Tras conocerse los nuevos datos oficiales de la economía japonesa, se ha confirmado lo que ya se sabía desde agosto del pasado año: la economía china es ya la segunda del mundo, solo por detrás de Estados Unidos, modificando un pódium en vigor desde 1968. No obstante, en términos de PIB per cápita, se expresa […]
Tras conocerse los nuevos datos oficiales de la economía japonesa, se ha confirmado lo que ya se sabía desde agosto del pasado año: la economía china es ya la segunda del mundo, solo por detrás de Estados Unidos, modificando un pódium en vigor desde 1968. No obstante, en términos de PIB per cápita, se expresa otra realidad bien diferente: según el FMI, el de China ascendió a 4.283 dólares en 2010, ocupando la posición 95 en el ranking mundial, frente a los 42.325 dólares de Japón, diez veces superior al de China. Es un hito para China, pero distorsionante en extremo. China ha superado a Japón en algo más de 400 millones de dólares en valor bruto del PIB.
Estos datos, conocidos a escasas semanas de la apertura de las sesiones anuales de la Asamblea Popular Nacional de China, confirman el auge de su economía y certifican una vez más la habilidad y el éxito logrados por el PCCh en su estrategia para desarrollar el país. No obstante, las otras cifras, las que aluden, por ejemplo, a las deficiencias del progreso logrado en materia social, son bien conocidas y asoman como nubarrones en el horizonte de la estabilidad (altos índices de pobreza, bajos salarios, pésima distribución de la riqueza, desequilibrios territoriales, entre muchos otros) ya que no son gestionables con alquimia estadística sino con progresos efectivos que reduzcan las disparidades de modo notorio. El nuevo Plan Quinquenal (2011-2015), a aprobarse en las próximas semanas, será un instrumento crucial para incidir en los déficit clave del modelo de desarrollo chino (social, tecnológico, ambiental).
Esta segunda posición alcanzada por China, así como los vaticinios de diferentes consultoras apuntando a que en la presente década podría superar a EEUU, han desatado nuevamente, por otra parte, las alarmas con respecto a la amenaza que supone el gigante oriental y, paralelamente, las maniobras de Pekín para repeler los intentos externos de introducir palos en sus ruedas.
La pasada semana, por ejemplo, el Consejo de Estado decidió dar una nueva vuelta de tuerca al control sobre las fusiones extranjeras y las adquisiciones de empresas en sectores que pueden afectar a la seguridad nacional (desde la defensa a los productos agrícolas, pasando por la energía y recursos, infraestructura, servicios de transporte, tecnologías claves, etc.). Otro anuncio relevante afecta al yuan. El Banco Popular de China ha reiterado que el régimen de control del tipo de cambio flotante, en vigor desde julio de 2005, es «la mejor opción» para el país, enviando de nuevo un claro mensaje a quienes reclaman una revaluación excepcional del yuan. En tercer lugar, la mejora de las capacidades en materia de defensa especialmente ante la compleja situación en que vive inmersa la región geográfica que circunda a China, intensificando su capacidad de producción de tecnologías nacionales (después de presentar su avión invisible, anuncia que un nuevo tipo de misil convencional con alcance de 4 mil kilómetros podría estar listo en los próximos cinco años) con el fin de preservar la soberanía e integridad territorial del país (1). Por último, una respuesta contundente al mensaje de Hillary Clinton a propósito del uso de Internet para propiciar cambios políticos en los regímenes autocráticos, anunciando, entre otras, la intención temporal de discurrir por sendas separadas en el desarrollo de Internet. En suma, China parece dispuesta a hacer lo imposible y más para no verse atrapada en ninguna red que ponga en cuestión la soberanía de su proceso porque de ella depende la culminación de su singular estrategia modernizadora.
De lograrlo, es posible que China supere a EEUU a escala económica en la presente década. Pero no tendrá mérito alguno, más aún, será motivo de gran preocupación, si su modelo de desarrollo imita los patrones al uso en Occidente. No hay mayor desafío para China -y para el mundo- que mejorar las condiciones materiales de vida de sus 1.400 millones de habitantes, con una modernización globalmente sostenible. Ello exige de Occidente un comportamiento menos despilfarrador, pero también de China una audacia verdaderamente extraordinaria.
1. La nueva estrategia militar de EEUU, que reemplaza la aprobada en 2004, señala a China como desafío número uno.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China (www.politica-china.org)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR