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Sierra Leona: más allá de las elecciones

Fuentes: El Corresponsal de Medio Oriente y Africa

Sierra Leona enfrenta sus segundas elecciones democráticas desde que la guerra finalizó en enero de 2002. Los comicios simbolizan el histórico adiós de Ahmed Tejan Kabbah, quien durante los últimos diez años ha liderado, con más pena que gloria, el fin de la violencia armada y la consolidación de la paz en el país, así […]

Sierra Leona enfrenta sus segundas elecciones democráticas desde que la guerra finalizó en enero de 2002. Los comicios simbolizan el histórico adiós de Ahmed Tejan Kabbah, quien durante los últimos diez años ha liderado, con más pena que gloria, el fin de la violencia armada y la consolidación de la paz en el país, así como el inicio de una etapa caracterizada por la urgente llegada de mejoras para el conjunto de la población. La persistencia de las principales lacras que aquejan al país desde hace décadas (miseria, corrupción, falta de oportunidades, etc.) no han desaparecido a pesar de las enormes reformas emprendidas por el Ejecutivo de Kabbah y estipuladas desde la comunidad internacional. A pesar de las expectativas generadas por la llegada de los comicios, el nuevo mandatario tiene por delante la nada fácil tarea de gestionar un clima social caracterizado por la frustración y la desesperanza.

El legado de Kabbah

Ahmed Tejan Kabbah pasará a la historia como el Presidente sierraleonés que lideró una compleja transición en medio de una de las más cruentas guerras que durante los noventa afectaron al continente africano. Desde su elección en 1996, éste tuvo que hacer frente, entre otras cosas, a un intermitente proceso de paz que culminó seis años después, a un golpe de Estado que lo desplazó del poder durante varios meses o al inicio de un proceso de reconstrucción posbélica firmemente tutelado por la comunidad internacional.

No obstante, tras su largo y complejo mandato, Kabbah y su partido, el Sierra Leonean People’s Party (SLPP), no han logrado erradicar los principales problemas del país e incluso algunos se han agravado. Es cierto que con la ayuda internacional Sierra Leona ha conseguido afianzar sus instituciones y emprender numerosas reformas políticas y económicas. Sin embargo, los resultados a corto y medio plazo sólo han beneficiado a una parte ínfima de la población, lo que ha generado un creciente nerviosismo ante la demora de los cambios que la llegada de la paz prometía. En este sentido, las condiciones socioeconómicas que sufre un 85% de los sierraleoneses siguen siendo deplorables. Según Naciones Unidas, los índices de malnutrición, mortalidad infantil y materna o analfabetismo, se sitúan entre los peores del mundo. Asimismo, el acceso a la atención médica, los recursos existentes o la mejora de las estructuras sanitarias son aspectos igualmente alarmantes. Quede como dato un informe reciente de la organización ActionAid que señalaba que 16.000 niños y niñas mueren cada día en el país como consecuencia de problemas derivados de la malnutrición.

Por otra parte, el constante crecimiento económico adjudicado a Sierra Leona en estos últimos años (en torno al 7%), esconde el creciente índice de desigualdad social entre ricos y pobres, el más elevado del continente africano. Para muchos, Kabbah deja «dos Sierra Leonas»: la de la elite económica y la incipiente clase media (donde se integra el poderoso sector libanés), asentada en la capital, cómplice de los poderes políticos y gestora de los espectaculares negocios; y la Sierra Leona agrícola, de la economía informal, con una legión de jóvenes desempleados hacinados en los núcleos urbanos, superviviente a la dura realidad social y frustrada ante la involución y la falta de oportunidades.

Finalmente, el régimen del SLPP ha seguido consolidando el sistema neopatrimonial gestado desde la descolonización del país en 1961. Identificada como una de las principales causas que provocaron la guerra, las prácticas corruptas han caracterizado el cotidiano ejercicio de la administración Kabbah, para desespero de la comunidad internacional, que ha visto desaparecer una parte considerable de los millones invertidos durante estos años. Informes como los de la organización Transparency International, que sitúan al país entre los que adolecen un mayor índice de corrupción en el mundo, simplemente refrendan lo que a nivel social es un clamor.

Si bien algunas voces de la comunidad internacional insisten en los cambios conseguidos desde el fin de la guerra y considerarían pesimista la lectura realizada, el sentir general deja entrever una frustración creciente, contenida actualmente por las expectativas generadas ante las elecciones, y que en un futuro podría canalizarse entre la resignación, la desesperanza y una impredecible indignación. Todos los actores internacionales son conscientes de que la ingente inversión de medios, iniciativas y millones de dólares realizada en Sierra Leona durante estos últimos años no ha logrado el resultado esperado. La llegada de un nuevo líder a la Presidencia supone no el último, pero sí una trascendental paso, en el actual rumbo del país.

Berewa, Koroma o Margai: ¿regeneración o perpetuación?

Organizar unas elecciones en un país como Sierra Leona, en términos tanto logísticos como de infraestructuras, no es un ejercicio a priori nada sencillo. La National Electoral Commission (NEC), dirigida por la emblemática ex Ministra y antigua religiosa, Christiana Thorpe, ha llevado a cabo exitosamente esta compleja tarea con el apoyo logístico y financiero de Naciones Unidas y la Unión Europea. Más de 2,6 millones de votantes han sido registrados por dicho organismo para su participación en los comicios, lo que supone el 91% de la población sierraleonesa activa.

Si bien las elecciones de 2002, con el trasfondo del fin de la guerra, desembocaron en algo así como en un pacto social por la paz, cinco años después, dichos comicios han evidenciado una tensa disputa por el poder entre los diferentes partidos, que en ocasiones ha degenerado en episodios de amenazas y de violencia, especialmente en el Sur y en el Este. Del mismo modo, la exigencia social de un cambio drástico es mucho más imperante que entonces, tal y como señalaba recientemente un estudio independiente en el que nueve de cada diez sierraleoneses subrayaban la necesidad de un nuevo rumbo para el país.

En este contexto, tres candidatos tienen la posibilidad de liderar esta etapa: el actual Vicepresidente, Solomon Berewa, del gubernamental Sierra Leonean People’s Party (SLPP); Ernest Bai Koroma, del All People’s Congress (APC), principal partido de la oposición que durante casi 25 años (1968-1992) gobernó el país en un sistema de partido único; y Charles Margai, del Popular Movement for a Democratic Change (PMDC), partido recién escindido del SLPP y cuya aparición presupone una cierta reconfiguración del espectro político. ¿Qué y a quién representan cada uno de estos candidatos?

Como Vicepresidente durante este último mandato, Solomon Berewa es la opción más continuista con la política de Kabbah. De etnia Mende y de religión católica, en un país de mayoría musulmana, Berewa es percibido como un líder nada carismático, calculador y que ha contribuido a perpetuar el sistema patrón-cliente característico de Sierra Leona. En este sentido, muchos consideran que el llamado ‘Solo B’ es capaz de cualquier argucia política con tal de hacerse con la presidencia. Como dato interesante, cabe señalar las especulaciones acerca de la posibilidad de que tanto éste como Kabbah acaben siendo imputados por el Tribunal Especial para Sierra Leona por su apoyo logístico a las milicias paramilitares Kamajors que lucharon contra la guerrilla del Revolutionary United Front (RUF). Su avanzada edad, 69 años, ha hecho que también se centre la atención sobre el candidato a la vicepresidencia que lo acompaña, Momodou Koroma (de etnia Temne), Ministro de Exteriores y supuesta mano derecha de Kabbah.

Por su parte, el líder del APC, Ernest Bai Koroma, un tanto más joven que Berewa (55 años), de etnia Temne y también católico, es reconocido ampliamente por su honestidad política y su mayor carisma. El principal problema de este antiguo abogado es su pertenencia a un partido que gobernó durante más de dos décadas de manera despótica, hecho que motivó el conflicto armado durante los noventa. Además, a diferencia del SLPP, dotado de cuadros técnicamente mejor preparados (muchos formados en la diáspora estadounidense o británica), Koroma cuenta con un partido más envejecido e internamente fracturado, por lo que sea cual fuere el escenario se le presumen nuevas fisuras una vez acaben los comicios. Sam Sumana (Kono) sería el aspirante a ocupar la vicepresidencia.

El último de los tres candidatos con posibilidades de alcanzar el poder es Charles Margai (Mende y católico), sobrino del que es considerado padre de la patria sierraleonesa, Milton Margai. Este antiguo Ministro e histórica figura del SLPP, decidió abandonar el partido después de no ser elegido en 2005 candidato a la presidencia en beneficio de Berewa, situación que ya había sufrido cuando en 1996 perdió las primarias ante Kabbah. Ante este hecho, Margai decidió crear el PMDC, partido que, al igual que el SLPP, también tiene su base étnica en el Este y el Sur del país entre la comunidad Mende. Su actitud eminentemente beligerante y demagógica desde entonces ha abierto una importante fractura en dicha comunidad. Asimismo, Margai ha sabido manipular, por una parte, el apoyo de las antiguas milicias Kamajors, quienes se sienten maltratadas por la imputación de sus principales líderes por parte del Tribunal Especial y, por otra, ha canalizado una parte importante del electorado joven y frustrado, rompiendo de alguna manera el firme patrón étnico-territorial del voto. Si bien cabe reconocer su contribución a acabar con el nocivo bipartidismo SLPP-APC, su discurso populista no ha hecho sino sembrar más tensiones sobre la actual coyuntura. La elección de Ibrahim Tejan Jalloh (de etnia Fula) como posible vicepresidente, también ha generado importantes discrepancias dentro de la comunidad Fula, históricamente vinculada al SLPP.

A pesar de la existencia de otros cuatro candidatos (ninguno de ellos mujer), Berewa, Koroma y Margai son los únicos que optan al triunfo electoral. Aún representando diferentes colores políticos, los tres tienen importantes elementos en común: a) poseen una vinculación directa con el pasado más oscuro del país; b) no suponen a priori una alternativa evidente a la dinámica de corrupción y nepotismo; y c) sus programas van meramente encaminados a proseguir con la batería de reformas tuteladas desde la comunidad internacional. No obstante, lejos de depender de alguno de estos elementos, la elección de uno u otro líder obedecerá a las dinámicas sociales y políticas que subyacen en la historia del país.

Dinámicas electorales, ¿amenazas sociales?

Tratar de intuir el comportamiento electoral en Sierra Leona (u otras sociedades africanas) desde una óptica occidental resulta un ejercicio inútil. Aunque el SLPP esté percibido como un partido cleptócrata, cuyas elites se han aprovechado del poder y de las instituciones, la sociedad sierraleonesa, en su mayoría y por ahora, no fundamenta su voto en la valoración de la legislatura, ni mucho menos en programas políticos o ideológicos. De hecho, la existencia de agendas políticas, centradas actualmente en el fin de la corrupción y en la mejora de los servicios básicos, son una fachada que encubre la afiliación étnico-territorial que los votantes mantienen con sus «partidos-patrones». De este modo, el Sur y el Este, de etnia Mende (mayoritaria en el país, 30% de la población total) han apoyado tradicionalmente al SLPP, mientras que, por su parte, el Norte, de etnia Temne (20% de la población) ha estado estrechamente relacionada con el APC. En este marco, resulta especialmente interesante el surgimiento del PMDC, también de base Mende, por el fraccionamiento político que es capaz de provocar entre la etnia mayoritaria. El resto de grupos étnicos (Creole, Limba, Fula, Kissi, Susu, Yalunka, Kono, así hasta un total de 25) suelen ofrecer su respaldo en bloque a aquellos partidos que les garantizarán mayores réditos durante la legislatura o bien que les generan una mayor confianza. De este modo, las contiendas electorales deben ser entendidas más en términos de intercambio que de racionalidad ideológica: la representación política es comunitaria o colectiva y conlleva el mejoramiento activo de la situación material de la comunidad representada.

Esta afiliación étnico-territorial no es espontánea, sino que tiene sus raíces en la clásica política de división que los países colonizadores, en este caso Reino Unido, infringieron a los países africanos colonizados. Por un lado, en lugar de aspirar a construir un Estado sierraleonés unificado, el gobierno británico contribuyó a crear dos naciones en un mismo territorio: la capital colonial, Freetown, conocida como la «colonia»; y el resto de las provincias, conocidas como el «protectorado». Ambas sufrieron un desarrollo y evolución absolutamente dispar, siendo la colonia ampliamente promocionada por encima del protectorado. Todo ello generó dos sistemas legales separados que persisten actualmente, el surgimiento de un importante resentimiento étnico y regional, así como la desestabilización del sistema de jefes tradicionales (chiefdoms). Por otra parte, el desarrollo en 1947 de una Constitución que preparaba al país para la independencia también fue fundamental en la división de las elites políticas en facciones enfrentadas, cada una dedicada a defender los intereses de su gente. Estas facciones formaron finalmente partidos políticos de base regional con una ínfima agenda nacional. Dichos partidos se convirtieron en el mayor obstáculo para la cohesión nacional, ya que pasaron a ser vistos como representantes de comunidades étnicas y geográficas opuestas. Este escenario de división étnico-territorial persiste a todas luces actualmente, si bien hay quien defiende que está experimentando una paulatina transformación.

Al margen de esta dinámica, existen otros dos elementos importantes para entender el actual escenario electoral. Por una parte, la manipulación que los partidos políticos, esencialmente el SLPP, ejercen sobre los líderes comunitarios, llamados Paramount Chiefs. Estos líderes, que se autodenominan como «reyes de los animales, la tierra y las personas», han tratado de influir en el comportamiento electoral de las comunidades sobre las que tradicionalmente gobiernan, solicitando el voto para el SLPP, quien en estos últimos años ha sabido ganar su apoyo a cambio de defender las leyes que protegen sus privilegios feudales y del suministro de todo tipo de beneficios. Todo ello ha generado una importante tensión entre éstos, los jefes de distrito -autoridades no tradicionales reacias a acatar sus consignas- y sus comunidades, especialmente en el Norte, donde el voto es fundamentalmente Temne-APC. Un segundo elemento, de carácter más social, tiene que ver con la creciente manipulación de la juventud por parte de los diferentes partidos políticos y especialmente por parte del recién forjado PMDC. Este sector, que aglutina a más de la mitad de la población del país y caracterizada por sus altos niveles de analfabetismo, frustración y falta de oportunidades, es notoriamente el principal desafío del país y el de gran parte de sociedades africanas.

Con todos estos elementos en juego, el escenario post-electoral no es fácilmente predecible. Si bien hace unos meses la victoria del SLPP parecía casi segura, la intensa campaña que el APC y el PMDC han llevado a cabo contra el partido del Gobierno, así como la creciente percepción social de la necesidad de un cambio revulsivo, podrían acabar otorgando en una segunda vuelta una sorprendente victoria a Koroma y su partido. De hecho, el creciente nerviosismo en las filas del SLPP ha derivado en especulaciones sobre la posible compra de votos masiva que podría estar realizando en algunas partes del país y a hacer temer por la marcha de la jornada electoral. Lo que parece claro es que las tradicionales fracturas políticas han alcanzado la esfera social. Las habitual tensión Mende-Temne se ha visto acompañada en esta ocasión del incipiente conflicto en el seno de la comunidad Mende. Asimismo, algunos han advertido de la movilización militar que cada uno de los partidos ha alimentado. Mientras que el SLPP se habría rodeado de ex combatientes pertenecientes al RUF, el APC contaría con el apoyo de sectores desafectos del ejército y el PMDC de las ya mencionadas milicias Kamajors.

Todo ello no quiere decir que Sierra Leona se encuentre al borde de otro conflicto civil, pero sí que evidencia la trascendencia de controlar el poder en un modelo donde «todo es para el ganador» y donde la oposición queda al margen de la redistribución de recursos. Aunque es cierto que ninguna de las tres opciones supone una alternativa al rumbo actual, la victoria de uno u otro tiene connotaciones distintas. Con nulas posibilidades para el PMDC de alcanzar la presidencia, un nuevo mandato del SLPP, mejor dotado de cuadros técnicos, profundizaría la dinámica de corrupción y la «mendelización» de la política, agudizando ciertas tensiones sociales. Una victoria inesperada del APC, víctima de divisiones internas, generaría nuevas expectativas tras su vuelta al poder, pero supondría mayores incertidumbres en su capacidad para gobernar y afrontar los principales retos.

Más allá de las elecciones

El éxito de las elecciones se presenta crucial para el futuro del país. No sólo por la credibilidad que debe imprimir al actual proceso de construcción de paz, sino también por la credibilidad de un modelo político (el de la democracia occidental) que a nivel social ni se entiende, tal y como ha señalado el informe de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, ni está legitimado. Que los principales grupos musicales nacionales, críticos con la situación del país, cataloguen la democracia como «dem-are-crazy» o la política de «politrix» pone de relieve que el modelo del Estado-nación implantado tras la descolonización en la mayoría de las sociedades africanas no ha acabado de cristalizar. Es cierto que en países como Sierra Leona ha favorecido la consolidación de libertades y derechos (cosa que no sucede en otros países africanos), pero igualmente cierto es que, tal y como critican las corrientes africanistas, dicho modelo es por ahora, al menos en Sierra Leona, un sistema de privilegios manipulado por las elites políticas y económicas.

Desde la comunidad internacional, Sierra Leona es observada con inquietud, máxime tras el importante despliegue que en este país se ha realizado tras el fin de la guerra. Con la esperanza de que las numerosas reformas emprendidas empiecen a fructificar a largo plazo, el escenario inmediato es el de una sociedad que exige mejoras que hasta el momento sólo han beneficiado a un sector privilegiado. Asimismo, la lectura occidental de la actual coyuntura se ha ido viciando paulatinamente, achacando la involución y la lentitud a una cuestión cultural e intrínseca de la sociedad sierraleonesa. La llamada «paz liberal», que trae de la mano democracia y mercado, no entiende ni los ritmos ni las formas de una sociedad acostumbrada, en palabras de autores como Chabal y Daloz, a sobrevivir de la «instrumentalización racional del desorden». El enigma estriba en saber si en el largo plazo Sierra Leona logrará asumir un modelo «desafricanizado» y que los más críticos han tildado de «neocolonial». El debate está desde hace tiempo servido. A medio camino, sin embargo, quedan los hechos y los datos fiables que indican que a elevados niveles de desigualdad, miseria, corrupción y frustración, como a los que actualmente hace frente Sierra Leona, los escenarios son tan improbables como preocupantes.

Óscar Mateos, profesor del Departamento de Paz y Conflictos de la Universidad de Sierra Leona ([email protected])