Las lecciones de Estados Unidos en torno a la guerra «contra el terror» y su consiguiente política intervencionista han creado seguidores entre estados de todo el mundo. Países como Etiopía no dudan en esconder sus miserias por medio de acciones militares contra supuestas amenazas «terroristas», pero dentro de esa retórica se ocultan realidades y temores […]
Las lecciones de Estados Unidos en torno a la guerra «contra el terror» y su consiguiente política intervencionista han creado seguidores entre estados de todo el mundo. Países como Etiopía no dudan en esconder sus miserias por medio de acciones militares contra supuestas amenazas «terroristas», pero dentro de esa retórica se ocultan realidades y temores más complejos y muy diferentes de los que se exponen públicamente.
La importancia geoestratégica de la región que conocemos como «cuerno de África» también añade nuevos factores y actores al complejo teatro de operaciones. Los intereses de Estados Unidos, los temores de los países vecinos de Somalia (Kenya, Eritrea, Etiopía.), la potencialidad de desestabilizar zonas relativamente tranquilas de momento como Somaliland o Puntland, y en todo ello los deseos de algunos por hacerse con el protagonismo central de la escena, conforman un complicado cóctel que puede estallar en cualquier momento.
La impotencia de esa institución que cada día se asemeja más a un mero jarrón decorativo o al portavoz oficioso de los mandatos de Washington, Naciones Unidas, ha vuelto ha mostrar su incapacidad para actuar con rapidez o para intentar encaminar por vías de la negociación la peligrosa potencialidad de este tipo de conflictos.
Los actuales dirigentes etíopes son conscientes que un gobierno somalí presidido por la «Unión de Tribunales Islámicos» (UTI) representa la peor alternativa para la defensa de sus propios intereses en la zona. Por un lado un gobierno fuerte y estable en Somalia pondría en dificultades el papel de actor principal en la región, lo que debilitaría su posición ante su vecina Eritrea, quien no dudaría en aprovecharse de esa ventajosa situación, como lo está haciendo ahora apoyando a la UTI ante las agresión de Etiopía y sus aliados locales del Gobierno Federal Transitorio (GFT).
La situación interna etíope es una de las claves para entender también la actitud de este país de cara a su intervención militare decidida en Somalia. Los antecedentes de ataques guerrilleros en Etiopía, algunos de corte islamista, junto a las demandas de algunas étnias, más la presión de una oposición política en el exilio o en la cárcel, confieren un grado relativo de posible inestabilidad a la actual situación política del país, algo que los actuales dirigentes etíopes tratan de evitar con sus maniobras intervensionistas.
Crisis
La palabra que más se repite en esta situación es crisis, y normalmente se asocia la misma a una especie de permanente crisis que asola a Somalia desde hace décadas. «Somalia es un estado en permanente colapso, la situación de pobreza va en aumento, las fronteras están malamente controladas, la inestabilidad y el miedo se han apoderado de muchos sectores de la población, que no han dudado, en su momento, en volver sus ojos hacia el nuevo movimiento islamista como solución a su desesperación, al vacío de poder existente, y a tantos años de violencia y terror a cargo de los llamados señores de la guerra».
La apuesta de Etiopía por el GFT está condenada al fracaso a medio o largo plazo. La mayoría de a población somalí no percibía ese gobierno como una autoridad nacional, sino como una facción más en la lucha por el poder, un sentimiento que se ha visto reforzado al percibir con toda su crudeza el apoyo militar etíope. El declive de los líderes de las diferentes facciones en torno a Mogadiscio, su incapacidad para proveer a la población de las necesidades básicas y de asegurar el cumplimiento de la ley, ha decantado a buena parte de Somalia hacia el lado de la UTI, quien percibía además como los enfrentamientos para controlar «los negocios» entre los diferentes señores de la guerra acarreaban mayor sufrimiento a la mayoría de la población civil.
Simplezas
Por otro lado presentar, tal y como pretenden Etiopía y Estados Unidos, a la coalición islamista como el paraguas de organizaciones como al Qaeda en el «cuerno de África» o como la bandera bajo la que se encuadran «cientos de jihadistas internacionales» es una muestra más del profundo desconocimiento de la situación de aquel país, o una interesada y maliciosa manipulación de la misma.
Aunque el factor islamista tiene importancia (la población musulmana en Etiopía es elevada y una desestabilización en esa zona de importancia geoestratégica podría alentar a movimientos como al Qaeda a probar fortuna en la zona), las raíces de la actual situación de conflicto se encuentran en la lucha por el poder local, regional e internacional, además de las históricas diferencias entre los clanes y facciones de los países de la zona.
Somalia ha visto alo largo de los últimos años que su país es ocupado militarmente por tropas extranjeras, y todas ellas han tenido que acabar abandonando el suelo somalí tras haber empeorado todavía más la compleja situación que ya se vive en torno a la red de relacione sociales y divisiones en todos los sectores de la población.
Si para buena parte de Occidente Somalia «nació» el 3 de octubre de 1993, cuando dos helicópteros estadounidenses fueron derribados y murieron dieciocho soldados de EEUU, dando paso a una película comercial que obvió la pérdida de las vidas humanas de cientos de somalíes, en la memoria histórica de Somalia, ese día se recuerda como «Malinti Rangers» (el día de los Rangers), u episodio que no han olvidado, y que a los nuevos invasores del país convendría que tampoco lo olvidasen.
Incertidumbres
La supuesta aplastante victoria del ejército etíope y sus marionetas del Gobierno Federal Transitorio, provocando la retirada estratégica de los partidarios de la Unión de Tribunales Islámicos, es una repetición de historias similares vividas en otros lugares bajo la doctrina del intervencionismo. Sería un error presentar estos acontecimientos como la derrota definitiva de la UTI, tal y como lo fue en su día cuando nos vendieron la derrota de los Taliban y de la resistencia iraquí. Tanto entonces como ahora se nos quiere hacer ver que las retiradas estratégicas de los supuestos derrotados son en realidad su derrota total, y probablemente el tiempo dirá que no es así y pondrá a cada uno en su sito, como está ocurriendo ahora en Iraq y en Afganistán, y probablemente ocurrirá también en Somalia.
El soporte ideológico que aporta la tristemente «doctrina intervencionista» de Washington no aporta más que sufrimiento y dolor entre las oblaciones que la tiene que soportar. Aunque, eso sí, los gobiernos y otros poderes fácticos de todo el mundo, recogen los frutos de las matanzas en forma de consolidar su poder o hacerse con el control de determinados intereses (energéticos, geoestratégicos, comerciales.).
De momento la situación en Somalia lejos de calmarse puede tornarse más violenta y peligrosa para todos. Aunque a corto plazo la población puede recibir el nuevo contexto como aceptable, en tanto que aleje los enfrentamientos armados, en cuanto estos se reproduzcan, no dudarán en volverse contra los ocupantes y sus aliados, tal y como está sucediendo en otras partes del mundo.
La clave podríamos encontrarla en una sencilla fórmula en su formulación, aunque algo más compleja en su ejecución. Y ésta sería que Somalia debería ser lo que la población somalí decida que sea, sin injerencias externas y permitiendo que su libre voluntad se aplique sin nuevos obstáculos. Esta solución puede pasar por un primer acuerdo negociado entre las fuerzas del GFT y la UTI, que libres de las presiones exteriores pueden formular la mejor solución para su país.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)