El periodista Charlie Kimber viajó durante años a Sudáfrica para explicar la lucha contra el apartheid. A raíz de la masacre en Marikana analiza las luchas del pasado. En la mañana neblinosa del 27 de abril de 1994 estaba en uno de los distritos segregados que están cerca de la ciudad de Johannesburgo para presenciar […]
El periodista Charlie Kimber viajó durante años a Sudáfrica para explicar la lucha contra el apartheid. A raíz de la masacre en Marikana analiza las luchas del pasado.
En la mañana neblinosa del 27 de abril de 1994 estaba en uno de los distritos segregados que están cerca de la ciudad de Johannesburgo para presenciar un hecho extraordinario. La gente negra, oprimida y rechazada durante décadas, hacía cola para poder votar. Millones de personas hacían cola por todo el país, saboreando su victoria y votando por el Congreso Nacional Africano (CNA) de Nelson Mandela. Su promesa era la de conseguir «paz, trabajo y libertad». Las caras de los votantes eran un reflejo de la determinación ante un sistema de apartheid de segregación racial tenía que ser abolido para siempre. Y la violencia del Estado que había defendido el apartheid también tenía que desaparecer. La historia del apartheid en Sudáfrica ha sido salpicada de masacres; Sharpeville y Langa en 1960, Soweto en 1976 y Boipatong y Bisho en 1992. En todos los casos la gente escapaba al terror del Estado, dejando campos y calles llenas de cadáveres. En 1994 todo el mundo creyó que nunca más vería la desagradable imagen de policías disparando a manifestantes y huelguistas.
Pero la masacre de Marikana fue real. Al menos murieron 34 huelguistas asesinados. De nuevo la imagen de policías disparando, de gritos y de cuerpos manchados de sangre. Este hecho ha sido sin duda un punto y aparte, aportando luz sobre la realidad de la Sudáfrica post-apartheid, donde los ricos continúan mandando y la gran mayoría de personas negras son tratadas como prescindibles. La pregunta es, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
La respuesta está en la historia del apartheid, la lucha que le puso fin y lo que ha pasado desde aquella gran jornada electoral ahora hace 18 años. El apartheid era un sistema de brutalidad y terror donde todo, desde el trabajo que podías hacer, pasando por el lavabo donde podías ir, hasta el lugar donde podías bañarte, estaba basado en el color de tu piel. Las personas blancas, una de cada siete, eran las únicas que tenían derecho a voto y plenos derechos. Las personas que no eran blancas se enfrentaban a la discriminación y la pobreza. Durante 45 años los niños y niñas tenían que sufrir exámenes humillantes sobre si sus pelos eran bastante rizados o sobre la forma de sus uñas para que el Estado pudiera asignarlos de forma totalmente arbitraria una «categoría racial».
Más de seis millones de personas fueron forzadas a abandonar sus casas y fueron expulsadas a los distritos segregados o a áridas zonas del campo porque simplemente habían estado viviendo en las «áreas raciales equivocadas». Cuando la gente respondió a estos ataques la represión fue despiadada; el estado colgó a unas 2.000 personas entre 1948 y 1993, centenares de miles fueron encarceladas y millones fueron detenidas.
Represión
El CNA lideró la resistencia, pero la lucha tenía su precio. Miles de sus miembros fueron torturados y forzados a marchar al exilio mientras se organizaba la oposición al régimen. Su líder, Nelson Mandela, estuvo en la prisión durante 27 años.
El apartheid no sólo fue una expresión de racismo nefasto, sino que se basaba en el propio desarrollo del capitalismo. Cuando se descubrieron los yacimientos de diamantes y oro en la década de 1880, las poderosas empresas propiedad de los blancos necesitaban una gran cantidad de mano de obra negra que trabajara en las minas en condiciones infernales por un salario bajo. Al hacer esto, a la vez estaban creando una de las primeras y más perseverantes secciones militantes de la clase trabajadora negra.
Para echar al campesinado africano de sus tierras fueron necesarias décadas de guerras, leyes crueles, represión sin piedad y la destrucción de su agricultura. La sociedad que surgió de esto estaba profundamente dividida, un sistema que en 1948 se denominó apartheid.
El apartheid no fue derrotado por la presión de los jefes o los políticos del exterior, y seguro que no por los británicos (Sudáfrica había sido colonia británica). Todavía en 1989 el cónsul general británico aseguraba a los empresarios británicos que Sudáfrica era el lugar donde se podían hacer negocios de manera más fiable. Compañías como ICI, GEC, Shell, Pilkington, BP, Blue Circle y Cadbury Schweppes consiguieron grandes beneficios gracias a los sueldos de miseria y las leyes racistas aplicadas bajo el apartheid. La primera ministra conservadora Margaret Thatcher denunciaba al CNA como la «típica organización terrorista». El apartheid fue derrotado a través de la lucha. Sobre todo fue el gran movimiento obrero a partir de 1973 el que rompió con el régimen del apartheid. El mismo éxito del apartheid creó su propio sepulturero: la clase trabajadora negra.
De hecho la escalada de protestas en los puestos de trabajo y las huelgas, conjuntamente con las revueltas en los distritos segregados, convencieron a una gran parte de la clase dirigente de que a menos que se les diera alguna concesión podría haber una revolución. Primero trataron de crear y comprar una clase media negra que ejerciera de líderes «locales». Cuando esto fracasó, el Gobierno se vio forzado a negociar con las fuerzas de la oposición, principalmente el CNA. Las elecciones de 1994 fueron el resultado de esto. Después de ganar dos tercios de los votos, Nelson Mandela y el CNA entraron en el gobierno. Fue una fantástica victoria para la lucha contra uno de los regímenes más despiadados que se puede imaginar. Fue un triunfo para cualquiera que odie el racismo.
Cómo el CNA paró la lucha
Los líderes del CNA que ahora mandan en Sudáfrica no trataron de enfrentarse al capitalismo. En vez de esto tenían la esperanza de conseguir llegar a un capitalismo «justo» donde las personas negras y blancas serían tratadas igual. Esperaban que su «sociedad» con los jefes aportaría prosperidad. Pero el precio para proteger la voluntad de las poderosas empresas, propietarios de tierras y banqueros, ya sea en Sudáfrica o fuera de ella, fue el abandono de sus promesas a las masas.
De hecho, el proceso empezó antes de las elecciones con algunas de las decisiones del gobierno interino del CNA. Como dice el profesor irlandés Patrick Bond, que trabajó para el Gobierno sudafricano entre el 1994 y 2002, «lo primero que hizo el gobierno interino fue aceptar un préstamo de 850 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional. Las condiciones secretas del préstamo, que fueron filtradas a los periódicos, incluían los puntos habituales de los clásicos planes de ajuste estructural: tarifas de importación bajas, recortes en gastos del estado y grandes recortes en los salarios del sector público».
Estrategia
Después de dos años en el poder, el CNA impuso una estrategia todavía más neoliberal basada en los consejos del Banco Mundial. Los ministros aseguraban que ésta era la única alternativa al colapso económico. El CNA sabía que podía contar con los líderes del Partido Comunista, sus socios en la «alianza tripartita», para que no se quejaran mucho a raíz de esta decisión; podían criticar al CNA, pero no podían proponer ninguna alternativa. Juntos consiguieron acabar con cualquier tipo de oposición. Una de las clases trabajadoras más militantes y organizadas del mundo fue contenida mientras los líderes del Partido Comunista justificaban el giro del régimen. Los militantes de los sindicatos se vieron atrapados en un proceso de parar las huelgas más que de alentarlas.
El neoliberalismo había sido un desastre. Evidentemente han habido algunos cambios desde el 1994; hay más casas, más gente conectada a la red eléctrica o más escuelas y hospitales. Pero ni mucho menos son suficientes.
Mientras tanto, una pequeña élite se ha hecho muy rica, con antiguos líderes sindicales mineros, como Cyril Ramaphosa, ocupando varios lugares directivos. A la vez, entre 1995 y 2008 los ingresos medios de las personas negras han caído respecto a los ingresos de las blancas. El activista anti-apartheid Desmond Tutu dijo la famosa frase, afirmando que el CNA había conseguido «parar el tren del tiempo suficiente como para subir en él».
Un informe reciente de Naciones Unidas afirma que 1,4 millones de niños y niñas viven en casas que no tienen acceso a agua potable y que 1,7 millones de personas viven en chozas sin un lugar adecuado para dormir, cocinar o lavarse. Estas condiciones han provocado resistencia y como el estado está más dispuesto a enfrentarse a la resistencia que al capital, el CNA ha empezado a reprimir.
La masacre de Marikana no es nada más que una continuación de un proceso más amplio, no de una ruptura. Pero la lucha no desaparecerá; Sudáfrica tiene más explosiones de revueltas per cápita que cualquiera otro estado: huelgas, protestas en los distritos segregados, cortes de carreteras, ocupaciones, etc.
Zwelinzima Vavi, secretario general del Congreso Sindical de Sudáfrica, avisó hace dos años que «estamos sentados sobre una bomba de relojería. Los pobres están inquietos, están cansados de ver y leer sobre las élites negras y blancas que acumulan riquezas a pocos kilómetros de donde ellos viven miserablemente». Y tenía razón. Ahora el desafío es utilizar los métodos que derrocaron el apartheid para luchar por las demandas más inmediatas, unir a la clase trabajadora contra sus jefes y el estado, pero a la vez luchar contra el mismo capitalismo.
Charlie Kimber (@charlieswp) es miembro del Socialist Workers Party, organización hermana de En lucha / En lluita en Gran Bretaña
Artículo publicado en el Periódico En lucha / Diari En lluita