Tras una visita muy intensa durante el mes de junio, en el curso de la cual hemos podido hablar con los máximos representantes del gobierno y los dirigentes del islamismo legal, así como visitar la parte más dinámica del país, la conclusión más importante es que Marruecos ha elegido unirse a Occidente y busca una […]
Tras una visita muy intensa durante el mes de junio, en el curso de la cual hemos podido hablar con los máximos representantes del gobierno y los dirigentes del islamismo legal, así como visitar la parte más dinámica del país, la conclusión más importante es que Marruecos ha elegido unirse a Occidente y busca una transición política y económica hacia la democracia y el sistema de libre empresa, de cuyo ritmo y equilibrios depende su futuro. La botella está medio llena y medio vacía, según se mire. Pero no sólo hay que impulsar, también hay que pulsar: hemos visto en todo el mundo musulmán cómo pseudo-democracias impuestas sólo generan frustración y descontento. Si Marruecos lo hiciera bien, puede convertirse en ejemplo para todo el mundo árabe.
«Hemos ligado nuestro futuro al de Occidente, ése es nuestro objetivo. Pero tengan en cuenta, ustedes que vienen de países ricos, nuestras dificultades, sean indulgentes a la hora de juzgarnos.» El primer ministro, Driss Jetú, contesta en directo a nuestras preguntas, exponiendo reposadamente la visión del Marruecos oficial: existiría ya respeto por los derechos humanos, se llevaría a cabo un combate por recuperar los déficits sociales y habría logros en todos los sectores. Una aceleración del cambio, según su expresión.
El objetivo sería convertirse en la gran y competitiva plataforma productiva y comercial del norte de África, con infraestructuras de calidad en base a una serie de sectores en los que creen gozar de ventajas competitivas, empezando por la agricultura, pasando por la pesca y los fosfatos, hasta llegar a los primeros coches montados a Marruecos que están siendo exportados ya a Europa, las zonas offshore de Casablanca y el superpuerto de Tánger. Nunca antes se había registrado el actual crecimiento económico -dice el primer ministro-, ensamblado con el fomento del turismo y los programas sociales. El año pasado el Producto Internacional Bruto aumentó un 8,5 por ciento. Pero este año las cosas se han torcido: el gobierno espera un 4 por ciento; los pesimistas, medio punto.
Marruecos negocia un estatus especial con la UE, es el principal beneficiario de los programas de ayuda mediterráneos, y defiende el Proceso de Barcelona que a Marruecos le ha venido muy bien. Las inversiones foráneas nunca han sido mayores. Jetú las enumera con fruición, empezando por las japonesas, siguiendo por las procedentes de los Emiratos Árabes. Además, hay dos grandes proyectos estratégicos: la central nuclear del sur de Marruecos, que probablemente va a construir Rusia, y el túnel bajo el estrecho de Gibraltar que unirá al fin España con Marruecos, África con Europa.
Entre el majzen y los tecnócratas
Driss Jetou es un primer ministro sin afiliación partidista, que fue impuesto directamente por el rey al frente del gobierno. Pertenece a esa elite marroquí todopoderosa que forma el majzen, el entourage real, el circulo cerrado alrededor del rey y su familia que es el verdadero poder en Marruecos y que carece hoy por hoy de cualquier contrapeso. Representa en su persona los dos sectores del establishment marroquí condenados a entenderse, el Palacio y el Congreso, el majzen y la nueva clase política y tecnócrata.
Estos tecnócratas de la nueva clase política marroquí, esta elite que se codea con sus colegas occidentales, es el factor novedoso de la última década. Salvando todas las distancias, Marruecos puede compararse con la España de los años sesenta, y sus políticos modernizadores con los del Opus Dei. Si son también capaces de imitar el meritorio desarrollismo de los López Bravo, López Rodó, López de Letona y los demás, los signos de vitalidad y modernización actuales se generalizarán irreversiblemente. Si el factor tiempo funcionara de manera similar a como lo hizo en España, Marruecos tiene aún por delante al menos una década de semidemocracia hasta que las cosas se afiancen.
El ministro del Interior, Chahib Benmossa, es también hombre clave del gobierno y hombre de confianza de su majestad el rey. Es el primero de una serie de políticos que hemos contactado y que recuerdan el aspecto, el talante y el patriotismo de los tecnócratas españoles de los años sesenta. El retrato de Mohamed VI preside la gran mesa en la que nos sentamos. Al otro extremo un mapa del país que incluye el Sahara Occidental y las ciudades españolas de Ceuta y Melilla.
«Somos un país consciente de su diversidad, un país musulmán, árabe, africano, con componentes andalusí, judío, saharauí, que tiene una relación privilegiada con España, nacida de la historia, de los intereses comunes, de las relaciones económicas, que puede aún estrecharse más. Somos una particularidad moderada y abierta del Islam que queremos proteger. El responsable de las fuerzas de seguridad marroquíes reconoce la existencia de corrientes wahabitas, jihadistas y shiitas, brotes que quieren desarrollarse, pero somos suníes moderados malaquitas que rechazan toda forma de extremismo.»
Por su parte, el ministro de Comunicaciones, Nabil Benabdallah, es lo más moderno de este gobierno, un político impetuoso, único miembro en la coalición del antiguo partido comunista, que nos dice nada más sentarnos frente a frente: «Ni todo negro, ni todo blanco. Así es Marruecos, como la vida misma. Somos un país en transición».
El régimen marroquí asegura haber iniciado numerosas reformas, estar inmerso en una dinámica de desarrollo duradero, y tener un proyecto de futuro basado en la legalidad y la estabilidad de la monarquía, como elemento garante de la unidad del país, con un monarca líder supremo y comandante de los creyentes, garantía de la libertad espiritual de los marroquíes.
El islamismo colaboracionista
En la sede central del Partido Justicia y Desarrollo (PJD), su secretario general, Sahad-Eddine Ofhmani, loa los progresos del país, defiende más que nadie el nuevo Estatuto de la Mujer, y se muestra defensor de los Derechos Humanos.
Fundado inicialmente por un antiguo hombre del régimen y ministro de Hassan II, Adbelkrim el- Khatib, su modelo es el partido turco del mismo nombre que ha llegado al poder con el primer ministro Recep Tayyip Erdogan. Y para muchos observadores, ya sería, incluso, la primera fuerza política marroquí en influencia social.
Son tan moderados que aceptaron en las pasadas elecciones limitar sus candidaturas a la mitad de las circunscripciones para sólo quedar como tercera fuerza política; y hace equilibrios entre islamismo y democracia. «Somos el partido político de referencia en Marruecos, somos el equivalente a los partidos demócrata cristianos europeos, somos el mayor partido de oposición. Tenemos 42 escaños, casi los mismos que los dos partidos que nos superan, y esperamos ser el primer partido marroquí en las elecciones de septiembre. Como nuestro nombre indica, queremos justicia social y desarrollo económico, las dos cosas juntas en un país con un 40 por ciento de analfabetismo.»
Ofhmani era cirujano de profesión antes de protagonizar una meteórica carrera política, un hombre enjuto y de suaves modales, que se muestra entusiasta con el modelo turco: «Vemos su experiencia, tenemos relaciones para la formación de cargos electos, aprendemos gestión municipal de ellos. Y para calmar los miedos de los vecinos europeos, vemos en su ejemplo que un partido islámico puede consolidar la apertura económica. El PJD lo hará también.»
Quizás ha llegado la hora en el Islam de que el islamismo moderado intente una modernización con acento musulmán en la que casi todos los partidos de inspiración occidental o marxista han fracasado. Ni wahabistas ni sufíes, una interpretación moderna del Islam, dice de sí mismo el PJD. «Hay coherencia entre modernidad e Islam, entre democracia e Islam. Queremos construir uniendo lo mejor de la tradición con lo mejor de la modernidad.»
La crítica del PJD se basa en estos momentos casi exclusivamente en la lucha contra la corrupción, la llave para solucionar los problemas sociales, la forma de que el dinero de los programas de reforma no termine en los bolsillos de unos pocos. «Nuestra Administración está muy corrompida, la elite se aprovecha y mantiene esta situación porque le conviene. El PJD les cortará los privilegios y por eso ellos quieren cortarnos el camino. En cuanto a la tentación violenta, nosotros estamos jugado un papel preventivo contra ella, defendemos la democracia, luchamos pacíficamente contra la corrupción, hemos alejado a miles de jóvenes de esas ideas.»
La sombra del jihadismo internacional
El PJD no mantiene relaciones con su rival, el Movimiento Justicia y Caridad, o Justicia y Espiritualidad como prefieren ser denominados. Ambos hablan de Justicia, pero uno elige acompañarla de desarrollo y el otro de espiritualidad, un matiz significativo. Este movimiento Al Adl Wal Ihssane fue fundado en 1987 -aunque ya actuaba desde 1973-, por Abdessalam Yasín, que ha permanecido encarcelado o en arresto domiciliario durante casi tres décadas.
Aunque ilegal, disfruta de bastante tolerancia, empeñándose ante todo en labores sociales de islamización de la sociedad mediante su presencia en mezquitas, dispensarios, obras caritativas, asociaciones universitarias, etc. Afirman rechazar cualquier tipo de terrorismo, asegurando que los jihadistas no son buenos musulmanes. En cualquier caso, la reislamización de la sociedad marroquí sería incomprensible sin el activo papel de este movimiento polifacético y eminentemente popular. Yasín no reconoce el título de Amir Al Aumin (Comendador de los Creyentes) del rey, escollo que impide la legalización de su movimiento como partido político. Si sus cientos de miles de seguidores votaran también por el PJD, lo pondrían en la cresta de la ola. Pero lo más probable es que se abstengan de votar.
«Nosotros, el PJD, tenemos una línea totalmente diferente», dice Othmani. «Nos basamos en la democracia en el interior de las instituciones. Ellos la rechazan y dicen que nos hemos vendido, pero quizás sean ellos los vendidos», afirma cerrando por un momento su sonrisa. Pero dos días después, el director del diario progubernamental Aujourd’hui le Maroc escribirá que la mayor parte de los responsables del PJD mantienen desde hace muchísimo tiempo un comercio, a menudo lícito, de manera formal e informal con los servicios del Estado, incluidos los de Seguridad, calificando al PJD de muy cercano a los americanos.
En el Marruecos idealizado que presenta el establishment marroquí de cara al exterior, todo son sonrisas y logros, pero lo cierto es que tres de cada cuatro marroquíes son partidarios de implantar la más estricta ley islámica y piensan que Al Qaeda los defiende, según una encuesta reciente de la Universidad de Maryland. Hay dos Marruecos, y aún no se sabe cuál de los dos impondrá su visión del futuro.
Preguntados los marroquíes si están justificados los atentados suicidas, el 34 por ciento los considera nada justificados, el 19 poco justificados, otro tanto los justifica en parte y el 16 los justifica totalmente. El 71 por ciento se muestra a favor de la instauración de un Califato, el 67 por ciento cree que es el objetivo de Al Qaeda, mientras que tres cuartas partes (76 por ciento) de las personas consultadas) aboga por la estricta aplicación de la Sharia o Ley Islámica en su país.
El ministro del Interior minimiza las amenazas de desestabilización que pueda representar el jihadismo revolucionario, pero todos los contactos oficiales han insistido durante este viaje en el peligro potencial de la región del Sahel, donde los alqaedistas tienen bases logísticas y de entrenamiento a las que hay que prestar mucha atención.
E igualmente, Marruecos asegura que ya existen relaciones entre las redes terroristas y las que controlan la emigración ilegal y las drogas (con presencia creciente de las llamadas drogas duras), una fuente de financiación disponible que eleva exponencialmente el peligro del islamismo revolucionario. Las rutas de los traficantes pueden ser usadas por los terroristas, dice el ministro: El Sahel es una amenaza directa para Europa.
Todo indica que el régimen no se toma a broma la amenaza del terrorismo islamista. «Seguimos particularmente la situación en el norte de Mali y de Níger, donde hay bandas muy activas que trafican con armas, con drogas, con seres humanos. Esos países reconocen su incapacidad y piden ayuda. Y nosotros los estamos ayudando.» El Sahel es también preocupación prioritaria de Estados Unidos. A partir de octubre de 2008 creará un nuevo cuerpo de su ejército, el VI Mando Regional para África. Se rumorea que Marruecos albergará la sede del mismo, denominado Usafricom, aunque algunos aún barajan Camp Lemonier, en Djiboutii, o Botswana.
El problema sharauí
Marruecos ha hecho grandes esfuerzos y concesiones para salir de la actual situación y crear condiciones de estabilidad y seguridad, afirma el ministro del Interior marroquí; la delegación que él preside propone al Frente Polisario un simple estatuto de autonomía dentro de Marruecos. Adiós referéndum de autodeterminación, adiós deseada independencia. Una propuesta presentada como última concesión, que en realidad no concede nada. ¿No le preocupa una radicalización saharauí que confluya con la amenaza jihadista? No hubo respuesta de Chahib Benmossa.
Benabdallah dice que la propuesta de autonomía sin vencidos ni vencedores tiene ya el visto bueno de Madrid, París, Washington y otros países, que entre independencia e integración total, su propuesta de autonomía es la válida, y advierte de que las recientes llamadas a la lucha armada saharauí tienen un efecto negativo.
Estados Unidos parece inclinado a favorecer a Marruecos en el contencioso del Sáhara. Los gobiernos de Francia y España, también. Pero hay posibilidades de que estalle una intifada saharauí si Marruecos impusiera finalmente su referéndum por la autonomía en vez de permitir un referéndum que dé a elegir entre autonomía y autodeterminación.
Elecciones en septiembre
El actual gobierno marroquí está formado por una amplia coalición de cinco partidos políticos, liderada por Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) y los nacionalistas del Istqal, y apoyada también por la Unión de Movimientos Populares (UMP) de implantación rural, la legitimista Agrupación Nacional de Independientes (RNI) y los ex comunistas del Partido de Progreso Socialista (PPS), cuyo único ministro es Benabdallah. ¿Podrían llegar al gobierno los islamistas moderados? Bueno, dependería de las alianzas. «Yo, es bien sabido que no soy favorable a ello», dice.
Benmossa promete para las elecciones legislativas de septiembre próximo la misma transparencia que en 2002. Es decir, no demasiada. El sistema proporcional vigente impide mayorías absolutas y él se alinea con el sector gubernamental que prefiere repetir la actual coalición y seguir impidiendo la llegada al poder de los islamistas, que van a subir, ciertamente, pero en su opinión no más allá de sesenta escaños, muy lejos de los 166 escaños necesarios para la mayoría absoluta. En eso coincide el secretario general del PJD: «en septiembre obtendremos 60-70 escaños, quizás más.» ¿Estará ya pactado?
La oposición islamista legal coincide en que las elecciones pasadas fueron las menos corrompidas de la historia. Aún no pueden compararse con las europeas pero están muy por delante de las del resto del mundo árabe.
«El mayor enemigo del PJD es la compra de votos, luchamos y lucharemos contra ella a todos los niveles y esperamos que disminuya para que podamos ser en muy poco tiempo el partido más importante de Marruecos», dicen los islamistas moderados. Sobre las acusaciones de compra de votos o corrupción, el primer ministro afirma tajantemente que serán unas elecciones limpias.
El primer ministro Jetú opina que el PJD se beneficia de su estatus de oposición, pero hay otras alianzas posibles antes de su entrada en el gobierno. Los tres grandes partidos han reiterado su acuerdo, también el Rassemblement y el Mouvement han reiterado su voluntad de trabajar conjuntamente. «Yo, como primer ministro, creo que las cosas van bien con la fórmula actual».
El PJD sabe que en la atomizada política marroquí, con 36 partidos de los que seis o siete son importantes, ninguno obtendrá más de un cuarto de los votos, pero están abiertos a la negociación para tocar el poder este mismo año. ¿Podría ser Ofhmani el nuevo primer ministro del país? «Estoy preparado a servir a Marruecos si las condiciones políticas lo permiten», responde.
Punto y seguido
Cuando hay que hacer balance de un país en una visita corta y oficial, siempre me acuerdo de Teherán en la primavera de 1979. Qué ciudad moderna, qué clases medias más estables, qué aspecto agradable el de sus barrios nuevos, qué tranquilidad en el corazón de su inmenso zoco, cuánto tecnócrata con aires decididos y competentes en la Administración del Estado.
Pues bien, antes de que terminara el año el ayatollah Khomeini estaba en el poder, el poderoso sha Palevi había sido derrocado, y la revolución islamista iba a derribar de un plumazo a un régimen próspero anclado en unas fuerzas armadas y de seguridad fuertes; iba a dispersar unas clases medias florecientes e iba a implantar un régimen teocrático y oscurantista como nadie creía aún posible a finales del siglo XX. Esperemos que en Marruecos ocurra todo lo contrario.
*José Catalán Deus es periodista y escritor. En la última década fue corresponsal en Londres y en Roma. Actualmente, publica Infordeus. Entre sus últimos libros figuran «De Ratzinger a Benedicto XVI, los enigmas del nuevo Papa» y «La cuarta guerra mundial: terrorismo, religión y petróleo en los inicios del tercer milenio»