No importa cuánto dure, ni cuántos muertos deje, tampoco las consecuencias que produzca, en esta nueva guerra en la República Democrática del Congo también todos sus muertos volverán a ser olvidados.
Como se han olvidado los del genocidio por sobreexplotación del rey belga Leopoldo II, que produjo entre diez y veinte millones entre 1885 y 1908; o los de las matanzas en su guerra de liberación, la que finalmente, gracias a las operaciones de Washington y Bruselas, desembocó en la dictadura de Mobutu Sese Seko (1965-1997), con otro reguero de muertes y desapariciones. Tras el golpe de Estado se inició la gran guerra civil de 1998 a 2003, que se llevó otros seis o siete millones de vidas, y a partir de entonces el drenaje permanente de muertes y destrucción que hasta ahora no para, particularmente en el este del país. Por lo que la actual crisis de Kivu del Norte es consecuencia de aquello.
La esperanzadora llegada en enero de 2019 del actual presidente Félix Tshisekedi, que se convirtió en el primer jefe de Estado del país en recibir el poder de otro presidente, en este caso de Joseph Kabila tras un proceso eleccionario, finalmente, como todo en la RDC, parece terminar consumiéndose en la violencia.
Al igual que la cumbre regional del sábado 8, que se realizó en Dar es Salam (Tanzania), en la que participaron, además de Tshisekedi el presidente ruandés Paul Kagame, el anfitrión Emmerson Mnangagwa y los mandatarios de Kenia, Uganda, Somalia, Zambia y Burundi. La reunión, más allá de que al día siguiente no hubo acciones, todavía parece estar muy lejos de una solución.
En Goma, hasta ahora el principal epicentro del conflicto, los muertos ya superan los 4.000; el miércoles 6 se hablaba oficialmente de 3.000, a pesar de que, según se informa, el grupo rebelde Movimiento 23 de Marzo (M-23) había decretado unilateralmente el día 4 un alto el fuego, después de haber conquistado el control de la capital de Kivu del Norte.
Todas las rutas de salida de ese sector del Estado se encuentran bajo el control de los rebeldes, por lo que todos los caminos, e incluso el aeropuerto, permanecerán cerrados hasta nuevo aviso. Al tiempo que los desplazados, sin asistencia alimentaria ni sanitaria, se siguen amontonando en los lindes de Goma, a punto de declararse una crisis humanitaria de consecuencias imprevisibles, como lo es todo en la RDC.
Si bien el alto el fuego hizo que la ofensiva del M23 se detuviera a las puertas de la ciudad de Bukavu, la capital de Kivu del Sur, a 200 kilómetros de Goma -con casi un millón de habitantes- el menor incidente podría precipitar el fin del alto el fuego y que se reactiven los combates.
Según informó la vocería de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUSCO), están operando en Bakavu con movimientos limitados, realizando patrullajes dentro de la ciudad, aunque consiguieron reabastecer de provisiones y armamentos sus bases.
Dijo que las fuerzas de paz de la misión de la ONU, conocida como MONUSCO, están operando con movimientos limitados impuestos por el M23. No están patrullando la ciudad, pero pueden reabastecer sus bases.
Según Naciones Unidas, los aproximadamente 8.000 milicianos del M-23 están operando junto a unos 4.000 efectivos de las Fuerzas de Defensa de Ruanda (FDR), lo que Kigali niega enfáticamente, mientras que las fuerzas armadas de la RCD (FARDC) mantienen unos 10.000 efectivos en cercanías de Goma, junto a un número desconocido de las milicias irregulares conocidas como Wazalendo (patriotas o nacionalistas).
Posteriormente a la toma de Goma se han conocido centenares de denuncias sobre las violaciones masivas de mujeres perpetradas por las fuerzas ocupantes. Muchas de estas acciones se realizaron en el penal mixto de Munzenze, donde cientos de reclusas fueron sorprendidas cuando intentaban escapar durante los combates, lo que rápidamente habían hecho los reclusos hombres.
Según lo ha denunciado la jefa adjunta de la MONUSCO con base en Goma, Vivian van de Perre, tras las violaciones los rebeldes incendiaron el pabellón de mujeres, donde la gran mayoría resultaron muertas.
¿Para quién juega Ruanda?
Todas las negativas por parte de Ruanda a las acusaciones de que está detrás de la ofensiva del M-23 no solo con financiamiento, sino también con hombres, caen cuando se descubre la importante cantidad de efectivos de las Fuerzas de Defensa de Ruanda (FDR) que han muerto en la RDC.
Diversas oficinas de inteligencias internacionales coinciden en apuntar que “un número muy significativo de soldados ruandeses han muerto, apoyando la última ofensiva del M-23″.
Imágenes satelitales recientemente conocidas muestran el cementerio militar de Kanombe, en cercanías de Kigali, la capital ruandesa, donde al menos se distinguen unas 600 nuevas tumbas desde el resurgimiento del M-23. Allí solo son enterrados los oficiales, mientras que los soldados rasos son enterrados en el lugar en el que murieron.
Mientras, existen denuncias de que se han producido enterramientos masivos en fosas comunes en el interior de la RDC, dada la imposibilidad de repatriar los cuerpos de los militares caídos a Ruanda.
Estas versiones son apuntaladas por la reciente y urgente ampliación del hospital militar de Kigali para ocuparse de los heridos provenientes desde el otro lado de la Grande Barrière, como se conoce la frontera entre Ruanda y la RDC, de 127 kilómetros, mientras la morgue del hospital se encuentra en estado de colapso constante.
A pesar de estas pruebas, el Gobierno del autócrata Kagame continúa negando la presencia de sus efectivos en la RDC y mucho menos la muerte de algunos de ellos. Aunque sí ha justificado recientemente que algunos de sus hombres participan de redadas contra el grupo insurgente Fuerzas Democráticas de Liberación (FDLR), fundadas por antiguos líderes hutus que participaron en el genocidio tutsi de 1994 y que están colaborando con Kinshasa.
También existen denuncias de que las familias de los soldados muertos reciben los féretros cerrados con prohibición de abrirlos y con la orden de que el entierro solo dure media hora.
Kigali se defiende de estas acusaciones informando que los militares muertos provienen de las dotaciones de la FDR, que participan de las misiones de paz patrocinadas por Naciones Unidas en Mozambique y la República Centroafricana.
Ruanda no estaría actuando motu proprio, sino siguiendo las órdenes del Departamento de Estado de EE.UU. La alianza Washington-Kigali viene desde la invasión y ocupación del Congo por parte de Ruanda en 1996, especulando con la explotación ilegal de las extraordinarias riquezas del subsuelo congoleño, al igual que los acuerdos establecidos con la Unión Europea, legitimados a principios del 2024 por el Memorándum de Entendimiento sobre Cadenas de Valor de Materias Primas Sostenibles con Ruanda, una manera de encubrir la extracción ilegal de minerales en el este congoleño.
Esta situación tenderá a agravarse a medida que el Gobierno del presidente Donald Trump profundice la guerra comercial con China. ya que es justamente Beijing quien tiene las mayores concesiones de explotación mineral en el este congoleño acordadas con Kinshasa hace por lo menos 30 años.
Si bien es cierto que alguna vez holdings estadounidenses se habían hecho con los derechos de explotación en recursos naturales como minerales preciosos, empresas chinas se han encargado después de una aguerrida campaña comercial durante la Administración de Barack Obama e incluso la primera presidencia de Trump. Las empresas chinas pasaron a controlar la mayoría de las minas de cobalto, uranio y cobre para las empresas tecnológicas de punta.
Trump ha llegado hace menos de un mes con la intención de revertir esa ecuación y otras similares en las que Beijing le ha sacado amplia ventaja en su coherente avanzada comercial en África, lo que sin duda hará que tanto en el este de la RDC, como en muchos otros puntos del planeta, se vayan a producir más muertos que otra vez serán olvidados.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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