Mike Davis y Anthony Fontenot lanzan 25 preguntas que no admiten otra respuesta que esa. Los muros de seguridad del Canal de la Calle 17 sólo se rompieron en la parte negra de la ciudad: ¿una casualidad? El distrito industrial de la autovía Chef Menteur fue salvado de las inundaciones: ¿por qué los diques que lo protegen habían sido especialmente reforzados? ¿Por qué no lo fueron los que protegían el Bajo Ninth Ward, distrito negro y pobre donde los haya, que fue literalmente sepultado dejando un regueros de cadáveres bajo las aguas? ¿Por qué se tardó tanto en tomar tantas decisiones -por ejemplo: declarar al Katrina «incidente de alcance nacional»? ¿Por qué se subutilizaron tantos y tantos recursos: buques-hospital cercanos como el U.S.S. Batan o el USS Comfort, la flota de autobuses de la ciudad, el famoso tren llamado «La ciudad de Nueva Orleáns? ¿Por qué el alcalde -el rico afroamericano, Sr. Nagin, elegido con el 87% del voto blanco- postergó tanto la orden de evacuación? ¿Por qué ésta fue tan selectiva e insuficiente? ¿Por qué la autoridad local se limitó a pedirle a la población que «abandonara» la ciudad sin desplegar un plan integral de evacuación? ¿Por qué se disparó a la muchedumbre desesperada de hombres y mujeres negros que se decidieron a cruzar el puente del río Mississippi a pié y tuvieron que volver a su salvaje hacinamiento en el Superdome? En su último artículo de Le Monde Diplomatique de octubre, A la Nouvelle-Orleans, un capitalisme de catastrophe, el propio Mike Davies responde a esas y otras respuestas en la misma línea: la élite del poder agradece el Katrina y lo está aprovechando. En palabras del congresista republicano por Luisiana, Richard Baker, «Nosotros no podíamos, pero Dios lo hizo». Y ellos se encargaron de ayudar a Dios, con una premeditada negligencia que clama al cielo, a realizar su plan largo tiempo deseado: la limpieza socioétnica de Nueva Orleáns. El propio Nagin, en medio de la catástrofe, no pudo reprimir un revelador comentario: «Por primera vez esta ciudad está libre de drogas y violencia, y nosotros vamos a intentar que siga así». Ahora bien, más allá de ese horizonte de devastación asoma un lucrativo plan de reconstrucción -ya muchos se frotan las manos- que pasa por la conversión de la carismática, resistente y negra Nueva Orleáns en un parque temático para turistas idiotas -Las Vegas del Mississippi-, con su crónica pobreza escondida en pantanos, viejas roulottes y nuevas prisiones a las afueras de la ciudad. Se habla de convertir el Ninth Ward en zona pantanosa que sirva de protección natural a los barrios ricos de la ciudad, se dificulta o imposibilita la vuelta de las familias pobres a sus hogares destruidos. No acababa de golpear el Katrina, y ya el alcalde Nagin se reunía con los líderes empresariales convocados por Jimmy Reiss -rico y destacado miembro del Consejo Empresarial de Nueva Orleáns- para planear una reconstrucción corporativa de la ciudad según las directrices del «nuevo urbanismo» de clase. La administración Bush ya ha puesto sobre la mesa su presupuesto billonario: que las Halliburton y las Bechtel comiencen su lucrativo trabajo de reconstrucción. Gracias Katrina -a Dios gracias- por ayudar a los ricos de Luisiana a librarse de sus empobrecidos negros de Nueva Orleáns.

Cuba es una isla con escasos recursos materiales, pobre y pequeña. Por allí, con toda su furia, pasó un huracán de máxima intensidad llamado Dennis. Pero allí no se abandona a nadie a su suerte. Cuba sobrevivió al Dennis a base de organización y solidaridad cívica, de coordinación y planificación política. La democracia de base cubana pudo con el Dennis; la oligarquía plutocrática americana aprovechó el Katrina para ganar una batalla más en su larga guerra social contra sus propios pobres.