Recomiendo:
0

Libia: (¿Se puede estar a favor de la libertad y ser antiimperialista?)

Sentimentalismo, artillería e independencia

Fuentes: Informed Comment

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Recuerdo mi visita a mis abuelos en La Habana durante una vacación de verano en 1958. Los colores, el calor, los sonidos y los olores eran todos ricos, acres y sensuales. También era impresionante para un muchacho que crecía en la ciudad de Nueva York la flagrante pobreza de muchos cubanos: adultos con niños desnudos alquilados se acurrucaban en las intersecciones de las calles mendigando al paso de los turistas. Fulgencio Batista era el dictador en Cuba, cuyo régimen fue caracterizado por Arthur M. Schlesinger, Jr. como: «La corrupción del gobierno, la brutalidad de la policía, la indiferencia del régimen ante las necesidades del pueblo de educación, atención médica, vivienda, justicia social y económica… es una invitación abierta a la revolución». La revista Bohemia, equivalente cubano de la revista Life de EE.UU. en la época, imprimía fotos de revolucionarios muertos durante tiroteos con la policía de Batista, yaciendo en charcos de sangre en la calle. Sólo oí a adultos que hablaban de política de vuelta a Nueva York, cuando me llevaron a la parte noroeste de Manhattan, nuestro viejo barrio, para que me cortaran el pelo en la peluquería cubana bajo el tren elevado a lo largo de Broadway, y en los apartamentos de piedra arenisca de parientes y amigos de la familia durante visitas del domingo. Todos estaban ansiosos, todos querían una Cuba libre, todos pensaban en Fidel.

Ese otoño mi padre compró nuestro primer coche, un Ford Fairlane de 1959 con pintura a dos colores, blanco y caramelo, «café con leche.» Parecía bastante claro que nuestra familia se quedaría en EE.UU. para siempre. Entonces, el primero de enero de 1959, Batista huyó de la isla y el ejército victorioso de Castro entró siete días después a una Habana en éxtasis jubiloso. Volvimos en junio para una larga vacación de verano. Incluso en el avión de Cubana de Aviación (un Lockheed Electra) que voló desde el aeropuerto Idlewild, se podía sentir el júbilo, el sentimiento general de exultación ante la llegada de la Revolución Cubana. Pero el verdadero impacto de esa revolución me impactó cuando salí del tubo de metal lleno de aire viciado que era ese avión, y bajé al asfalto y hacia el lujuriante calor aromático de un país tropical con su gente extasiada de alegría. Las «familias» de mendigos habían desaparecido, había sonrisas por doquier, y los «barbudos» estaban por todas partes. Los barbudos de entonces eran revolucionarios en uniformes verde olivo inmaculados, con cartucheras con pistolas muy pulidas y excepcionalmente detalladas, algunas plateadas, otras doradas, algunas de acero azulado, algunas con cañones muy largos, otras con mangos con grabados artísticos. Solo las barbas eran desgreñadas, todo lo demás desde las suelas de las botas hasta los gorros estaba limpio, brillante y nuevo. Primero me puse un poco nervioso cuando un barbudo se subía a un tranvía o a un autobús y se sentaba a mi lado. Pero eran invariablemente bien educados y pronto me acostumbré a sentarme junto a un largo cañón dorado.

Lugers (hermosas), Colts 45 brillantes y plateados, y robustos revólveres Smith & Wesson de calibre 44 para seis tiros. Algunos tenían a veces rifles, pero las pistolas eran universales y definitivamente pruebas de identidad.

Durante ese verano de 1959, viajé por toda la isla, vi muchas escenas (como en un tour por un hospital picado de balas en el campo, otrora escena de una batalla, y que había vuelto afortunadamente al servicio), y mucha gente feliz. Incluso encontré a Fidel en Isla de Pinos (ahora Isla de la Juventud). Sin embargo, por materialmente pobres que hayan sido algunos cubanos, especialmente los campesinos, todos estaban igual de felices: se sentían libres, la vida era ahora una alegría a pesar de sus cargas. Cada persona, cada sitio, cada momento, exudaba el mismo sentido de alborozo. Me sumergí en un sentimiento nacional de libertad, que inundó mi psique y mis huesos. Esa experiencia magnetizó para siempre mi compás político, de modo que a pesar de argumentos verbales y elucubraciones lógicas en años posteriores, mi compás siempre apunta mis simpatías hacia la libertad de cualquier pueblo.

Durante los 52 años desde mi inmersión en la efervescencia revolucionaria, he aprendido de la erosión de la alegría natural por experiencia abrasiva que para gozar plenamente de su libertad un pueblo tiene que comprometerse individualmente con una conducta responsable y considerada. Como dijera tan bien Aristóteles: «He logrado esto mediante la filosofía: que hago sin ser comandado lo que otros hacen sólo por temor a la ley». Así, mi prejuicio es favorecer la libertad para otros, en la esperanza de que su aprecio por esa libertad se exprese como sentido de la hermandad aristotélica.

Hoy en día veo a la gente de Libia, y Bahréin, y Siria, como semejante a los cubanos con los que viví en casa de mis padres en la Cuba de Batista. Quieren libertad de sus dictadores, y soy incapaz de no sentir simpatía por sus deseos. Tal vez si estudiara sus culturas e historias, encontraría buenos motivos para superar mis impulsos emocionales a su favor. Tal vez encontraría actitudes retrógradas entre ellos, digamos respecto a la religión, a la condición de las mujeres, o prejuicios raciales, o hacia la administración de justicia, o por el trato a los animales, y esas deficiencias relativas a mi propia cultura me alertarían para llegar a ser más lógico y maduro en mi evaluación del mérito de mi preocupación, y especialmente de cualquiera consideración de apoyo político y material del gobierno de mi país. Podría llegar a saber que «los países no tienen amigos, tienen intereses». Si fuera así, quisiera asegurarme de no comprometer nada de lo que me interesa – mis principios y causas, y recursos nacionales que podrían ser utilizados para prestaciones sociales en el interior – debido al apoyo irreflexivo a revoluciones en el exterior. Después de todo, sentimientos semejantes pueden ser explotados por camarillas en el poder y gobiernos para crear intervenciones en el extranjero que son ejemplos de oportunismo imperialista apenas disimulado.

Sin embargo, probablemente debido a la inmediatez de las actuales telecomunicaciones por Internet, me es imposible concebir a los individuos que veo y escucho en las calles del Norte de África y de Medio Oriente como tan remotos de mi experiencia, especialmente la joven generación «inalámbrica». Se parecen a mis hijos. ¿Prefiero realmente formular argumentos lógicos a favor de Muamar Gadafi porque están de acuerdo con mi interés por oponerme al imperialismo occidental disfrazado de «intervención humanitaria»? No quiero hacerlo. ¿Puedo realmente dejar de lado toda consideración de la especificidad de esta revolución particular en este momento en particular (escogido de manera tan inconveniente), y de ver el mayor bien en oponerme a toda ayuda a los rebeldes contra Gadafi porque su libertad personal no es tan importante en el contexto general actual como el esfuerzo por mantener una estricta no intervención de las potencias occidentales (en particular EE.UU.)? No puedo hacerlo. Y no soy capaz de olvidar a la gente.

Por lo tanto os pregunto, ¿es posible tener una inclinación por la libertad, una oposición a la dictadura en cualquier sitio, y también oponerse a la política capitalista-imperialista que una parte tan grande de (¿todas?) las políticas exteriores europeas? ¿Es posible apoyar revoluciones populares contra tiranos y dictadores -no importa cuán benévolos esos dictadores puedan ser en ciertas ocasiones y ante las audiencias occidentales- hasta el punto de estar de acuerdo con «remedios según la 2ª enmienda», armar revoluciones populares para que puedan equiparar de modo verosímil el poder de fuego de sus opresores? En breve, ¿pueden los antiimperialistas hacer que la libertad sea un principio guía? ¿Somos solidarios con la consecuencia ideológica, o con masas de seres humanos en todo el globo?

La respuesta positiva a lo señalado es creer que es posible identificar situaciones dignas de apoyo, en las que un pueblo demuestra visiblemente su deseo de derrocar la tiranía y gobernarse democráticamente; y su régimen dictatorial demuestra su extrema falta de legitimidad. En la ficción popular, el personaje de Rick Blane, representado por Humphrey Bogart en la película de 1942 «Casablanca», podría identificar y apoyar semejantes revoluciones. (¿Será posible filmar actualmente en EE.UU. una cinta tan radical?) El prefecto francés de policía en Casablanca acusa a Rick Blane de ser «sentimentalista», porque «en 1935 usted llevó fusiles a Etiopia. En 1936, usted combatió en España del lado de los lealistas». Blane replica sarcásticamente «Y me pagaron bien en ambas ocasiones». El prefecto termina su alegato: «El lado vencedor le habría pagado mucho más».

Por lo tanto, ¿podemos ser sentimentalistas? ¿Fue la flota francesa en Yorktown en 1781 bajo el comando del Comte de Grasse solo un asunto de intereses y no de amigos, o tuvo que ver con un cierto sentimentalismo? Dejo a vuestro criterio decidir si esa intervención francesa fue algo bueno o una falla en la historia. ¿Podemos lamentar seriamente la derrota dirigida por los cubanos de las Fuerzas Sudafricanas de Defensa en la batalla de Cuito Cuanavale en 1988 durante la guerra civil angolana, con la liberación de Namibia y el inicio de la subsiguiente caída del apartheid en Sudáfrica? Los 2.289 cubanos que murieron durante la intervención de Cuba en el sudoeste de África, y los 450.000 soldados y trabajadores del desarrollo cubanos que participaron en ese esfuerzo, fueron probablemente sentimentalistas incluso si muchos eran demasiado jóvenes para recordar La Habana de1959.

Las noticias sugieren ahora que el presidente Obama y el gobierno británico consideran la posibilidad de armas a los revolucionarios libios. (http://www.telegraph.co.uk/news/worldnews/africaandindianocean/libya/8415043/LibyaBritain-considers-arming-rebels.html) ¿Es sentimentalismo, o una explotación cínica de simpatía pública hacia los rebeldes libios, tal vez armándolos ligeramente como parte de una acción mayor para lograr el control del destino de Libia? Tal vez revolucionarios libios un poco mejor armados podrían hacer el trabajo sucio de terminar con Gadafi, y absorber las bajas necesarias para esa tarea sin que se arriesgue a soldados de la OTAN. También, la táctica de un programa de ayuda militar podría cooptar los servicios de seguridad y militares de la Libia posterior a Gadafi (como lo hicieron los gobiernos de Kennedy y Johnson con varias fuerzas policiales y militares suramericanas durante los años sesenta). Por otra parte, tal vez los libios son suficientemente listos como para utilizar cualesquiera obsequios de armas para su propia liberación sin perder su sentido nacional de dirección. ¿Debieran armar a los rebeldes libios las naciones de la OTAN?

Si las naciones de la OTAN dan a los revolucionarios libios suficiente armamento pesado (y tal vez unas pocas sugerencias sobre tácticas militares) para que superen a las fuerzas de Gadafi, asegurarán el éxito de la revolución. Si esa revolución lleva a un gobierno democrático estable, la causa de la libertad habrá sido bien servida, especialmente si ese gobierno posterior a Gadafi es auténticamente independiente. Si las naciones de la OTAN no son capaces de aceptar la posibilidad de un gobierno libio independiente posterior a Gadafi, no entregarán suficientes armas a los revolucionarios para lograr una victoria rápida y decisiva. En su lugar, harán llegar poco a poco sólo los recursos suficientes para que el eventual gobierno posterior a Gadafi emerja como un régimen cliente. Sería como la política de Stalin en España de 1936 a 1939. Esa actitud fue plasmada sucintamente en la película «Lawrence Of Arabia,» donde preguntan al general Allenby si se propone cumplir su anterior promesa a T. E. Lawrence de armar a las tropas árabes con artillería fuera de armas portátiles, para que su revuelta contra el régimen turco pudiera avanzar significativamente (http://www.youtube.com/watch?v=sppPQogIhxs): «Si les dais artillería los habréis hecho independientes». Pero, Allenby sabiendo lo que quería Londres, responde: «Entonces no les puedo dar artillería, ¿verdad?»

Los sentimentalistas esperan que los revolucionarios libios obtengan pronto su artillería, y gozan con su versión de la euforia cubana de 1959, por inconveniente que su libertad resulte ser para los poderes imperantes. Los sentimentalistas prefieren tener amigos que solo intereses, y no pueden tolerar que otros sean oprimidos o esclavizados si quieren que sean sus amigos.

No deberíamos permitir que nuestra oposición a las fechorías, errores y desaciertos de nuestros gobiernos repriman nuestra disposición de aprovechar eventos espontáneos que puedan llevar al derrocamiento de tiranos, y al logro de libertad política para más gente.

Manuel Garcia, Jr. es físico jubilado (ensayos de bombas nucleares de EE.UU.) y su correo es: [email protected]

Fuente: http://www.juancole.com/2011/03/an-open-letter-to-the-left-on-libya.html#comment-58637