Los Estados Unidos nunca han abandonado el monroísmo, a pesar de momentos menos tensos. Pero las condiciones históricas del siglo XXI son distintas a las del pasado,
La proclama de independencia de las Trece Colonias de Gran Bretaña en América del Norte el 4 de julio de 1776 tuvo un valor universal: por primera vez en la era del capitalismo se rompió con el coloniaje y se constituyeron los Estados Unidos como primer país inspirado en los ideales y valores del pensamiento ilustrado, que convirtió a la libertad y a la democracia en fundamentos inseparables de su evolución posterior. Las independencias de los enormes territorios coloniales americanos, sujetos ante todo a las monarquías de España y de Portugal, arrancaron algo más tarde, comenzando por la independencia de Haití frente a Francia en 1804 y concluyendo en 1824 con las batallas de Junín y Ayacucho. Nacía América Latina, con una veintena de países que durante el siglo XIX debieron construir sus Estados nacionales y edificar las repúblicas presidenciales, bajo los supuestos teóricos del constitucionalismo, la democracia y los derechos ciudadanos.
Pero los procesos de afirmación de los Estados Unidos tuvieron un desarrollo distinto al de los países latinoamericanos. Sobre la base de considerarse una nación ejemplar, que debía fortalecer su poder, transmitir sus valores institucionales al mundo y garantizar su seguridad nacional, inauguraron un expansionismo inédito, justificado tanto por la ideología del Destino Manifiesto, como por la Doctrina Monroe (1823). El de mayor impacto fue el expansionismo territorial a través de la compra de la Luisiana a Francia (1803), la Florida a España (1819) y Alaska a Rusia (1867); la toma de territorios indígenas hacia el Oeste, que ocasionó verdaderos genocidios; la anexión de Texas (1845) de México, ampliada con el Tratado de Guadalupe Hidalgo tras la guerra con este país (1846-1848), que le permitió hacerse con los territorios de California, Nevada, Utah, Nuevo México, la mayor parte de Arizona y Colorado, y partes de las actuales Oklahoma, Kansas, y Wyoming, a lo cual se unió la compra de Gadsden (La Mesilla, 1853), es decir logrando anexionarse un 55% del territorio mexicano. La incursión hacia el noroeste también logró el Tratado de Oregón (1846) con Gran Bretaña fijándose la frontera con Canadá en el paralelo 49. El expansionismo incluyó la guerra con España (1898), que garantizó a los Estados Unidos el control de Puerto Rico y la intervención directa en Cuba, donde impuso la Enmienda Platt (1901).
El expansionismo del siglo XIX convirtió a los Estados Unidos en indiscutible potencia. Tuvo acceso a tierras fértiles para la agricultura, recursos energéticos, espacios para el crecimiento demográfico, el desarrollo de su mercado interno, rutas comerciales y, en definitiva, posibilidades inigualables para el fortalecimiento de una pujante economía capitalista. No faltaron amenazas e intervenciones sobre América Latina, aunque este rasgo se volvió una política internacional permanente durante el siglo XX, al desplegarse la expansión imperialista, que apeló a la necesidad de proteger la seguridad nacional, garantizar a los inversionistas estadounidenses, contar con gobiernos aliados o subordinados a sus intereses y evitar la incursión competitiva de otras potencias en el continente. De hecho, la guerra Hispano-Estadounidense es su punto de partida, al que siguieron numerosas intervenciones directas o indirectas, justificadas por el “Corolario Roosevelt” (1904), que consideró ese intervencionismo como un verdadero derecho para imponer orden y proteger sus intereses. El apoyo a la independencia de Panamá (1903) le aseguró la construcción del canal transoceánico; hubo incursiones en Haití (1915-1934); en República Dominicana (1916-1924); varias en Nicaragua, Honduras y El Salvador entre 1900 y 1933, particularmente destinadas a defender a empresas como la United Fruit Company en cada “Banana Republic”.
Con el fin de librar la lucha contra el “comunismo” los Estados Unidos lograron el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR, 1947), que sirvió para convertir a las fuerzas armadas de toda la región en instrumentos de la Guerra Fría y que tan graves repercusiones tendría en buena parte de los países latinoamericanos durante las décadas de 1960 y 1970, cuando se implantaron regímenes civiles y dictaduras militares terroristas, que violaron sistemáticamente los derechos humanos. Hay que sumar las acciones encubiertas de la CIA para desestabilizar y hasta derrocar gobiernos, las sanciones de todo tipo contra diversos países y el infame e ilegítimo bloqueo a Cuba, que ha merecido el rechazo de las Naciones Unidas durante 32 años consecutivos.
Los Estados Unidos nunca han abandonado el monroísmo, a pesar de momentos menos tensos. Pero las condiciones históricas del siglo XXI son distintas a las del pasado, porque coinciden tres procesos: el surgimiento de fuerzas progresistas y de nueva izquierda en América Latina, que reaccionan contra el neoliberalismo y las imposiciones imperialistas; la edificación de un mundo multipolar con la indetenible presencia de China, Rusia y los BRICS; y la readecuación de las derechas económicas y políticas que han lanzado su propia lucha de clases para impedir un rumbo distinto en los países de la región.
Bajo estas nuevas condiciones, la presidencia de Donald Trump proyecta el renacer agresivo del monroísmo. Las referencias sobre los intereses estadounidenses en Groenlandia, Canadá, el Golfo de México y Panamá, así como las amenazas a Venezuela, a México y a los gobiernos progresistas; el declarado interés por los recursos de América Latina y los acuerdos militares que lo acompañan; y, sobre todo, la necesidad de frenar los intereses de China (y Rusia) en el continente, dan señales de relaciones internacionales conflictivas, al menos con los gobiernos progresistas.
Las primeras respuestas de Claudia Sheinbaum, presidenta de México, colocan a este país a la vanguardia del latinoamericanismo. No ocurre lo mismo en Ecuador, donde no ha importado violar la Constitución y las leyes para llegar a lesivos acuerdos militares (2021 y 2023) con Estados Unidos, que también incluyen la cooperación en el combate al narcotráfico, pero, además, el uso de las Galápagos como base geoestratégica en el Pacífico (https://t.co/Kv1kXFqZ6A ; https://t.co/QVoguM4nVD). Desde 2017 Ecuador vive un escenario interno de retroceso económico, consolidación de un empresariado oligárquico en el poder, explosión de la delincuencia y el narcotráfico, y la sucesión de tres gobernantes carentes de sentido nacional, laboral y social. El país es hoy un ejemplo radical de lo que implican los gobiernos de empresarios-millonarios que se sirven del Estado para apuntalar sus consignas económicas, sus negocios y sus rentabilidades, a costa de la sociedad, las leyes, los derechos ciudadanos, la soberanía y la dignidad nacional, al mismo tiempo que se alinean con las políticas favorables al monroísmo y contrapuestas al latinoamericanismo.
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