La mayoría de los 4,4 millones de habitantes de la República Centroafricana (RCA), país que se independizó de la metrópoli francesa en 1960, sufren el miedo, la violencia y la falta de servicios básicos: alimentación, agua, saneamiento, atención médica… El golpe de estado de 2013, los acuerdos de paz de 2015 tras dos años de […]
La mayoría de los 4,4 millones de habitantes de la República Centroafricana (RCA), país que se independizó de la metrópoli francesa en 1960, sufren el miedo, la violencia y la falta de servicios básicos: alimentación, agua, saneamiento, atención médica… El golpe de estado de 2013, los acuerdos de paz de 2015 tras dos años de enfrentamientos armados entre el grupo Seleka (de mayoría musulmana) y las milicias anti-Balaka (cristianos), y las elecciones de 2016 no han devuelto la tranquilidad al país. La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA) calificaba en un informe de 2016 (segundo trimestre) la situación de la República Centroafricana como «extraordinariamente crítica»: cerca de 2,3 millones de personas requieren asistencia humanitaria; unas 380.000 personas (el 8% de la población) son desplazados internos con miedo de volver a sus casas; y otras 468.000 encontraron refugio en países vecinos, sobre todo en Chad, República Democrática del Congo, Camerún, Sudán y Sudán del Sur.
El informe de Médicos Sin Fronteras (MSF) «República Centroafricana: una crisis que no debe quedar en el olvido» (noviembre de 2016) señala que la debilidad de las estructuras estatales y de la Misión de la ONU (MINUSCA) deja a toda la población -en ciudades y áreas rurales- «expuesta a la brutalidad de los grupos armados y la delincuencia común». A mediados de octubre volvió de la República Centroafricana, tras una estancia de nueve meses Juan Manuel Rodilla, quien coordinó el equipo de urgencias de la ONG en este país. Integrado por trece personas, el grupo afrontó uno de sus desafíos en el río Ubangui (frontera natural entre la República Democrática del Congo y la RCA), en julio de 2016. Allí se desató una epidemia de cólera, cuyo foco buscaron para frenar la expansión. MSF constituyó un centro de tratamiento en la capital del país, Bangui. «Se logró finalmente contener la propagación y que no muriera mucha gente debido a la respuesta rápida», destaca el ingeniero industrial de MSF, tras la presentación de la campaña «Yo me quedo» en la Universitat de València.
Fuente: Médicos Sin Fronteras
Al noroeste de la RCA, en la frontera con Camerún, el equipo de urgencias de MSF asistió a una de las pugnas armadas entre agricultores y ganaderos de diferentes etnias, que terminó con 13 aldeas calcinadas y cerca de 2.500 personas desplazadas. Fue en mayo de 2016. Pudieron hablar con los dos bandos y proporcionar atención médica urgente a heridos y desplazados. El enfrentamiento terminó con decenas de muertos. Se trataba de territorios castigados por enfermedades muy comunes como la malaria y laceradas por la malnutrición. Una de las tareas básicas consistía en suministrar vacunas.
Unos meses antes, en febrero de 2016, el objetivo era acceder a Bambouti, «pueblo de cerca de un millar de habitantes al que había llegado un importante número de refugiados de Sudán del Sur; huían del conflicto», explica Juan Manuel Rodilla. En un primer momento no había otras ONG presentes en Bambouti. Entre la población autóctona de la RCA y los refugiados de Sudán del Sur, procedieron a la limpieza de una pista de tierra -años antes un aeródromo- que se acondicionó como puesto de atención sanitaria. De ese modo se pudo garantizar asistencia médica de urgencia y sobre el terreno a víctimas y desplazados, que se prolongó durante un mes y medio.
Las tareas humanitarias se despliegan en un entorno hostil: conflictos entre comunidades o entre bandas armadas, extorsiones, acoso… El informe «República Centroafricana: una crisis que no debe quedar en el olvido» señala que en el primer semestre de 2016 se produjeron más de 75 casos de violencia física en Batangafo. Además, «la sanidad y la educación son insuficientes o incluso inexistentes en muchas regiones de la RCA», afirma el documento de MSF. La ONG ha constatado que en la subprefectura de Batangafo sólo hay dos autoridades -el subprefecto y el director del hospital- y otros siete empleados del Ministerio de Salud. «Sin la presencia de las organizaciones humanitarias la asistencia sanitaria en la RCA no funcionaría», advierten fuentes de Médicos Sin Fronteras. Pero en las zonas limítrofes con Sudán y Sudán del Sur la situación es, si cabe, más desesperada, sin la presencia de autoridades estatales y con muchas limitaciones a la actividad de las ONG. La precariedad de las estructuras sanitarias convive con las necesidades apremiantes de la población. Las gélidas estadísticas contabilizan 30.000 desplazados internos en Batangafo, 15.000 en Kabo y 50.000 en Bambari. Otros 50.000 en la capital, Bangui. Si se consideran los escondidos en los bosques, las cifras escapan todo control numérico. «El desplazamiento casi se ha convertido en una rutina», denuncia el documento de MSF.
Zita, una joven centroafricana de 23 años, llegó con sus hijas de dos años y cinco meses al centro de salud de Kabo, pequeño municipio en el norte de la RCA. Su experiencia muestra las condiciones de adversidad a las que la población se enfrenta para recibir atención médica. La localidad de la que proceden, Ngoumouru, ubicada a 50 kilómetros de Kabo, no cuenta con centro de salud, por lo que primero tuvieron que caminar 20 kilómetros hasta Farazala; esto significa que les costó un día llegar al centro sanitario. La niña de dos años, Marie, se vio afectada primero por la malaria y después por la malnutrición severa. En el primer centro de salud al que Zita se dirigió, le proporcionaron paracetamol y a continuación les mandaron a casa. La joven madre se dedicaba a la agricultura y, por motivos de seguridad, afirma que siempre camina con un grupo de mujeres. Actualmente forrajea «ñame» silvestre (planta de raíz comestible similar a la patata) en los bosques próximos a su casa.
En la localidad de Nanga Boguila, en el noroeste de la RCA, trabaja como enfermero de MSF desde hace una década Elysé Tando. «Llegar al hospital es una hazaña muy peligrosa para la gente, incluso mortal», afirma. «No sabemos las vidas que se podrían salvar -denuncia este trabajador de la salud- si los enfermos pudieran llegar al hospital los días que los grupos armados controlan las carreteras». Su testimonio, que la ONG difundió en noviembre de 2016, enuncia algunas de las tragedias cotidianas: dos bebés muertos por la malaria y que no pudieron ser trasladados a los centros de atención; otro paciente, de 21 años, fallecido de meningitis porque no llegó a tiempo al hospital (se sentía mal por la noche, pero hasta las siete de la mañana no llegó con su familia al centro hospitalario). «Había pasado demasiado tiempo, y el joven llegó en condiciones muy críticas; murió mientras yo estaba llenando su hoja de transferencia», recuerda el enfermero.
La inseguridad y las demoras afectan también a quienes padecen el VIH en Boguila y los municipios del entorno. Se trasladan al centro de salud para conseguir medicamentos antirretrovirales, si no hay grupos armados que lo impidan (sólo el 18% de la población afectada por VIH recibe estos tratamientos en la RCA); Hace poco tuvo conocimiento de la muerte de cuatro personas, que tampoco pudieron hacerse con los fármacos: fallecieron en sus casas, de las que no salieron por la peligrosidad de los caminos.
«La degradación y el colapso de la sanidad en la RCA es tan notoria que tardará años en ser reconstruida», anuncia Médicos Sin Fronteras. Según Naciones Unidas, 117 organizaciones de ayuda humanitaria despliegan su labor en la República Centroafricana; pero debido a las dificultades financieras, algunas de ellas -sobre todo en el ámbito de la Salud- han abandonado zonas como Bambari. Sin embargo, las ONG tratan de cubrir los grandes agujeros de la sanidad pública en el país: el 72% de las «estructuras» sanitarias han resultado dañadas o destruidas por la violencia y los saqueos; a ello se agrega el enorme déficit en el abastecimiento de medicinas. Los centros de salud todavía operativos, sobre todo en las zonas rurales, padecen carencias muy serias de personal. La situación de «emergencia sanitaria» se ceba principalmente con las mujeres y los menores de cinco años, como prueban los balances de MSF: en el primer trimestre de 2016 trató a 6.700 niños desnutridos en el país centroafricano (10.200 durante todo 2015). Las organizaciones humanitarias mencionan las «barreras financieras», lo que se traduce en que buena parte de la población -sin una renta fija- se queda sin atención médica. «La sanidad pública se rige por la recuperación de costes y, por tanto, es de pago», advierte MSF. La catástrofe no se ha reducido en los últimos tres años. Como un azote bíblico, en la segunda mitad del año sobreviene, invariablemente, el «pico» de la malaria…
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