Me ha sorprendido leer este artículo de Claudio Katz criticando mis posiciones sobre este tema. El artículo se base en una interpretación caricaturesca de que publiqué en abril pasado:
https://vientosur.info/su-antiimperialismo-y-el-nuestro/
Al parecer, Katz critica mi posición sin haber leído la entrevista complementaria que se publicó en viento sur (y en otras webs) en junio: https://vientosur.info/reflexiones-de-un-antiimperialista-tras-diez-anos-de-debate/ (leer a continuación) en ella hubiera encontrado respuesta a todas sus críticas. Por ello no creo necesario responder punto por punto a sus críticas. El mencionado articulo de junio da sobrada respuesta a ello.
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Gilbert Achcar creció en el Líbano y ha vivido y enseñado en París, Berlín y Londres. Actualmente es profesor de Estudios del Desarrollo y Relaciones Internacionales en SOAS, Universidad de Londres. Entre sus numerosos libros figuran El Choque de Barbarismos (2002, 2006); El poder arriesgado: Oriente Medio y la política exterior de EE.UU. en coautoría con Noam Chomsky (2007); Los árabes y el Holocausto: la guerra de narrativas árabe-israelí (2010); Marxismo, orientalismo, cosmopolitismo (2013); La gente quiere: una exploración radical del levantamiento árabe (2013); y Los síntomas mórbidos: recaída en el levantamiento árabe (2016). Stephen R. Shalom lo entrevistó para New Politics el 5 de mayo de 2021.
New Politics: Gilbert, hace poco que publicaste un artículo muy controvertido en The Nation sobre antiimperialismo.[1] Quizás podríamos comenzar preguntándote por qué escribiste el artículo y que nos resumieras brevemente los argumentos.
Gilbert Achcar: Gracias, Steve. Escribí este artículo debido a la gran confusión que existe hoy en día en la izquierda sobre el significado de antiimperialismo. Creo que esta confusión es principalmente el resultado del cambio radical en la situación global que siguió al colapso de la URSS. También ha habido un cambio en el tipo de guerras libradas en el Sur global. Las guerras imperialistas contra movimientos o regímenes de liberación nacional ya no son el tipo predominante como en las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Desde la década de los años 90 hemos visto guerras imperialistas contra regímenes opresores como en Irak, los Balcanes y Afganistán. La situación se complicó aún más con lo que se ha venido llamando la Primavera Árabe de 2011. Las potencias imperialistas occidentales –EE UU de Barack Obama en primer lugar- parecían apoyar los levantamientos populares contra regímenes dictatoriales.
Entonces, ¿qué significa ser antiimperialista en este nuevo entorno internacional? Ese es el tema que abordo en el artículo, como resultado de mi larga participación personal en tales debates, comenzando de manera crucial a partir de 2011 sobre el tema de Libia, y luego sobre Siria. Mi título original era «Su antiimperialismo y el nuestro».[2] Formulé tres principios básicos de lo que en mi opinión constituye un antiimperialismo verdaderamente progresista, principios que deberían ser bastante elementales para cualquier persona de izquierdas cualquiera que fuera su orientación ideológica. Marxistas, anarquistas o lo que sea, siempre que se adhieran al principio más elemental de una verdadera izquierda, es decir, a la democracia. Las personas que estén de acuerdo con estos principios pueden discutir tácticas antiimperialistas. Algunos, sin embargo, las descartan. Llamo a estas personas neocampistas porque ya no están alineadas sistemáticamente detrás de un solo Estado específico o campo socialista, como lo estaban los campistas en la época de la URSS, sino que determinan sus posiciones negativamente mediante la oposición instintiva a cualquier cosa que hagan EE UU o los gobiernos del Reino Unido y simpatía por quienes se oponen a ambos gobiernos, incluidos los regímenes despóticos y el imperialismo rival de Rusia. Los neocampistas suelen ser incapaces de entablar un debate sin recurrir a la invectiva y la calumnia. Concluí mi artículo con esta observación y de hecho tan pronto como salió varios neocampistas se apresuraron a confirmarlo.
Ahora bien, ¿cuáles son esos tres principios? El primero está relacionado con el principio democrático más elemental que ya mencioné. Cuando se trata de política internacional, estar en la izquierda significa, en primer lugar, apoyar el derecho de los pueblos a la libre autodeterminación. Ese debería ser el punto de partida para definir un antiimperialismo verdaderamente progresista. Significativamente, este punto de partida no es la oposición per se a tal o cual Estado imperialista. Es más bien la defensa del derecho del pueblo a la autodeterminación: Por ello los Estados imperialistas deben ser combatidos porque por definición pisotean este derecho.
El segundo principio es que el antiimperialismo requiere la oposición a todos los Estados imperialistas, no enfrentarse a uno contra los otros, o ignorar a uno y sus víctimas y solo centrarse en el otro, cualquiera que sea. En la izquierda de los países occidentales hay neocampistas que solo se centran en el imperialismo estadounidense y británico, o en el imperialismo occidental en general, e ignoran, en el mejor de los casos, o incluso apoyan a otros Estados imperialistas como Rusia. Se puede encontrar la inversa en Rusia: progresistas que son muy hostiles a lo que hace su gobierno en el extranjero mientras guardan silencio, cuando no apoyan, lo que hacen los gobiernos occidentales. Una vez que uno se eleva por encima del occidental-centrismo de gran parte de la izquierda occidental, se comprende que una perspectiva antiimperialista verdaderamente internacionalista es aquella que se opone al imperialismo, sea cual sea su nacionalidad o ubicación geográfica, occidental u oriental.
El tercer principio se refiere a casos excepcionales. Pueden darse circunstancias excepcionales en las que la intervención de una potencia imperialista sea crucial para prevenir una masacre o un genocidio, o para evitar que un levantamiento democrático popular sea reprimido sangrientamente por una dictadura. Hemos visto casos de este tipo en los últimos años. Pero incluso entonces los antiimperialistas deberían disipar cualquier ilusión y depositar una confianza cero en el país imperialista. Y deben exigir que su intervención permanezca limitada en las formas, sujetas a limitaciones legales, cuando existan, que no permitan al poder imperialista imponer su voluntad o determinar el curso de acción.
Este tercer principio explica por qué, en los casos de Libia y Siria, me he opuesto a la intervención directa a pesar de que los gobiernos occidentales pretendían estar del lado del cambio democrático frente a un régimen dictatorial reaccionario. La única excepción fue al inicio de establecerse en Libia la zona de exclusión aérea autorizada por la ONU, cuando expliqué que, para evitar una masacre anunciada, no podía oponerme a la intervención en su fase inicial. Señalé mil veces que nunca dije que apoyaba la intervención, pero, como sabemos, no hay nadie tan sordo como el que no quiere oír. Lo único que dije es que no podía oponerme, lo cual no es lo mismo que decir que lo apoyaba, excepto para aquellos que no saben la diferencia entre abstenerse y apoyar, o que prefieren ignorarlo deliberadamente porque su única forma de debatir es distorsionar las opiniones de aquellos con los que no se está de acuerdo.
La población de la segunda ciudad de Libia, Bengasi, temiendo legítimamente por sus vidas, con el régimen libio moviendo sus fuerzas superiores hacia la ciudad y el dictador Gaddafi, prometiendo aplastarlos, imploró a la ONU protección. Incluso Moscú y Beijing no pudieron oponerse a esto: ambos se abstuvieron en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero una vez que pasó el peligro inmediato, me opuse a la continuación de los bombardeos de la OTAN, que iban mucho más allá del mandato de la ONU. Mi actitud pasó a ser la misma que la que he mantenido desde el principio respecto a Siria, que es apoyar la entrega de armas defensivas a los insurgentes para proteger a la población. No apoyaría la entrega de armas a una organización como ISIS, por supuesto, ya que es tan opresivo como el régimen, si no más, pero ciertamente apoyo la entrega de armas a las fuerzas kurdas en Siria o lo que solía ser el Ejército Sirio Libre antes de que cayera bajo el control total de Turquía a partir de 2016.
Me opongo a la presencia de tropas estadounidenses sobre el terreno, incluso en el noreste de Siria dominado por los kurdos, que es donde están estacionados en la actualidad. De hecho, me opongo a las cinco ocupaciones en Siria, en orden cronológico: Israel, Irán y sus asociados, Rusia, Turquía y EE UU. Cinco Estados tienen tropas en suelo sirio. Me opongo a todas estas ocupaciones y apoyo el derecho del pueblo sirio a la autodeterminación democrática, no el derecho del régimen asesino a traer cómplices para ayudarlo a masacrar a su propio pueblo, que es lo que apoyan algunos neocampistas.
NP: Permíteme explorar los tres principios un poco más. Los críticos pueden decir algo como: ¿Pero qué pasa con el cambio de régimen? ¿No tiene EE UU un programa de cambio de régimen en todo el mundo, en Ucrania, en los Balcanes, en el Mar de China Meridional y en la provincia de Xinjiang? ¿No deberíamos oponernos a ese programa de cambio de régimen?
GA: “Cambio de régimen” es una frase que fue utilizada por la administración Bush. Hasta donde yo sé, no se ha utilizado desde entonces. La frase utilizada por la administración Obama frente a la Primavera Árabe fue «transición ordenada». Y eso es muy diferente a un «cambio de régimen» a la Bush. Esto último significa la ocupación de un país para cambiar su tipo de gobierno, generalmente con el pretexto de llevar la democracia. Esta es una dominación típica, de estilo colonial, a la que hay que oponerse resueltamente, incluso si se tratara de Corea del Norte, un Estado espantosamente totalitario. Pero el «cambio de régimen» no era la línea de la administración Obama. Algunos de la izquierda se quedan rezagados respecto a la realidad, librando siempre la última batalla. Los métodos y la doctrina del imperialismo estadounidense cambiaron a raíz de la debacle iraquí, como habían cambiado antes después de Vietnam.
La “transición ordenada” podría considerarse como la verdadera doctrina de Obama: significaba que ningún Estado existente debería ser desmantelado. El aparato estatal debía mantenerse intacto, en lugar de permitir el tipo de desmantelamiento que la ocupación estadounidense practicó en Irak, que ha llegado a ser considerada en Washington como la razón principal de la posterior debacle de la ocupación estadounidense. Lo que Obama promovió en todo el Oriente Medio y el norte de África fue una componenda entre el antiguo régimen y la oposición, abriendo el camino para una transición que preservara la continuidad del Estado. Presionó al ejército de Egipto en 2011 para este tipo de transición. Trató de dirigir los acontecimientos libios en esa dirección, pero fracasó por completo, ya que el Estado se encontraba totalmente calcinado. Patrocinó la mediación de las monarquías del Golfo para obtener ese resultado en Yemen. Y eso fue lo que propuso para Siria, declarando abiertamente en 2012 que apoyaba «la solución yemení» para ese país. ¿Qué era la «solución yemení»? Fue un compromiso entre la jefatura del régimen y la oposición contando con la mediación de las monarquías del Golfo. El presidente yemení dimitió, entregó la presidencia al vicepresidente, pero mantuvo el control de los principales resortes de poder del país. Esa fue la «solución» que Obama favoreció en Siria.
Ahora bien, ¿cuál ha sido la intervención más importante de la administración Obama en Siria? Para responder a esta pregunta, comparemos su actitud hacia la oposición siria con la forma en que EE UU lidió con los muyahidines que lucharon contra la ocupación soviética en Afganistán. Washington apoyó a los muyahidines afganos, junto con el reino saudí y el ejército paquistaní. Es bien sabido que los armó con misiles antiaéreos, misiles Stinger. Compare eso con Siria. EE UU no solo no entregó tales armas al levantamiento sirio, ni siquiera en 2012 cuando todavía estaba dominado por lo que podría describirse como una oposición democrática. Prohibió incluso a todos sus aliados regionales entregar tales armas a los insurgentes sirios. Turquía produce misiles Stinger con licencia estadounidense, pero no se permitió que se entregara ni uno solo a la oposición siria, ni tampoco que lo hicieran las monarquías del Golfo. Esa fue la intervención crucial de EE UU en el conflicto sirio. Y eso es lo que permitió que el régimen de Bashar al-Assad permaneciera en el poder. Le permitió mantener un monopolio de la fuerza aérea, lo que hizo que su régimen lanzara incluso bombas de barril desde helicópteros, un tipo de bombardeo más indiscriminado y devastador. Los helicópteros son un blanco fácil para las armas antiaéreas y, sin embargo, ¿cuántos helicópteros ha visto derribados por la oposición en Siria? Apenas ninguno. La razón de esta intervención estadounidense fue primero la oposición de Israel a la entrega de misiles antiaéreos a la oposición siria, y en segundo lugar el temor de Obama a crear las condiciones para que una derrota de las fuerzas del régimen sirio hubiera llevado al colapso del Estado tal como sucediera en Libia.
Por lo tanto, la administración Obama ayudó a Bashar al-Assad mucho más que a la oposición siria. Irán entendió esto y mejoró su intervención en Siria con la ayuda de sus allegados a partir de 2013, confiando en que Obama no haría nada serio para evitarlo o para intensificar cualitativamente su apoyo a la oposición. Obama confirmó esto en 2013 por la forma en que dio marcha atrás a la famosa línea roja de las armas químicas. Luego, en 2015, Rusia intervino masivamente a su vez. Entonces, tienes dos Estados reaccionarios, Irán y Rusia, que intervienen en el conflicto sirio a una escala mucho más masiva que cualquier potencia occidental. No hay forma de que alguien pueda afirmar lo contrario, a no ser que distorsione completamente los hechos. Añadamos a esto que la principal intervención armada de Estados Unidos en Siria, aparte del despliegue de tropas sobre el terreno, en realidad estuvo del lado de la única fuerza de izquierda involucrada en el conflicto sirio, es decir, el movimiento kurdo. Eso es algo que el neocampismo no puede comprender.
NP: Rusia es una potencia imperialista menor. Pero alguien podría decirte: si hay una potencia imperialista menor y una mayor, ¿tiene sentido centrar nuestra atención en parar a la mayor potencia imperialista?
GA: Bueno, esa es la lógica del mal menor, objeto de una larga historia de debates. Sin embargo, consideremos lo que se quiere decir cuando se habla de un mal menor. No es que sea de menor entidad, sino que es menos peligroso, menos vicioso, menos malvado que el otro. Por lo tanto, una fuerza capitalista liberal dominante podría interpretarse como un mal menor que una fascista más débil. En ese sentido, realmente no creo que Rusia sea de ninguna manera un «mal menor» que EE UU. Rusia aplastó al pueblo checheno dentro de su propio territorio entre 1994 y 2009 con métodos que ciertamente no eran menos brutales si no más brutales que lo que EE.UU. practicara en Irak durante ese mismo período. Ambos fueron crímenes enormes. Además, el gobierno ruso es mucho más autoritario y antidemocrático que el gobierno de EE UU. El imperialismo estadounidense puede ser parado mediante una acción de masas. El imperialismo ruso no permite que se forme ninguna oposición masiva. Entonces hay varias cuestiones que hacen que la caracterización de Rusia como el mal menor carezca de sentido. Y a pesar de que la economía rusa es diminuta comparada con la de EE UU, y de China para el caso, el ejército ruso representa una parte mucho más grande del equilibrio militar global que la economía rusa respecto a la economía global, y es además cada vez más agresivo proyectando su poder en el exterior.
Mire lo que Rusia está haciendo hoy en mi parte del mundo, discúlpeme de nuevo por convertirlo en mi parte del mundo y no mirar todo desde la perspectiva de Nueva York o Londres. ¿Qué está haciendo Rusia hoy en Oriente Medio y África del Norte? Ha desempeñado y sigue desempeñando un papel clave en el apuntalamiento del régimen sirio, una de las dictaduras más asesinas de la región, y es la responsable de gran parte de la destrucción, los asesinatos y la matanza que se han producido en ese pobre país. La intervención rusa consistió principalmente en bombardeos aéreos con misiles, sabiendo lo que pueden hacer tales bombardeos, en nombre de la lucha contra el ISIS. Si los bombardeos estadounidenses en partes limitadas de Siria llevaron a una devastación terrible, especialmente en la ciudad de Raqqa, uno puede imaginarse lo que realizaron los bombardeos rusos a una escala mucho mayor sobre todos los territorios que estaban bajo control de la oposición cuando Rusia inició su intervención directa en 2015 hasta el presente.
Desde entonces Rusia también ha estado interviniendo en Libia, junto con el régimen egipcio de AbdelFattah Al-Sisi, y los Emiratos Árabes Unidos -los Estados más reaccionarios de la región- contando también con el reino saudí. Las tropas rusas de Wagner, que son incluso menos privadas que su equivalente estadounidense el ex Blackwater, han estado interviniendo en Libia para apoyar al ex agente de la CIA KhalifaHaftar, quien ha agrupado a su alrededor a fuerzas que van desde los restos del antiguo régimen hasta los salafistas para combatir. al gobierno de reconciliación respaldado por las Naciones Unidas. Vladimir Putin también ha apoyado plenamente al mariscal Sisi de Egipto, desde el mismo momento en que organizó su golpe, mucho antes de que Trump lo nombrara su «dictador favorito».
Entonces, si miramos el papel de Rusia en mi parte del mundo, ciertamente no es mejor que el de EE UU. En Siria, definitivamente, es mucho peor: allí las principales acciones de EE UU por orden de importancia han sido la lucha contra el ISIS, el apoyo al movimiento kurdo para ese fin y el apoyo a sectores de la oposición siria, mientras que la principal acción de Rusia ha sido luchar contra la oposición siria para apuntalar al régimen de Assad.
NP: Volvamos al caso de Libia. ¿Cómo describiría la oposición a Gaddafi al comienzo del levantamiento? ¿Fue una oposición yihadista?
GA: Definitivamente no. Era un grupo heterogéneo de personas con una amplia gama de orientaciones ideológicas. Tenga en cuenta que Gaddafi tomó el poder en 1969 y que el levantamiento contra su gobierno ocurrió en 2011. ¡Eso implica estar más de 40 años en el poder! El gobierno de Libia fue brutalmente represivo, no se toleró ninguna oposición. En 2003 cambió abruptamente para colaborar con Washington en su «guerra contra el terror». En ese contexto se comprometió con los gobiernos occidentales mediante acuerdos de “entrega excepcional» en virtud de los cuales entregarían al gobierno libio a los opositores yihadistas que tuvieran. Entre ellos se encontraba una de las figuras que surgirían más tarde en el levantamiento, un hombre que demandó al gobierno británico por haberlo entregado al gobierno libio.[3] Entonces, de hecho, había algunos yihadistas que habían estado luchando contra el gobierno y Washington y sus aliados los consideró terroristas. Pero eran solo un componente de un vasto conglomerado de opositores que incluía a diferentes tipos de personas: demócratas, liberales, Hermanos Musulmanes e incluso algunos izquierdistas, la misma mezcla que ocupó la plaza Tahrir en El Cairo, pero con menos dominio de las fuerzas islámicas que en Egipto.
La primera elección que tuvo lugar después de la caída de Gaddafi en 2012 se caracterizó por una alta tasa de participación, una verdadera ya que la gente no se vio obligada a votar como en las elecciones simuladas del pasado. Y la gran sorpresa fue que las fuerzas islámicas recibieron solo una minoría de los votos. La mayoría estaba dominada por liberales. Esto prueba que el levantamiento de 2011 no estuvo dominado por yihadistas. De hecho, una de las primeras figuras clave del levantamiento fue Abdel Fattah Younes, quien había sido uno de los compañeros más cercanos de Gaddafi desde 1969 y era considerado el número dos de Libia. Se puso del lado del levantamiento cuando comenzó la lucha y fue asesinado unas semanas después. La otra figura destacada, un hombre que surgió como presidente del Consejo Nacional de Transición, fue el ministro de Justicia, el juez Mustafa Abdul Jalil, un hombre que puede describirse como musulmán liberal. Pero la oposición fue muy heterogénea, por supuesto. En un levantamiento contra una dictadura de larga duración es normal ver todo el espectro de corrientes de oposición uniéndose contra el régimen. Esto es lo que sucedió en Libia, como en otros lugares.
NP: Algunas personas dicen que Libia estaba mejor bajo Gaddafi. ¿Cómo responderías a eso?
GA: Si todo hubiera ido tan bien con Gaddafi no se habría producido un levantamiento popular. El argumento de que Libia estaba mejor con Gadaffi ignora el hecho de que se trata de un país con una población reducida provista de unos altos ingresos derivados del petróleo y el gas que en 2010 tenía una renta per capita de $12.000, lo que equivalía a 2/3 de la economía y la casi totalidad de las exportaciones, una prueba evidente de la increíble incapacidad del régimen para desarrollar el país. La población libia debería haber estado mucho mejor que en 2011, fecha en la que estalló el levantamiento. Libia es un país que arroja enormes disparidades territoriales. El régimen privilegiaba algunas partes del país, aquellas zonas a las que pertenecían sus electores leales y desatendía a las otras. Dilapidó buena parte de los ingresos del país en alocadas compras de armas (en buena medida de los países occidentales a partir de 2004) y en aventurerismo militar.
Ahora, de hecho, hay algunas personas que mencionan cifras como el PIB per cápita, las tasas de alfabetización, la esperanza de vida y el Índice de Desarrollo Humano, para decir que Libia era mejor que otros países africanos. Pero esta es una comparación muy engañosa. ¿Por qué no comparar Libia con las monarquías del Golfo que también tienen una población pequeña y enormes ingresos por petróleo y gas? Algunos de estos países desplegaban mejores cifras que Libia. Permíteme leer un informe de 2011 del International Crisis Group titulado «Dando sentido a Libia»:
“Dada una población de apenas seis millones, muchos libios creen que su país debería parecerse a Dubai. Sin embargo, años de planificación deficiente, desarrollo insuficiente y fragmentado y corrupción generalizada (que se suma a los efectos paralizantes de las prolongadas sanciones internacionales) han dejado partes del país en un estado de abandono considerable. El resentimiento por esto es particularmente fuerte entre los orientales, que creen, con razón o sin ella, que el gobierno ha favorecido a otras partes del país y ha desfavorecido deliberadamente a su región. A pesar de la riqueza económica del país, muchos libios tienen al menos dos trabajos para sobrevivir (uno de los cuales normalmente se encuentra en el sector estatal, donde los salarios en su mayor parte siguen siendo lamentables). La escasez de viviendas es aguda y se estima que se necesitan 540.000 unidades adicionales. Según una extendida opinión pública, la mayoría de las oportunidades económicas que se han abierto desde 2003 han permanecido en manos de una pequeña élite. En particular han sido aprovechadas por los propios hijos de Gaddafi y la familia extensa, todos los cuales han acumulado grandes fortunas en una variedad de negocios de los sectores de la salud, la construcción, la hotelería y la energía. Estas percepciones populares se vieron reforzadas recientemente por la divulgación de informes diplomáticas occidentales. Según los cables diplomáticos de EE UU, desvelados por WikiLeaks, los hijos de Gaddafi se beneficiaron habitualmente de la riqueza del país; uno revelaba que se había «convertido en una práctica común» que los fondos del gobierno se utilizaran para promover empresas controladas por sus hijos e indicaba que tales empresas se habían beneficiado de «considerable financiación gubernamental y respaldo político». En este sentido Libia ha sido como una gran olla a presión a punto de explotar”[4].
Otro argumento que escucho a menudo es que si la OTAN hubiera intervenido en Siria, el país habría sido como Libia hoy. Bueno, puedo decirles esto: no hay un solo sirio que no desee y reza día y noche para que su país sea como Libia hoy. Quiero decir que la situación de Libia no es nada comparada con lo que sucedió en Siria: la escala de las masacres, la devastación, el desplazamiento, etc., son incomparablemente más horrendos en Siria. Después de dos años de libertad política recién adquirida, Libia entró en una nueva guerra civil a partir de 2014, impulsada por intervenciones extranjeras rivales, pero siguió siendo una guerra de baja intensidad en comparación con las de Siria y Yemen.
NP: Permíteme volver a uno de tus principios iniciales, el del caso excepcional cuando una masacre es inminente. ¿Es este un argumento a favor de una intervención humanitaria?
GA: El concepto de intervención humanitaria es erróneo. Nadie se opondría a una intervención verdaderamente humanitaria, como enviar tropas para ayudar tras un terremoto masivo. Ningún antiimperialista podría oponerse a tal intervención porque sería completamente absurdo. Nunca utilicé la expresión intervención humanitaria excepto para criticarla como un pretexto hipócrita para las intervenciones imperialistas. Cuando el imperialismo interviene en un conflicto, nunca lo hace por razones humanitarias y nunca me he abonado a semejante ilusión, pero he denunciado consistentemente lo que Noam Chomsky ha llamado el «nuevo humanismo militar».[5]
Los casos excepcionales a los que aludo son cuando, por razones propias, las potencias imperialistas se ponen del lado de un levantamiento popular contra un régimen despótico, siendo un último ejemplo el levantamiento contra la toma del poder militar en Myanmar. En tales circunstancias, si el movimiento popular decide portar armas para defenderse de una matanza en curso, apoyo su derecho a obtener armas defensivas de donde sea, aun cuando solo sea posible de las potencias imperialistas. Incluso apoyo la exigencia de que los gobiernos occidentales proporcionen tales armas. Pero no apoyo la intervención directa, ya sea bombardeando o enviando tropas para ser desplegadas sobre el terreno, mucho menos cuando se hace violando el derecho internacional. Sin embargo, si no hay otra alternativa para prevenir una inminente masacre a gran escala, debo abstenerme hasta que se elimine la amenaza. Abstenerme significa que no me manifestaría en contra de la intervención, como hicieron algunas personas el 19 de marzo de 2011 en Nueva York y Washington mientras la población de Bengasi aplaudía con alegría lo que percibían como su rescate. Pero tampoco me manifestaría en apoyo de la intervención: prefiero advertir a los rescatados que no se hagan ilusiones sobre las verdaderas intenciones y designios de sus momentáneos salvadores. Eso fue lo que hice en 2011 cuando comenzó la intervención en Libia. La ciudad de Bengasi fue amenazada por el régimen, la población de Bengasi imploró la intervención de las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad votó una resolución que autorizaba esta intervención, y Moscú y Pekín consintieron, aunque se abstuvieron en lugar de votar a favor. Eso es lo que expliqué en la entrevista que me hiciste el 19 de marzo[6], y nada más. Y, sin embargo, se desató el infierno en algunos círculos de la izquierda antiimperialista de EE UU y del Reino Unido, partiendo desde los habituales neocampistas hasta algunos radicales que aún tienen que «aprender a pensar».[7]
Para mí el lado singular de este debate fue que reveló el etnocentrismo occidental de la mayoría de mis detractores. Simplemente no podían ponerse en el lugar del pueblo de Bengasi o de cualquier parte de la región árabe sacudida por la onda expansiva revolucionaria de 2011. Vieron todo desde el punto de vista de EEUU o de su caniche británico y solo estaban interesados en cuestionar todo lo que hiciera su gobierno, independientemente de lo que estaba sucediendo en el extremo receptor. Me atacaron porque no podían entender que reacciono políticamente más en sintonía con la parte árabe del mundo a la que pertenezco (es decir, cuando está directamente implicada) que con Gran Bretaña, donde resido y trabajo y donde mi trabajo está centrado en Oriente Medio y África del Norte. Para darles sólo un ejemplo, el 19 de marzo de 2011, el mismo día en que celebramos nuestra entrevista, el Hezbolá libanés —que no es precisamente un gran amigo de EE UU— estaba celebrando una reunión masiva en un suburbio al sur de Beirut en solidaridad con los pueblos árabes. Eso fue antes de que el levantamiento sirio cambiara la posición de Hezbollah. Esto es lo que dijo el líder del partido, Hassan Nasrallah, sobre Libia en su largo discurso:
“En Libia, la gente se levantó como lo hizo en Túnez y Egipto. Un grupo de jóvenes partió de Bengasi y fueron recibidos a balazos y asesinados. La gente acudió en su ayuda y la revolución se extendió de ciudad en ciudad, con manifestaciones y desobediencia civil. Fueron reprimidos con balas, aviones y tanques. Se impuso la guerra a la revolución popular pacífica y civil. … Al igual que todos ustedes, vimos en la televisión aviones, tanques, cañones y múltiples lanzacohetes Katyusha, alineados de una manera que nos recordaba la invasión del Libano en 1982 y todas las guerras israelíes. Esta guerra que lanza hoy el régimen de Gaddafi contra el pueblo libio es el mismo tipo de guerra que las lanzadas por Israel contra el Líbano y Gaza. …Quien pueda brindar ayuda de cualquier tipo a este pueblo insurgente debe brindar ayuda para que se levante y resista frente a la destrucción y la masacre.
Nuestros hermanos revolucionarios en Libia y nuestros pueblos árabes deben saber que EE UU y Occidente le han dado al régimen libio tiempo suficiente para aplastar la revolución, mucho tiempo dedicado a conversaciones y reuniones. Pero los libios se mantuvieron firmes, resistieron y lucharon, y avergonzaron al mundo con su firmeza y resistencia. … Sin duda, la situación en Libia se ha complicado mucho con el inicio de la intervención internacional que podría involucrar a Libia en el juego entre las naciones, y esto requiere de los revolucionarios que desplieguen su vigilancia y patriotismo, en los que tenemos gran confianza”[8].
Ten en cuenta que Nasrallah en realidad culpó a “EE UU y Occidente” no por intervenir ¡sino por haber intervenido tarde! Fue mucho menos crítico que yo el mismo día en que me entrevistaste. Poco después, una vez superada la amenaza, que se logró tras unos días de intervención destruyendo gran parte de los aviones y tanques de Gaddafi, manifesté claramente que estaba en contra de la continuación del bombardeo porque obviamente ya no era necesario para rescatar a ninguna población, puesto que se había convertido simplemente en un intento de la OTAN de interferir en la situación libia y hacerse con el control. Esto es lo que expliqué el 31 de marzo:
“Oponerse a la zona de exclusión aérea y ofrecer alternativas no plausibles, como hicieron muchos grupos de la izquierda sana y verdadera con la mejor de las intenciones, fue poco convincente. Puso a la izquierda en una posición débil a ojos de la opinión pública. Oponerse a la zona de exclusión aérea sin mostrar preocupación por los civiles, como hicieron algunos grupos marginales, fue inmoral, sin mencionar la actitud de los estalinistas reconstruidos o no reconstruidos que defendían a Gaddafi como un antiimperialista progresista y denostando el levantamiento como una conspiración liderada por EE UU o por Al Qaeda (mientras se recurre a calumnias al estilo estalinista para cuestionar la posición de aquellos en la izquierda que simpatizaban con la solicitud de protección para el levantamiento libio).
No había que oponerse a la solicitud de zona de exclusión aérea solicitada por parte del levantamiento. En cambio, deberíamos haber expresado nuestras fuertes reservas sobre la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y advertido de cualquier intento de tomarla como pretexto para impulsar las agendas imperialistas. Como dije al día siguiente de la adopción de la resolución 1973, ‘sin manifestar estar en contra de la zona de exclusión aérea, debemos manifestar una actitud desafiante y abogar por una vigilancia total en el seguimiento de las acciones de los Estados que la llevan a cabo, para asegurarnos de que no vayan más allá de proteger a los civiles como lo exige la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas’. Nuestra prevención habitual contra las intervenciones militares de los Estados imperialistas fue anulada en circunstancias de emergencia de una masacre inminente, pero estas circunstancias de emergencia ya no existen en este momento, y ahora se puede proteger el levantamiento de una manera mucho mejor suministrándole armas[9].
El otro caso similar al de Libia en 2011 es cuando tuvo lugar el surgimiento del ISIS en 2014, cruzando la frontera hacia Irak y extendiéndose por un enorme territorio en el que llevaron a cabo horribles crímenes, incluido el genocidio de los yazidíes en Irak y un intento de hacer lo mismo con los kurdos tanto en Irak como en Siria. La ciudad de Kobani, controlada por los kurdos, en el noreste de Siria, fue amenazada por el ISIS. Washington intervino y comenzó a bombardear el autoproclamado «Estado Islámico». ¿Deberían los antiimperialistas haber estado marchando en Washington y Londres coreando «Alto a la intervención de EE.UU. en Siria»? EE UU estaba lanzando armas por aire a las fuerzas kurdas. ¿Deberían los antiimperialistas haberse opuesto a esto? No lo creo. En el momento de la necesidad más urgente para evitar una derrota kurda que hubiera abierto el camino para que ISIS invadiera los territorios controlados por los kurdos en Siria, uno no podía oponerse al bombardeo. Una vez que pasó el peligro inmediato, debería haberse opuesto a la continuación del bombardeo, combinado con la demanda de proporcionar las armas necesarias a quienes estaban luchando contra el ISIS, especialmente a las fuerzas kurdas y sus aliados tanto en Siria como en Irak.
En resumen, en circunstancias excepcionales cuando no existe una alternativa disponible para prevenir una masacre a gran escala, la intervención de las potencias imperialistas puede ser un mal menor mientras sea necesaria para eliminar la amenaza. Armar un levantamiento democrático contra un enemigo despótico mucho mejor equipado es una necesidad desde una perspectiva internacionalista realmente de izquierdas. Los internacionalistas deberían exigir que sus gobiernos, incluso a los imperialistas, que entreguen armas defensivas al bando progresista en una guerra civil (¡recuerden la guerra civil española![10]). Al mismo tiempo, debemos abogar por que quienes requieran tal ayuda desconfíen completamente de EE UU y de cualquier gobierno imperialista. Y deberíamos oponernos a cualquier forma de intervención que los atara de pies y manos subordinándoles a Washington, Moscú o a quien sea.
NP: Pero si yo fuera parte de un grupo que se enfrentaba a una masacre y me ofrecieran ayuda y la ayuda viniera condicionada, podría decir que estas condiciones están podridas, pero prefiero sucumbir a estas demandas e imposiciones podridas que ser masacrado.
GA: Y lo entendería completamente. Pero mi rol desde afuera sería decirte: entiendo tu posición, entiendo que no te queda otra opción, pero te advierto de los verdaderos propósitos y metas de quienes te están brindando lo que tanto necesitas, y te insto a que hagas todo lo posible para mantener y preservar tu plena autonomía.
Traducción para viento sur: Javier Maestro.
Artículo original New Politics.
Notas
[1] Gilbert Achcar, “How to Avoid the Anti-Imperialism of Fools,” The Nation, April 6, 2021
[2] Gilbert Achcar, “Their anti-imperialism and ours,” New Politics, April 18, 2021 [https://vientosur.info/su-antiimperialismo-y-el-nuestro/]
[3] Owen Bowcott, “Abdel Hakim Belhaj wins right to sue UK government over his kidnap,” The Guardian, Oct. 30, 2014.
[4] ICG, “Making Sense of Libya,” June 6, 2011.
[5] The New Military Humanism: Lessons from Kosovo, Monroe, ME: Common Courage Press, 1999.
[6] Gilbert Achcar, “Libyan Developments,” ZNet, Mar. 19, 2011.
[7] Leon Trotsky, “Learn to Think,” New International, vol. 4, no. 7, July 1938.
[8] Archive almanar (in Arabic). For further English excerpts, see Stephen R. Shalom, “Nasrallah on Libya,” ZNet, 9 April 2011.
[9] Gilbert Achcar, “Barack Obama’s Libya speech and the tasks of anti-imperialists,” Le Monde diplomatique, April 4, 2011.
[10] Andreu Espasa, “Roosevelt and the Spanish Civil War,” The Volunteer, Dec. 15, 2019.
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