Se llama Rayda Lakhal y tiene 29 años. Pertenece a una generación de tunecinos nacidos y radicados en Francia, hijos de la emigración. Preocupada por la situación en la que se hallaba inmerso Túnez, el viernes 14 de enero tomó un avión para reunirse con su madre y su familia que se encontraban en Ksour […]
Se llama Rayda Lakhal y tiene 29 años. Pertenece a una generación de tunecinos nacidos y radicados en Francia, hijos de la emigración.
Preocupada por la situación en la que se hallaba inmerso Túnez, el viernes 14 de enero tomó un avión para reunirse con su madre y su familia que se encontraban en Ksour Essaf, cerca de Monastir. Una ciudad tranquila de 30.000 habitantes, «casi un pueblo donde todos se conocen», explica Rayda.
Sin saberlo había llegado a su país en una fecha histórica [1]. En un principio todo parecía normal excepto por un pequeño detalle: la gente hablaba sin miedo. «Era la primera vez que hablábamos de la situación política y social del país, llegando en el coche», poco tiempo después se enteró por la televisión de que Ben Alí había abandonado el país.
El sábado Rayda se despertó sobresaltada por su tía y su prima: ¡Han quemado la comisaría, la oficina de correos y la de Hacienda! «En un principio se comentó que habían sido miembros de la policía de otros lugares, pero al poco se supo que los encapuchados eran de Ksour». En el pueblo todos saben quiénes son los policías y quiénes los «chivatos». «Son muchos -explica la joven-, pero ahora son ellos los que tienen miedo, dicen que lo hicieron obligados». Una multitud se concentró silenciosa frente a los restos de los edificios humeantes, luego los hombres fueron al café como de costumbre y las mujeres a comprar. Al medio día llegó la información (vía Facebook) de que la RCD (el partido de Ben Alí) había envenenado el agua. Rápidamente toda la ciudad hizo acopio de alimentos y combustible, y comenzaron a organizar la defensa de su recién adquirida libertad. «Como ya no tenemos policía, y puesto que el ejército está en las grandes ciudades, tenemos que organizarnos nosotros» decidieron los vecinos.
Los hombres «de confianza» jóvenes, adultos y ancianos, se equiparon con palos y cuchillos y levantaron barricadas para controlar los accesos a la localidad, barrio por barrio, calle por calle. No permitían el paso vehículos ni de personas desconocidas. Junto a sus tías y primas Rayda trabajó en la intendencia de las milicias populares. Después del toque de queda eran las únicas mujeres que permanecían fuera de su domicilio.
Tras una noche sin incidentes el domingo reinaba la tranquilidad. Una de las sobrinas de Rayda, de sólo 10 años, decidió en esa luminosa mañana arrancar el último de los carteles con la imagen del dictador que permanecía pegado en su calle [2].
A la espera de que el ejército se haga cargo de la seguridad, el pueblo ya lo está haciendo. En estos primeros días de revolución triunfante, los hombres y mujeres de Ksour amanecen ojerosos pero satisfechos. Están defendiendo con ardor lo que con sangre han conquistado.
Notas:
[1] Túnez: la lógica en cuclillas: http://rebelion.org/noticia.php?id=120398
[2] Crónica y fotos: http://www.rue89.com/node/185989
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rCR