Indignarse frente a la injusticia no es un acto de rebeldía, es un deber con la dignidad. Nuestros abuelos, cimarrones y cimarronas, lo sabían bien que quedarse callados ante el atropello es permitir que la opresión eche raíces. Así como los jóvenes de Soweto se levantaron cuando quisieron borrarles el alma imponiéndoles el afrikáans como lengua, nuestros pueblos también han resistido cuando intentaron silenciar nuestra voz ancestral. La lengua no es solo palabra, es memoria, es canto, es tambor, es cuento contado en el mentidero a la orilla del río, es mito que nos hace humanos, es historia tejida con la saliva de los mayores. “Si nos quitan la lengua, nos quitan todo”, decían los sabios. Porque cuando desaparece la lengua, se apagan los saberes, se marchita la raíz. La lucha por la lengua es lucha por la vida. Honremos esa palabra viva, esa lengua rebelde que aún palpita en cada historia contada por los abuelos.
Cada 16 de junio, el mundo conmemora el levantamiento estudiantil de Soweto (Sudáfrica, 1976), cuando miles de jóvenes salieron a las calles en rechazo al sistema del apartheid y a la imposición del afrikáans como lengua obligatoria en las escuelas. La protesta fue brutalmente reprimida: se calcula que más de 500 estudiantes murieron bajo la violencia estatal. Sin embargo, su sacrificio marcó un punto de inflexión en la lucha contra el régimen racista sudafricano. Como señalan Lodge (1983) e Hirson (1979), el levantamiento de Soweto encendió una mecha irreversible de rebeldía juvenil que desnudó el rostro autoritario del apartheid ante el mundo.
La historia del pueblo afroecuatoriano está atravesada por luchas similares. A lo largo del siglo XX y XXI, las comunidades afrodescendientes han enfrentado políticas de exclusión estructural, desde la invisibilización en el sistema educativo hasta el abandono estatal en comunidades rurales y barrios urbanos periféricos. La imposición de currículos ajenos a nuestras realidades culturales no es una simple decisión pedagógica: es una forma de dominación y de colonialidad del saber (Quijano, 2000). La educación, como plantea Paulo Freire (1970), puede ser herramienta de liberación o de domesticación. En el caso afroecuatoriano, la lucha por una educación etnoeducativa, con pertinencia cultural y lingüística, ha sido y sigue siendo una constante.
Imponer una lengua o negar los saberes propios no solo borra la historia de un pueblo, también mutila su cosmovisión. Como señaló el escritor keniata Ngũgĩ wa Thiong’o (1986), “quitarle la lengua a un pueblo es robarle su memoria colectiva”. La lengua no es solo comunicación; es portadora de historias, cantos, conocimientos medicinales, mitos, cuentos y visiones del mundo. Cuando se elimina o se desprecia, se destruye una parte esencial del alma de un pueblo.
La juventud organizada ha demostrado ser, en todos los tiempos, una fuerza transformadora. Lo fue en Soweto en 1976, y lo ha sido también en Esmeraldas, Imbabura, Guayaquil o Quito, cuando jóvenes afrodescendientes se han movilizado por sus derechos, su identidad, contra el racismo, o en defensa de sus territorios. La historia demuestra que la represión no anula la protesta, la multiplica. La violencia estatal no apaga la lucha, la expone. El asesinato de Héctor Pieterson, el niño sudafricano que cayó abatido por las balas en brazos de un compañero mientras su hermana lloraba, es el símbolo del dolor, pero también del despertar colectivo.
En Ecuador también tenemos nuestros mártires y nuestros levantamientos. Desde los Palenkes de resistencia en el siglo XVIII hasta las luchas contemporáneas por la propiedad colectiva de la tierra, la violencia institucional y el racismo estructural. La memoria es nuestra trinchera. Como ha planteado Ortiz (2009), la cultura y la memoria son elementos constitutivos de la resistencia afroecuatoriana. La identidad no puede ser borrada. Aunque los sistemas educativos nos negaron, nuestras abuelas contaron cuentos, nuestras madres nos enseñaron cantos, nuestras comunidades mantuvieron los rituales, y así sobrevivimos.
Hoy, a casi 50 años del levantamiento de Soweto, la lección sigue vigente: la educación debe ser liberadora; la juventud es fuerza de cambio; la cultura es resistencia. Desde Sudáfrica hasta Ecuador, desde Soweto hasta Esmeraldas, la dignidad no se negocia.
Recordar el natalicio de Nelson Mandela (18 de julio de 1918) y de Frantz Fanón (20 de julio de 1925) es volver a las raíces de un pensamiento de emancipación profunda. Mandela nos enseñó que no puede haber paz sin justicia, y Fanón nos advirtió que la colonización no termina con las independencias formales, sino cuando descolonizamos la mente, los cuerpos y los sistemas (Fanón, 1961). Hoy más que nunca, estas enseñanzas nos convocan a seguir luchando por una sociedad justa, igualitaria y profundamente humana.
También es necesario recordar la fecha del 25 de julio de 1851, cuando en la ciudad de Guayaquil se firmó la carta de manumisión de la esclavitud. Ese documento fue la norma jurídica que marcó el fin legal de la esclavitud en el Ecuador, pero la perversidad de la sociedad dominante en procura de cuidar su capital garantizó en dicha carta la indemnización al esclavizador y dejó en total indefensión al esclavizado. Una libertad que comenzó con deuda, con despojo y sin reparación.
Estas tres fechas hacen del mes de julio un momento crucial para los afroecuatorianos: un instante para la memoria, la reflexión crítica y la resistencia activa. Nos llama a mirar cómo las formas de explotación se transforman, cómo los herederos del poder esclavista ahora controlan el capital y lo utilizan como nuevo látigo, como mecanismo de dominación.
Soweto no es solo un lugar en Sudáfrica, es un espejo para todas las juventudes afrodescendientes del mundo. Lo que ocurrió allí sigue resonando en cada escuela donde se niega el derecho a una educación con identidad, en cada comunidad donde el racismo es parte de la rutina estatal, y en cada joven afroecuatoriano que, desde su barrio o su territorio, levanta la voz para decir: “Aquí estamos, seguimos luchando, seguimos vivos”. Soweto vive también en el Ecuador afrodescendiente que resiste.
Bibliografía
Fanon, F. (1961). Los condenados de la tierra. Fondo de Cultura Económica.
Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
Hirson, B. (1979). Year of Fire, Year of Ash: The Soweto Revolt, Roots of a Revolution? Zed Press.
Lodge, T. (1983). Black politics in South Africa since 1945. Longman.
Mandela, N. (1994). Long Walk to Freedom: The Autobiography of Nelson Mandela. Little, Brown and Company.
Ngũgĩ wa Thiong’o. (1986). Descolonizar la mente: La política del lenguaje en la literatura africana. Heinemann.
Ortiz, C. (2009). Afroecuatorianos: Identidad, exclusión y derechos. Íconos. Revista de Ciencias Sociales, (33), 57–67.
Quijano, A. (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. CLACSO.
Sánchez, A., & Larrea, C. (2010). Pobreza, exclusión y etnicidad en Ecuador. Fundación Friedrich Ebert.
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